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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
28 de diciembre de 2016 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que John Ford era un ferviente patriota norteamericano es más que sabido. No solo se alistó en la II Guerra Mundial (fue herido en la famosa Batalla de Midway), sino que siguió siendo reservista tras el conflicto bélico y alcanzó el grado de contraalmirante. Pero también se sentía orgulloso de sus orígenes gaélicos (era hijo de emigrantes irlandeses). Habría más ejemplos, pero “El hombre tranquilo” (con John Wayne) es, posiblemente, su gran homenaje a la tierra de sus ancestros, un verdadero poema de amor a Irlanda y a sus costumbres. Algunos años antes dirigió esta extraña “El arado y las estrellas”, basada en la obra de un dramaturgo irlandés muy vinculado al nacionalismo, al socialismo y a la lucha del proletariado de principios de siglo: Sean O’Casey.

La película narra un hecho histórico y legendario para los irlandeses: la insurrección 1916. El lunes de Pascua, los rebeldes nacionalistas (un ejército de voluntarios independentistas paramilitares) se levantan contra las autoridades británicas y proclaman la independencia. Tras seis días de guerra en las calles de Dublín, son neutralizados y casi exterminados. No obstante, para los irlandeses ese levantamiento, aunque fracasó, supuso un punto de inflexión en la lucha nacionalista que culminaría años después con la independencia y la creación de la República de Irlanda.

La película recrea esos seis días desde el punto de vista de la esposa (Bárbara Stanwyck) de uno de esos líderes rebeldes. Ella vive aterrada por la vinculación de su marido con ese movimiento y, cuando es llamado para la insurrección, cae en la más honda desesperación. El filme alterna bastantes escenas documentales reales (con voz en off) con secuencias más o menos costumbristas en las que se refleja el modo de vida de los irlandeses proletarios de la época, así como sus ideas políticas. Incluso hay algún momento cómico en la primera parte de la historia. La última media hora, sin embargo, es asombrosamente dura y es ahí donde se aprecia el buen hacer de John Ford, con varias escenas magníficas que comentaré en el spoiler.

Bárbara Stanwyck realiza una gran interpretación, muy alejada de los papeles de mujer frívola o impávida que tantas veces encarnaría en aquellos años. Las imágenes documentales son un reflejo histórico muy interesante donde se puede ver un Dublín muy castigado por los cañones y las bombas británicas. La película va ganando en profundidad y dramatismo a medida que avanza su corto metraje hasta llegar a esos minutos finales que son extraordinarios.

Un notabilísimo trabajo del maestro Ford.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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En esa última media hora, como comentaba antes, hay tres o cuatro momentos memorables del mejor Ford. Cómo utilizan los rebeldes el ataúd de una niña para ocultar las armas en un registro británico, la persecución por los tejados del rebelde marido de la Stanwyck, el fusilamiento de un líder nacionalista en silla de ruedas, el momento en que los ingleses tiran la bandera republicana irlandesa al aplastar definitivamente la insurrección y las palabras finales de la sufrida esposa ante su orgulloso marido independentista. Ella, a diferencia de él, sigue pensando que toda esa muerte y destrucción no ha servido absolutamente para nada.
2 de enero de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Constance Bennett interpreta a Judy Carroll, una frívola y extrovertida actriz envuelta en un escándalo judicial por haber sido la amante de un político corrupto. Dicho escándalo provoca que Judy pierda lo que más quiere: la custodia de una preciosa niña que acaba de adoptar y a la que ama profundamente. Para mitigar algo el dolor de esta pérdida, la actriz decide viajar unos meses por Europa. A la vuelta, le pide a su representante que le consiga una entrevista con un joven dramaturgo, pues está muy interesada en interpretar a la protagonista de la obra que ha escrito. Ese encuentro le devolverá la ilusión y la alegría a Judy. Aunque no todo es perfecto: el joven dramaturgo está casado.

