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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
19 de noviembre de 2021
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me decido a estrenarme en la crítica en FA porque El apego me ha noqueado, completamente por sorpresa. Me he enamorado. Y como, de momento, tiene pocos visionados y no muy altas calificaciones, me he animado a echarle este granito de arena que nadie ha pedido.

No conozco la obra previa de Valentín Javier Diment y pienso ponerle remedio, pronto.
El apego es un cóctel desprejuiciado de géneros: pieza de cámara, thriller dramático, melodrama barroco, love story de opuestos, horror sin sustos, con escogidas pinceladas de humor, casi surreal, a veces imperceptibles. Nunca estás seguro que se estén tomando nada en serio.
Diment se da la libertad de atreverse con todo. Crea un artefacto artificioso (con perdón) que siempre va un paso por delante del espectador, sin cumplir casi ninguna de nuestras expectativas y siempre encuentra un giro, una solución más loca y mejor que el cliché esperado para cada género. Siempre a un paso de caer en el ridículo, sin hacerlo. ¿No es en ese riesgo donde reside el arte más valiente? He leído que ha dicho que le sirvieron de inspiración Douglas Sirk, Fassbinder y Almodóvar. Pues, lo dicho.

Ha creado un revoltijo único, que evoca a otras pelis, pero es único. De Almodóvar me vino a la mente, entre otras, La piel que habito, claro. Ciertos encuadres extremos, el extrañamiento, el barroquismo estético y conceptual, el uso de la música, ciertas relaciones de personajes y cómo cambian en ellas los roles de poder, los traumas del pasado, la enfermedad mental, incluso el mad doctor.
También evoca al referente confeso de ésta, Los ojos sin rostro, de Georges Franjú, y a Las diabólicas, de Clouzot.
Aunque a mí me transportó sobre todo a una peli de la Hammer, muy desquiciada, El alucinante mundo de los Ashby (Paranoiac), de Freddie Francis, cuento psicótico y barroco sobre las devastadoras consecuencias de los traumas infantiles.

También resulta inevitable ver en ella al Hitchcock de Psicosis (la madre castradora, el outfit, el moño y la postura corporal con el cuchillo (o sucedáneo) en alto en la escena que lo desencadenará todo, o todos los planos en el coche me recordaron a los de Janet Leigh).

Todos los actores están perfectos en sus roles, pero las dos protagonistas andan tres pueblos más allá del elogio. Jimena Anganuzzi compone una criatura frágil, herida, mentirosa compulsiva, enferma, despiadada y tierna, todo a la vez. Y Lola Berthet, con ese rostro tan expresivo, como de otro tiempo, tiene dos momentos memorables: esa expresión de puro horror, que la cámara de Diment capta de perfil iluminando la esclerótica, al percatarse de lo que está ocurriendo en el potro de su consulta. Eriza la piel.
Y luego, ese plano tan largo en el que por su cara pasan toda la gradación de emociones del goce y la felicidad, pero también cruza alguna sombra, cuando el éxtasis inunda de color (literalmente) una vida gris, abocada ya en adelante y sin poder remediarlo, al amor y sus abismos.
11 de diciembre de 2021
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya desde su título, Shaun of the dead, supone un guiño cómplice al Dawn of the dead, de George A. Romero, a esos 'zombis' que combatían zombis. Crítica soterrada a la sociedad de consumo, cambiando el centro comercial de aquélla, por el más autóctono reducto del ocio inglés, el pub. Aquí, el pub y la PlayStation erigidos como suminitradores de emociones para sobrellevar unas vidas adocenadas, unos trabajos alienantes. Todo desde la comedia. Negra. Porque, ante todo, aquí los zombis son una excusa (si no lo son siempre).
Zombies party es una comedia romántica, muy british (más comedia que romántica), con quirúrgicas y certeras pinceladas dramáticas, con apocalipsis zombi de fondo, sobre el crecimiento personal y la maduración. Y maduración sin pasarse (no haremos spoilers).

