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Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
8 de noviembre de 2024
43 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
La directora y creadora Alauda Ruiz de Azúa ya me sorprendió con su película "Cinco Lobitos", gracias a la verosimilitud de sus diálogos e interpretaciones, cruda y sin alardes. La vida real ya es suficientemente dramática. En esta ocasión, vuelve con una familia vasca burguesa, lo cual es refrescante, ya que los dramas sociales suelen situarse en el típico barrio humilde de Madrid.

El tema en esta ocasión no es la maternidad, sino la violencia de género. Obviando el tono ideológico "woke" que desprenden tanto la película anteriormente mencionada como esta serie, "Querer", cabe decir que está magistralmente realizada, al menos hasta el último capítulo. Mantiene, de forma intencionada, una ambigüedad muy necesaria para todo drama judicial y desarrolla dinámicas muy interesantes entre padres e hijos, hermanos, esposas, cuñados y amigos.

Sin embargo, todo se desmorona en el último capítulo. Aquí, la creadora parece sucumbir al miedo a la opinión pública, al Ministerio de Igualdad y a los tuits de Irene Montero, renunciando así a la profundidad y la ambigüedad que había construido. Lo predecible y caricaturesco toma el control, con la omnipresente y simplificada representación del patriarcado.
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La escena en el colegio y el desarrollo posterior de los acontecimientos resultan absurdos. Pedro Casablanc se quita la careta y se convierte en una especie de Don Vito Corleone, mientras que el hijo mayor, tras defender a su padre durante todo el proceso, de repente cambia de actitud por algo que ni siquiera ha presenciado, redimiéndose con su madre, la mártir inevitable de esta historia por ser mujer y de clase humilde.

La escena en el hospital, excelentemente interpretada por Pedro Casablanc, es intimidante y logra transmitir la tensión. Sin embargo, en mi opinión, esta elección narrativa le resta peso al que podría haber sido el tema principal: el consentimiento y el maltrato sutil y psicológico, esas dinámicas que pueden existir en cualquier relación y que, precisamente por su sutileza, suelen pasar desapercibidas.

Convertir al marido en un villano abiertamente cobarde, déspota y malvado, que se ensaña con los más débiles, simplifica demasiado el conflicto y desvía la atención de las cuestiones más complejas y menos visibles del maltrato psicológico. Y si la intención es hacer un retrato del "heteropatriarcado burgués", el resultado es aún menos satisfactorio, pues se convierte en una caricatura que pierde la sutileza y profundidad necesarias para abordar el tema de manera eficaz y realista.
16 de noviembre de 2024 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en el que el cine nos hacía sentir invencibles. Salíamos de las salas transformados, inspirados, con el corazón acelerado por historias que dejaban huella. Gladiator fue una de esas películas. Máximo Décimo Meridio no era solo un personaje; era un héroe para todos los que fuimos niños en el año 2000. Pero ese tiempo quedó atrás. Hoy, lo que una vez fue una obra maestra se ha convertido en un pretexto para exprimir nuestra nostalgia.

Es fácil culparnos por caer en estas trampas. Ya no somos niños; sabemos cómo funciona la industria. Pero aun así, esperamos. Esperamos sentir algo parecido a lo que sentimos aquella primera vez. Gladiator II no solo fracasa en cumplir esa promesa; destruye el legado de su predecesora. No hay respeto, ni por la obra original ni por el público. Solo un interés descarado por explotar un recuerdo para ganar algo más de cash.

La industria cinematográfica ha encontrado en las "recuelas" —esas combinaciones de secuelas y remakes— un modelo de negocio rentable. Lo vimos en Matrix Resurrections y en El despertar de la fuerza: estructuras clonadas, nuevos personajes menos memorables, más CGI y mucha menos sustancia. Gladiator II no es diferente. Su falta de innovación es tan evidente que resulta insultante. Es como si los guionistas hubieran seguido una checklist: mencionar a Máximo constantemente como si fuera Jesucristo, repetir sus frases icónicas, mostrar flashbacks de su historia y sacar su armadura como un amuleto sagrado. Todo esto grita desesperación. La película no puede sostenerse por sí sola, porque no tiene nada nuevo que ofrecer.

