La belleza de esta película se ancla en dos puntos:
1.-La armonía estética de todas sus partes: la guitarra de Yepes, la fotografía en blanco y negro de Juillard, el paisaje cargado de texturas y las interpretaciones de los niños que encarnan a Paulette y a Michel.
2.-La conexión con la bondad del guión, reconocible por cualquier persona. Las emociones infantiles de ingenuidad, generosidad y agradecimiento se realzan frente al miedo y la mezquindad de los adultos.
Es fácil hacer comparaciones con películas como Tres hermanos de Rosi, Los Ángeles perdidos de Zinnemann,o Hasta donde los pies me lleven de Martins. Y con libros como Esa gente de Guareschi.
Una delicia.