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Argentina Argentina · Buenos Aires
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Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de febrero de 2024
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es por demás corriente leer y escuchar que Lanthimos hace, ante todo, películas "fascinantes", un calificativo ciertamente correcto a la hora de definir el cine del director griego y al cual Poor Things rinde justicia. Debemos al cine norteamericano la imposición de concebir que una película debe tener como objetivo fascinar (y funcionar) bajo la premisa de que perder la atención del espectador no suponga otra cosa que dar con el fracaso. Acaso una de las mayores virtudes de Lanthimos sea la de incorporar a esa búsqueda de fascinación su propio y original campo perceptivo, hecho de extrañezas visuales y narrativas, violencias desorbitantes, mundos absurdos y sentidos (comunes) erráticos y atrofiados. Nunca falla Lanthimos en poner a prueba las expectativas del espectador, y siempre lo fuerza a repreguntarse, en última instancia, qué es una historia, cómo se narra

Sin embargo Poor Things repite el problema de The Lobster: no sabe, o siquiera quiere, tomar distancia del propio encantamiento que propone. El director chileno Raúl Ruiz decía que la fascinación por sí misma no es un valor si no está acompañada de un distanciamiento, de un reposo gracias al cual el espectador no solo ama la película sino que entiende, también, por qué la ama (en el cine, decía Ruiz, el amor no debiera hacerte bobo sino inteligente). Y Poor Things solo quiere gustar: se sube a un ritmo que nunca se propone fluctuar, motivo por el cual las películas de Lanthimos, a veces, y como es este el caso, llegan magistralmente a una cima, y una vez alcanzada se niegan a descender; en esa negativa, el que se baja entonces es el espectador: pasada la hora, el mundo de Poor Things se desinfla, los personajes pierden verosimilitud, el absurdo gracia, y la historia interés.
8 de febrero de 2023
22 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un influencer de cine que yo sigo resumió en tres puntos lo único que rescataba de la película en tanto lecciones de qué es el cine, y de los tres puntos yo me voy a quedar apenas con uno: cine es trenes chocando, no llegando a algún lugar.

Dicho esto, y por lo demás, uno desea en esas dos horas y media que aparezca el T-Rex y se coma a cada uno de los personajes, y quizás esa escena hubiese sido más verosímil que, en efecto, los propios personajes y sus diálogos sobrecargados que nadie cree porque la trama es burda, pésimamente guionada por donde se lo mire, y sobre todo falaz, tratándose de una autobiografía que representa menos a la vida de Spielberg que lo que él, lamentablemente, cree que fue su vida, y por supuesto que esto último no estaría mal si no fuese por lo patético que puede ser un director de cine cuando se mira así en el espejo como se mira Spielberg. La película pasa por todos los lugares comunes habidos y por haber, y tiene el descaro -y este descaro es de un nivel de manipulación emocional preocupante- de querer hacer pasar el propio "drama" burgués del director por algo universal donde todos podamos vernos reflejados.

Asistí al peor melodrama que vi en mi vida, y no en tanto melodrama sino en tanto estúpido, insultante de la inteligencia de cualquiera.
18 de febrero de 2024
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás desde la ficción no se haya concebido nunca en la historia del cine una representación sensorial del nazismo tan estéticamente lograda como la que hizo Jonathan Glazer en La zona de interés. No hay, en la película, una sola decisión formal que no traiga coherentemente consigo la pregunta sobre cómo representar el Holocausto en particular y el horror mismo en general, por definición inenarrable. El resultado es un rescate potente de ese gran concepto de Hannah Arendt que fue la banalidad del mal, cuyo uso abusivo en nuestros días le confirió, al concepto, de una vaguedad injusta para con su actualidad explicativa. Glazer elige trabajar con el punto de vista de los verdugos, y su laburo con la distancia (la lejanía moral de los personajes, la lejanía para filmar) no tiene nada que ver con los enfoques efectistas o morbosos de cuanto documental se haya filmado sobre la Solución final, ni con el sentimentalismo complaciente de películas como la Lista de Schindler o El niño con el pijama a rayas, ni tampoco con el simplismo histórico de La ola (que es un gran película pero siniestra y manipuladoramente liberal en sus premisas, según las cuales el autoritarismo, y por extensión el nazismo, vendrían a ser una "anomalía" y no hijos sanos de la historia de Occidente o cuanto menos de la modernidad). En cambio acá no hay trama ni progresión alguna de una historia que ofrezca una zona de alivio. El abordaje sobre el mal que Glazer hace se cuida de proponernos un acceso a la reflexión desde la identificación con el sufrimiento de las víctimas (sufrimiento que nunca se muestra y sí se sugiere, todo el tiempo, en un grito, un disparo, una espeluznante estela de humo a lo lejos) tanto como evita transmitirnos el goce de los verdugos, cuya "humanización" es tan cauta, tan precavida de los peligros de la empatía (al protagonista, Rudolf Hoss, máxima autoridad en Auschwitz, no se le concede un solo primer plano en toda la película; en él conviven el placer burocrático del exterminio con la lectura amorosa de cuentos a sus hijos a la hora de dormir).

El trabajo que Zona de interés le exige a nuestra percepción (lo que sentimos lejos pero está cerca, lo que no vemos pero oímos, lo que vemos en primer plano en contraste con lo que sucede de fondo, lo que se mueve cuando nada más lo hace y viceversa) genera una perplejidad escalofriante que sin embargo no obtura el pensamiento sino todo lo contrario: Glazer quiere para nosotros lo que sus personajes no pueden o se niegan a hacer, que es pensar. Una película para ver a la par del documental "Shoa" y también con lo escrito sobre el tema por Enzo Traverso, Bauman, la mencionada Arendt; y pensar en definitiva qué clase de disociación moral logra que una familia que vive exactamente al lado de un campo de concentración arrogue permitirse, justamente, vivir una "vida de familia" a espaldas del exterminio. Después sáquese a pasear esa pregunta a lo largo de la historia para constatar su potencia, su actualidad desoladora.
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