Es inevitable comparar a Paul Mescal con Russell Crowe, pero más allá de lo injusto que pueda parecer, la película misma lo fomenta. Máximo era un líder nato, un general que comandaba ejércitos, respetado y querido. Era esposo, padre, héroe. Un hombre completo. Paul Mescal interpreta a un personaje roto, y lo hace bien, pero no tiene el carisma ni la presencia para llenar el vacío que deja Crowe. El problema no es solo el actor, sino el personaje que le han dado. Donde Máximo inspiraba respeto y admiración, el nuevo protagonista es una sombra, un eco débil de lo que una vez fue. Es una historia que no busca construir un nuevo mito, sino vivir a la sombra de uno antiguo.

Lo más desolador de Gladiator II no es que sea mala película, sino que traiciona todo lo que Gladiator representó. El cine de Ridley Scott nos enseñó a soñar con grandeza, a buscar la redención y el honor en un mundo despiadado. Esta secuela, en cambio, nos recuerda que el cine actual prefiere reciclar fórmulas probadas antes que arriesgarse a crear algo nuevo.

Quizá la culpa sea mía por esperar algo más. Quizá sea el fin de una era y, con ella, de esa conexión especial que sentíamos con películas como Gladiator. Pero no puedo evitar salir del cine con un sabor amargo, consciente de que esta historia no era necesaria, de que este Máximo nunca debió volver.

Gladiator II no solo falla como película; es un recordatorio brutal de que el cine actual ha perdido algo esencial. Los que fuimos niños en el año 2000 salimos del cine decepcionados. No porque esperáramos una secuela a la altura, sino porque en el fondo sabíamos que nunca podría serlo.
28 de octubre de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como señala el profesor Jesús G. Maestro, parece que los jóvenes son incapaces de articular un discurso crítico y coherente sobre la situación actual: una tesis pensada y definida que explore causas y soluciones y que provoque reacciones concretas. En su lugar, se conforman con hacer memes. Sí, los memes pueden ser graciosos e ingeniosos, pero no dejan de ser eso: simples memes.

Esta película me ha recordado un poco a las que realizábamos en el instituto en clase de inglés, quizá por los paisajes andaluces, pero sobre todo por lo cutre. Se nota que el objetivo de las directoras era transmitir emociones; por eso tenemos "bloques" o "secciones" en las que intentan estimular sentimientos concretos: alegría, rabia, deseo, ganas de beber una cerveza, o directamente estimulación visual o auditiva (¿sabías lo que es una melodía polifónica?). Es una especie de viaje psicodélico de bajo presupuesto, un caleidoscopio desagradable donde los momentos musicales provocan vergüenza ajena.

Me imagino el proceso de rodaje: la falta de seriedad, el amateurismo. Entiendo la escasez de presupuesto, pero no la falta de compromiso con la propia obra. Le he dado un 4, no sé por qué, quizá por la audacia de querer presentar esto al público y también por tocar, aunque de soslayo y sin profundidad, el drama de la maternidad. Porque sí, y no hay más que verlo: mujeres de treinta y tantos buscando tener hijos en el tiempo de descuento mediante una probeta. Es deprimente. Por no hablar del festival homoerótico, que ni me va ni me viene. En fin, un despropósito.
Yo, adicto (Miniserie de TV)
Miniserie
España2024
7,7
4.268
Javier Giner (Creador), Aitor Gabilondo (Creador) ...
7
16 de noviembre de 2024
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo, adicto es una buena serie, con momentos puntuales realmente impactantes. Esos instantes son, en mi opinión, los que sostienen la narrativa: escenas que retratan con crudeza y sordidez la caída del protagonista a los infiernos, el lado más oscuro del mundo de la noche y sus miserias morales. Es ahí donde la serie brilla, donde el realismo golpea al espectador sin piedad.

