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Críticas ordenadas por utilidad
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7
19 de julio de 2016
19 de julio de 2016
43 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que sí, que ya lo sabemos. Entre finales de los 70 y los primeros 90 el cine comercial y palomitero llegó a su cima, a un climax no superado y, visto lo visto, probablemente no superable. Tanto, que parece que nos hemos estancado ahí. Los pocos hitos posteriores (Matrix, El Señor de los Anillos, Sin City...) generaron un impacto momentáneo que, pasados unos años, no sobrevivió a los títulos madre. ¿Os acordáis de cuándo les dio por poner peleas tipo Matrix en todas las pelis? no hace tanto de aquello y ya nos parece una ingenuidad, tanto como el abuso del CGI o de las cámaras lentas. Así que tras unos años de búsqueda, Hollywood parece que ha optado por volver a lo conocido (en otras latitudes, sobre todo las asiáticas, cantan otros gallos...), a la fórmula que tan bien funcionó. Y ahí se han quedado. Para ello ha sido de gran ayuda la emergencia de una serie de directores con pocas ambiciones autorales, cuya máxima aspiración es ser artesanos de la diversión, emular a los Spielberg, Cameron, Donner y compañía. El sueño de los estudios, vaya. Shyamalan fue el primero y J.J. Abrams y Joss Weddon son sus máximos representantes, aunque podríamos citar también a Drew Goddard, James Gunn, Matt Reeves o Mathew Vaughn. Todos ellos competentes, con el background adecuado y escasa originalidad. Nos dan lo que nos gusta arriesgando lo justo. Y en esas estamos, en un constante revival de los 80 que, como decían los Ciudad Jardín, empieza a durar más que los propios 80: desde clones descarados como "Super 8" y pastiches como "Kung-Fury" a los reboot de Star Trek, Karate Kid, Robocop o Cazafantasmas y las nuevas pelis de Star Wars, pasando por los blockbuster de Marvel Studios, enormemente influidos por aquel cine ochentero, algo que tampoco es que se esfuercen en ocultar.
Y claro, como también estamos en la era de la explosión de las series de televisión, era inevitable que ambas tendencias se cruzasen. Ya lo hacían hace tiempo, no hay que olvidar que Wheddon y Abrams vienen de la tele y nunca la han abandonado del todo. Pero nunca con la pureza de "Stranger Things", que como "Super 8" de Abrams es un fan service que trata de reproducir la magia de las pelis de los 80, sin cortarse un pelo, sin ninguna concesión, con total transparencia y sinceridad. Tanto, que incluso localizan la historia en la idealizada década.
Y eso es "Stranger Things", ni más, ni desde luego menos. Coja usted "ET", "Encuentros en la Tercera Fase", "Los Goonies", "Mi Amigo Mac", "Alien", "Pesadilla en Elm Street", "Poltergeist", "Una Pandilla Alucinante", "El Vuelo del Navegante", "D.A.R.Y.L." y "Exploradores". Agite bien y distribuya en ocho capítulos. No falta nada: el típico suburbio usamericano, instituto con animadoras y abusones, bicicletas, frikis, hermanos mayores, conspiraciones gubernamentales, monstruos, primeros besos, poderes, niños y adolescentes haciendo lo que los adultos no pueden, jefe de policía enrollado... No falta ni un solo tópico, ni uno. Hasta el punto que por momentos parece un enorme juego metatextual en el que se invita al espectador a que identifique la fuente original de cada escena. Es como un gigantesco collage que crease algo (relativamente) nuevo a partir de piezas ya usadas.
Ahora bien, a nivel técnico resulta indiscutible. La ambientación es estupenda, tanto que de verdad parece que se hubiera hecho en los 80. Los actores van desde lo espléndido, sobre todo los niños, a lo correcto, salvo un desganadísimo y muy avejentado (¿es maquillaje o está así de mal?) Mathew Modine. Tiene un gran ritmo: la información se desgrana con la cadencia correcta para desarrollar la trama, la historia engancha pese a su previsibilidad y no da sensación de que le sobren capítulos. En ningún momento resulta aburrida, al menos a mi no me aburrió.
"Stranger Things" es, por tanto, un ejercicio de estilo, brillante pero ejercicio de estilo al fin y al cabo. Tu valoración de la serie depende de tu actitud hacia el cine palomitero en que se basa. En una escala de extremos "1984 ES EL MEJOR AÑO DE LA HISTORIA DEL CINE" y "HASTA LOS MISMÍSIMOS DE LA NOSTALGIA OCHENTERA" yo me sitúo más o menos en medio, aunque con mucha querencia al primer polo, muchísima. Así que, para que te voy a engañar: pese a que carece de la más mínima originalidad, yo me lo he pasado bien viéndola y volveré a por más si hay segunda temporada (aunque lo suyo sería dejarla así, todo hay que decirlo). Si como yo te sabes de memoria los diálogos de los Goonies y los Gremlins, ves todas estas pelis cada vez que las ponen en la tele (y no son pocas veces) y tienes tu casa llena de merchadising ochentero, no te defraudará. De lo contrario, huye.
