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Críticas ordenadas por utilidad
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6,1
10.800
8
27 de diciembre de 2012
27 de diciembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si las películas dicen algo, no dicen la verdad. Y a Dios gracias que así sea. Tenemos el escenario: un cazatalentos de baseball cuya característica principal es tropezarse, lo cual se nos explica: muy viejo, Gus Lobel está perdiendo la vista. Pero mejor entender qué es lo que pierde, o si es que pierde algo.
Gus Lobel viaja a Carolina del Norte, la última oportunidad para encontrar un nuevo talento para Atlanta Braves. Pero siendo que las nuevas técnicas de medición y probabilidades, la combinatoria de datos duros, se imponen ante las situaciones, poco importa lo que se perciba allá afuera: es una computadora la que marca la realidad y la vuelve previsible. Entonces, se sabe qué ver y qué esperar, qué no ver y qué no esperar.
Gus Lobel viaja a Carolina del Norte, la última oportunidad para encontrar un nuevo talento para Atlanta Braves. Pero siendo que las nuevas técnicas de medición y probabilidades, la combinatoria de datos duros, se imponen ante las situaciones, poco importa lo que se perciba allá afuera: es una computadora la que marca la realidad y la vuelve previsible. Entonces, se sabe qué ver y qué esperar, qué no ver y qué no esperar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Entre tanto, lo que se nos dice al comienzo, de lo que hay que desconfiar, se intensifica. Mickey, menos preocupada por la salud de su padre que en saldar cuentas con él, lo acompaña. Es necesario hacer un balance y que no arroje números en rojo para seguir avanzando, si es que tal cosa pueda lograrse recapitulando. Sospechemos también de esto. Si Mickey quiere saldar cuentas, su padre, creo, es un motivo secundario. Treinta y tres años, un departamento, una carrera brillante, un noviazgo o algo parecido, el éxito inminente, etc. También hermosa. Y de nuevo, a Dios gracias.
Entonces, una promesa: un joven que batea y batea y batea. Pero, si batea es por dinero, por prestigio social, por mujeres. No es un juicio de valor, es un hecho. Daría lo mismo para él ser empleado de Wall Street o gerente de una multinacional. También todo muy ordenado: un norte brillando claro en lo alto de su frente, o mejor, en el interior de su cabeza. Serás lo que debas ser, o no serás nada.
Un nuevo personaje entra en escena: Flannegan, un joven cazatalentos de los Red Sox. Como es natural, Mickey lo deslumbra. Entonces, el juego del baseball, se convierte para ellos en una conversación. Podría decirse: el hombre que se sigue tropezando, empieza a contagiar ese andar a tropezones.
En este punto, lo más importante: nadie en la película sabe lo que busca; sí lo que quieren encontrar, pero no lo que efectivamente buscan, con excepción del Gus Lobel, sí, pero haciendo una salvedad: sabe lo que encuentra, aunque eso no corrobore lo que busca. De hecho, es el encargado de legitimar lo que se presume: el que batea y batea y batea es una promesa. Así que nada de conclusiones arriesgadas.
Los puntos se van tramando: luego de acercamientos, distancias y puntos muertos, Mickey y Jhonnie terminan nadando en una laguna por la noche. ¿Trillado? Sí, pero poco importa, puesto que antes hay una escena que, por un lado, dispara esa acción, y por el otro, sigue caracterizando al protagonista: mientras los tres están en un bar de bastante poca vida, dadas las circunstancias, Gus empuja a Mickey: Salgan. ¿Por qué ustedes dos no salen a conocer gente? Diviértanse. Lo importante: salgan. Es literal. ¿Salir de dónde, ¿hacia dónde? Hay que salir. Es el exterior lo que verdaderamente importa. En la interioridad hay pocas cosas que merezcan la atención. Algo semejante ocurría antes: nada que corroborar, nada que sostener. Experimentar. ¿Qué es lo que querés? ¿qué es con lo que tropezás? ¿Por qué eso puede dibujar los contornos del protagonista? Porque viaja. Porque ve. Porque decepcionar es un placer.
