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9
24 de enero de 2024
24 de enero de 2024
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El maestro que prometió el mar" puede ser sin demasiada discusión una de las mejores películas de 2023. Pero no se enmarca dentro de la categoría de las superproducciones orientadas a la consecución del Oscar sino en ese grupo del que forman parte todas esas joyas ocultas, esos diamantes que solo se encuentran después de pasar largo rato removiendo el carbón.
Son muchos los elementos que hacen de este filme una obra maestra. En primer lugar, Patricia Font nos sitúa en los meses previos al estallido de la ya trillada Guerra Civil, pero lo hace poniendo el foco en una intrahistoria, en una de esos casos en los que la realidad supera con creces a la ficción y que nunca habría salido a la luz de no ser por un inmenso esfuerzo de investigación.
Así, un argumento único requiere de un protagonista igualmente único capaz de hacerlo funcionar. El trabajo de Enric Auquer es irreprochable desde el primer minuto hasta el último. Sus dotes interpretativas son capaces de engendrar un personaje tan entrañable como la historia en la que se ve envuelto y con el que el espectador se solidarizará sin apenas darse cuenta.
Sin embargo, si hay algo por lo que destaca la cinta es por ser una inapelable lección de principios. Desde la primera escena en la que aparece, ya somos plenamente conscientes de la ideología del maestro, de cómo sus tesis chocan con las que siempre ha sostenido el pueblo en el que imparte clase y de que los enfrentamientos solo pueden terminar de una manera: con un vencedor y un vencido. Conocedor de las reglas del juego y de la crueldad de las represalias si no se acatan, Antonio lucha incansable por que los niños disfruten de una infancia ilusionante y por desplegar ante sus ojos un nuevo mundo con el que espolear su imaginación al margen de las creencias políticas.
A pesar de lo previsible del guion, nos sorprenderemos a nosotros mismos pugnando por que alguna lágrima solitaria no resbale por nuestras mejillas o por que una sonrisa de infinita ternura no invada nuestro rostro sin consentimiento.
Y es que eso es, ante todo, "El maestro que prometió e mar". Una película que, más que tocar la fibra sensible, sabe acariciarla con mimo experto como las cuerdas de una lira. Lo demuestran la actuación magistral de su protagonista, su defensa infatigable del criterio propio y su adictiva trama, que logra extraer un puñado de retazos de luz en medio de las tinieblas que pronto se cernirán sobre el país. Imprescindible.
Son muchos los elementos que hacen de este filme una obra maestra. En primer lugar, Patricia Font nos sitúa en los meses previos al estallido de la ya trillada Guerra Civil, pero lo hace poniendo el foco en una intrahistoria, en una de esos casos en los que la realidad supera con creces a la ficción y que nunca habría salido a la luz de no ser por un inmenso esfuerzo de investigación.
Así, un argumento único requiere de un protagonista igualmente único capaz de hacerlo funcionar. El trabajo de Enric Auquer es irreprochable desde el primer minuto hasta el último. Sus dotes interpretativas son capaces de engendrar un personaje tan entrañable como la historia en la que se ve envuelto y con el que el espectador se solidarizará sin apenas darse cuenta.
Sin embargo, si hay algo por lo que destaca la cinta es por ser una inapelable lección de principios. Desde la primera escena en la que aparece, ya somos plenamente conscientes de la ideología del maestro, de cómo sus tesis chocan con las que siempre ha sostenido el pueblo en el que imparte clase y de que los enfrentamientos solo pueden terminar de una manera: con un vencedor y un vencido. Conocedor de las reglas del juego y de la crueldad de las represalias si no se acatan, Antonio lucha incansable por que los niños disfruten de una infancia ilusionante y por desplegar ante sus ojos un nuevo mundo con el que espolear su imaginación al margen de las creencias políticas.
A pesar de lo previsible del guion, nos sorprenderemos a nosotros mismos pugnando por que alguna lágrima solitaria no resbale por nuestras mejillas o por que una sonrisa de infinita ternura no invada nuestro rostro sin consentimiento.