Pero también os digo: molaría que pasásemos página de una vez.
Y claro, como también estamos en la era de la explosión de las series de televisión, era inevitable que ambas tendencias se cruzasen. Ya lo hacían hace tiempo, no hay que olvidar que Wheddon y Abrams vienen de la tele y nunca la han abandonado del todo. Pero nunca con la pureza de "Stranger Things", que como "Super 8" de Abrams es un fan service que trata de reproducir la magia de las pelis de los 80, sin cortarse un pelo, sin ninguna concesión, con total transparencia y sinceridad. Tanto, que incluso localizan la historia en la idealizada década.
Y eso es "Stranger Things", ni más, ni desde luego menos. Coja usted "ET", "Encuentros en la Tercera Fase", "Los Goonies", "Mi Amigo Mac", "Alien", "Pesadilla en Elm Street", "Poltergeist", "Una Pandilla Alucinante", "El Vuelo del Navegante", "D.A.R.Y.L." y "Exploradores". Agite bien y distribuya en ocho capítulos. No falta nada: el típico suburbio usamericano, instituto con animadoras y abusones, bicicletas, frikis, hermanos mayores, conspiraciones gubernamentales, monstruos, primeros besos, poderes, niños y adolescentes haciendo lo que los adultos no pueden, jefe de policía enrollado... No falta ni un solo tópico, ni uno. Hasta el punto que por momentos parece un enorme juego metatextual en el que se invita al espectador a que identifique la fuente original de cada escena. Es como un gigantesco collage que crease algo (relativamente) nuevo a partir de piezas ya usadas.
Ahora bien, a nivel técnico resulta indiscutible. La ambientación es estupenda, tanto que de verdad parece que se hubiera hecho en los 80. Los actores van desde lo espléndido, sobre todo los niños, a lo correcto, salvo un desganadísimo y muy avejentado (¿es maquillaje o está así de mal?) Mathew Modine. Tiene un gran ritmo: la información se desgrana con la cadencia correcta para desarrollar la trama, la historia engancha pese a su previsibilidad y no da sensación de que le sobren capítulos. En ningún momento resulta aburrida, al menos a mi no me aburrió.
"Stranger Things" es, por tanto, un ejercicio de estilo, brillante pero ejercicio de estilo al fin y al cabo. Tu valoración de la serie depende de tu actitud hacia el cine palomitero en que se basa. En una escala de extremos "1984 ES EL MEJOR AÑO DE LA HISTORIA DEL CINE" y "HASTA LOS MISMÍSIMOS DE LA NOSTALGIA OCHENTERA" yo me sitúo más o menos en medio, aunque con mucha querencia al primer polo, muchísima. Así que, para que te voy a engañar: pese a que carece de la más mínima originalidad, yo me lo he pasado bien viéndola y volveré a por más si hay segunda temporada (aunque lo suyo sería dejarla así, todo hay que decirlo). Si como yo te sabes de memoria los diálogos de los Goonies y los Gremlins, ves todas estas pelis cada vez que las ponen en la tele (y no son pocas veces) y tienes tu casa llena de merchadising ochentero, no te defraudará. De lo contrario, huye.
Pero también os digo: molaría que pasásemos página de una vez.
7
11 de octubre de 2020
11 de octubre de 2020
38 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando me enteré de que Gareth Evans (padre la bilogía indonesia “Redada Asesina”, el equivalente a “El Padrino” en el género de acción y dos de las mejores pelis de la década que se cierra, para quien no lo conozca) también se pasaba a la tele, sabía que inmediatamente la serie resultante se iba a convertir en un must para mí. El poco imaginativo título de “Gangs of London” debió hacerme sospechar, y en efecto, el resultado ha sido una ligera decepción. Otra serie más sobre crimen organizado, con todos los tópicos que hemos visto en cientos de ocasiones tanto en la pantalla grande como en la pequeña: las luchas de poder intestinas, las tensiones entre quienes ascienden al mundo de los negocios legítimos y los que quieren seguir siendo vulgares gangsters, los conflictos generacionales, la vulgaridad del interés propio apenas cubierto por la invocación a grandes principios y nobles valores, polis infiltrados que acaban dudando de sí mismos… Lo que aporta de relativamente nuevo (los muchos grupos de orígenes étnicos diferentes con presencia en los bajos fondos de Londres, lo intrincado de los vínculos entre el mundo criminal y los grandes capitales, el grado de sofisticación tecnológica y militar al que han llegado las mafias, y que sospecho es bastante real) no compensa lo suficiente. Hablando en plata, la trama central no engancha.