Simon Pegg y Edgar Wright, en ésta, la entrega inaugural de la llamada Trilogía del Cornetto, firman un guión modélico, plagado de gags inspiradísimos: el zombi haciéndoles el coro desde la penumbra; el zapeo en el que todos los canales parecen referirse a la invasión, partidos de fútbol y documentales de animales, incluidos; los dos amigos discutiendo qué discos pueden lanzar como armas arrojadizas y cuales indultar; el grupo simulando ser muertos vivientes tras una acelerada clase de interpretación; la piñata al zombi a ritmo de Queen; la camarilla dando instrucciones al portador del rifle, en el pub, como si estuviesen jugando a la Play en vivo; el encuentro de los dos comandos, con todos sus integrantes duplicados en sosias (siendo todos, en la vida real, reputados cómicos británicos, tienen un lugar especial en mi corazòn, Lucy Davis y Martin Freeman, artífices de la eterna (casi) tensión sexual no resuelta que nos tuvo en vilo en la mítica The Office); los gags del epílogo: del humor amarillo al cobertizo game room, con sorpresa final...Y tantos más...

Edgar Wright, a los mandos, muestra una gran variedad de recursos: de la ráfaga, picadísima, de planos, en los diversos planes para rescatar a la madre, a esos dos planos-secuencia, casi idénticos, antes y después de la invasión, con nuestro protagonista siendo incapaz de percibir la diferencia. Hasta tal punto resultan intercambiables seres de ultratumba y humanos alienados, parece querernos decir.

Shaun of the dead es una obra pop, de género, multirreferencial, donde caben de Carpenter a Raimi, pasando por el Peter Jackson de Braindead o el Landis de Un hombre lobo americano en Londres, pero quisiera quedarme con las referencias evidentes alejadas del género fantástico: del western de encierro y asedio, con Río Bravo a la cabeza (el pub no puede llamarse Winchester en vano), al homenaje a Reservoir dogs, cuando se apuntan unos a otros con sacacorchos y botellas rotas, variando el icónico "deja de apuntar a mi padre" por el "deja de apuntar a mi madre", ataviados los dos antagonistas, claramente, uno del Christopher Walken de El cazador y el otro del Dustin Hoffman de Perros de paja, siendo este último el desatascador dramático de la subtrama, en la escena siguiente, con ese gatillazo que deja las cartas, que por convención social escondemos, al fin sobre la mesa.
20 de julio de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Zootrópils (Zootopia), Disney se viste de Pixar, se diría que muda a Pixar (la absorción propició, seguro, inevitables sinergias). Aparca su habitual menú a base de azúcar y canciones y nos sirve liebre por gato con este banquete de buenas ideas bien cocinadas.

Así, Tambor y Robin Hood dejan los bosques y se zambullen en el rugido de la gran ciudad. La conejita Judy y el zorro Nick (acaso la dama y el vagabundo de un mundo más paritario), enamoran en esta buddy movie tocada por el encanto, plagada de todos los tópicos posibles de las pelis de colegas y thrillers que en el cine han sido; y aunque es posible que en su guion de hierro, en verdad muy trabajado y bien hilado, se cuele alguna pesquisa con atajo, es un peaje absolutamente necesario para que los niños puedan seguir la historia sin perderse en vericuetos policiales.

Porque ése es otro de sus fuertes: es la película perfecta para que el niño/a de 8 años y su madre/padre de 40 lo pasen igual de bien (slapstick y screwball comedy conviviendo en armonía), con este feliz alegato en favor de la integración, el empoderamiento y la tolerancia.

Con un diseño del dibujo, imaginería visual y ejecución técnica prodigiosos, si Zootopia es una joya, es porque está infestada de hallazgos, guiños, ideas en tromba y subidón, vehiculadas por una galería de personajes a cuál más trabajado y matizado:

La trama del contrabando de helados, por la que se conocerán los dos protagonistas (genial el chiste/cameo de Lemming Brothers), con ese impagable robaescenas, un ‘bebé’ orejotas con mucha calle; la loca persecución a la comadreja por la ciudad en miniatura; los lobos guardianes, incapaces de reprimir el instinto de responder al aullido de sus congéneres; el episodio de la sauna nudista y ese conserje emporrado de involuntaria memoria prodigiosa; las reuniones matutinas con la orden del día en esa comisaría tan Hill Street blues.

El guiño a Breaking bad; el muy evidente a El padrino , que lleva escondido otro no tan obvio a Training day (¿o no es acaso toda la peli un largo Día de entrenamiento para una poli novata, aparentemente débil que acabará revelando una mentalidad y determinación hercúleas?; así ocurre en ésta con Judy Hopps como se daba con Ethan Hawke en aquélla), con esa milagrosa casualidad que les salvará la vida por haber llevado a cabo antes una buena y profesional acción de salvamento al inocente, familiar directo de su verdugo.

Mención aparte merece la magistral pieza de los perezosos funcionarios de la Dirección Animal de Tráfico y su parsimonioso proceder en plena urgencia (parsimonia reservada al horario de trabajo, pues es menester saber que un perezoso funcionario al volante puede ser de lo más rápido y furioso).

