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Críticas ordenadas por utilidad
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6,7
1.921
8
27 de marzo de 2022
27 de marzo de 2022
53 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo leo las sinopsis de las películas cuando voy al cine, para intentar que mi inversión merezca la pena. La de “À plein temps” es peligrosa: ¿va a ser la soflama moralizante que tenemos que sortear constantemente en el cine? ¿Nos insultará la pantalla con otro de esos filmes que bailan cómodamente al ritmo de su tiempo, pero que los críticos llaman “comprometido”? El ejemplo reciente más claro es “Madres paralelas” (Pedro Almodóvar, 2021) del que hablo en mi crítica en FilmAffinity.
Por suerte “À plein temps” no es ese tipo de película. Si bien se trata de una historia de su tiempo, lo es por retratar de forma exquisita a la protagonista como mujer y como trabajadora, sin escupir en la cara del espectador ideología en la fase de fariseización (googlear "pirámide de la hegemonía" para más info), en la mejor tradición del cine realista.
Porque, como ya nos ha quedado claro en la sinopsis, estamos ante la “vie quotidienne”, donde no hay nada extraordinario: ni asesinos ni robos, ni zombies ni vampiros, ni viajes en el tiempo ni interestelares, ni tiros ni hazañas, ni personajes excéntricos ni premisas surrealistas. Solo la simple y llana vida: Julie, mujer separada y con dos hijos que vive en un barrio dormitorio y entrega su carne al capital precariamente mientras busca cómo entregarla mejor. La situación que dispara la acción no es más que una huelga de transportes, que todo el mundo que ha vivido en una gran ciudad ha sufrido antes o después, con un París de fondo donde la torre Eiffel solo es un cuadro relamido en una habitación cochambrosa.
Estos sencillos mimbres no impiden que “À plein temps” sea un filme frenético, donde las situaciones mundanas como coger el tren mantienen al espectador agarrado a la butaca. La clave es su exquisita artesanía, especialmente su guion milimétrico con un ritmo de edición y un trabajo de cámara plenamente a su servicio. Solo la música vaporwave, que en principio acompaña bien, se hace un tanto repetitiva hacia el final.
Los personajes están excelentemente tratados y muy bien presentados: se nos da a conocer de ellos lo justo para que rellenemos los huecos, lo que ahorra metraje y hace sentir inteligente al espectador. Destaco el de la jefa de la protagonista, vil lacaya del sistema que disfruta en su papel de correa de engranaje de opresión de clase; subalterna que hace suya la misión de la plutocracia por una migajas de pan (de coloritos, para diferenciarla de quienes están por debajo).
Y me complace muchísimo que no haya una historia de amor de las que siempre suelen pulular por este tipo de filmes, más allá de un beso divertidamente ridículo en el sótano, entre polvo y cachivaches desechados.
El resultado es un fiel retrato y un alegato de la clase trabajadora, con una huelga a la francesa de fondo, pero sin moralismo. Un Ken Loach sin discursitos, y por ello mucho más potente. Esto queda enfatizado, sin duda, por el final, que comento en spoliers aunque es muy previsible, junto al punto más negativo de la película.
Por suerte “À plein temps” no es ese tipo de película. Si bien se trata de una historia de su tiempo, lo es por retratar de forma exquisita a la protagonista como mujer y como trabajadora, sin escupir en la cara del espectador ideología en la fase de fariseización (googlear "pirámide de la hegemonía" para más info), en la mejor tradición del cine realista.
Porque, como ya nos ha quedado claro en la sinopsis, estamos ante la “vie quotidienne”, donde no hay nada extraordinario: ni asesinos ni robos, ni zombies ni vampiros, ni viajes en el tiempo ni interestelares, ni tiros ni hazañas, ni personajes excéntricos ni premisas surrealistas. Solo la simple y llana vida: Julie, mujer separada y con dos hijos que vive en un barrio dormitorio y entrega su carne al capital precariamente mientras busca cómo entregarla mejor. La situación que dispara la acción no es más que una huelga de transportes, que todo el mundo que ha vivido en una gran ciudad ha sufrido antes o después, con un París de fondo donde la torre Eiffel solo es un cuadro relamido en una habitación cochambrosa.