Otro de los grandes problemas de la serie es el casting. Una muestra de la decadencia de Gran Bretaña es la alarmante caída de su cantera de actores. Hace tiempo que ser actor británico ha dejado de ser garantía de calidad. Ninguno de los actores jóvenes me ha convencido lo más mínimo. Paapa Essiedu habrá estado en la Royal Shakespeare, pero aquí no hay dios que se lo trague. Lo mismo me ha pasado con Joe Cole y Sope Dirisu. Todos sobreactuados, muy hollywoodienses, y sin embargo poco creíbles en sus roles de tipos duros. No me han hecho preocuparme por los personajes en ningún momento.
¿Y porqué le he puesto un 7 a “Gangs of London” si tiene tantos defectos? Pues porque Gareth Evans es DIOS como director de escenas de acción. Tiene un talento descomunal, en el que parecen anudarse lo mejor de distintas tradiciones cinematográficas, tanto europeas como asiáticas y norteamericanas. Esos ritmos sincopados, en los que se alternan desarrollos pausados o cámaras lentas con súbitos arranques de violencia desbocada; esas peleas tan espectaculares y a la vez realistas hasta el punto de que puedes sentir el dolor y el miedo de los contendiente; esa crudeza a la hora de mostrar las consecuencias de los golpes y los disparos; esa forma de usar la música y el sonido para realzar la imagen... Merece la pena ver “Gangs of London” solo por cosas como el asalto a la casa del capítulo 5 o el final del capítulo 8, auténticos prodigios que hacen que se te caigan los huevos al suelo. A pesar de lo poco que me ha interesado el contenido, las formas son tan potentes que justifican hasta una segunda temporada si la hacen.
Otro de los grandes problemas de la serie es el casting. Una muestra de la decadencia de Gran Bretaña es la alarmante caída de su cantera de actores. Hace tiempo que ser actor británico ha dejado de ser garantía de calidad. Ninguno de los actores jóvenes me ha convencido lo más mínimo. Paapa Essiedu habrá estado en la Royal Shakespeare, pero aquí no hay dios que se lo trague. Lo mismo me ha pasado con Joe Cole y Sope Dirisu. Todos sobreactuados, muy hollywoodienses, y sin embargo poco creíbles en sus roles de tipos duros. No me han hecho preocuparme por los personajes en ningún momento.
¿Y porqué le he puesto un 7 a “Gangs of London” si tiene tantos defectos? Pues porque Gareth Evans es DIOS como director de escenas de acción. Tiene un talento descomunal, en el que parecen anudarse lo mejor de distintas tradiciones cinematográficas, tanto europeas como asiáticas y norteamericanas. Esos ritmos sincopados, en los que se alternan desarrollos pausados o cámaras lentas con súbitos arranques de violencia desbocada; esas peleas tan espectaculares y a la vez realistas hasta el punto de que puedes sentir el dolor y el miedo de los contendiente; esa crudeza a la hora de mostrar las consecuencias de los golpes y los disparos; esa forma de usar la música y el sonido para realzar la imagen... Merece la pena ver “Gangs of London” solo por cosas como el asalto a la casa del capítulo 5 o el final del capítulo 8, auténticos prodigios que hacen que se te caigan los huevos al suelo. A pesar de lo poco que me ha interesado el contenido, las formas son tan potentes que justifican hasta una segunda temporada si la hacen.
Miniserie

7,6
13.676
7
15 de septiembre de 2019
15 de septiembre de 2019
37 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecé a ver "Years and Years" un poco porque la recomendó el gran Javier Olivares y un mucho por ser de Russel T. Davies, responsable principal de que hoy el Doctor Who sea mi personaje de ficción favorito. Pero también porque el cuerpo me pide cosas diferentes y arriesgadas, cosa no tan fácil de conseguir pese al tsunami de estrenos actual. Porque hacer una serie de anticipación de futuro cercano es sin duda un riesgo. Enseguida se quedan obsoletas, dejando tus profecías como exageraciones, premoniciones y a veces incluso como cándido optimismo.
En este sentido, hay que decir que "Years and Years" cumple, aunque tiene muchos defectos. Me costó entrar, sobre todo por los personajes. De un tiempo a esta parte me cuesta una barbaridad empatizar con las clases medias británicas, me ha pasado con varias series ya. En cualquier caso, creo que el nivel sube paulatinamente y hacia la mitad engancha.*UN DETALLITO EN ZONA SPOILER.
En general el futuro que propone me parece bastante realista, y puede que incluso en algunos aspectos esté más cerca de lo que se afirma en la serie (ahí está el intento de semi golpe de estado de Boris Johnson para demostrarlo). Hay alguna simplificación de más y algunos topicazos impropios de la inteligencia que habitualmente demuestra Davies, pero no lo suficientemente graves como para abandonar.