Y es que eso es, ante todo, "El maestro que prometió e mar". Una película que, más que tocar la fibra sensible, sabe acariciarla con mimo experto como las cuerdas de una lira. Lo demuestran la actuación magistral de su protagonista, su defensa infatigable del criterio propio y su adictiva trama, que logra extraer un puñado de retazos de luz en medio de las tinieblas que pronto se cernirán sobre el país. Imprescindible.
9 de enero de 2024
9 de enero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante una promoción televisiva de "Los odiosos ocho", Quentin Tarantino anunció que colgaría los bártulos cuando au filmografía contara diez películas. El director alegó que marcarse ese objetivo respondía a la necesidad de aumentar la productividad antes de llegar a los 60, edad a la que proyectaba retirarse definitivamente. Y también, de que la calidad de los productos restantes se encontrase a la altura de algunas de sus predecesoras.
El anuncio hizo que la expectación del público creciese a velocidad de vértigo y llegase a cuotas estratosféricas cuando se lanzó el tráiler de "Érase una vez en... Hollywood", la penúltima del maestro, en la que podía verse a Leonardo DiCaprio y Brad Pitt compartiendo escena.
La mayoría de críticas negativas que ha recibido esta cinta se deben, precisamente, a esas expectativas desmesuradas. Y no les voy a culpar, lo cierto es que "Érase una vez en... Hollywood" es una película compleja y difícil de seguir en ciertos momentos, pero si uno realiza el visionado con un ojo moderadamente clínico, será capaz de apreciar su verdadera belleza.
Tarantino vuelve a rendir tributo a los western que inundaron las salas de cine desde mediados de los años 50 hasta principios de los 70. Pero lo hace de una forma distinta a sus dos homenajes anteriores. "Django desencadenado" bebió directamente de los llamados "spaghetti western", producciones italo-americanas del Oeste caracterizadas por un bajo presupuesto y una violencia sin precedentes en el género. "Los odiosos ocho" toma como principal fuente de inspiración los western de gran presupuesto, íntegramente estadounidenses y dirigidos por realizadores de reconocido prestigio, como John Ford o Howard Hawks.
En cambio, "Érase una vez en... Hollywood" nos sumerge de lleno en el hastío general de la audiencia por el lejano Oeste, fruto de una sobresaturación de productos que incluso habían dado el salto al ámbito televisivo con series mediocres repletas de tópicos trillados, como la que protagonizaba el personaje de DiCaprio.
Tarantino sitúa la acción en la época de los últimos coletazos del western por un motivo muy concreto: es el período histórico perfecto para ofrecer tres retratos distintos de la industria cinematográfica, encarnados por tres personajes de la película que desarrollan su vida en Hollywood: DiCaprio representa el pasado glorioso; Pitt, el presente frustrado y, Margot Robbie, el futuro prometedor.
Tres arquetipos, tres personajes minuciosamente dibujados y, al mismo tiempo, tres momentos distintos que han atravesado centenares de actores a lo largo de sus respectivas carreras y que se reflejan de forma magistral en una de las mejores películas sobre metacine de los últimos años.
Por si fuera poco, "Érase una vez en Hollywood" no solo reflexiona como ninguna otra cinta sobre la oscuridad que rodea a la industria cinematográfica, sino que teje una divertidísima ucronía, una realidad alternativa al más puro estilo de "Malditos bastardos". Imprescindible.
El anuncio hizo que la expectación del público creciese a velocidad de vértigo y llegase a cuotas estratosféricas cuando se lanzó el tráiler de "Érase una vez en... Hollywood", la penúltima del maestro, en la que podía verse a Leonardo DiCaprio y Brad Pitt compartiendo escena.
La mayoría de críticas negativas que ha recibido esta cinta se deben, precisamente, a esas expectativas desmesuradas. Y no les voy a culpar, lo cierto es que "Érase una vez en... Hollywood" es una película compleja y difícil de seguir en ciertos momentos, pero si uno realiza el visionado con un ojo moderadamente clínico, será capaz de apreciar su verdadera belleza.
