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22 de septiembre de 2014
22 de septiembre de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si te gustó alguno de los capítulos anteriores de esta saga cinematográfica, sigue mi consejo y no veas éste. No entiendo cómo es posible que Bruce Willys haya aceptado el papel de una película que es mala en todos los aspectos posibles: Guión, diálogos, actuaciones, trama, y un largo etcétera.
La particular excusa con la que parte el filme, además de ridícula y poco creíble (hasta donde yo sé, John Mclane tenía solo una hija), embarca a John en un viaje absurdo a la madre Rusia para hacer de payasito cuentachistes de un hijo que va de sobrado. La película es una retahíla de memeces adornadas de efectos especiales que van salpicando la pantalla sin ton ni son.
Estuve a punto de apagar el televisor tras la primera persecución automovilística "mortal" de Mcclane, hijo y compañía. Sin embargo, pensé: "por Dios, no puede ser tan mala, aquí han metido mucho dinero, tiene que mejorar sí o sí". Me equivoqué. Va de mal en peor.
Si en la cuarta entrega, que a diferencia de lo que muchos opinan me parece magnífica en todos los sentidos, Mcclane había pasado a convertirse en lo que ya se iba aventurando en anteriores capítulos, un superhéroe, aquí nos encontramos con un saco de boxeo que no deja de ser golpeado y de golpearse a sí mismo, porque el guión, a falta de argumento sólido e interesante, lo exige.
Esta última entrega de la serie va del punto A al punto B sin ningún tipo de miramiento. Todo sucede rápido y sin motivo. Las conversaciones entre padre e hijo (único hilo de la película), si es que se les puede llamar así, son una aténtica gilipollez, un compendio de recíprocas frases chorras que se repiten, una tras otra, hasta la saciedad.
Si el director pretendía hacer reír al graderío, lo siento, no lo consigue. Más bien, todo lo contrario. Nada tiene sentido en 'La Jungla: Un Buen Día para Morir'. Ni siquiera su título, pues no palma ni uno de los protagonistas. Supongo que lo del título va por los malos.
Por si fuera poco, la escena final con la que concluye este bodrio es, de verdad, de vergüenza ajena. Padre e hijo descendiendo de avión con hija corriendo a abrazarlos, mientras el bueno de Bruce tira de la misma sonrisa ladeada que no deja de exprimir durante todo el maldito largometraje. Para echarse a llorar, de verdad.
La particular excusa con la que parte el filme, además de ridícula y poco creíble (hasta donde yo sé, John Mclane tenía solo una hija), embarca a John en un viaje absurdo a la madre Rusia para hacer de payasito cuentachistes de un hijo que va de sobrado. La película es una retahíla de memeces adornadas de efectos especiales que van salpicando la pantalla sin ton ni son.
Estuve a punto de apagar el televisor tras la primera persecución automovilística "mortal" de Mcclane, hijo y compañía. Sin embargo, pensé: "por Dios, no puede ser tan mala, aquí han metido mucho dinero, tiene que mejorar sí o sí". Me equivoqué. Va de mal en peor.
Si en la cuarta entrega, que a diferencia de lo que muchos opinan me parece magnífica en todos los sentidos, Mcclane había pasado a convertirse en lo que ya se iba aventurando en anteriores capítulos, un superhéroe, aquí nos encontramos con un saco de boxeo que no deja de ser golpeado y de golpearse a sí mismo, porque el guión, a falta de argumento sólido e interesante, lo exige.
Esta última entrega de la serie va del punto A al punto B sin ningún tipo de miramiento. Todo sucede rápido y sin motivo. Las conversaciones entre padre e hijo (único hilo de la película), si es que se les puede llamar así, son una aténtica gilipollez, un compendio de recíprocas frases chorras que se repiten, una tras otra, hasta la saciedad.
Si el director pretendía hacer reír al graderío, lo siento, no lo consigue. Más bien, todo lo contrario. Nada tiene sentido en 'La Jungla: Un Buen Día para Morir'. Ni siquiera su título, pues no palma ni uno de los protagonistas. Supongo que lo del título va por los malos.
Por si fuera poco, la escena final con la que concluye este bodrio es, de verdad, de vergüenza ajena. Padre e hijo descendiendo de avión con hija corriendo a abrazarlos, mientras el bueno de Bruce tira de la misma sonrisa ladeada que no deja de exprimir durante todo el maldito largometraje. Para echarse a llorar, de verdad.
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