En realidad creo que el principal acierto de la serie es centrarse en las personas corrientes en lugar de las élites. Cómo se viven, sufren o disfrutan todos estos grandes hitos históricos, como en parte los provocamos pero en parte pasan por encima nuestro. Como a veces luchamos y casi siempre preferimos adaptarnos. Los conflictos morales que nos provoca. Y cómo nuestra inevitable tendencia a volcarnos hacia nuestros seres queridos más cercanos es, al mismo tiempo, nuestra principal fortaleza y nuestro principal defecto, lo que nos condena pero también lo que nos salvará. Aquí Davies demuestra no haber perdido ni un ápice de la sabiduría y profundidad con la que siempre ha mirado al ser humano.
"Years and Years" no es una serie perfecta. Pero es arriesgada, distinta, inteligente y razonablemente amena. Solo por eso, creo que merece la pena darle una oportunidad.
En este sentido, hay que decir que "Years and Years" cumple, aunque tiene muchos defectos. Me costó entrar, sobre todo por los personajes. De un tiempo a esta parte me cuesta una barbaridad empatizar con las clases medias británicas, me ha pasado con varias series ya. En cualquier caso, creo que el nivel sube paulatinamente y hacia la mitad engancha.*UN DETALLITO EN ZONA SPOILER.
En general el futuro que propone me parece bastante realista, y puede que incluso en algunos aspectos esté más cerca de lo que se afirma en la serie (ahí está el intento de semi golpe de estado de Boris Johnson para demostrarlo). Hay alguna simplificación de más y algunos topicazos impropios de la inteligencia que habitualmente demuestra Davies, pero no lo suficientemente graves como para abandonar.
En realidad creo que el principal acierto de la serie es centrarse en las personas corrientes en lugar de las élites. Cómo se viven, sufren o disfrutan todos estos grandes hitos históricos, como en parte los provocamos pero en parte pasan por encima nuestro. Como a veces luchamos y casi siempre preferimos adaptarnos. Los conflictos morales que nos provoca. Y cómo nuestra inevitable tendencia a volcarnos hacia nuestros seres queridos más cercanos es, al mismo tiempo, nuestra principal fortaleza y nuestro principal defecto, lo que nos condena pero también lo que nos salvará. Aquí Davies demuestra no haber perdido ni un ápice de la sabiduría y profundidad con la que siempre ha mirado al ser humano.
"Years and Years" no es una serie perfecta. Pero es arriesgada, distinta, inteligente y razonablemente amena. Solo por eso, creo que merece la pena darle una oportunidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
*: Eso sí, el final es blando y contradice lo narrado durante el grueso de la trama. Pero de un viejo progresista militante como Davies no podía esperar otra cosa que un final lleno de esperanza.
5
4 de septiembre de 2016
4 de septiembre de 2016
49 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bien, voy a tratar de ser todo lo objetivo que pueda.
El "get down" al que se refiere el título de la serie es terminología de los DJ: se trata de las partes más intensas, potentes o bailables de una canción, que los DJ se encargaban de aislar y repetir una y otra vez, prescindiendo de las otras partes: los estribillos, puentes, etc. (que literalmente se consideran "mierda", "relleno", "basura", "rollazo", como hace Grandmaster Flash en la serie). Es una práctica musical literalmente revolucionaria, pues se pasa por el arco del triunfo miles de años de composición musical (y artística en general) que recomendaba equilibrar las partes altas y bajas de la pieza (¿recuerdan "Alta Fidelidad", cuando Rob Gordon decía que para crear una cinta hay que seguir reglas como no mantener la intensidad en todo momento? Pues eso). El rap y el hip-hop se basan en este simple principio: tomar un ritmo o un sampler, repetirlo hasta la saciedad y rapear encima. Si han ido a un concierto de rap sabrán lo que les digo: durante una hora y media cientos de brazos se mueven al unísono. Todo el rato, de forma machacona, siempre arriba, alto en intensidad.
Sin duda, una de las claves del éxito mundial del hip hop tiene que ver con lo bien que encaja esta búsqueda del get down con la cultura contemporánea: la búsqueda perpetua de experiencias y sensaciones fuertes, de estar arriba todo el tiempo, no aburrirse, no rutinizarse... ¿Me seguís? Desde luego lo encontramos en muchos productos culturales centrales de nuestro tiempo: el videojuego, el videoclip, la publicidad... Y en el cine, tiene también sus defensores. Entre finales de los 90 y principios de los noughties surgieron una serie de directores que son al cine lo que el hip hop a la música: ruidosos, postmodernos, intensos, de ritmo infatigable y montajes que no te dejan ni respirar. Danny Boyle, Guy Ritchie, el primer Aronofsky, y por encima de todos Baz Luhrmann.
Así pues era natural que un cineasta como Luhrmann hiciera una historia como The Get Down: aunque sea un australiano blanquito el hummus cultural del que ha surgido su cine nació en el Bronx a finales de los 70. Y claro, tenía que contarla así, como la ha contado. Todo encaja,
¿Está bien? Pues leyendo comentarios sobre la serie, me he dado cuenta de que se trata de un simple problema de identificación cultural. Hay gente que ama la serie porque ama la cultura hip hop y, no por casualidad, ama el cine de Luhrmann. Y estamos otros que, por el contrario, aborrecemos el cine de Luhrmann (un director capaz de hacer que Shakespeare y Scott Fitzgerald parezcan vulgares) y que desde luego no comulgamos con esa búsqueda de intensidad permanente, y que en consecuencia no hemos disfrutado tanto esta "The Get Down".