Estos sencillos mimbres no impiden que “À plein temps” sea un filme frenético, donde las situaciones mundanas como coger el tren mantienen al espectador agarrado a la butaca. La clave es su exquisita artesanía, especialmente su guion milimétrico con un ritmo de edición y un trabajo de cámara plenamente a su servicio. Solo la música vaporwave, que en principio acompaña bien, se hace un tanto repetitiva hacia el final.
Los personajes están excelentemente tratados y muy bien presentados: se nos da a conocer de ellos lo justo para que rellenemos los huecos, lo que ahorra metraje y hace sentir inteligente al espectador. Destaco el de la jefa de la protagonista, vil lacaya del sistema que disfruta en su papel de correa de engranaje de opresión de clase; subalterna que hace suya la misión de la plutocracia por una migajas de pan (de coloritos, para diferenciarla de quienes están por debajo).
Y me complace muchísimo que no haya una historia de amor de las que siempre suelen pulular por este tipo de filmes, más allá de un beso divertidamente ridículo en el sótano, entre polvo y cachivaches desechados.
El resultado es un fiel retrato y un alegato de la clase trabajadora, con una huelga a la francesa de fondo, pero sin moralismo. Un Ken Loach sin discursitos, y por ello mucho más potente. Esto queda enfatizado, sin duda, por el final, que comento en spoliers aunque es muy previsible, junto al punto más negativo de la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Primero, el punto negativo: que engaña al público con que no le iban a dar el trabajo a Julie. Esta llama a la empresa y le dicen que si no le han contactado ya es porque el puesto ha sido cubierto. Triquiñuela idiota para que el espectador no anticipe el final, y que simplemente podría eliminarse: la angustia de la protagonista está tan bien retratada que basta para generar la tensión de los últimos minutos.
Esa tensión suspendida es un buen momentum para el desenlace. Julie ha perdido el trabajo y en consecuencia el ritmo de la película ha bajado. La resolución está al caer, y me divierto imaginando alternativas improbables: que se tira al tren, que se currorromeriza, que se perroflautiza, que mea en las cajitas de las habitaciones del hotel, qué se yo. Pero aunque resulta ser la que intuíamos, que le dan el trabajo, la película la retrata de manera emocionante.
Y lo suficientemente abierta.
Pantalla negra. ¿Ahora qué? Aparecen los créditos y sigue en nuestra retina la última imagen. Julie ha conseguido el trabajo. Sus lágrimas son de victoria, pero también de fracaso: volver al ritmo frenético y a no tener con quién dejar a sus hijos. Salimos del cine rápido y caminamos deprisa a pesar de que nadie nos espera y hace una noche espectacular. La película nos sigue: nuestros movimientos rutinarios son flashazos de cámara, ponunwasap, guardaelmóvil, miraditaalapeñitawapadelaterraza. Rápido esto, rápido lo otro. Julie ha conseguido lo que quería, que a la vez es su maldición. Mientras, nosotras, dedicadas por completo a la vida bohemia, disfrutamos de no tener más prisa de la que nos ha impregnado la película. Y este es su mensaje: ayer, hoy y siempre, abajo el trabajo.
Esa tensión suspendida es un buen momentum para el desenlace. Julie ha perdido el trabajo y en consecuencia el ritmo de la película ha bajado. La resolución está al caer, y me divierto imaginando alternativas improbables: que se tira al tren, que se currorromeriza, que se perroflautiza, que mea en las cajitas de las habitaciones del hotel, qué se yo. Pero aunque resulta ser la que intuíamos, que le dan el trabajo, la película la retrata de manera emocionante.
Y lo suficientemente abierta.
Pantalla negra. ¿Ahora qué? Aparecen los créditos y sigue en nuestra retina la última imagen. Julie ha conseguido el trabajo. Sus lágrimas son de victoria, pero también de fracaso: volver al ritmo frenético y a no tener con quién dejar a sus hijos. Salimos del cine rápido y caminamos deprisa a pesar de que nadie nos espera y hace una noche espectacular. La película nos sigue: nuestros movimientos rutinarios son flashazos de cámara, ponunwasap, guardaelmóvil, miraditaalapeñitawapadelaterraza. Rápido esto, rápido lo otro. Julie ha conseguido lo que quería, que a la vez es su maldición. Mientras, nosotras, dedicadas por completo a la vida bohemia, disfrutamos de no tener más prisa de la que nos ha impregnado la película. Y este es su mensaje: ayer, hoy y siempre, abajo el trabajo.