Tarantino vuelve a rendir tributo a los western que inundaron las salas de cine desde mediados de los años 50 hasta principios de los 70. Pero lo hace de una forma distinta a sus dos homenajes anteriores. "Django desencadenado" bebió directamente de los llamados "spaghetti western", producciones italo-americanas del Oeste caracterizadas por un bajo presupuesto y una violencia sin precedentes en el género. "Los odiosos ocho" toma como principal fuente de inspiración los western de gran presupuesto, íntegramente estadounidenses y dirigidos por realizadores de reconocido prestigio, como John Ford o Howard Hawks.
En cambio, "Érase una vez en... Hollywood" nos sumerge de lleno en el hastío general de la audiencia por el lejano Oeste, fruto de una sobresaturación de productos que incluso habían dado el salto al ámbito televisivo con series mediocres repletas de tópicos trillados, como la que protagonizaba el personaje de DiCaprio.
Tarantino sitúa la acción en la época de los últimos coletazos del western por un motivo muy concreto: es el período histórico perfecto para ofrecer tres retratos distintos de la industria cinematográfica, encarnados por tres personajes de la película que desarrollan su vida en Hollywood: DiCaprio representa el pasado glorioso; Pitt, el presente frustrado y, Margot Robbie, el futuro prometedor.
Tres arquetipos, tres personajes minuciosamente dibujados y, al mismo tiempo, tres momentos distintos que han atravesado centenares de actores a lo largo de sus respectivas carreras y que se reflejan de forma magistral en una de las mejores películas sobre metacine de los últimos años.
Por si fuera poco, "Érase una vez en Hollywood" no solo reflexiona como ninguna otra cinta sobre la oscuridad que rodea a la industria cinematográfica, sino que teje una divertidísima ucronía, una realidad alternativa al más puro estilo de "Malditos bastardos". Imprescindible.
8
23 de enero de 2024
23 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es la primera vez que vemos una película que refleja la realidad del sur de Estados Unidos. Todo empezó cuando del filón del género del Oeste comenzó a manar oro líquido y no fueron pocas las películas que intentaban retratar el choque entre las dos mitades irreconciliables del gigante americano: el norte, intelectual, progresista y tecnológicamente avanzado, y el sur, rural, racista y aferrado a la tradición.
Tras el declive del western, otras cintas renovaron el lienzo y buscaron pintar el día a día sureño, esta vez sin la confrontación con el resto del territorio, simplemente tratando de proyectar una imagen fidedigna de las vicisitudes cotidianas de sus habitantes.
"Tres anuncios en las afueras" puede incluirse dentro de las dos categorías. En primer lugar, porque, a pesar de no pertenecer al género del Oeste, logra desplegar un thriller tan claustrofóbico que recuerda a los días de canícula de esas ciudades huérfanas de ley en las que los justicieros llegaron mucho antes que la justicia.
Y es que, en la cinta de Martin McDonagh las autoridades parecen tan corrompidas por la monotonía que la violencia policial se impone sobre todo lo demás, mientras el resto del pueblo mira hacia otro lado y murmura.
Nada ni nadie parecen ayudar a una Frances McDormand sola ante el peligro, cuya prepotente cara de asco que no se reduce ni un solo grado en las casi dos horas de proyección le valió un merecido Oscar y cuya decisión de denunciar a los cuatro vientos la atrocidad cometida contra su hija nos permite observar la indiferencia de un pueblo que no solo no se moviliza en su auxilio sino que critica entre cuchicheos su iniciativa.
Como en los buenos westerns, en "Tres anuncios en las afueras" no falta ese Missouri que parece haberse quedado rezagado, en el que el lenguaje soez, las obscenidades y las agresiones están a la orden del día y en el que ningún vecino es capaz de aportar siquiera un atisbo de lucidez a una trama de suspense brillante, cuya resolución es imposible de predecir.
Una obra redonda y original que toma elementos propios del género del Oeste y los amolda a los tiempos modernos para tejer un argumento envolvente, estremecedor y profundamente reflexivo.
Tras el declive del western, otras cintas renovaron el lienzo y buscaron pintar el día a día sureño, esta vez sin la confrontación con el resto del territorio, simplemente tratando de proyectar una imagen fidedigna de las vicisitudes cotidianas de sus habitantes.