Para terminar de ser completamente objetivos. Puntos fuertes: una ambientación bastante decente que consigue transportarte a la época (si uno deja de lado las hollywoodiadas típicas, como el hecho de que gente que se supone más pobre que una rata tenga un fondo de armario mayor que el de Imelda Marcos), una historia prometedora, un casting potente. Y está bien como refleja la dura realidad de las calles, como una mínima diferencia puede marcar la trayectoria de un chaval del guetto, hundirle en una vida de mierda o sacarle de allí.
Puntos débiles: su contextualización deja bastante que desear, sabemos muy poco de por qué la situación de NY a finales de los 70 era así, ni traza la filiación del rap con otros estilos musicales salvo con el disco, ni explica que ciertas cosas como la práctica del rimado no aparecieron de la nada, sino que tiene una larga tradición en la cultura urbana afroamericana (podemos encontrar "rapeos" en blues y estandards de jazz bastante anteriores). La historia, por otro lado, no deja de ser un típico cuento de hadas hollywood style, lo que no debería sorprendernos porque es lo que siempre hace Luhrmann: bajo tanto ruido nada más que historias más simples que el mecanismo de un chupete.
Y hasta aquí llego. Yo he tratado de ser objetivo y razonar mi nota. Ahora está en tu mano decidir si la ves o no.
El "get down" al que se refiere el título de la serie es terminología de los DJ: se trata de las partes más intensas, potentes o bailables de una canción, que los DJ se encargaban de aislar y repetir una y otra vez, prescindiendo de las otras partes: los estribillos, puentes, etc. (que literalmente se consideran "mierda", "relleno", "basura", "rollazo", como hace Grandmaster Flash en la serie). Es una práctica musical literalmente revolucionaria, pues se pasa por el arco del triunfo miles de años de composición musical (y artística en general) que recomendaba equilibrar las partes altas y bajas de la pieza (¿recuerdan "Alta Fidelidad", cuando Rob Gordon decía que para crear una cinta hay que seguir reglas como no mantener la intensidad en todo momento? Pues eso). El rap y el hip-hop se basan en este simple principio: tomar un ritmo o un sampler, repetirlo hasta la saciedad y rapear encima. Si han ido a un concierto de rap sabrán lo que les digo: durante una hora y media cientos de brazos se mueven al unísono. Todo el rato, de forma machacona, siempre arriba, alto en intensidad.
Sin duda, una de las claves del éxito mundial del hip hop tiene que ver con lo bien que encaja esta búsqueda del get down con la cultura contemporánea: la búsqueda perpetua de experiencias y sensaciones fuertes, de estar arriba todo el tiempo, no aburrirse, no rutinizarse... ¿Me seguís? Desde luego lo encontramos en muchos productos culturales centrales de nuestro tiempo: el videojuego, el videoclip, la publicidad... Y en el cine, tiene también sus defensores. Entre finales de los 90 y principios de los noughties surgieron una serie de directores que son al cine lo que el hip hop a la música: ruidosos, postmodernos, intensos, de ritmo infatigable y montajes que no te dejan ni respirar. Danny Boyle, Guy Ritchie, el primer Aronofsky, y por encima de todos Baz Luhrmann.
Así pues era natural que un cineasta como Luhrmann hiciera una historia como The Get Down: aunque sea un australiano blanquito el hummus cultural del que ha surgido su cine nació en el Bronx a finales de los 70. Y claro, tenía que contarla así, como la ha contado. Todo encaja,
¿Está bien? Pues leyendo comentarios sobre la serie, me he dado cuenta de que se trata de un simple problema de identificación cultural. Hay gente que ama la serie porque ama la cultura hip hop y, no por casualidad, ama el cine de Luhrmann. Y estamos otros que, por el contrario, aborrecemos el cine de Luhrmann (un director capaz de hacer que Shakespeare y Scott Fitzgerald parezcan vulgares) y que desde luego no comulgamos con esa búsqueda de intensidad permanente, y que en consecuencia no hemos disfrutado tanto esta "The Get Down".
Para terminar de ser completamente objetivos. Puntos fuertes: una ambientación bastante decente que consigue transportarte a la época (si uno deja de lado las hollywoodiadas típicas, como el hecho de que gente que se supone más pobre que una rata tenga un fondo de armario mayor que el de Imelda Marcos), una historia prometedora, un casting potente. Y está bien como refleja la dura realidad de las calles, como una mínima diferencia puede marcar la trayectoria de un chaval del guetto, hundirle en una vida de mierda o sacarle de allí.
