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9
9 de abril de 2009
9 de abril de 2009
108 de 113 usuarios han encontrado esta crítica útil
Teniendo como marco una América convulsa, en la que las masas de jóvenes habían perdido el ánimo épico y heroico de preguerra que fue convertido en repulsa antibélica, Cassavetes inicia su guerra particular contra la industria hollywoodense, cuando ésta pretendió boicotear su trabajo negándose a distribuir y exhibir A woman under the influence.
Reunir un grupo de amigos, entre profesionales y familiares del equipo, y recaudaciones abiertas al pública, entre las que se recuerda una hecha por radio en la que prometía "un cine como tu vida", fueron los pasos determinantes para que Cassavetes no se doblegara ante el boicoteo y finalmente cree su propia compañía distribuidora para entregarle, al menos, a una pequeña parte del mundo su obra.
En A woman under the influence, el mentor del cine independiente americano, por encima de nuestra voluntad, nos coloca en el lugar de un simple voyeurista que tiene en su objetivo el posible hogar de una familia vecina de clase media, con una vista más que privilegiada; nos introduce a los lazos y nudos que unen y obstruyen la comunicación entre mujer y marido, madre e hijos, hijos y padre.
La actuación de Gena Rowlands en el papel de madre y mujer con claras muestras de desequilibro emocional es fantástica, desbordante, desquiciante y finalmente inquietante, tanto por el lado oral, el gestual y la excelente dinámica corporal. A ésta se suman los trabajos también notables de Peter Falk, en el papel de marido delirante y padre frustrado, los abuelos unas veces desatinados y otras tantas también desequilibrados, y la labor de los niños, quienes al fin y al cabo son los más cuerdos dentro de la caótica familia.
Ayudan en gran parte al resultado los planos utilizados por Cassavetes, totalmente desprovistos de paisajes grandilocuentes o escenarios pomposos, que reemplaza por encuadres cerrados en los que prevalecen los rostros, las miradas, las muecas, los ademanes por encima de todo lo demás.
El aspecto sonoro juega también un papel sumamente relevante, puesto que complementa el lenguaje visual y nos envuelve en las distintas atmósferas de las situaciones que en conjunto denotan la condición de esta familia. Resulta especialmente entrañable el uso de sinfonías orquestales para los momentos de intensidad y las piezas de jazz para los de placidez.
Reunir un grupo de amigos, entre profesionales y familiares del equipo, y recaudaciones abiertas al pública, entre las que se recuerda una hecha por radio en la que prometía "un cine como tu vida", fueron los pasos determinantes para que Cassavetes no se doblegara ante el boicoteo y finalmente cree su propia compañía distribuidora para entregarle, al menos, a una pequeña parte del mundo su obra.
En A woman under the influence, el mentor del cine independiente americano, por encima de nuestra voluntad, nos coloca en el lugar de un simple voyeurista que tiene en su objetivo el posible hogar de una familia vecina de clase media, con una vista más que privilegiada; nos introduce a los lazos y nudos que unen y obstruyen la comunicación entre mujer y marido, madre e hijos, hijos y padre.
La actuación de Gena Rowlands en el papel de madre y mujer con claras muestras de desequilibro emocional es fantástica, desbordante, desquiciante y finalmente inquietante, tanto por el lado oral, el gestual y la excelente dinámica corporal. A ésta se suman los trabajos también notables de Peter Falk, en el papel de marido delirante y padre frustrado, los abuelos unas veces desatinados y otras tantas también desequilibrados, y la labor de los niños, quienes al fin y al cabo son los más cuerdos dentro de la caótica familia.
Ayudan en gran parte al resultado los planos utilizados por Cassavetes, totalmente desprovistos de paisajes grandilocuentes o escenarios pomposos, que reemplaza por encuadres cerrados en los que prevalecen los rostros, las miradas, las muecas, los ademanes por encima de todo lo demás.
El aspecto sonoro juega también un papel sumamente relevante, puesto que complementa el lenguaje visual y nos envuelve en las distintas atmósferas de las situaciones que en conjunto denotan la condición de esta familia. Resulta especialmente entrañable el uso de sinfonías orquestales para los momentos de intensidad y las piezas de jazz para los de placidez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una mujer con la facilidad de desplegar su interior mediante su comportamiento, de comprender y de ser comprendida por los niños, pero a la que le cuesta adaptarse a las pautas de la vida adulta en sociedad, y un marido obrero de carácter prepotente que no tiene mayor dificultad para lograr amistades y reunir a 60 personas en su casa pequeña, pero que su lenguaje no conecta con el de sus hijos, quienes no lo entienden y a quienes no sabe comprender, son el eje sobre el cual gira este filme.