Episodio

8,3
1.606
10
21 de enero de 2022
21 de enero de 2022
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
El octavo capítulo de "Twin Peaks 3" deja entrever mucho más de lo que la serie plantea en un principio, e incluso da nueva relevancia al argumento de las dos entregas originales, que los capítulos siguientes desarrollan. Es sobrecogedor el tratamiento de la explosión nuclear, comparable al “tripi” de "2001, una odisea en el espacio". Y su subsiguiente trama parece rendir homenaje al mejor John Carpenter. Es sin duda el mejor capítulo de la tercera temporada, y lo mejor que vas a ver en mucho tiempo… si logras sobrevivir a las siete horas anteriores de Lynch en estado puro, claro.
(Nota: escribí una crítica en "El País" tras la emisión el capítulo y Filmaffinity lo ha incluido como críticas profesionales, "Lo mejor que vas a ver este año", jeje. La crítica iba más bien sobre Lynch en general, así que rescato aquí las dos fruslerías específicas que decía sobre el capítulo.)
(Nota: escribí una crítica en "El País" tras la emisión el capítulo y Filmaffinity lo ha incluido como críticas profesionales, "Lo mejor que vas a ver este año", jeje. La crítica iba más bien sobre Lynch en general, así que rescato aquí las dos fruslerías específicas que decía sobre el capítulo.)

5,8
13.275
10
31 de diciembre de 2021
31 de diciembre de 2021
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The Running Man” explota una de las posibilidades más jugosas de la ciencia ficción: utilizar el futuro para llevar el presente al absurdo. Así, desde 1987 nos traslada a 2019 para hacer una sátira despiadada contra el espectáculo mediante su simplificación y exageración.
La historia sigue las peripecias de Ben Richards (Schwarzenegger), ex policía condenado por una matanza que no ha cometido, pero por la que el Gobierno y la televisión le inculpan para esconder la verdad. Richards “descubre” la realidad en un proceso a día de hoy hecho meme como “tomar la pastilla roja”, por el que se pasa de ser “integrado” a “apocalíptico” según la famosa tipología de Umberto Eco.
Según “La semilla inmortal” (2006), donde Jordi Balló y Xavier Pérez analizan las tramas clásicas del cine, estamos ante una historia tipo “En el interior del laberinto”: “Un hombre solo enfrentado a una estructura universal, opaca e inmóvil (…) en un mundo interconectado donde no hay lugar posible para la huida”. Es el caso de “Fahrenheit 451”, “Sleeper”, “Soylent Green”, “Logan’s Run”, “Brazil”, “They live”, “Fortress”, “The Arrival”, “Dark City”, “Matrix”, “Equilibrium”, “Minority Report”, “Oblivion” o “Free Guy”, entre otras.
En este tipo de historias nos encontramos con un poder tiránico pero legitimado, donde la ciudadanía no es consciente de su sometimiento y vive en un equilibrio a veces apacible, otras menos, pero sin suficientes motivos para rebelarse. A pesar de su mano dura, el poder ejerce una función de cohesión social y previene de males mayores, como la insurrección absoluta o el reparto de recursos naturales escasos. El control del poder sobre la población tiene tres capas: (1) medios de comunicación y trabajo para las masas, (2) burocracia y ostracismo para quien hace preguntas y (3) fuerza para los disidentes.
Tras establecer el clima, el desarrollo comienza cuando un individuo o grupo se da cuenta del engaño del mundo en el que vive. Durante el nudo los protagonistas tratan de sobrevivir entre los tres niveles de control, llegando a su objetivo (victorioso o malogrado) en el desenlace: bien emancipar a la población, derrocar al tirano o simplemente conseguir una libertad individual negada.
Aunque este patrón es común, algunas historias dan más peso a unos niveles de control que a otros. En “The Running Man”, como película arquetípica, los tres están bien definidos y constituyen una excelente sátira de la época en que se produjo.
1. MANIPULACIÓN MEDIÁTICA
Prescriptora en la pantalla: "ICS, tu canal de entretenimiento e información, te recuerda que ver es creer".