Puntos débiles: su contextualización deja bastante que desear, sabemos muy poco de por qué la situación de NY a finales de los 70 era así, ni traza la filiación del rap con otros estilos musicales salvo con el disco, ni explica que ciertas cosas como la práctica del rimado no aparecieron de la nada, sino que tiene una larga tradición en la cultura urbana afroamericana (podemos encontrar "rapeos" en blues y estandards de jazz bastante anteriores). La historia, por otro lado, no deja de ser un típico cuento de hadas hollywood style, lo que no debería sorprendernos porque es lo que siempre hace Luhrmann: bajo tanto ruido nada más que historias más simples que el mecanismo de un chupete.
Y hasta aquí llego. Yo he tratado de ser objetivo y razonar mi nota. Ahora está en tu mano decidir si la ves o no.
Serie

7,8
8.250
10
25 de octubre de 2017
25 de octubre de 2017
34 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que a David Lynch o se le ama o se le odia. Lo que, en mi opinión, es tan falso como tantas otras opciones excluyentes. Al menos si amarle significa creer que todo lo que hace es estupendo y maravilloso o, por el contrario, una puñetera basura pretenciosa si le odias. David Lynch es un genio, uno de los directores más originales, con un estilo más personal y con más talento para plasmarlo de la historia del cine. Esto me parece objetivo e indiscutible. Su habilidad para subvertir los imaginarios dominantes, para perturbar e invertir géneros y estereotipos, para retorcer las convenciones narrativas (los ritmos, los tropos, las estructuras) y para hacerlo mezclando terror y drama con ligereza y humor, le sitúan entre los más destacados directores de todos los tiempos. Es además uno de los grandes paradigmas del director-autor: siempre ha ido por libre, ha hecho lo que le ha dado la gana, siempre ha apostado por el cine como arte. Esto a veces se ha traducido en obras maestras, en pelis de lo más interesante, en extraños experimentos que no sabes bien si te gustan o no (a mí me pasa con “Dune”: la he visto varias veces y nunca me termino de enterar de nada, y sin embargo siempre me engancha tanto que me quedo hasta el final) y algún que otro fracaso. Y no pasa nada por decirlo. De hecho, es lo lógico: cuando apuestas a veces ganas y a veces pierdes. Su legado es una carrera de fondo repleta de coherencia y riesgo, que está por encima de la suma de sus partes. No hace falta votar “Mulholland Drive” como mejor película del siglo XXI, que estoy bastante seguro que no es, para reivindicarle, porque Lynch está por encima de todo eso.
Y si esto que digo es cierto, creo que podemos afirmar que “Twin Peaks” es seguramente el mejor resumen de la carrera de su creador. Dista mucho de ser perfecta, e invito a todo el que no lo piense a que la recupere y lo compruebe. Pero es que no hace falta que lo sea. Era 1990, Lynch, junto al entonces guionista en alza Marc Frost, cogieron algunos de los elementos que más habían contribuido al rearme moral de la América feliz y triunfadora de los 80 (las pequeñas comunidades rurales, los adolescentes de instituto, los varoniles héroes de acción) y los violaron sin piedad, como siempre le gusta hacer a Lynch, como “Corazón Salvaje” con los años 50 o “Carretera Perdida” y “Mullholand Drive” con la supuesta ciudad de ensueño que es Los Ángeles. La serie partía de una premisa simple, de un mcguffin de manual. Pero aquello era mucho más que el típico whudunit rural. La búsqueda del asesino de Laura Palmer era una excusa para mostrarnos un mundo extraño y fascinante, lleno de personajes bizarros y simbología inquietante, que deconstruía el mito de la arcadia rural y los adolescentes bonachones a base de drogas, incesto, violaciones, sociedades secretas y magia negra. Bienvenidos a los 90, don’t worry be happy. Luego la cosa no salió tan bien como pintaba al principio, con enfrentamientos con la cadena, idas y venidas de Lynch y el desplome de audiencias. Y qué más da. El daño ya estaba hecho, la herida ya estaba abierta. “Twin Peaks” demostró que se podía hacer una televisión diferente, atrevida, vanguardista, más que el propio cine incluso. Y que había espectadores deseosos de consumirla. No fue la primera piedra para que la ficción televisiva alcanzara la madurez plena como género, porque ya había habido otras antes, pero sí un hito fundamental y un salto cuántico en ese camino.