El cine de Cassavetes está caracterizado por la libertad de sus actores. "Necesito que lo destruyan, que se hagan daño", escribió él mismo sobre su cine. Razón por la cual escribía y reescribía sus guiones tras cada ensayo, para alcanzar y atrapar la espontaneidad, la naturalidad y, sobre todo, la verdad que iba surgiendo tras cada exploración a la que sometía a sus actores. Es por ello que incluso hasta ahora se rumorea la falsa concepción de que su cine es producto de la "improvisación": parece la vida misma.
"Nunca diré que lo que hago es entretenimiento. Es investigación, exploración (...) Una buena película te planteará interrogantes que nadie te ha planteado antes, sobre cada día de tu vida. Una película es una investigación sobre la vida, sobre lo que somos."
En esencia, Cassavetes no filma historias, sino estados de ánimo.
El cine de Cassavetes está caracterizado por la libertad de sus actores. "Necesito que lo destruyan, que se hagan daño", escribió él mismo sobre su cine. Razón por la cual escribía y reescribía sus guiones tras cada ensayo, para alcanzar y atrapar la espontaneidad, la naturalidad y, sobre todo, la verdad que iba surgiendo tras cada exploración a la que sometía a sus actores. Es por ello que incluso hasta ahora se rumorea la falsa concepción de que su cine es producto de la "improvisación": parece la vida misma.
"Nunca diré que lo que hago es entretenimiento. Es investigación, exploración (...) Una buena película te planteará interrogantes que nadie te ha planteado antes, sobre cada día de tu vida. Una película es una investigación sobre la vida, sobre lo que somos."
En esencia, Cassavetes no filma historias, sino estados de ánimo.
Cortometraje

7,7
2.854
8
5 de julio de 2011
5 de julio de 2011
36 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un gran número de películas en las que el matrimonio es realzado como punto de culminación, evento que resuelve cualquier brote contradictorio en los personajes principales y que a fin de cuentas constituye realización personal. Son minoría aquéllas en las que el tema radica en las dificultades o imposibilidad de la vida en pareja, teniendo expresamente como punto de partida el matrimonio —“Las campanas de boda tienen un sonido muy dulce, pero un eco bastante ácido”. En esta primera incursión oficial detrás de cámaras, Keaton narra las aventuras y desventuras de un matrimonio durante su primera semana de formación.
Los tórtolos en cuestión tendrán como lecho una inverosímil casa que pareciera sacada de la escenografía de alguna película del expresionismo alemán, infortunado refugio de destino marcado incluso antes de su construcción, siendo además representación geométrica de la colisión de dos fuerzas en constante oposición: la primera es interna, íntima y radica en la perseverancia de los enamorados; la segunda es externa, amenazadora y se funda en el encono del pretendiente rechazado (*).
El aparente rostro impávido de este personaje es capaz de desatar el caos con tan sólo un cambio en la mirada o un simple pestañeo. Es lo que sucede al inicio de ‘One Week’ cuando al darse cuenta de haber sido apartado de su amada por el chofer celoso, un cambio en su expresión es motivo e impulsa el sinfín de hazañas e incidentes de la historia, apoyado sobre la lucha de las dos fuerzas y valiéndose mejor que nadie de un frenesí de gags para nada gratuitos, siempre marcando una determinada acción necesaria para la narración (**). Ayuda mucho a la impresión que genera este tipo de humor visual la impasibilidad del rostro del personaje creado por Keaton, pues propicia una mayor concentración en los movimientos corporales, de una elasticidad y fuerza que rozan los limites de la física. Keaton posee un control absoluto sobre cada uno de sus músculos y es capaz de enredar su cuerpo con la energías cinéticas de su entorno sin salir gravemente lastimado.
Precisamente el caos que podía desencadenar esta bomba de tiempo fue destino especial del aplauso de los surrealistas en el siglo 20, quienes vieron en su trabajo la elaboración automática y ordenada de un mundo creado por el inconsciente sin tener que recurrir a la dimensión onírica, sino instalándolo en la propia vida cotidiana. También fue celebrado por los dadaístas, quienes vieron un gran potencial subversivo en sus alocadas escenas que implicaban sutiles ataques a la autoridad —quien sea que lleve puesto un uniforme— o a las nociones de orden y estabilidad de la clase dominante, en particular donde el rico tiene el poder, la clase media es conformista, el sumiso se acomoda y las mujeres están seguras y felizmente casadas. En definitiva, esta forma de comicidad es encomiable por ser una herramienta incluso aún más lúcida que la tragedia para retratar el absurdo de los avatares de la vida humana.