Estamos en un mundo totalmente manipulado por los medios de comunicación. Nadie se da cuenta, excepto los miembros de la resistencia, cuyo objetivo, en consecuencia, es tomar el control de la señal de televisión. Pero ¡oh! ellos mismos creen la desinformación vertida sobre Richards. Hasta las personas más subversivas son incapaces de escapar a la construcción mediática de la realidad. “La realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente”, diría Guy Debord.
2. BUROMUNDO
Amber: "No podrás ni salir de la manzana, no tienes pase."
Richards: "Tú tienes. Y ahora yo también."
Con una de sus cortantes respuestas, Richards le roba el pase a la protagonista femenina y lo reconfigura para su propio uso. Estamos ante el control buromundano, siempre distópico pero curioso de analizar desde la perspectiva de la reciente pandemia y las políticas de identidad: pases para moverse después del toque de queda o viajar, y productos culturales “desaconsejados”.
3. FUERZA
Richards: "¿No lo entiendes? Nunca nos dejarán salir de aquí con vida. No se lo pueden permitir."
Lo interesante de “The Running Man” es que une los tres niveles de control en uno solo: el propio espectáculo. Así, el programa de televisión que da título a la película se nutre de presos que se enfrentan a unos matones (“stalkers”) por la posibilidad de ganar un juicio o un indulto. Entre toma y toma nos (des)informan sobre sus fechorías, las viejas entran en éxtasis con sus stalkers favoritos y nos presentan las mejores opornunidades comerciales. El mundo real es igual de grotesco, pero sin distancia irónica.
Y en esta mezcla de acción, crítica e ironía es donde la película roza la perfección. No deja títere sin cabeza, incluida ella misma:
- La ultraviolencia del entretenimiento estadounidense de los 80. En su parodia se permite ir a lugares exageradísimos como el exquisito Dynamo: un enorme tipo ataviado con una armadura de soldado romano, incluyendo casco con cresta, pero hecha de metacrilato y cubierta de lucecitas parpadeantes, que canta ópera y lanza descargas eléctricas a distancia. Grotesco y necesario.
- El propio presentador del show, Richard Dawson, había sido durante años presentador de un concurso televisivo en la vida real.
- Los productos más deseados llevan el nombre de la clase dominante, “Cadre”. Lo cual evidencia la paradoja de la escuela de Frankfurt: las clases bajas imitan el modelo de consumo de las clases dominantes pero solo pueden hacerlo con sucedáneos baratos. La película desmonta esa paradoja: una sola “Cadre-Cola” cuesta 6 dólares.
(Sigo en spoilers por falta de espacio).
La historia sigue las peripecias de Ben Richards (Schwarzenegger), ex policía condenado por una matanza que no ha cometido, pero por la que el Gobierno y la televisión le inculpan para esconder la verdad. Richards “descubre” la realidad en un proceso a día de hoy hecho meme como “tomar la pastilla roja”, por el que se pasa de ser “integrado” a “apocalíptico” según la famosa tipología de Umberto Eco.
Según “La semilla inmortal” (2006), donde Jordi Balló y Xavier Pérez analizan las tramas clásicas del cine, estamos ante una historia tipo “En el interior del laberinto”: “Un hombre solo enfrentado a una estructura universal, opaca e inmóvil (…) en un mundo interconectado donde no hay lugar posible para la huida”. Es el caso de “Fahrenheit 451”, “Sleeper”, “Soylent Green”, “Logan’s Run”, “Brazil”, “They live”, “Fortress”, “The Arrival”, “Dark City”, “Matrix”, “Equilibrium”, “Minority Report”, “Oblivion” o “Free Guy”, entre otras.
En este tipo de historias nos encontramos con un poder tiránico pero legitimado, donde la ciudadanía no es consciente de su sometimiento y vive en un equilibrio a veces apacible, otras menos, pero sin suficientes motivos para rebelarse. A pesar de su mano dura, el poder ejerce una función de cohesión social y previene de males mayores, como la insurrección absoluta o el reparto de recursos naturales escasos. El control del poder sobre la población tiene tres capas: (1) medios de comunicación y trabajo para las masas, (2) burocracia y ostracismo para quien hace preguntas y (3) fuerza para los disidentes.