Por eso, precisamente por todo eso que os cuento, tenía muchos reparos con el regreso de Twin Peaks, 25 años después. Sí, lo había prometido Laura Palmer en una de las últimas escenas oníricas de la serie original. Y qué. Seamos francos, la famosa edad de oro de la televisión está ya herida de muerte. El momento cumbre ya ha pasado, dominan los productos manufacturados (eso sí, con muchos más medios que antaño, que ese es un legado permanente de este cambio cultural), las grandes productoras han retomado el control y la revolución televisiva, como todas, va poco a poco mutando en un nuevo orden. Claro que sigue habiendo mucho bueno y en ocasiones muy bueno. Con tanta producción, con tantos recursos y con tanta gente buena trabajando es inevitable que salgan muchas de cal. Pero el carro ya no lo conducen los caballos de la creatividad y el riesgo, del todo es posible, sino los bueyes de los resultados, la planificación de parrillas y el big data. Por eso también tanto revival, tanta adaptación, tanta precuela, spin off y universo expandido. En este contexto, ¿cómo no sospechar que incluso el viejo Lynch había sucumbido a la tentación de la nostalgia fácil? Al fin y al cabo, tampoco está en el momento de mayor popularidad de su carrera. ¿Se había vendido por fin Lynch al sistema?
Craso error por mi parte. Con una trayectoria como la de Lynch, ¿cómo he podido pensar que había agachado la cerviz? No ha sido justo por mi parte, y por eso me disculpo sinceramente con usted, señor Lynch. La tercera de Twin Peaks es lo más alejado al fan service que uno pueda imaginarse. Es todo lo contrario: una explosión incontrolada, una liberación de las cadenas de lo convencional, la redención definitiva de una serie que nació para cambiar las cosas y solo a medias le dejaron hacerlo. O para resumirlo en una imagen grosera: una patada en los huevos de la Era Dorada de la Televisión. La ficción televisiva se estaba hundiendo poco a poco en el pantano de la mediocridad, pero Lynch ha llegado y ha dicho: yo fui el primero, y sigo estando mucho más allá. No os lo merecéis, pero os voy a rescatar de esta gris marea de estrenos. Os voy a sacudir, os voy a perturbar, voy a violar a vuestros fetiches y convenciones y os obligaré a mirar. Y acabaréis riéndoos y dándome las gracias. Vaya que sí.
Sigo en spoilers por falta de espacio (pero no hay spoilers)
Y si esto que digo es cierto, creo que podemos afirmar que “Twin Peaks” es seguramente el mejor resumen de la carrera de su creador. Dista mucho de ser perfecta, e invito a todo el que no lo piense a que la recupere y lo compruebe. Pero es que no hace falta que lo sea. Era 1990, Lynch, junto al entonces guionista en alza Marc Frost, cogieron algunos de los elementos que más habían contribuido al rearme moral de la América feliz y triunfadora de los 80 (las pequeñas comunidades rurales, los adolescentes de instituto, los varoniles héroes de acción) y los violaron sin piedad, como siempre le gusta hacer a Lynch, como “Corazón Salvaje” con los años 50 o “Carretera Perdida” y “Mullholand Drive” con la supuesta ciudad de ensueño que es Los Ángeles. La serie partía de una premisa simple, de un mcguffin de manual. Pero aquello era mucho más que el típico whudunit rural. La búsqueda del asesino de Laura Palmer era una excusa para mostrarnos un mundo extraño y fascinante, lleno de personajes bizarros y simbología inquietante, que deconstruía el mito de la arcadia rural y los adolescentes bonachones a base de drogas, incesto, violaciones, sociedades secretas y magia negra. Bienvenidos a los 90, don’t worry be happy. Luego la cosa no salió tan bien como pintaba al principio, con enfrentamientos con la cadena, idas y venidas de Lynch y el desplome de audiencias. Y qué más da. El daño ya estaba hecho, la herida ya estaba abierta. “Twin Peaks” demostró que se podía hacer una televisión diferente, atrevida, vanguardista, más que el propio cine incluso. Y que había espectadores deseosos de consumirla. No fue la primera piedra para que la ficción televisiva alcanzara la madurez plena como género, porque ya había habido otras antes, pero sí un hito fundamental y un salto cuántico en ese camino.
Por eso, precisamente por todo eso que os cuento, tenía muchos reparos con el regreso de Twin Peaks, 25 años después. Sí, lo había prometido Laura Palmer en una de las últimas escenas oníricas de la serie original. Y qué. Seamos francos, la famosa edad de oro de la televisión está ya herida de muerte. El momento cumbre ya ha pasado, dominan los productos manufacturados (eso sí, con muchos más medios que antaño, que ese es un legado permanente de este cambio cultural), las grandes productoras han retomado el control y la revolución televisiva, como todas, va poco a poco mutando en un nuevo orden. Claro que sigue habiendo mucho bueno y en ocasiones muy bueno. Con tanta producción, con tantos recursos y con tanta gente buena trabajando es inevitable que salgan muchas de cal. Pero el carro ya no lo conducen los caballos de la creatividad y el riesgo, del todo es posible, sino los bueyes de los resultados, la planificación de parrillas y el big data. Por eso también tanto revival, tanta adaptación, tanta precuela, spin off y universo expandido. En este contexto, ¿cómo no sospechar que incluso el viejo Lynch había sucumbido a la tentación de la nostalgia fácil? Al fin y al cabo, tampoco está en el momento de mayor popularidad de su carrera. ¿Se había vendido por fin Lynch al sistema?