La película recoge los prejuicios de la época en torno a una joven que ha salido de los bajos fondos convirtiéndose en una glamurosa actriz gracias, en parte, a la gran labor de su manager (interpretado por Paul Lukas). Obra menor de George Cukor hecha para el lucimiento absoluto de la estupenda Constance Bennett (hermana mayor de Joan Bennett). A mediados de los '20, Constance comenzaba a despuntar en el cine mudo cuando decidió retirarse para contraer matrimonio. Pocos años después, tras divorciarse, volvió a retomar su carrera de actriz; supo cambiar perfectamente el registro y adaptarse al nuevo cine sonoro (algo que otros muchos artistas no consiguieron), hasta el punto de convertirse en una de las grandes estrellas de los años treinta y primera diva de Cukor (con el que rodaría tres títulos más, entre ellos, "Hollywood al desnudo").

No es una película redonda ya que, a pesar de su escasa duración, presenta bastantes altibajos, con momentos cercanos al folletín melodramático que resultan bastante impostados y otros con un tono de comedia romántica ligera que tampoco terminan de funcionar, en parte, por la falta de química entre la Bennett y un flojo Joel MacCrea.

Lo mejor, en mi opinión, es la empatía que logra Constance Bennett entre su personaje y el espectador, que se acaba mostrando irremisiblemente compasivo con esa mujer a la que los convencionalismos sociales castigan de una manera cruel. Ella sufre los reveses de esos prejuicios pero, de puertas hacia fuera, de cara al resto del mundo, finge una imagen de fuerza y frivolidad que no es real. Constance Bennett sabe expresar perfectamente esa dualidad en una actuación meritoria, sin recurrir a ningún tipo de estridencia ni exageración. Mención especial merece, también, el gran secundario Paul Lukas. Aquí realiza una interpretación soberbia como el abnegado, cariñoso y enamorado representante de la joven.

La película es interesante, con más luces que sombras. Un buen ensayo del maestro Cukor para sus obras mayores, que no tardarían en llegar.
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El final es estupendo. El joven dramaturgo vuelve con una esposa a la que no ama para preservar la honra familiar, ya que el día del estreno se entera de que su mujer (a la que no ve desde hace meses) está dando a luz. Judy le pide que vuelva que su familia porque, de no hacerlo, acabará arrepintiéndose. Y él lo hace, desconsolado. Ella se refugia en la única persona que siempre ha estado a su lado: su representante, con quien se compromete.

La crítica es evidente: un final decoroso, pero que deja a todos infelices. Incluso el bueno de Paul Lukas (el manager) es consciente de que Judy ha accedido a casarse con él en un ataque de desesperación por la pérdida de su verdadero amor. Aún así, da la sensación de conformarse con seguir cuidando de ella, aún a riesgo de convertirse en una figura más paternal que marital.

Un final triste, hermoso y patético al mismo tiempo para una historia llena de dobleces, prejuicios y máscaras. La vida misma, vaya.

Por cierto, muy aburrido el personaje de la madre de Judy. Trata de poner el contrapunto cómico al drama, pero sin lograrlo. Es una especie de Estella Reynolds (con sus whiskys “cortitos” incluidos), pero sin el hilarante histrionismo de Paca Pacheco (Antonia San Juan).
24 de diciembre de 2016 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay grandes películas que envejecen mal. Por muy buenas que sean, el tiempo no perdona. Pasa en las mejores familias (que se lo digan a Meg Ryan o a Nicole Kidman, por ejemplo). Pero "Scarface" no es Meg, ni es Nicole. "Scarface" es Sharon Stone, es Sigourney Weaver (sí, a mí me parece que está cañón, ¿qué pasa?), es Susan Sarandon (ahí no hay duda, ¿eh?)… Y es que esta fabulosa película de Howard Hawks, vista casi nueve décadas después de su realización, sigue sorprendiendo por su belleza, por su espléndido realismo, su fotografía, su aroma a cine negro de verdad y la hipnótica interpretación de sus protagonistas.