Y por último: ¿con qué se encuentra Gus? Hay un sonido que marca lo que parecía irrefutable. El que batea y batea y batea no puede batear. A pesar de que batea y batea y batea, no puede hacerlo por una simple razón: él busca lo que batear, pero no batea todo lo que viene. No puede con las curvas. Sí, un sonido puro, el protagonista tiene mala vista, pero oye un indicio, un signo de algo que no va bien. Es cierto que Mickey le presta sus ojos, pero también secundariamente. Corrobora lo irrefutable: batea, pero no puede batear. A Mickey le sucede otro tanto: vive, pero no puede vivir. Tal vez ese sea uno de los grandes trazos de la película: el contacto con la vida. No con las expectativas, sino con la vida. Entonces, hacia el final, qué es lo que querés hacer se complementa: qué es lo que sabés hacer. El sonido puro que exige ser oído, el amor puesto en juego, o en el juego. Volvemos al comienzo: el protagonista importa menos por lo que pierde que por lo que hace perder. En los grandes descubrimientos, en las grandes expediciones, no sólo hay incertidumbre ante lo que se va a descubrir y conquista de lo desconocido, sino también la invención de una línea de fuga y el poder de la traición: ser el único traidor y traicionar a todos. Carolina del Norte se encuentra al Sur.
Entonces, una promesa: un joven que batea y batea y batea. Pero, si batea es por dinero, por prestigio social, por mujeres. No es un juicio de valor, es un hecho. Daría lo mismo para él ser empleado de Wall Street o gerente de una multinacional. También todo muy ordenado: un norte brillando claro en lo alto de su frente, o mejor, en el interior de su cabeza. Serás lo que debas ser, o no serás nada.
Un nuevo personaje entra en escena: Flannegan, un joven cazatalentos de los Red Sox. Como es natural, Mickey lo deslumbra. Entonces, el juego del baseball, se convierte para ellos en una conversación. Podría decirse: el hombre que se sigue tropezando, empieza a contagiar ese andar a tropezones.
En este punto, lo más importante: nadie en la película sabe lo que busca; sí lo que quieren encontrar, pero no lo que efectivamente buscan, con excepción del Gus Lobel, sí, pero haciendo una salvedad: sabe lo que encuentra, aunque eso no corrobore lo que busca. De hecho, es el encargado de legitimar lo que se presume: el que batea y batea y batea es una promesa. Así que nada de conclusiones arriesgadas.
Los puntos se van tramando: luego de acercamientos, distancias y puntos muertos, Mickey y Jhonnie terminan nadando en una laguna por la noche. ¿Trillado? Sí, pero poco importa, puesto que antes hay una escena que, por un lado, dispara esa acción, y por el otro, sigue caracterizando al protagonista: mientras los tres están en un bar de bastante poca vida, dadas las circunstancias, Gus empuja a Mickey: Salgan. ¿Por qué ustedes dos no salen a conocer gente? Diviértanse. Lo importante: salgan. Es literal. ¿Salir de dónde, ¿hacia dónde? Hay que salir. Es el exterior lo que verdaderamente importa. En la interioridad hay pocas cosas que merezcan la atención. Algo semejante ocurría antes: nada que corroborar, nada que sostener. Experimentar. ¿Qué es lo que querés? ¿qué es con lo que tropezás? ¿Por qué eso puede dibujar los contornos del protagonista? Porque viaja. Porque ve. Porque decepcionar es un placer.
Y por último: ¿con qué se encuentra Gus? Hay un sonido que marca lo que parecía irrefutable. El que batea y batea y batea no puede batear. A pesar de que batea y batea y batea, no puede hacerlo por una simple razón: él busca lo que batear, pero no batea todo lo que viene. No puede con las curvas. Sí, un sonido puro, el protagonista tiene mala vista, pero oye un indicio, un signo de algo que no va bien. Es cierto que Mickey le presta sus ojos, pero también secundariamente. Corrobora lo irrefutable: batea, pero no puede batear. A Mickey le sucede otro tanto: vive, pero no puede vivir. Tal vez ese sea uno de los grandes trazos de la película: el contacto con la vida. No con las expectativas, sino con la vida. Entonces, hacia el final, qué es lo que querés hacer se complementa: qué es lo que sabés hacer. El sonido puro que exige ser oído, el amor puesto en juego, o en el juego. Volvemos al comienzo: el protagonista importa menos por lo que pierde que por lo que hace perder. En los grandes descubrimientos, en las grandes expediciones, no sólo hay incertidumbre ante lo que se va a descubrir y conquista de lo desconocido, sino también la invención de una línea de fuga y el poder de la traición: ser el único traidor y traicionar a todos. Carolina del Norte se encuentra al Sur.

5,8
29.414
2
17 de enero de 2013
17 de enero de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres hombres pretenden asaltar la banca (apuestas ilegales de juego de cartas), responsabilizar al manager del lugar, sortear así los castigos y salir inmunes para disfrutar del botín.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
De la simpleza a las malas ideas hay un abismo; en el peor de los casos, sólo un paso. Podría hacerse el esfuerzo de no conectar directamente los dos planos que corren en paralelo a lo largo de toda la película: la crisis económica estadounidense, la idea de pueblo, el consiguiente esfuerzo común para contrarrestar la especulación financiera, por un lado; la crisis doméstico-ilegal que mueve la economía de un grupo (las apuestas), la búsqueda de responsables, el proceso y la condena, por el otro. Se tracen las relaciones que se tracen, en esta película en particular, eso se vuelve imposible.