"Tres anuncios en las afueras" puede incluirse dentro de las dos categorías. En primer lugar, porque, a pesar de no pertenecer al género del Oeste, logra desplegar un thriller tan claustrofóbico que recuerda a los días de canícula de esas ciudades huérfanas de ley en las que los justicieros llegaron mucho antes que la justicia.
Y es que, en la cinta de Martin McDonagh las autoridades parecen tan corrompidas por la monotonía que la violencia policial se impone sobre todo lo demás, mientras el resto del pueblo mira hacia otro lado y murmura.
Nada ni nadie parecen ayudar a una Frances McDormand sola ante el peligro, cuya prepotente cara de asco que no se reduce ni un solo grado en las casi dos horas de proyección le valió un merecido Oscar y cuya decisión de denunciar a los cuatro vientos la atrocidad cometida contra su hija nos permite observar la indiferencia de un pueblo que no solo no se moviliza en su auxilio sino que critica entre cuchicheos su iniciativa.
Como en los buenos westerns, en "Tres anuncios en las afueras" no falta ese Missouri que parece haberse quedado rezagado, en el que el lenguaje soez, las obscenidades y las agresiones están a la orden del día y en el que ningún vecino es capaz de aportar siquiera un atisbo de lucidez a una trama de suspense brillante, cuya resolución es imposible de predecir.
Una obra redonda y original que toma elementos propios del género del Oeste y los amolda a los tiempos modernos para tejer un argumento envolvente, estremecedor y profundamente reflexivo.

7,6
187.940
8
7 de enero de 2024
7 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el primer segundo de metraje, el propio Quentin Tarantino nos recuerda, por medio de la cita de un viejo proverbio, que la venganza es un plato que se sirve frío. Pero si hay algo que el reputado cineasta hace en la primera entrega de su cuarta película es precisamente lo contrario: servirlo caliente.
"Kill Bill vol. 1" procede directamente del interior del horno y no deja un solo minuto para que el espectador enfríe la escena que acaba de ver. La acción se descorcha desde la secuencia inicial y las explicaciones que se ofrecen a los puñetazos y cuchilladas son las estrictamente necesarias para que una sensual y fantástica Uma Thurman, que ya nos deleitó bailando junto a John Travolta en "Pulp fiction", saque a relucir su mejor versión, sanguinaria y despiadada.
En la cinta priman las peleas por encima de todo lo demás. El Tarantino guionista que cuida sus diálogos como si fueran hijos propios da paso al Trantino director, que coge las probetas del laboratorio y decide experimentar como nunca antes lo había hecho, haciendo gala de un genuino cariño por el género de la artes marciales que se hace patente en cada fotograma. Y es que QT disfruta con esta película cual niño. Sabe que está probando cosas nuevas y le encanta. Y, antes de que nos demos cuenta, nosotros, como espectadores, estaremos disfrutando de la película casi o tanto como él.
En definitiva, "Kill Bill vol. 1" no es una "tarantinada" de las de siempre. Puede reconocerse la seña de identidad del director en varios aspectos como los litros y litros de sangre derramada, su conocido fetiche con los pies, la acción dividida en capítulos que se van ensamblando poco a poco y una secuencia de apertura del más alto nivel. Sin embargo, la mayoría coincidirá en que le falta profundidad, en que la complejidad de los diálogos brilla por su ausencia. Pero no se echa en falta. El filme es tan eléctrico que entretiene desde el primer minuto y, aunque la acción desenfrenada se imponga sobre el guion, lo cierto es que, le pese a quien le pese, funciona a las mil maravillas.
"Kill Bill vol. 1" procede directamente del interior del horno y no deja un solo minuto para que el espectador enfríe la escena que acaba de ver. La acción se descorcha desde la secuencia inicial y las explicaciones que se ofrecen a los puñetazos y cuchilladas son las estrictamente necesarias para que una sensual y fantástica Uma Thurman, que ya nos deleitó bailando junto a John Travolta en "Pulp fiction", saque a relucir su mejor versión, sanguinaria y despiadada.
