No son pocas las veces en las que me han pedido que escriba una crítica de "Taxi Driver" (Martin Scorsese, 1976), una de mis películas favoritas. Y lo he intentado, pero es algo que me resulta imposible. Son tantas las sensaciones que me transmite esta obra maestra que sería incapaz de condensarlas y expresarlas con claridad en un solo texto. Además, cada vez que la veo siempre descubro nuevos detalles y segundas lecturas que no había apreciado en anteriores visionados. "Taxi Driver" es de esas películas que dependiendo de cómo me sienta las veo de un modo u otro, y también una de las que más a menudo revisiono. Pocas películas tienen esa capacidad de hacer que me sumerja tanto en lo que estoy viendo en pantalla hasta el punto de que al terminar de verlas me sienta como nuevo, renacido, y "Taxi Driver" es una de ellas. Cuando la veo siento como si Scorsese lograra meterme en la mente del protagonista del film; me hiciese sentir todo lo que él siente, una mezcla de sentimientos de rechazo, de soledad, embargados por el humo del asfalto de las calles de Nueva York; y luego me sacara de ella. En fin, una de las películas de mi vida.

La frase que da título a la presente crítica estaba escrita en el póster de "Lolita" (Stanley Kubrick, 1962), una película que fue bastante polémica para la época en que se estrenó, y que, en cierto modo, continúa siendo algo polémica en la actualidad (sobre todo si la mencionas delante de los autoproclamados defensores de la moral; esas personas que normalmente son las primeras en criticar negativamente a un film polémico sin haberlo visto siquiera, basando sus argumentos únicamente en la premisa argumental del film en cuestión y lo que esta les sugiere). "Lolita" estaba basada en la novela del mismo nombre escrita por Vladimir Nabokov, un escritor ruso que también se ocupó del guión de esta adaptación a la gran pantalla realiza por Stanley Kubrick. Siempre que se habla de este clásico no se tarda en mencionar la polémica que le rodeó; pero poca gente menciona que es una película divertida y que hace uso de un humor negro, sutil e irónico.

Esta tarde he vuelto a revisarla después de cinco años sin verla, y, sinceramente, no recordaba que fuese tan buena. La película me ha tenido absorto desde el plano fetichista con el que se inicia (en el que vemos el pie de la venerada y las manos del venerador) hasta el final que enlaza con la primera escena. En este último visionado me ha resultado curioso el modo en que la película satiriza a la sociedad occidental, en concreto a esas personas que se presentan como gente culta y liberal cuando en realidad son más bien vulgares (los llamados "posers" hoy en día). Solamente hay que ver a la madre de Lolita, que aparenta ser culta para tratar de impresionar al profesor Humbert Humbert (James Mason), de quien se enamora al poco de conocerle. Humbert lo único que siente por la madre de Lolita es rechazo y vergüenza ajena; pero ni su carácter refinado ni su nivel cultural impiden que caiga rendido ante la joven y aparentemente inocente Dolores "Lolita" Haze (Sue Lyon). Irónico, ¿verdad? La irrefrenable atracción que siente Humbert hacia Lolita da lugar a multitud de escenas que se mueven entre lo humorístico y lo dramático (la escena de la cama plegable), y a otras que hacen uso de un humor negro con el que conecto bastante (la escena de la bañera).

Las actuaciones en general son soberbias, sobre todo la interpretación de Peter Sellers, un actor de lo más versátil que aquí demuestra con creces lo fácil que le resultaba interpretar a distintos personajes con distintos acentos (imprescindible ver la película en VOSE), algo similar a lo que haría en la posterior cinta de Kubrick "¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú" (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1965).

La verdad es que "Lolita" es todo un clásico de principio a fin, una obra maestra que se puede interpretar de muchas formas, lo cual no es raro si se tiene en cuenta que estuvo dirigida por un genio de la cinematografía como Kubrick, así que os animo a que la reviséis una y otra vez, porque desde luego que lo vale.