Si hoy no hay una sola toma que desmerezca el ritmo de la acción (que no la hay), los espectadores que la vieron en las salas de cine durante su estreno estoy seguro de que tenían que saltar de sus butacas o meterse debajo de ellas. Los tiroteos, las persecuciones, las ametralladoras, los cristales de los escaparates saltando por los aires, las explosiones, los cuerpos cayendo como fardos de los coches, etc. Todo está filmado con una maestría asombrosa. Howard Hawks apenas tenía 30 años cuando la rodó y ya presenta un buen puñado de detalles de inmenso y original talento: la silueta en forma de sombra que asesina a un capo en la primera secuencia, esas enigmáticas “x” que se insinúan constantemente, los tres momentos clave en los que aparece el cartel luminoso con esa frase grabada en el corazón de Tony Camonte ("el mundo es tuyo"), el juego de la moneda al aire del bueno de Gino… Y sobre todo las magníficas interpretaciones. Es posible que Paul Muni esté un poco sobreactuado (en especial en sus gestos y en esa peculiar forma de caminar); pero, ¿acaso no lo están siempre los grandes gangsters del cine desde Edward G. Robinson hasta De Niro, pasando por los no menos histriónicos Brando, Al Pacino o James Gandolfini? Por cierto, todos ellos le deben algún tic, algún gesto al gran Muni. Paul Muni supo crear un personaje poliédrico y complejo, con muchas aristas y diversos procesos a lo largo de la historia (simpático, tosco, amigable, cruel, poderoso, galante, inseguro, asustado). Sus enormes hechuras y sus movimientos de tipo rudo, su sonrisa burlona y esas miradas de hielo que acojonarían al mismísimo Hannibal Lecter forman parte ya de la historia del cine.

Muni está genialmente acompañado por el resto del elenco: el gran George Raft interpretando al hierático y fiel lugarteniente de Tony Camonte o las bellas y glamurosas Karen Morley y Ann Dvorak. Por cierto, mención especial me merece esta última, pero me la reservo para el spoiler.

Una película que seguirá siendo siempre joven, como apuntaba al principio. Joven y hermosa.
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La película está repleta de escenas memorables y de detalles únicos. Pero permitidme que comente especialmente dos protagonizados por la increíble Ann Dvorak. Cada vez que aparece en escena, se come la pantalla; está deslumbrante. Su muerte, en ese trágico final, es de antología. Recibe un disparo de la policía a través de una ventana y, delicadamente, es recogida por Tony (su hermano), que la recuesta en un sofá donde exhala sus últimas palabras con una elegancia algo sobreactuada (es verdad), pero deliciosa. ¡Cómo muere Ann Dvorak! Maravillosa.

Pero la escena que resulta absolutamente embriagadora es aquella en la que Cesca (así se llama el personaje que interpreta Ann) trata de seducir a Gino (George Raft), en la puerta de una sala de fiestas. Pero este permanece impertérrito a las insinuaciones de la hermana de su jefe. Ese bailecito que se marca Ann Dvorak provocando a Gino es mágico. Dura unos segundos, pero parece que se detiene el tiempo, oye. Me lo hace a mí y le pongo las escrituras de mi casa a su nombre al instante. ¡Qué delicia!

Por cierto, durante décadas se ha hablado y escrito mucho sobre la extraña relación entre los dos hermanos. Hay teorías de todo tipo: desde la más pura y blanca (amor fraternal), hasta otra más escabrosa (la férrea protección de Tony hacia su hermana con respecto a los hombres esconde algo más que el simple rol de hermano mayor). Hawks es bastante ambiguo con ese asunto, dejando mucho a la interpretación del espectador. También se insinúa en algún sutil diálogo una posible explicación intermedia: el hecho de que ambos personajes pudieran ser solo hermanastros. El caso es que el tema ha dado para mucho. Yo, como tengo la cabeza como la tengo, me quedo con la interpretación más morbosa: Tony está perdida y celosamente enamorado de su hermana (hermana de padre y madre, nada de medias tintas). Ella conoce esa obsesión oculta y se aprovecha de ella. Por eso tampoco le tiene miedo (a diferencia de la madre de ambos, que sí muestra ese temor por su propio hijo, sabedora, quizás, de esa incestuosa pasión).