Los tórtolos en cuestión tendrán como lecho una inverosímil casa que pareciera sacada de la escenografía de alguna película del expresionismo alemán, infortunado refugio de destino marcado incluso antes de su construcción, siendo además representación geométrica de la colisión de dos fuerzas en constante oposición: la primera es interna, íntima y radica en la perseverancia de los enamorados; la segunda es externa, amenazadora y se funda en el encono del pretendiente rechazado (*).
El aparente rostro impávido de este personaje es capaz de desatar el caos con tan sólo un cambio en la mirada o un simple pestañeo. Es lo que sucede al inicio de ‘One Week’ cuando al darse cuenta de haber sido apartado de su amada por el chofer celoso, un cambio en su expresión es motivo e impulsa el sinfín de hazañas e incidentes de la historia, apoyado sobre la lucha de las dos fuerzas y valiéndose mejor que nadie de un frenesí de gags para nada gratuitos, siempre marcando una determinada acción necesaria para la narración (**). Ayuda mucho a la impresión que genera este tipo de humor visual la impasibilidad del rostro del personaje creado por Keaton, pues propicia una mayor concentración en los movimientos corporales, de una elasticidad y fuerza que rozan los limites de la física. Keaton posee un control absoluto sobre cada uno de sus músculos y es capaz de enredar su cuerpo con la energías cinéticas de su entorno sin salir gravemente lastimado.
Precisamente el caos que podía desencadenar esta bomba de tiempo fue destino especial del aplauso de los surrealistas en el siglo 20, quienes vieron en su trabajo la elaboración automática y ordenada de un mundo creado por el inconsciente sin tener que recurrir a la dimensión onírica, sino instalándolo en la propia vida cotidiana. También fue celebrado por los dadaístas, quienes vieron un gran potencial subversivo en sus alocadas escenas que implicaban sutiles ataques a la autoridad —quien sea que lleve puesto un uniforme— o a las nociones de orden y estabilidad de la clase dominante, en particular donde el rico tiene el poder, la clase media es conformista, el sumiso se acomoda y las mujeres están seguras y felizmente casadas. En definitiva, esta forma de comicidad es encomiable por ser una herramienta incluso aún más lúcida que la tragedia para retratar el absurdo de los avatares de la vida humana.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
* Al final, la pareja se ve forzada a trasladar la casa entera con su pequeño coche, tras una artimaña del acechador al cambiar el número de lote del terreno. Cuando en un momento ésta queda sobre unos rieles, la pareja se resigna y procede a cerrar los ojos ante la pronta destrucción por un tren, pero al abrirlos la casa está intacta y la ilusión los embarga. La alegría dura poco porque segundos después un tren en dirección contraria aniquila la casa en su totalidad: una fuerza venció a la otra, aunque la pareja se mantiene unida.
** Entre gag y gag hay una secuencia que capta especialmente mi atención: mientras Buster da los últimos toques a la fachada de la casa, un plano fijo horizontal nos muestra el perfil de su joven esposa, una líndisima Sybil Seely, tomando un baño cuando repentinamente se le escurre el jabón de las manos, cayendo fuera de la tina, por lo que se dispone a apoyarse para recogerlo, lo que implicaría descubrir frontalmente sus senos a la cámara; pero, cuando el momento mágico está por ocurrir, Sybil mira con ligero asombro al espectador —y nos sorprende a la vez—, una mano sin dueño irrumpe y cubre el lente de la cámara, e inmediatamente después Sybil nos sonríe con picardía mientras contínúa jabonándose. Sin embargo, el ojo curioso habrá notado que antes de que el jabón resbale un pezón pardo se dejó apreciar parcialmente cubierto por el agua. ¿Quiere esto decir que la mano (del autor) es entonces una mano complice y no una mano que censura?
Este quiebre narrativo —utilizado medio siglo después por Godard o en los 90 por Haneke— supone un diálogo con el espectador en el que el actor se aparta por un momento de su personaje y el cine consciente de sí mismo se revela como un artificio. Por tanto, podría tratarse entonces de un acto de sedición en el cual Keaton muestra algo en un espacio donde cree que debería pero que sabe prohibido. O podría tratarse de una llamada de atención al espectador para que ajuste la vista y tome un rol activo, olvidando la imagen explícita y el mensaje fácil, viendo donde aparentemente no se ve. O, en un acto de genialidad, podría tratarse de la conjugación de ambas proposiciones en una sola movida estratégica.