¿Y lo orgulloso que estaría Chéjov viendo lo bien amartillada que está aquí su famosa pistola, en forma de proverbial bolígrafo-zanahoria-grabadora?!!

Y es que cuando se han hecho tan bien las cosas durante todo el camino, en el momento que todo parece perdido, salta la liebre.
25 de agosto de 2022
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se disponen a emprender ruta hacia el histórico condado de Yorkshire en la vieja caravana de Chris, su recién estrenado novio, Tina le suelta "Show me your world, Chris", y en los siguiente 80 minutos, eso será exactamente lo que ocurra, un viaje iniciático por la desinhibición de las pulsiones más primarias, que Chris airea con desconcertante naturalidad y Tina, hasta entonces reprimía en la olla exprés de una vida en sedación de adulta-niña, bajo las faldas de una madre sumamente controladora.
A Chris, el mentor, le mueven la envidia, el resentimiento, la creencia de merecer más de lo que la vida le ha dado. Es un ser disfuncional, sin futuro, al que se le han caído sueños y tabúes, al final de un camino sin retorno.
Por contra, a Tina, la auténtica protagonista de la función, mujer acomplejada, que se mueve entre los celos pueriles y el puro arrebato, se le ha abierto un mundo nuevo.
Podrían ser personajes de una de Mike Leigh, pero aquí el desclasado ha hecho 'clic' y ha sacado a pasear al monstruo inadaptado.

Vi Sightseers por primera vez en el festival de Sitges de 2012, en el Casino Prado, y ni sus butacas incomodísimas pudieron empañar un momento único de catarsis colectiva total. Recuerdo ese pase como una locura.
La peli se alzó con los premios a mejor actriz, para la magnífica y magnética, Alice Lowe, y al mejor guión, de la propia Lowe y su perfecto partenaire, Steve Oram. No se llevó la mejor película y dirección porque ese año, con Holy motors, no podía ser porque era imposible, y porque los festivales son así.

Turistas, por temática, pareja de asesinos en ruta y finalmente en fuga, nos podría llevar a pensar en propuestas del tipo Los asesinos de la luna de miel o Malas tierras, pero por tono, se encuadra en el ya seguro no último peldaño de la larga tradición de la comedia negra inglesa, cuyo peldaño inaugural podrían ser las comedias de los Estudios Ealing; por no soltar a la parca, pienso en El quinteto de la muerte o en Ocho sentencias de muerte, y en el penúltimo estaría la famosa Trilogía del Cornetto, de Edgar Wright, no en vano, ni por casualidad, productor ejecutivo de Turistas, producida también por Nira Park, productora habitual de las películas de Wright.

Se comparó a Turistas en su estreno, con insistencia, con su casi coetáneo reverse americano, God Bless America, de Bobcat Goldthwait, pero me parecen propuestas diametralmente opuestas. Y como encuestador diletante diré, que además he comprobado gustan a públicos antagónicos. Yo voy a muerte con el equipo turista.
La propuesta americana presenta a dos cruzados que tienen una misión, con discurso justiciero y tono, estética y despreocupada moral tarantinescas.

Del lado británico tenemos a dos animales reaccionando, con un desarrollo de personajes notabilísimo, y el toque Weathley.
Ben Weathley le da a Turistas un tono enrarecido, ensoñado, seco, que ya tenían sus previas Down Terrace y Kill list y que llega al paroxismo en la siguiente, ese tripi llamado A field in England.
Presenta lo que parece una comedia romántica, punteada con una música liviana y despreocupada y una fotografía nítida, que le dan a la conjunto un tono casi de cuento y, de repente, se dan estallidos de violencia seca, cuyas consecuencias son explícitas, ni se da en fuera de campo, ni se recrea en ella, ni la muestra de modo esteticista.
No nos permite sustraernos de las consecuencias de lo que acaba de ocurrir, mientras se nos congela la risa tonta. Nos deja sin brújula, en manos de dos seres abyectos e impresentables, que nos caen bien y nos hacen reír.