Tras establecer el clima, el desarrollo comienza cuando un individuo o grupo se da cuenta del engaño del mundo en el que vive. Durante el nudo los protagonistas tratan de sobrevivir entre los tres niveles de control, llegando a su objetivo (victorioso o malogrado) en el desenlace: bien emancipar a la población, derrocar al tirano o simplemente conseguir una libertad individual negada.
Aunque este patrón es común, algunas historias dan más peso a unos niveles de control que a otros. En “The Running Man”, como película arquetípica, los tres están bien definidos y constituyen una excelente sátira de la época en que se produjo.
1. MANIPULACIÓN MEDIÁTICA
Prescriptora en la pantalla: "ICS, tu canal de entretenimiento e información, te recuerda que ver es creer".
Estamos en un mundo totalmente manipulado por los medios de comunicación. Nadie se da cuenta, excepto los miembros de la resistencia, cuyo objetivo, en consecuencia, es tomar el control de la señal de televisión. Pero ¡oh! ellos mismos creen la desinformación vertida sobre Richards. Hasta las personas más subversivas son incapaces de escapar a la construcción mediática de la realidad. “La realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente”, diría Guy Debord.
2. BUROMUNDO
Amber: "No podrás ni salir de la manzana, no tienes pase."
Richards: "Tú tienes. Y ahora yo también."
Con una de sus cortantes respuestas, Richards le roba el pase a la protagonista femenina y lo reconfigura para su propio uso. Estamos ante el control buromundano, siempre distópico pero curioso de analizar desde la perspectiva de la reciente pandemia y las políticas de identidad: pases para moverse después del toque de queda o viajar, y productos culturales “desaconsejados”.
3. FUERZA
Richards: "¿No lo entiendes? Nunca nos dejarán salir de aquí con vida. No se lo pueden permitir."
Lo interesante de “The Running Man” es que une los tres niveles de control en uno solo: el propio espectáculo. Así, el programa de televisión que da título a la película se nutre de presos que se enfrentan a unos matones (“stalkers”) por la posibilidad de ganar un juicio o un indulto. Entre toma y toma nos (des)informan sobre sus fechorías, las viejas entran en éxtasis con sus stalkers favoritos y nos presentan las mejores opornunidades comerciales. El mundo real es igual de grotesco, pero sin distancia irónica.
Y en esta mezcla de acción, crítica e ironía es donde la película roza la perfección. No deja títere sin cabeza, incluida ella misma:
- La ultraviolencia del entretenimiento estadounidense de los 80. En su parodia se permite ir a lugares exageradísimos como el exquisito Dynamo: un enorme tipo ataviado con una armadura de soldado romano, incluyendo casco con cresta, pero hecha de metacrilato y cubierta de lucecitas parpadeantes, que canta ópera y lanza descargas eléctricas a distancia. Grotesco y necesario.
- El propio presentador del show, Richard Dawson, había sido durante años presentador de un concurso televisivo en la vida real.
- Los productos más deseados llevan el nombre de la clase dominante, “Cadre”. Lo cual evidencia la paradoja de la escuela de Frankfurt: las clases bajas imitan el modelo de consumo de las clases dominantes pero solo pueden hacerlo con sucedáneos baratos. La película desmonta esa paradoja: una sola “Cadre-Cola” cuesta 6 dólares.
(Sigo en spoilers por falta de espacio).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
DESENLACE
Operador de TV: “Esto es lo que odio. Problemas en el tercer acto.”
Efectivamente, el tercer acto del programa no se resuelve como debía, y la resistencia logra interferir en la señal del satélite, emitiendo una remezcla del show al mejor estilo culture jamming. La resistencia libera al Pueblo y derroca al tirano, y Richards consigue libertad.
Lo interesante es que este film es lo directo de su sátira. Veamos el speech final de Killian, el presentador del programa: “Esto es solo TV. La gente no importa, sino los índices de audiencia. Durante 50 años les hemos dicho lo que deben comer, lo que deben beber, cómo deben vestirse. Por Dios, ¿no lo entiendes? A la gente les encanta la TV. Crían a sus hijos con ella. Les encantan los concursos, la WWF, los deportes y la violencia. ¡Solo les damos lo que quieren!”
El mensaje no puede ser más directo. ¿Corren los espectadores a leer a Chomsky? Lo interesante es cómo el sistema se permite, desde su mismísimo corazón, narrar un acto subversivo contra sí mismo: tan seguro está de su infalibilidad.
