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7,0
18.547
8
2 de mayo de 2025
2 de mayo de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
Desde los créditos iniciales (con letras que emergen en blanco entre la oscuridad, como anticipando una elección entre iguales) hasta una fotografía que sabe cuándo romper la simetría y cuándo abrazarla, Cónclave es un ejemplo de cómo el cine político puede hablar bajito y retumbar igual.
El ritmo es pausado, pero consigue sostener el interés más por atmósfera que por acción. La película recrea el proceso de elección papal como una coreografía de poder, donde los cardenales fuman, dudan, maniobran… y se miden en silencio. Destaca especialmente el uso de los espacios: la sala de actos con butacas, donde se debaten los temas clave, cobra un protagonismo visual y simbólico muy potente. El teatro de la política.
Cónclave no es un thriller ni una crítica explosiva. Es una liturgia del poder, un ensayo sobre la duda, y un retrato elegante de cómo a veces —muy pocas veces— la luz se cuela por la rendija menos pensada.
El ritmo es pausado, pero consigue sostener el interés más por atmósfera que por acción. La película recrea el proceso de elección papal como una coreografía de poder, donde los cardenales fuman, dudan, maniobran… y se miden en silencio. Destaca especialmente el uso de los espacios: la sala de actos con butacas, donde se debaten los temas clave, cobra un protagonismo visual y simbólico muy potente. El teatro de la política.
Cónclave no es un thriller ni una crítica explosiva. Es una liturgia del poder, un ensayo sobre la duda, y un retrato elegante de cómo a veces —muy pocas veces— la luz se cuela por la rendija menos pensada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El atentado que sucede justo antes de la votación puede parecer artificioso por cómo irrumpe en la trama, pero como símbolo funciona: la grieta en el cristal representa la imposibilidad de encerrar la institución fuera del mundo. Lo externo se cuela, quieras o no, y se aprovecha para influir.
Sobre el giro final, el famoso “momento revelación”: aquí es donde el público se divide. Hay quien lo compra por lo que representa (aire fresco, símbolo de renovación), y hay quien lo rechaza por la forma (exceso de ingenuidad en su aceptación, discurso que lo arregla todo, y un sistema que parece redimirse en cinco minutos).
Lo que sí funciona —y ahí hay que reconocerle mérito— es cómo se usa la diferencia (género, sensibilidad, alejamiento del poder) como clave de contraste. Que lo nuevo venga de fuera es coherente. Que se acepte tan rápido… cuesta más de tragar.
¿Idealista? Sí. ¿Necesario? También.
Y aunque todo se resuelva rápido —quizá demasiado—, el retrato es claro: cuando el sistema está viciado, la regeneración solo puede venir desde la periferia.
Sobre el giro final, el famoso “momento revelación”: aquí es donde el público se divide. Hay quien lo compra por lo que representa (aire fresco, símbolo de renovación), y hay quien lo rechaza por la forma (exceso de ingenuidad en su aceptación, discurso que lo arregla todo, y un sistema que parece redimirse en cinco minutos).
Lo que sí funciona —y ahí hay que reconocerle mérito— es cómo se usa la diferencia (género, sensibilidad, alejamiento del poder) como clave de contraste. Que lo nuevo venga de fuera es coherente. Que se acepte tan rápido… cuesta más de tragar.
¿Idealista? Sí. ¿Necesario? También.
Y aunque todo se resuelva rápido —quizá demasiado—, el retrato es claro: cuando el sistema está viciado, la regeneración solo puede venir desde la periferia.

7,4
44.829
9
20 de abril de 2025
20 de abril de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
Oppenheimer no es una película sobre la bomba atómica, sino sobre el silencio que vino después.
Nolan construye un biopic que es, en realidad, un estudio sobre el dilema moral, el poder sin control y la conciencia atrapada en un cuerpo brillante.
Cillian Murphy no interpreta a un genio: interpreta a un hombre que empieza escuchando música sin saber leer la partitura… hasta que le entregan la batuta.
La película está narrada como una implosión, donde tres líneas temporales se entrelazan con la precisión de un dispositivo que no puede fallar. Y cuando llega el momento… no se oye nada. Pero tú sabes que ya nada volverá a sonar igual.
Creo que el plano más importante ocurre antes de la explosión, o qué conversación final lo cambia todo, sigue leyendo abajo. Ahí está la verdadera detonación.
