He ido a ver la película por segunda vez porque la primera me quedé con la boca abierta, sin saber qué pensar. Creo que este sentimiento de extrañeza ha sido generalizado entre el público; lógico: este es el efecto que provoca la originalidad. Se dice que la narración de la obra es inconexa, sin embargo esa es una impresión que se desvanece la segunda vez que se ve. La contemplación de esos planos magníficos, sorprendentes, bañados de la luz de la pintura del siglo xvii español en que personajes y objetos son percibidos en toda su desesperanza y pobreza no es comparable a nada. Por eso, precisamente, "Alatriste" es una obra maestra. Desde luego no es una película de acción, que ha echado mano de innumerables efectos especiales al estilo de un cine comercial que sacrifica las más de las veces la estética por la velocidad y el sentimiento auténtico por una pose de rigor de un segundo de duración. No, "Alatriste" no es "Los tres mosqueteros" ni Viggo Mortensen un actor cualquiera, como tampoco lo es el espléndido plantel de actores españoles que aparece en la película, Blanca Portillo incluida. Por cierto, una elección esta digna de aplauso: su presencia ambigua confiere al personaje del inquisidor una maldad más intensa por venir envuelta de fragilidad.