Hollywood es el epicentro de la construcción simbólica del mundo. El cine ha permitido a EE.UU. extender un imperio más grande que cualquier otra metrópoli anterior. Al usar el símbolo antes que la bala (como en los tres niveles de control arriba expuestos) ha logrado un sistema muy eficaz de legitimación que une espiritualismo y materialismo al asociar los valores de la clase dominante a los productos publicitados, lo que a su vez somete voluntariamente a la población al trabajo para obtenerlos. En ese proceso todas las partes salen beneficiadas, produciendo una armonía social (como en el comienzo de todas las películas que he citado) que perdura en el tiempo (mientras haya recursos naturales, como fatídicamente advierten algunas de ellas, incluida “The Running Man”).
Por otra parte, los medios de comunicación son capaces de crear un sentimiento religioso, en el sentido de comunión multitudinaria . Las multitudes aclaman a Killian y abuchean a Richards (como en la vida real aclaman a Lola Flores o abuchean a La Manada, aunque todo nuestro conocimiento sobre ellos está mediado). Esa gente está ahí teniendo un sentimiento elevado en lugar de estar haciendo piquetes (como dice Killian), orinando en la calle o soltando piropos a las chicas (usted nombra el mal a evitar).
Por supuesto, el sistema no está exento de ser subvertido. Pero, ¿qué es la subversión? ¿Guerrilleros como estos, que toman al asalto los medios de producción narrativa, como demandaba Guy Debord? Me gusta la definición de los surrealistas: la no aceptación de los valores dominantes, que son los que legitiman la estructura de poder al trasmitirse a las clases dominadas por los medios de producción narrativa. Es lo que sumariza Richards en su respuesta a Killian cuando este le ofrece ser un stalker: “Te haré comer ese contrato. Pero espero que te quede espacio para mi puño, porque te lo voy a embutir en el estómago hasta romperte la puta columna”. Richards desprecia lo que todo el mundo quiere. Claro que el tono es demasiado musculitos, pero esa es la esencia de la película. Es lo bueno de la ironía, que todo lo dice y lo deja de decir a la vez.
En fin, lo bueno del sistema capitalismo-medios y su producto publicidad-trabajo es que es autocontenido: toda crítica es rápidamente convertida en un elemento de entretenimiento primero y de consumo después, para el gozo de los propios revolucionarios. Como anuncia Neil Postman en “Amusing ourselves to death” (1985): para que un producto cultural crítico llegue a un público suficientemente grande debe ser muy entretenido. Por tanto, “el acto crítico en sí sería, al final, apropiado por la propia televisión, sus protagonistas se convertirían en celebridades, aparecerían en películas y acabarían haciendo anuncios”.
Así que lo digo ya: el capitalismo es sin duda el mejor sistema de dominio mundial porque es el único que permite reírse de si mismo. Y esta película merece un 10.
Operador de TV: “Esto es lo que odio. Problemas en el tercer acto.”
Efectivamente, el tercer acto del programa no se resuelve como debía, y la resistencia logra interferir en la señal del satélite, emitiendo una remezcla del show al mejor estilo culture jamming. La resistencia libera al Pueblo y derroca al tirano, y Richards consigue libertad.
Lo interesante es que este film es lo directo de su sátira. Veamos el speech final de Killian, el presentador del programa: “Esto es solo TV. La gente no importa, sino los índices de audiencia. Durante 50 años les hemos dicho lo que deben comer, lo que deben beber, cómo deben vestirse. Por Dios, ¿no lo entiendes? A la gente les encanta la TV. Crían a sus hijos con ella. Les encantan los concursos, la WWF, los deportes y la violencia. ¡Solo les damos lo que quieren!”
El mensaje no puede ser más directo. ¿Corren los espectadores a leer a Chomsky? Lo interesante es cómo el sistema se permite, desde su mismísimo corazón, narrar un acto subversivo contra sí mismo: tan seguro está de su infalibilidad.
