Después de una primera hora intensa y enigmática Lynch se deja llevar por los instintos más elementales de su cine experimental, para después tratar de ensamblar una serie de escenas realizadas según se le iban ocurriendo. El resultado final es media película, y el espectador se queda con las ganas de que hubiera desarrollado esa primera parte. El resto, trozos inconexos que ni Lynch sabría explicar.

De todas formas, a los incondicionales de Lynch nos sigue atrayendo su manera de contar las historias, la dramatización que saca de los personajes, en especial de Dern, que está inmensa, y la música de su amigo Badalamenti. Un "must-see" para los amantes de su cine, pero hay que ir a verla sin esperar ver un Mulholland Drive o un Carretera Perdida.

Una oportunidad perdida para profundizar en una historia, cuando menos, intrigante.