En la cinta priman las peleas por encima de todo lo demás. El Tarantino guionista que cuida sus diálogos como si fueran hijos propios da paso al Trantino director, que coge las probetas del laboratorio y decide experimentar como nunca antes lo había hecho, haciendo gala de un genuino cariño por el género de la artes marciales que se hace patente en cada fotograma. Y es que QT disfruta con esta película cual niño. Sabe que está probando cosas nuevas y le encanta. Y, antes de que nos demos cuenta, nosotros, como espectadores, estaremos disfrutando de la película casi o tanto como él.
En definitiva, "Kill Bill vol. 1" no es una "tarantinada" de las de siempre. Puede reconocerse la seña de identidad del director en varios aspectos como los litros y litros de sangre derramada, su conocido fetiche con los pies, la acción dividida en capítulos que se van ensamblando poco a poco y una secuencia de apertura del más alto nivel. Sin embargo, la mayoría coincidirá en que le falta profundidad, en que la complejidad de los diálogos brilla por su ausencia. Pero no se echa en falta. El filme es tan eléctrico que entretiene desde el primer minuto y, aunque la acción desenfrenada se imponga sobre el guion, lo cierto es que, le pese a quien le pese, funciona a las mil maravillas.

6,7
10.253
7
6 de enero de 2024
6 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lamento seguir con la tónica general de las críticas sobre esta película, pero, en este caso, creo que el sentimiento que nos ha invadido a todos los que hemos visto "CODA" después de haber disfrutado en su día de "La familia Bélier" es muy similar: era completamente prescindible.
Y no me malinterpreten, "CODA" funciona bien en prácticamente todo lo que propone: un guion solvente que aborda la discapacidad auditiva sin caer en esa condescendencia fácil en la que incurren tantos otros filmes de temática parecida; una pareja de actores -los padres- cuya química natural logra arrancar una carcajada al espectador y proporcionar esos momentos de alivio cómico que, por momentos, consiguen quitar hierro a la dureza del subtexto; una dirección musical fantástica coronada con la voz angelical de una Emilia Jones que perfectamente podría cargar sobre sus hombros el peso de toda la obra y un genial e irascible Eugenio Derbez en el papel de profesor.
El problema, el único y evidente problema de "CODA" es que no disimula su voluntad de recaudación. Después de las críticas favorables que recibió "Tallulah", Sian Heder trató de dar el salto a la Academia con una historia que ya nos había contado en 2014 el francés Éric Lartigau, tal y como sucediera con "La cena de los idiotas", una producción francesa que sería replicada -eso sí, con menos éxito que "CODA"- doce años después en Estados Unidos.
En definitiva, "CODA" es una cinta solvente que, por su capacidad para intercalar drama y comedia, resulta muy apropiada para verla en compañía de la familia y derramar alguna que otra lágrima en su parte final. Sin embargo, les pido a los lectores de esta crítica que no dejen escapar la oportunidad de darle una probada a "La familia Bélier". No se arrepentirán.
Y no me malinterpreten, "CODA" funciona bien en prácticamente todo lo que propone: un guion solvente que aborda la discapacidad auditiva sin caer en esa condescendencia fácil en la que incurren tantos otros filmes de temática parecida; una pareja de actores -los padres- cuya química natural logra arrancar una carcajada al espectador y proporcionar esos momentos de alivio cómico que, por momentos, consiguen quitar hierro a la dureza del subtexto; una dirección musical fantástica coronada con la voz angelical de una Emilia Jones que perfectamente podría cargar sobre sus hombros el peso de toda la obra y un genial e irascible Eugenio Derbez en el papel de profesor.
El problema, el único y evidente problema de "CODA" es que no disimula su voluntad de recaudación. Después de las críticas favorables que recibió "Tallulah", Sian Heder trató de dar el salto a la Academia con una historia que ya nos había contado en 2014 el francés Éric Lartigau, tal y como sucediera con "La cena de los idiotas", una producción francesa que sería replicada -eso sí, con menos éxito que "CODA"- doce años después en Estados Unidos.
En definitiva, "CODA" es una cinta solvente que, por su capacidad para intercalar drama y comedia, resulta muy apropiada para verla en compañía de la familia y derramar alguna que otra lágrima en su parte final. Sin embargo, les pido a los lectores de esta crítica que no dejen escapar la oportunidad de darle una probada a "La familia Bélier". No se arrepentirán.
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