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26 de marzo de 2016
26 de marzo de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vivimos una época crítica dentro del panorama hollywodiense: la era en la que las carteleras se llenan de nuevas entregas, remakes y reboots varios de películas que funcionaron bien y cuyo recuerdo sigue presente en miles de espectadores. La mayoría de estas películas que nos llegan reflejan la falta de ideas, las ganas de explotar nuestra nostalgia con fines económicos y la imperante necesidad de adaptar las originales bajo un filtro de "marca blanca" tan de moda hoy día, desposeyéndolas del encanto de otrora. Esto es especialmente notable con puestas al día de las películas de culto de los ochenta. Por ello cuando se anunció una nueva entrega de una saga tan marcada por su tiempo como es Mad Max, me temí lo peor y tras anunciarse que de nuevo estaría bajo los mandos de Miller me intrigó por un lado y me desconcertó por otro, teniendo muy presente los últimos proyectos del director, especialmente aquellos cuyo protagonismo recaía en cierto pingüino bailarín. Qué equivocado estaba.
Nos encontramos ante un espectáculo audiovisual de 120 minutos de duración que te hace disfrutar cómo desde hace tiempo no lo consigue ninguna película de acción de corte occidental, un filme planificado y ejecutado a la perfección que propone una experiencia adrenalínica a lo largo de unas set-pieces que superan con creces lo que el cine de acción nos venía ofreciendo en las últimas décadas y harían palidecer a la gran mayoría de los directores de acción actuales. Pero lo mejor es que nos encontramos ante un filme que supera los límites de su género, erigiéndose como un ejemplo a seguir para futuros blockbusters que quieran dejar de tomar por tontos a los espectadores y una película que renueva el escenario de las aventuras distópicas y post-apocalípticas mezclando la estética colorista y ochentera con la ayuda de los avances actuales en la tecnología que demuestra los espectaculares que pueden ser si se usan adecuadamente.
El filme se siente cómo un nuevo capítulo de las desventuras del guerrero de la carretera Max Rockatansky, esta vez interpretado por un muy solvente Tom Hardy, que se ve inmerso en una historia de rebeldía y liberación contra el despótico poder y orden establecido establecido contado, como no podía ser de otra manera a través de una persecución por el Páramo. Así, nuestro loco protagonista comienza la historia como un espectador más de las acciones de unos personajes creíbles y carismáticos que Miller es capaz de representarnos en dos brochazos, destancando entre ellos a la Imperator Furiosa de una entregada y visceral Charlize Theron y al villano de la función Immortan Joe, cuya presencia y amenaza se hace sentir a través de cada uno de sus lugartenientes y la fundamentación religiosa que utiliza para dominarlos. La aventura aunque transcurre por senderos diferentes a los que ya lo hicieran las entregas originales, se siente en todo momento como algo perteneciente a ese mismo mundo creado por Miller años atrás, sin que el tiempo hubiese hecho mella en su habilidad para planificar y dirigir las escenas de acción por las que transita el sencilla y estimulante argumento.
A la maestría de la dirección, el buen hacer de la pareja de actores protagonistas y el brillante uso que se hace de los efectos especiales, se unen una partitura bajo el mando de Junkie XL que en todo momento se adapta a lo que vemos en pantalla, subrayando el tono épico y explosivo que inunda la proyección, y una fotografía espectacular y muy acertada que incide en la espectacularidad de muchas escenas que quedarán grabadas en nuestra memoria (imposible olvidar la escena de la tormenta de arena).
Todo esto hacen de Fury Road una película que podría perfectamente figurar como vara de medir para futuros blockbusters, un espectacúlo mayúsculo que cualquier espectador no debería perderse (aún a pesar de que no sea fan de la saga o el género), un ejemplo de cómo debe retomarse una franquicia y una lección de dirección de George Miller que a sus más de 70 años nos muestra que no ha perdido un ápice de su talento, a pesar de habérnoslo hecho crear en los dos últimas décadas.
Nos encontramos ante un espectáculo audiovisual de 120 minutos de duración que te hace disfrutar cómo desde hace tiempo no lo consigue ninguna película de acción de corte occidental, un filme planificado y ejecutado a la perfección que propone una experiencia adrenalínica a lo largo de unas set-pieces que superan con creces lo que el cine de acción nos venía ofreciendo en las últimas décadas y harían palidecer a la gran mayoría de los directores de acción actuales. Pero lo mejor es que nos encontramos ante un filme que supera los límites de su género, erigiéndose como un ejemplo a seguir para futuros blockbusters que quieran dejar de tomar por tontos a los espectadores y una película que renueva el escenario de las aventuras distópicas y post-apocalípticas mezclando la estética colorista y ochentera con la ayuda de los avances actuales en la tecnología que demuestra los espectaculares que pueden ser si se usan adecuadamente.
El filme se siente cómo un nuevo capítulo de las desventuras del guerrero de la carretera Max Rockatansky, esta vez interpretado por un muy solvente Tom Hardy, que se ve inmerso en una historia de rebeldía y liberación contra el despótico poder y orden establecido establecido contado, como no podía ser de otra manera a través de una persecución por el Páramo. Así, nuestro loco protagonista comienza la historia como un espectador más de las acciones de unos personajes creíbles y carismáticos que Miller es capaz de representarnos en dos brochazos, destancando entre ellos a la Imperator Furiosa de una entregada y visceral Charlize Theron y al villano de la función Immortan Joe, cuya presencia y amenaza se hace sentir a través de cada uno de sus lugartenientes y la fundamentación religiosa que utiliza para dominarlos. La aventura aunque transcurre por senderos diferentes a los que ya lo hicieran las entregas originales, se siente en todo momento como algo perteneciente a ese mismo mundo creado por Miller años atrás, sin que el tiempo hubiese hecho mella en su habilidad para planificar y dirigir las escenas de acción por las que transita el sencilla y estimulante argumento.
A la maestría de la dirección, el buen hacer de la pareja de actores protagonistas y el brillante uso que se hace de los efectos especiales, se unen una partitura bajo el mando de Junkie XL que en todo momento se adapta a lo que vemos en pantalla, subrayando el tono épico y explosivo que inunda la proyección, y una fotografía espectacular y muy acertada que incide en la espectacularidad de muchas escenas que quedarán grabadas en nuestra memoria (imposible olvidar la escena de la tormenta de arena).
Todo esto hacen de Fury Road una película que podría perfectamente figurar como vara de medir para futuros blockbusters, un espectacúlo mayúsculo que cualquier espectador no debería perderse (aún a pesar de que no sea fan de la saga o el género), un ejemplo de cómo debe retomarse una franquicia y una lección de dirección de George Miller que a sus más de 70 años nos muestra que no ha perdido un ápice de su talento, a pesar de habérnoslo hecho crear en los dos últimas décadas.
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