Si bien hacia el comienzo hay lugar para la esperanza (una cosa es lo que se dice -el show de la opinión pública y de los medios- pero otra muy distinta los hechos que mueven y hacen la realidad) a medida que avanza la trama, la imaginación pierde irreversiblemente su capacidad. A veces, lo que hace una mala película es menos la originalidad del argumento que no saber cuándo callar.
Entonces, ¿qué podemos hacer de ese modo? Un ejercicio escolar. El director llena las imágenes de consignas; los demás, sencillamente, hacemos el trabajo, por decirlo de algún modo, de relacionar lo que viene relacionado de antemano. Un puro trabajo de conciencia. Todas las preguntas o imágenes son retóricas. Nada que inquiete, o mejor, ninguna asimetría que vincular: no hay pueblo, hay individuos; no hay necesidad de cambio, hay reformas como maquillaje (la bancarrota de las grandes corporaciones, la bancarrota del poker; la compra de acciones-deudas, las muertes de los que se extra-extra-limitaron por parte de los que se extra-limitan -que, en realidad, entendieron el juego-)
Es sabido que nada es legal, que todas las épocas toman los ilegalismos, los naturalizan y los distribuyen jerárquicamente, según los tiempos que corran, en diferentes estratos. Obviamente, no es una decisión de un golpe, de un grupo ni tampoco de un solo hombre. Son infinitas las variables que conforman el modo de ser de un siglo. Procesos, ni más ni menos.
Así las cosas, ¿qué se nos dice en esta película? Somos individuos metidos en una competencia cruel y rentada: el hombre lobo del hombre. Capitalismo, de acuerdo, por definirlo de un modo general y abstracto. Eso lo sabemos todos, pero, entonces, ¿qué más? Nada, dice el director, sólo quería mostrarles eso. ¿Ustedes? Conciencias que deben ser despertadas.
En suma, Andrew Dominik, la figura del sabio, el obrero del cine: ser reconocido por un supuesto saber que se tiene y que, a su vez, iluminará al espectador, esa cosa pasiva que se sienta y espera la salvación. Complejo mesiánico, si los hay.
Si bien hacia el comienzo hay lugar para la esperanza (una cosa es lo que se dice -el show de la opinión pública y de los medios- pero otra muy distinta los hechos que mueven y hacen la realidad) a medida que avanza la trama, la imaginación pierde irreversiblemente su capacidad. A veces, lo que hace una mala película es menos la originalidad del argumento que no saber cuándo callar.
Entonces, ¿qué podemos hacer de ese modo? Un ejercicio escolar. El director llena las imágenes de consignas; los demás, sencillamente, hacemos el trabajo, por decirlo de algún modo, de relacionar lo que viene relacionado de antemano. Un puro trabajo de conciencia. Todas las preguntas o imágenes son retóricas. Nada que inquiete, o mejor, ninguna asimetría que vincular: no hay pueblo, hay individuos; no hay necesidad de cambio, hay reformas como maquillaje (la bancarrota de las grandes corporaciones, la bancarrota del poker; la compra de acciones-deudas, las muertes de los que se extra-extra-limitaron por parte de los que se extra-limitan -que, en realidad, entendieron el juego-)
Es sabido que nada es legal, que todas las épocas toman los ilegalismos, los naturalizan y los distribuyen jerárquicamente, según los tiempos que corran, en diferentes estratos. Obviamente, no es una decisión de un golpe, de un grupo ni tampoco de un solo hombre. Son infinitas las variables que conforman el modo de ser de un siglo. Procesos, ni más ni menos.
Así las cosas, ¿qué se nos dice en esta película? Somos individuos metidos en una competencia cruel y rentada: el hombre lobo del hombre. Capitalismo, de acuerdo, por definirlo de un modo general y abstracto. Eso lo sabemos todos, pero, entonces, ¿qué más? Nada, dice el director, sólo quería mostrarles eso. ¿Ustedes? Conciencias que deben ser despertadas.
En suma, Andrew Dominik, la figura del sabio, el obrero del cine: ser reconocido por un supuesto saber que se tiene y que, a su vez, iluminará al espectador, esa cosa pasiva que se sienta y espera la salvación. Complejo mesiánico, si los hay.
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