Si Ann Dvorak fuera mi hermana, creo que me gastaría una pasta en psicólogos.

Y por último, para los frikis del cómic clásico como yo. ¿Habéis leído "Rip Kirby", del genial Alex Raymond? ¿Verdad que Mangler "El triturador", archienemigo de Rip, se parece bastante al Tony Camonte de Paul Muni? Cara cortada incluida. ¿Cuántas veces vería Alex Raymond esta película? Apuesto a que muchas.
4 de enero de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Larry (James Stewart) y Eddie (Lew Ayres) forman una exitosa pareja de patinaje que lleva años deslumbrando al público. Cuando Larry se enamora de María (Joan Crawford) se empeña en incorporarla a sus espectáculos; pero ella no es una buena patinadora y eso provoca que muchos productores dejen de confiar en el trío. Sin embargo Larry es un optimista incorregible y sueña con que algún día sus ideas artísticas tengan un reconocimiento mayor. De manera accidental María comienza a trabajar como actriz en unos estudios y, en apenas unos meses, se convierte en una gran estrella del cine. Pero esos no eran los planes de Larry; él no soportará dejar de ser el pilar de la pareja y pasar a ser un mantenido.

La MGM tiró la casa por la ventana en la producción y la promoción de esta película. El éxito parecía asegurado: dos grandes estrellas (Stewart y Crawford) en un espectáculo musical basado en grandes números de patinaje (en aquella época, los shows musicales de patinaje eran extraordinariamente aclamados en USA y la gente acudía en masa a verlos). Además, con el reclamo de Joan Crawford interpretando varias canciones y ejecutando varios números sobre el hielo. El cóctel parecía idóneo y la expectación era enorme. Sin embargo, “The Ice Follies of 1939” fue un fracaso absoluto de público y crítica.

Lo que falla en la película es el guión. Trata de ser una comedia romántica ambientada en el mundo del espectáculo pero el guión resulta excesivamente plano, soso y aburrido. La historia adolece por completo de gracia y de emoción. Solo algún diálogo mínimamente chispeante entre los dos protagonistas se salva de la mediocridad general; pero no es suficiente. Los dos protagonistas están bien, pero sus papeles no transmiten nada al espectador. El tono resultante es de un drama sin sentimiento o de una comedia sin gracia.

Además del flojo guión, la película (al menos vista hoy) tiene otro hándicap: el exceso de metraje dedicado a los números de patinaje. El montaje final consta de más de veinte minutos repartidos en dos momentos en los que se enlazan, en cada uno de ellos, varios de números consecutivos. Da la sensación de ser un relleno totalmente independiente de la película que saca al espectador de la historia (ya floja de por sí, como comentaba antes). No tiene mucho sentido porque, para más inri, apenas intervienen los actores en estas larguísimas escenas. Se supone que Stewart interpreta a un patinador genial y no hay ni una sola escena de él sobre la pista de patinaje. La Crawford sí lo intenta, con más pena que gloria. En su momento se vendió la película publicitando que Joan Crawford interpretaría varios números y varias canciones. Pues bien, sus números sobre patines son de una dificultad ínfima y su voz en las canciones fue doblada en la postproducción por una cantante profesional. Esto enfureció mucho a la Crawford, que amenazó con denunciar a los productores (ella había rodado seis canciones y al final dejaron dos y sin su voz).