Se cruzarán en su periplo, para desgracia de estos, con una variopinta galería de personajes afectados del incivismo, manías, invenciones del TBO, miserias y petulancias de las que todos participamos de algún modo, que acabará dándonos un retrato irónico de la Inglaterra todavía renqueante de la crisis del 2008, pero no radiografiada desde la gran urbe, centro de la civilización, si no desde los Midlands, en plena campiña, en el histórico condado de Yorkshire, entre castillos semiderruidos, círculos de piedra, parajes inhóspitos, cuevas milenarias de aspecto fantasmal. Todo ello da al conjunto un tono atávico, mágico, místico, reforzado con episodios como el de los hippis chamanes, el recitado del Nuevo Jerusalén, de William Blake, que brota como por encanto durante el asesinato que decantará definitivamnte a Tina hacia la causa, que termina en un evidente guiño de Chris al mono de 2001: una odisea del espacio, acercándonos, con todo ello, a aquello que de primitivo y atávico pervive en todos nosotros.

En su huída final ascendente, por carreteras serpenteantes, cada vez más solitarias, se abre un paisaje entre brumoso y alucinado, como lejos ya de este mundo, como lo están ellos, donde nos espera el gag final, absolutamente genial, inesperado, sorpresivo y, a fin de cuentas, perfectamente lógico con todo lo visto, mientras atrona el The power of love, de los Frankie Goes To Hollywood, que me llevo puesto una semana entera cada vez que la veo, inventándome la mitad de la letra.
8 de noviembre de 2024 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando trasladan al Baby a los calabozos anexos al juzgado donde va a declarar como testigo en el macrojuicio del 11-M, desde el correccional de menores en el que ya está cumpliendo condena por los mismos hechos, le pregunta la hora al celador, que le informa que faltan 7 horas para que le llamen a declarar. A él le parece un mundo y pregunta: "¿y qué hago?". Y el celador le responde con un lacónico: "Piensa".

Ya de adulto, en lento proceso de digerir y admitirse lo ocurrido, le confiesa a Manuel Jabois: "es que en aquellos años yo no pensaba".

'Nos vemos en la otra vida', la última producción de los hermanos Sánchez Cabezudo, creadores de la piedra fundacional de la nueva ola de series de calidad en España, Crematorio (2011) y de una de las mejores películas españolas en lo que va de siglo, La noche de los girasoles (2006), está basada en el sumario del macrojuicio del 11-M y en la entrevista que Gabriel Montoya Vidal 'Baby', concedió al periodista y escritor, Manuel Jabois, 10 años después de los atentados, de la que saldría su libro 'Nos vemos en esta vida o en la otra'.

La serie se centra , sobre todo, en lo que se conoció mediáticamente como "la trama asturiana", o de cómo un traficante y confidente de la policía, esquizofrénico, permanentemente drogado y con acceso a explosivos y un adolescente perdido, de familia desestructurada, que le tiene como figura paterna a imitar, facilitaron la dinamita a los terroristas que perpetraron el mayor atentado yihadista en suelo europeo, el 11 de marzo de 2004, en Madrid, que se saldó con un balance de 192 muertos y casi 2000 heridos.

Dejar que la trama de un hecho tan traumático de la reciente historia de España recaiga sobre estos dos personajes, escoger este punto de vista, resulta, claro, incómodo, y a su vez, muy valiente.

No se juega a justificar, suavizar, edulcorar, ni siquiera juzgar, ninguna de sus acciones, a menudo incomprensibles, pero no elude tampoco mostrar una infancia desamparada (no es casualidad que la serie termine con el protagonista de niño, solo, buscando a su padre, que se lo acaba llevando de juerga, en medio de un poblado de chabolas), sin referentes adultos sólidos, en un ambiente caciquil, con pocas oportunidades y salidas, y droga por todas partes.

Pero a su vez, también muestran a otros chavales, de su misma edad, en su mismo ambiente, en la misma tesitura, que no siguen los pasos que toma el Baby tras ese flautista de Hamelin que es Emilio Suárez Trashorras.

A ratos resultan trasuntos de pueblo del Ray Liotta, fascinado por el hampa y el Robert De Niro, mentor, de Goodfellas (Uno de los nuestros). Aunque probablemente Trashorras podría albergar en uno solo, a los personajes de De Niro y Joe Pesci, como ese ser magnético, impredecible, manipulador, agresivo ya desde su escena de presentación, apaleando por nada a un indefenso repartidor de pollos al ast. Y como en Goodfellas, está la película punteada por una voz en off, a ratos invasiva, pero nunca molesta, y acaba, como aquélla, en un juicio, y podríamos convenir, en una delación.

Pero la realización de 'Nos vemos en la otra vida' está mucho más cerca del Fincher, pausado y oscuro, de movimientos sinuosos, que del Scorsese de cámara cocainómana.