El problema es todo lo demás. Las partes dedicadas al proceso de tratamiento en la clínica simplemente no logran captar el mismo interés. Queremos el drama; seguimos teniendo drama, pero queda en segundo plano. En cambio, nos ofrecen largas sesiones de terapia y monólogos introspectivos que, aunque bien intencionados, rompen el ritmo y saturan al espectador.

Aquí es donde la serie peca de narcisismo, como su protagonista. Sin ánimo de ofender, no nos interesa tanto cómo te sientes. No es necesario un discurso de cinco minutos gritándole a tus padres. Pobres vecinos y, peor aún, pobre espectador. Aunque respeto profundamente la historia de Javier Giner y empatizo con su experiencia, esa perspectiva tan centrada en lo personal no favorece a la serie.

Yo, adicto podría haber sido un clásico moderno, una de las mejores series de la década. Tiene los elementos: un protagonista carismático e inspirado, momentos de realismo impactante y una crudeza que no se ve todos los días en la televisión. Pero falla en su equilibrio. Se queda corta en profundizar en el drama y se excede en esas largas sesiones de terapia que parecen más un publirreportaje de la clínica de desintoxicación que un aporte narrativo sólido.

Entiendo que este enfoque pueda causar furor entre el público argentino, con su sensibilidad hacia el análisis psicológico y lo introspectivo, pero a mí me sobraban. Los momentos de positivismo o "feel good" desentonan y, en cierto modo, invalidan la crudeza inicial. Es como si la serie no supiera decidir qué quería ser: un retrato implacable de la adicción o una historia de redención esperanzadora.

En resumen, Yo, adicto tiene cosas buenísimas, pero le faltó visión y le sobró historia personal. Es una serie que podría haber sido mucho más, pero se quedó atrapada entre dos mundos: el realismo brutal y la autoindulgencia.
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25 de octubre de 2024
20 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película llega con al menos treinta años de retraso. La Ley de Violencia de Género se aprobó en 2004, bajo el primer gobierno de Zapatero, como respuesta a una problemática ya conocida y estudiada, lo que permitió que se aprobara con apoyo del Tribunal Constitucional y sin mayor resistencia. En este contexto, la historia de emancipación de una madre y su hija, aunque bien ejecutada, resulta más nostálgica que reivindicativa. Paz Vega, quien también dirige, se deleita en cada plano con un preciosismo intimista que funciona, logrando que el espectador se adentre en un mundo limitado y desproporcionado, como lo ven los ojos de un niño, a la altura de la cintura, que observa, huele y escucha, pero no comprende. La ambientación en la Sevilla de los años 80 está bien lograda: restringida a esas pocas calles que conocen los protagonistas, en una época sencilla y menos corrosiva, previa a la Expo y al posmodernismo. Los detalles y las interpretaciones, especialmente de los niños, cumplen y logran transmitir verdad.

Hasta aquí, bien. Pero el mensaje llega tarde en 2024. ¿Qué sentido tiene mostrar ahora este recorrido hacia la emancipación femenina, cuando las políticas de género y el feminismo han avanzado tanto? Lo valiente habría sido hacer esta película en los años 80 o 90, cuando realmente había algo que arriesgar. Ahora, parece que la película recibirá premios que Paz Vega recogerá como si estuviera derrumbando las últimas barreras del machismo, cuando, en realidad, solo añade un ladrillo más a un monumento al feminismo ya consolidado. Y mientras, seguimos esperando historias contemporáneas de mujeres como la Rita actual: millennials en sus 30 y 40, sin hijos, compartiendo piso, sin familia ni expectativas, pero económicamente independientes. ¿Tendremos que esperar otros 30 años para ver reflejada esa realidad en el cine?
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spoiler:
El personaje de Roberto Álamo es caricaturesco hasta decir basta. ¿Porqué se casó con semejante garrulo? El vecino rubio, ¿Qué aporta? ¿Y lo de la navaja?. Es que ni siquiera está bien narrada la violencia de pareja, el hombre es malo porque sí y ella es víctima sin remedio. ¿No me traes una cerveza fría? Te apuñalo. Literal.
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