Hollywood es el epicentro de la construcción simbólica del mundo. El cine ha permitido a EE.UU. extender un imperio más grande que cualquier otra metrópoli anterior. Al usar el símbolo antes que la bala (como en los tres niveles de control arriba expuestos) ha logrado un sistema muy eficaz de legitimación que une espiritualismo y materialismo al asociar los valores de la clase dominante a los productos publicitados, lo que a su vez somete voluntariamente a la población al trabajo para obtenerlos. En ese proceso todas las partes salen beneficiadas, produciendo una armonía social (como en el comienzo de todas las películas que he citado) que perdura en el tiempo (mientras haya recursos naturales, como fatídicamente advierten algunas de ellas, incluida “The Running Man”).
Por otra parte, los medios de comunicación son capaces de crear un sentimiento religioso, en el sentido de comunión multitudinaria . Las multitudes aclaman a Killian y abuchean a Richards (como en la vida real aclaman a Lola Flores o abuchean a La Manada, aunque todo nuestro conocimiento sobre ellos está mediado). Esa gente está ahí teniendo un sentimiento elevado en lugar de estar haciendo piquetes (como dice Killian), orinando en la calle o soltando piropos a las chicas (usted nombra el mal a evitar).
Por supuesto, el sistema no está exento de ser subvertido. Pero, ¿qué es la subversión? ¿Guerrilleros como estos, que toman al asalto los medios de producción narrativa, como demandaba Guy Debord? Me gusta la definición de los surrealistas: la no aceptación de los valores dominantes, que son los que legitiman la estructura de poder al trasmitirse a las clases dominadas por los medios de producción narrativa. Es lo que sumariza Richards en su respuesta a Killian cuando este le ofrece ser un stalker: “Te haré comer ese contrato. Pero espero que te quede espacio para mi puño, porque te lo voy a embutir en el estómago hasta romperte la puta columna”. Richards desprecia lo que todo el mundo quiere. Claro que el tono es demasiado musculitos, pero esa es la esencia de la película. Es lo bueno de la ironía, que todo lo dice y lo deja de decir a la vez.
En fin, lo bueno del sistema capitalismo-medios y su producto publicidad-trabajo es que es autocontenido: toda crítica es rápidamente convertida en un elemento de entretenimiento primero y de consumo después, para el gozo de los propios revolucionarios. Como anuncia Neil Postman en “Amusing ourselves to death” (1985): para que un producto cultural crítico llegue a un público suficientemente grande debe ser muy entretenido. Por tanto, “el acto crítico en sí sería, al final, apropiado por la propia televisión, sus protagonistas se convertirían en celebridades, aparecerían en películas y acabarían haciendo anuncios”.
Así que lo digo ya: el capitalismo es sin duda el mejor sistema de dominio mundial porque es el único que permite reírse de si mismo. Y esta película merece un 10.

5,7
12.229
1
11 de marzo de 2022
11 de marzo de 2022
20 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Titane” es una excelente película: impactante, dinámica, atrevida, soberbiamente actuada, con una exquisita fotografía, e invita a ciertas reflexiones, pero en la que una sale diciendo “boh, pero si eso no se lo cree nadie”. Porque, a la vez, recurre a todo lo que no se debe hacer en el cine: mezcla premisas distintas, la concatenación de eventos no es coherente, los personajes vete a saber qué los guía, las situaciones son inverosímiles y el avance de la historia recurre a casualidades y elementos extradiegéticos.
Entonces: La premisa, OK, tenemos a una tía desquiciada que va matando peña por ahí. Bastante después en la película vemos que el amor la salva: esa es la historia principal, tipo "el amor redentor" de "La Bella y la Bestia". Pero esto lo descubrimos entre múltiples elementos absurdos e innecesarios: que se folle a un coche, que el jefe de bomberos pueda meter en el cuerpo a quien le dé la gana porque está loco pero la gente lo quiere, que el parque de bomberos parezca más bien un garito de Chueca, que la protagonista justo dé con un tarado que la reconozca como su hijo, etc.
En resumen, un batiburrillo de escenas impactantes y personajes idos en busca de identidad filmados tras tirar de la cadena, que en su mejor momento pretende desdibujar la línea entre el amor y la locura. Pero para eso mejor escuchar "Le llamaban loca" de Mocedades y os ahorráis hora y pico de retruécanos argumentativos para justificar personajes imposibles.
El resultado es una película impredecible en lo que debería ser predecible y predecible en lo que debería ser impredecible, así que le pongo un 1 porque así ya hago escalera de notas con el resto de mis críticas. Pa chulo yo, Ducornau.