En definitiva, una película sin alma que desaprovecha la interpretación correcta de dos grandísimos actores.
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Hay un detalle curioso que merece la pena comentarse. Casi toda la película está rodada en BN, menos el final. El final es la recreación de un larguísimo espectáculo sobre hielo y está rodado en color. Supongo que la idea del director era presentar las dificultades laborales y sentimentales de la pareja en BN y darle color a ese final en el que ambos han podido cumplir sus sueños de éxito y de coordinar sus carreras. Lo que pasa es que es tan insulso ese triunfo y emociona tan poco, que queda muy deslucido ese color. No aporta nada al espectador; si acaso, más indiferencia. Curiosamente, ese mismo año (1939), Víctor Fleming hizo lo mismo en la maravillosa “El mago de Oz”, con un estupendo preludio en BN en Kansas, seguido del color del Mundo de Oz. Pero claro, la metáfora ahí sí resulta preciosa. Sería interesante saber quién le robó a quién la idea…
25 de diciembre de 2016 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante drama bélico basado en una valiente y polémica novela de Theodore H. White que se atrevía a poner en solfa el papel de las tropas norteamericanas en China durante la II Guerra Mundial. La película recoge parte de esa reflexión antibelicista y construye un sugerente debate en torno a la inutilidad, la crueldad y lo absurdo de la guerra. Un grupo de americanos dirigidos por un mayor experto en demolición (James Stewart) emprende una retirada en la que habrán de cumplir la misión de volar un puente y, si es posible, un depósito de suministros armamentísticos para dificultar el avance de los japoneses en tierras chinas durante la invasión. En realidad, el alto mando le confiere carta blanca al mayor en esa retirada; y este decide llevar a cabo el propósito de volar esos objetivos, convencido de que así ayuda a su país en su alianza con China contra los japoneses.

El viaje del escuadrón de ingeniería (acompañados por la esposa china de un general y un oficial del ejército chino) es, en realidad, un viaje a la conciencia del espectador. Cada objetivo que vuelan los americanos no parece importarle a nadie (ni a su propio mando ni a los aliados chinos). Es más, cada voladura lo único que trae inmediatamente es la incomunicación, la miseria y la muerte de miles y miles de civiles chinos que tratan de huir por la empinada y solitaria carretera. Es una huida desesperada donde el hambre mata tanto o más que las bombas y las balas. El personaje femenino protagonizado por Lisa Lu introduce poco a poco las cuestiones más palpitantes sobre las que gira la historia: la inutilidad de la guerra solo provoca barbarie, confusión, crueldad e incomunicación. No hay lugar para la misericordia; esta solo lleva a la propia perdición.

La ambientación del filme es espectacular, así como la fotografía. Las escenas de acción también están magníficamente rodadas. James Stewart está francamente bien en un complicado y ambiguo papel de soldado patriota y obsesivo que va dejándose atrapar por el irrespirable caos que encuentra a su alrededor según avanza el recorrido por esa infernal carretera. Los secundarios también brillan a gran altura; en especial el gran Harry Morgan (el inolvidable coronel Sherman T. Potter de la legendaria serie M.A.S.H.).

Si esperáis una película de guerra al uso, no es el mejor ejemplo. Si buscáis algo más hondo, seguro que la disfrutaréis.
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Quizás lo que menos funciona en la película es la floja historia de amor entre el mayor y la viuda del general chino. No funciona porque no es necesaria, resulta demasiado artificial, metida a calzador. El personaje de ella está muy bien construido como personificación de la conciencia y la sensatez; es realmente ella quien verbaliza las cuestiones candentes sobre las que se construye la reflexión y el debate de la película. No es necesaria la escenita de amor, ni siquiera como elemento dramático. La separación final de ambos personajes sería mucho más elegante y emotiva sin ese componente amoroso. Pero así es Hollywood: si no hay temita, parece que les falta algo...

Con todo y con eso, es una película que merece mucho la pena.

La escena de la represalia del escuadrón contra el poblado chino que ha asesinado cruelmente a sus compañeros es fabulosa. Esa sed de venganza que nubla la razón del mayor se traslada al espectador totalmente. Y en ese momento te das cuenta de que el objetivo del filme (y de la novela) está totalmente conseguido: corroborar lo sencillo que es la justificación de la violencia.
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