La acción transcurre en tres líneas temporales, con constantes saltos de una a otra, punteadas por la voz en off de Quim Àvila en la entrevista a Jabois y por la minimalista y atmosférica banda sonora de Oliver Arson y Abel Hernández, con prevalencia de unos pocos instrumentos de cuerda y viento y pinceladas de electrónica.

No hay un solo actor ni actriz en la serie, por pequeño que sea su papel, al que su personaje no le encaje como un guante, y que no se encuentre en el tono y la intención perfectos. Resultan milagrosos los roles y las interpretaciones de los episódicos Koala, Tenete, Antonio Toro, el Jimmy, el Chino, el padre del Baby, los cuatro impagables testimonios de víctimas del 11-M. Todos y todas.

Y qué decir de los cuatro protagonistas. Empezando por el Baby joven, el debutante Roberto Gutiérrez, que clava a ese niño perdido, pero a la vez bregado en la calle, sediento de cariño y aprobación, incapaz de atar cabos, moviéndose siempre por instinto.

Quim Àvila como el Baby adulto, es un personaje encerrado en una cueva, incapaz de mirarse al espejo, repitiéndose ese mantra protector "me arrepiento de lo que paso, no me arrepiento de lo que hice", pero en los ojos de un Àvila superlativo, se percibe que sí se arrepiente, pero no sabe cómo salir de su laberinto.

Tamara Casellas, como la madre del Baby, es un puro recital. Personaje doliente, atropellado por la vida, cargando con los males del marido, primero, y los del hijo, después.

Y el magnético Pol López como Trashorras, un personaje que da miedo y grima, y está loco y es impredecible y tan simpático y manipulador, y López sabe darle todos esos matices con un acento asturiano trabajadísimo, como también lo está el de Àvila.
SIGUE EN ZONA SPOILER, SIN SPOILERS.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hay tres escenas, entre tantas más, alucinantes en su sencillez:

La impresionante escena de los terroristas en la caja del supermercado, que puede durar tranquilamente, 2 o 3 minutos, con la cámara fija, y la cajera pasando mochilas y más mochilas vacías.

La del Baby adulto, saliendo de su casa, encendido, con un casco de moto puesto para cubrirse la cara, dispuesto a ahuyentar a golpes a los paparazzi apostados frente a su casa, y volviendo al portal donde le espera, confundida, un ligue ocasional, ajena a su pasado, y el juego de reflejos que la realización consigue superponiendo su cara, la de su doble y la de la chica (la gente, los demás), con la puerta transparente de la calle.

Los cuatro testimonios de supervivientes de la masacre, probablemente, imagino, transcripciones exactas de las que pudieron darse en el juicio, con unas interpretaciones neutras, nada enfáticas, alejadas de la búsqueda tramposa de la emoción, mientras hablan de amputaciones, vísceras desparramadas, cuerpos desmembrados. Hiela la sangre y te sumerge en el atentado y sus consecuencias sin mostrar una sola imagen.

Leí a los hermanos Sánchez Cabezudo comentar que la realización mudó conscientemente a partir del atentado. Hasta entonces la cámara viaja pegada a los protagonistas, en constante movimiento con ellos, para a partir del atentado, escoger lentes más largas y dejar la cámara quieta, cuentan que porque "el mundo se ha detenido" y porque ya no es posible mantenerse tan pegado a ellos tras lo ocurrido.

En relación a esto, es revelador el final del cuarto capítulo, en una escena magistral, la última antes de los atentados, en la que aparentemente no ocurre nada, y donde un lento travelling de retroceso lo cuenta absolutamente todo.

Tras pasar toda la noche haciendo viajes de ida y vuelta a la mina, en busca de explosivos, el Baby, exhausto y hambriento, desayuna una hamburguesa en un bar, a primerísima hora de la mañana. Se descalza, porque tiene una herida en el pie, una llaga producida durante esa noche de intensa lluvia, por las rozaduras con las botas de montaña.

Va en calcetines por el local, en busca de un bote de ketchup y va dejando, pequeñas, casi imperceptibles manchas de sangre por el suelo. Finalmente se sienta y la cámara inicia un lento travelling hacia atrás, alejándose poco a poco de él, sale del bar y se cruza en su retroceso con viandantes: grupos de jóvenes, parejas, operarios con mono de trabajo. El perfil de personas que a esa hora pueden ir, o no, así en Avilés como en Alcalá de Henares o cualquier otra parte, camino a un tren de cercanías una mañana de marzo.
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