Entonces: La premisa, OK, tenemos a una tía desquiciada que va matando peña por ahí. Bastante después en la película vemos que el amor la salva: esa es la historia principal, tipo "el amor redentor" de "La Bella y la Bestia". Pero esto lo descubrimos entre múltiples elementos absurdos e innecesarios: que se folle a un coche, que el jefe de bomberos pueda meter en el cuerpo a quien le dé la gana porque está loco pero la gente lo quiere, que el parque de bomberos parezca más bien un garito de Chueca, que la protagonista justo dé con un tarado que la reconozca como su hijo, etc.
En resumen, un batiburrillo de escenas impactantes y personajes idos en busca de identidad filmados tras tirar de la cadena, que en su mejor momento pretende desdibujar la línea entre el amor y la locura. Pero para eso mejor escuchar "Le llamaban loca" de Mocedades y os ahorráis hora y pico de retruécanos argumentativos para justificar personajes imposibles.
El resultado es una película impredecible en lo que debería ser predecible y predecible en lo que debería ser impredecible, así que le pongo un 1 porque así ya hago escalera de notas con el resto de mis críticas. Pa chulo yo, Ducornau.
31 de julio de 2024
31 de julio de 2024
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
LO MEJOR
- El reconocimiento a Manolo Kabezabolo.
- Los acentos maños de las personas entrevistadas.
- El repaso a la trayectoria de Kabezabolo.
- La música que sale.
- A veces es divertido.
LO PEOR
- Unas cartelitas con el año de cada entrevista y metraje no hubieran estado de más.
- Tratan a Kabezabolo con condescendencia.
- El análisis es muy superficial. "Hablaba sin tabús" y tal, sí, pero ¿por qué si se metía con todo el mundo, a todo el mundo le gustaba? ¿Por qué si criticó duramente toda forma de poder, no tuvo ningún encontronazo con los poderes? Etc.
- A veces es pretencioso, como la parte del making of, y se aleja del espíritu crudo de Kabezabolo. Que no está mal, no es un trabajo suyo, pero ¿se podría haber roto formalmente por algún lado, como hizo Kabezabolo con su música?
En resumen, está bien porque da a conocer la figura de Manolo Kabezabolo, tan cacho de pan como hecho a sí mismo, un hombre sencillo que disfruta cantando y lo hace hasta el punto de resultar inspirador para mucha gente. El documental tiene una factura correcta, narra hechos y situaciones, describe al cantante y a los personajes, rescata material de archivo interesantísimo, pero se queda en la supeficie y va saltando de hechos en hechos sin más. Es como leerse la primera parte de la Wikipedia, pero no ir a los siguientes apartados, donde está el meollo. Pero ojo, que yo no lo hubiera hecho mejor.
- El reconocimiento a Manolo Kabezabolo.
- Los acentos maños de las personas entrevistadas.
- El repaso a la trayectoria de Kabezabolo.
- La música que sale.
- A veces es divertido.
LO PEOR
- Unas cartelitas con el año de cada entrevista y metraje no hubieran estado de más.
- Tratan a Kabezabolo con condescendencia.
- El análisis es muy superficial. "Hablaba sin tabús" y tal, sí, pero ¿por qué si se metía con todo el mundo, a todo el mundo le gustaba? ¿Por qué si criticó duramente toda forma de poder, no tuvo ningún encontronazo con los poderes? Etc.
- A veces es pretencioso, como la parte del making of, y se aleja del espíritu crudo de Kabezabolo. Que no está mal, no es un trabajo suyo, pero ¿se podría haber roto formalmente por algún lado, como hizo Kabezabolo con su música?
En resumen, está bien porque da a conocer la figura de Manolo Kabezabolo, tan cacho de pan como hecho a sí mismo, un hombre sencillo que disfruta cantando y lo hace hasta el punto de resultar inspirador para mucha gente. El documental tiene una factura correcta, narra hechos y situaciones, describe al cantante y a los personajes, rescata material de archivo interesantísimo, pero se queda en la supeficie y va saltando de hechos en hechos sin más. Es como leerse la primera parte de la Wikipedia, pero no ir a los siguientes apartados, donde está el meollo. Pero ojo, que yo no lo hubiera hecho mejor.
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