Nolan construye un biopic que es, en realidad, un estudio sobre el dilema moral, el poder sin control y la conciencia atrapada en un cuerpo brillante.
Cillian Murphy no interpreta a un genio: interpreta a un hombre que empieza escuchando música sin saber leer la partitura… hasta que le entregan la batuta.
La película está narrada como una implosión, donde tres líneas temporales se entrelazan con la precisión de un dispositivo que no puede fallar. Y cuando llega el momento… no se oye nada. Pero tú sabes que ya nada volverá a sonar igual.
Creo que el plano más importante ocurre antes de la explosión, o qué conversación final lo cambia todo, sigue leyendo abajo. Ahí está la verdadera detonación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película se construye alrededor de un dilema que el propio protagonista intenta esquivar mientras lo está creando. Durante buena parte de su trayectoria, la disonancia cognitiva mantiene a Robert Oppenheimer centrado en el reto científico, aislado emocionalmente del monstruo que está pariendo.
Cree que la bomba traerá un final a la guerra y una paz basada en el equilibrio internacional. Pero lo que no quiere ver es que, al entregar ese poder a un solo país, el equilibrio deja de ser interesante para quienes lo ostentan.
El momento Trinity no es solo una explosión, es el punto de no retorno emocional.
Y Nolan lo trata con una elegancia devastadora: el silencio tras el impacto hace más ruido que cualquier banda sonora.
Pero antes de esa secuencia hay un plano que define todo:
la silueta de Oppenheimer frente a la bomba a contraluz. Él, humano; la bomba, monstruosa, inerte, pero viva. Es el cara a cara entre el creador y su criatura.
La ovación tras el bombardeo de Hiroshima refleja el efecto de vivir en una burbuja de aislamiento y propósito. La escena posterior en el gimnasio, con el confeti cayendo y Oppenheimer temblando por dentro, es quizá la más dolorosa de toda la película: el momento en el que se traiciona a sí mismo, dice lo que esperan que diga y comprende que la bomba no ha traído paz, sino la antesala de la autodestrucción.
Y es en la conversación final con Einstein donde la película se revela del todo.
Oppenheimer creyó que la reacción en cadena se detendría, como la reacción atómica. Pero Einstein le recuerda —sin decirlo— que la verdadera bomba es el ser humano: la ambición, el miedo, el poder sin freno. La frase “quizás hablaron de algo más importante que usted” es el dardo final a Strauss, pero también una advertencia para nosotros.
Como en toda buena historia, no se trata de juzgar al protagonista, sino de entenderlo. Y Nolan parece decirnos que solo si recordamos lo que ocurrió… tal vez podamos detener la próxima reacción en cadena.
Cree que la bomba traerá un final a la guerra y una paz basada en el equilibrio internacional. Pero lo que no quiere ver es que, al entregar ese poder a un solo país, el equilibrio deja de ser interesante para quienes lo ostentan.
El momento Trinity no es solo una explosión, es el punto de no retorno emocional.
Y Nolan lo trata con una elegancia devastadora: el silencio tras el impacto hace más ruido que cualquier banda sonora.
Pero antes de esa secuencia hay un plano que define todo:
la silueta de Oppenheimer frente a la bomba a contraluz. Él, humano; la bomba, monstruosa, inerte, pero viva. Es el cara a cara entre el creador y su criatura.
La ovación tras el bombardeo de Hiroshima refleja el efecto de vivir en una burbuja de aislamiento y propósito. La escena posterior en el gimnasio, con el confeti cayendo y Oppenheimer temblando por dentro, es quizá la más dolorosa de toda la película: el momento en el que se traiciona a sí mismo, dice lo que esperan que diga y comprende que la bomba no ha traído paz, sino la antesala de la autodestrucción.
Y es en la conversación final con Einstein donde la película se revela del todo.
Oppenheimer creyó que la reacción en cadena se detendría, como la reacción atómica. Pero Einstein le recuerda —sin decirlo— que la verdadera bomba es el ser humano: la ambición, el miedo, el poder sin freno. La frase “quizás hablaron de algo más importante que usted” es el dardo final a Strauss, pero también una advertencia para nosotros.
Como en toda buena historia, no se trata de juzgar al protagonista, sino de entenderlo. Y Nolan parece decirnos que solo si recordamos lo que ocurrió… tal vez podamos detener la próxima reacción en cadena.
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