Scout, una mujer adulta crecida en una pequeña ciudad de Alabama, cuenta su historia de niñez, donde es testigo de una sentencia sesgada por prejuicios racistas.

Con excesiva maestría, Robert Mulligan juega con la forma de hacer cine. Combina con soberbia distintos estilos para servirlos en un plato propio de un perfecto manjar. Y aunque la historia dé una vuelta completa para demostrar la justicia del cielo, todo el andamiaje permanece fuertemente en pie y queda grabado en la memoria para siempre. Hermosa hasta el final.

Blanche, una mujer que idealiza una vida perfecta, rodeada de las mejores cosas y de las mejores personas, se ve forzada a aterrizar. Lo hace en la vivienda de su hermana, Stella, quien vive con Stanley, un hombre rudo y altanero que no soporta la estupidez de Blanche. Vivien Leigh, la misma Blanchet, su protagonista, lleva con soberbia el barco que es Un tranvía llamado deseo, personificando con majestuosidad el síndrome de la reina caída en desgracia. No obstante, el trabajo del elenco en pleno no es menos majestuoso. Todo nos invita a pensar a que estamos jugando cada uno en este espacio llamado mundo y hasta qué punto el orgullo nos separa de la realidad. Obra clave sobre los trastornos de la personalidad.

El film propone un juego de metonimías. Metonimías en los cuadros con cuerpos descabezados. Metonimías en la narración siendo un deber del espectador extraer una historia de amor casi platónico adolescente de una historia general.

Funciona como cine experimental; por lo cual su disfrute es bien difícil.

Salvo por una construcción detallada y cuidadosa de un enfrentamiento entre grupos armados, la película flojea en muchos aspectos. Lo peor es la selección del casting: cómo es posible que para interpretar a un guerrillero pongan a un muchacho de la ciudad, alguien que seguramente lleva una vida social citadina; es algo que resalta en el personaje y crea una molesta dualidad. Igualmente con las mujeres subversivas no logran transmitir una realidad cultural y social de la selva; más bien parecen modelos de pasarela intentando hacer un roll.

Agobiante, lenta y vacía. Así parece 12 años de esclavitud. Un eterno relato cuyo error parece radicar en el guión: no es justo que se extienda así una fatalidad sobreentendida. Hay que reconocer el valioso trabajo de Chiwetel Ejiofor y la puesta en escena en general.