Craso error por mi parte. Con una trayectoria como la de Lynch, ¿cómo he podido pensar que había agachado la cerviz? No ha sido justo por mi parte, y por eso me disculpo sinceramente con usted, señor Lynch. La tercera de Twin Peaks es lo más alejado al fan service que uno pueda imaginarse. Es todo lo contrario: una explosión incontrolada, una liberación de las cadenas de lo convencional, la redención definitiva de una serie que nació para cambiar las cosas y solo a medias le dejaron hacerlo. O para resumirlo en una imagen grosera: una patada en los huevos de la Era Dorada de la Televisión. La ficción televisiva se estaba hundiendo poco a poco en el pantano de la mediocridad, pero Lynch ha llegado y ha dicho: yo fui el primero, y sigo estando mucho más allá. No os lo merecéis, pero os voy a rescatar de esta gris marea de estrenos. Os voy a sacudir, os voy a perturbar, voy a violar a vuestros fetiches y convenciones y os obligaré a mirar. Y acabaréis riéndoos y dándome las gracias. Vaya que sí.
Sigo en spoilers por falta de espacio (pero no hay spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La tercera temporada de Twin Peaks pone, en efecto, de nuevo todo patas arriba, 25 años después. Es más, pone las cosas aún más patas arriba, porque son 25 años y el listón no está donde estaba la primera vez. No se trata de decir si es mejor que la encarnación original, la obra de Lynch está por encima de esas naderías. Me apuesto lo que queráis a que el único que Lynch quiere superar es a su yo de hace 25 años. Él abrió una brecha de la que ha manado un rico manantial. Y justo ahora que esa brecha parecía que empezaba a cerrarse, llega él y no es que la reabra, es que se carga la maldita presa. Hacía tiempo que una serie no me daba estas ganas de comentar cada capítulo, no tanto por los vericuetos de la trama y sus posibles devenires, como en un Lost o en un Westworld cualesquiera. No, apetece comentar cada plano, cada símbolo, cada detalle genial, cada idea alocada que Lynch ha colocado en estas 18 partes. La colección de imágenes y escenas que deja marcadas a fuego en tu memoria es simplemente apabullante. Invita a revisitarla unas cuantas veces, algo que, siendo sinceros hacía varios años que no me pasaba con una serie.
El Twin Peaks de 2017 es caleidoscópico, dadaísta y fractal, contiene multiplicidad de discursos, de planos de lectura y de recursos narrativos, pero de alguna maravillosa manera todo rima y todo encaja. A poco que te fijas, te percatas de que cada capítulo es una unidad temática o cumple una función determinada en el conjunto de la historia. Twin Peaks en 2017 es una reflexión sobre la ficción televisiva, y también una redefinición brillante del clásico camino del héroe, y una crítica a la deshumanización de nuestras sociedades, y un creativo alegato contra los estereotipos de género, y un intento por volver a revolucionar los códigos narrativos y sacudir permanentemente al espectador, y seguramente muchas otras cosas que se me han escapado y que descubriré cuando la revise en un futuro. Pero sobre todo y por encima de todo, es una reivindicación que Lynch hace de sí mismo, de su carrera y su forma de hacer cine (no en vano, las referencias a sus anteriores películas son constantes). Y probablemente, un testamento, su declaración ante la historia.
O quizá no, y volvamos a vernos en 2042. Seguramente, volveremos a necesitarle.
P.D.: Mi única pega… ¡Habría sido total que saliese Nicholas Cage! Puestos a sacar actores lynchianos, ¿no hubiera sido enorme ver a míster histriónico aunque fuese en un cameo?
El Twin Peaks de 2017 es caleidoscópico, dadaísta y fractal, contiene multiplicidad de discursos, de planos de lectura y de recursos narrativos, pero de alguna maravillosa manera todo rima y todo encaja. A poco que te fijas, te percatas de que cada capítulo es una unidad temática o cumple una función determinada en el conjunto de la historia. Twin Peaks en 2017 es una reflexión sobre la ficción televisiva, y también una redefinición brillante del clásico camino del héroe, y una crítica a la deshumanización de nuestras sociedades, y un creativo alegato contra los estereotipos de género, y un intento por volver a revolucionar los códigos narrativos y sacudir permanentemente al espectador, y seguramente muchas otras cosas que se me han escapado y que descubriré cuando la revise en un futuro. Pero sobre todo y por encima de todo, es una reivindicación que Lynch hace de sí mismo, de su carrera y su forma de hacer cine (no en vano, las referencias a sus anteriores películas son constantes). Y probablemente, un testamento, su declaración ante la historia.
O quizá no, y volvamos a vernos en 2042. Seguramente, volveremos a necesitarle.
P.D.: Mi única pega… ¡Habría sido total que saliese Nicholas Cage! Puestos a sacar actores lynchianos, ¿no hubiera sido enorme ver a míster histriónico aunque fuese en un cameo?
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