Al salir de clase te apetecía hacer muchas cosas, con tal de no llegar a casa y ver esta serie. Las imágenes herían la sensibilidad, pero aún así la vi, me regocigé en esta serie llena de estiércol. Mis amigos plebeyos me la recomendaron, y les hice caso, maldita sea mi estampa. No tengo nada en contra de los estudiantes veteranos siempre y cuando aparenten tener una edad adecuada. Lo que me repugna son las hordas de ternescos y asilvestrados actores que, sobrepasada la cuarentena, inundan las series españolas para jóvenes. Si ésta fue una serie para lanzar a ciertos actores jóvenes, aún no entiendo el tipo de experimento que quisieron hacer con Carlos Sobera. Éste señor es un páparo, un onagro malandrín, que serpenteó antena 3 y Dios sabe qué antros para conseguir triunfar en el cine, hasta que recaló en ésta serie: desde entonces, todo fue coser y cantar, comenzó a salir en todos los sitios, vamos que pidió el comodín de la ubicuidad y se ganó un hueco en mi olimpo de malos actores.

Lidia Bosch, natural y desenvuelta ella: Emilio Aragón, payaso de los quirófanos: y los demás, maravillosos, impresionante reparto. Para los que nunca la vieron, ahí va la crónica de un capítulo.
El hijo menor del Doctor, en una tarde de aburrimiento y sopor, decide que la mejor forma de despertar de su inocencia y quizá de limpiar sus espinillas es la ingesta de vodka. Ingiere con avaricia, no deja de darle al pimple mientras su abuelo, en la cocina, juega al dominó con Matías. Presa de una graciosa y humillante melopea, se tambalea entre sus peluches y cae fulminado sobre la cama, con tal mal fario que golpea su cabezón contra la mesilla de noche. El estruendo interrumpe los mundiales de dominó y, raudo y veloz, sube Manolo a ver qué le pasa al chaval. Caramba, al pelagatos sólo le faltó comerse la botella. Manolo, con la voz temblorosa y con constantes espasmos, explica al chaval que no beba más en casa.
Sí, señores, les hablo de algo que ocurrió en la serie, aunque parezca mentira. Para los anales del cine, quedan las operaciones a corazón abierto del Doctor Martín, la repelencia de la niña pequeña y toda la familia y allegados.
Si lo primero que se pierde en la guerra es la inocencia, lo primero que se pierde al ver esta serie es el buen gusto.

Bueno, para el que nunca haya visto esta obra maestra de la televisión, destacaré unas líneas muy generales que también pueden aplicarse a otras series españolas, como médico de familia y todas esas.
Básicamente, la serie se compone de una amalgama de personajes interpretados por actores más malos que mandar al abuelo a por droga. Todos ellos interpretan a estudiantes quinceañeros cuando el reparto sobrepasa la treintena y se le ve el cartón.
La actuación de Francis Lorenzo es, sencillamente, memorable. Constantes sus espasmos, sus extraños movimientos de manos, su voz profunda y su credibilidad como profesor.
Por supuesto, no pueden faltar nuestros tópicos escolares: el gordo (uno pelirrojo), el malote (quimi), la verdulera (aquella de verano azul) y el resto de la tropa.
El alcoholismo de beatriz carvajal (aquella que hablaba gallego siendo de Albacete), de un realismo sublime, jeje.