** Entre gag y gag hay una secuencia que capta especialmente mi atención: mientras Buster da los últimos toques a la fachada de la casa, un plano fijo horizontal nos muestra el perfil de su joven esposa, una líndisima Sybil Seely, tomando un baño cuando repentinamente se le escurre el jabón de las manos, cayendo fuera de la tina, por lo que se dispone a apoyarse para recogerlo, lo que implicaría descubrir frontalmente sus senos a la cámara; pero, cuando el momento mágico está por ocurrir, Sybil mira con ligero asombro al espectador —y nos sorprende a la vez—, una mano sin dueño irrumpe y cubre el lente de la cámara, e inmediatamente después Sybil nos sonríe con picardía mientras contínúa jabonándose. Sin embargo, el ojo curioso habrá notado que antes de que el jabón resbale un pezón pardo se dejó apreciar parcialmente cubierto por el agua. ¿Quiere esto decir que la mano (del autor) es entonces una mano complice y no una mano que censura?
Este quiebre narrativo —utilizado medio siglo después por Godard o en los 90 por Haneke— supone un diálogo con el espectador en el que el actor se aparta por un momento de su personaje y el cine consciente de sí mismo se revela como un artificio. Por tanto, podría tratarse entonces de un acto de sedición en el cual Keaton muestra algo en un espacio donde cree que debería pero que sabe prohibido. O podría tratarse de una llamada de atención al espectador para que ajuste la vista y tome un rol activo, olvidando la imagen explícita y el mensaje fácil, viendo donde aparentemente no se ve. O, en un acto de genialidad, podría tratarse de la conjugación de ambas proposiciones en una sola movida estratégica.
9
15 de septiembre de 2009
15 de septiembre de 2009
25 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá sea la ópera lo más próximo al murmullo célico que el oído humano pueda percibir. Siendo así, quizá sea el prólogo en ese parsimonioso blanco y negro lo más cercano al cielo que la vista humana pueda atisbar. Ahora, imaginen lo que es experimentar en carne propia ambas sensaciones, y sincrónicamente. Sublime. Sí, es así como la obra del danés nos posa delicadamente sobre la primera parada de esta excursión a la naturaleza, una naturaleza que gradualmente se irá desentrañando a nuestra vista y así arrancándonos las entrañas a nosotros también.
La naturaleza vertida en imágenes de preciosa fotografía y de la que escuchamos en los diálogos intensos de la pareja no es más que una alegórica visión de nuestra propia naturaleza, la naturaleza del ser humano, tema recurrente en la filmografía de Von Trier.
Será la presencia de los tres “mendigos” el derrotero del que se valdrá el filme para desplegarse. Cada uno de éstos aparecerá ante nuestra vista y ante la del ridículo e ingenuo marido (quizá el único desacierto, como personaje) a medida de que el pulso asesino de la mujer va llegando a su cauce.
La naturaleza vertida en imágenes de preciosa fotografía y de la que escuchamos en los diálogos intensos de la pareja no es más que una alegórica visión de nuestra propia naturaleza, la naturaleza del ser humano, tema recurrente en la filmografía de Von Trier.
Será la presencia de los tres “mendigos” el derrotero del que se valdrá el filme para desplegarse. Cada uno de éstos aparecerá ante nuestra vista y ante la del ridículo e ingenuo marido (quizá el único desacierto, como personaje) a medida de que el pulso asesino de la mujer va llegando a su cauce.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Primero, en un claro del Edén, nos toparemos con un cervatillo, símbolo de la maternidad salvaje de la hembra y fuente de la pena exacerbada de la mujer por la pérdida de su cría. Tras callar el llanto, escondido entre el forraje del Edén encontraremos un zorro, que en el momento con su propio hocico estará desgarrándose las vísceras, aludiendo al dolor de la mujer, que no verá como límite el propio cuerpo con tal de expulsarlo; en consecuencia, empezará a reinar el caos. Si creíamos que los impulsos de violencia eran el límite, pues nos sorprenderá descubrir que enterrado en lo más recóndito de la naturaleza (la nuestra) un cuervo de plumaje más negro que la oscuridad dará inició a un aleteo que no aflojará, representando la maldad inherente al humano, en esencia, sin norte ni sur, en pleno quiebre de la desesperación. Y ya nada importará: la penumbra se respira, las babosas se nos adhirieron, las bellotas llueven sin cesar sobre el techo, y aun los árboles más recios se rindieron hasta el suelo. Y entonces sólo quedará arrancar al mal de raíz, cercenarlo desde su origen. O para ella, mutilar el placer. Aquel que provocara la mirada impasible de la noche en blanco y negro, aquel al que recurriera en sus cuadros de histeria crónica con tal de retornar a ese instante en que el cielo, como su bebé, cayó.
Quedará ante nosotros uno de los cuadros más hermosos que me haya podido llevar de un filme: la mujer desnuda, recostada sobre la madera, con el alma más deshecha que el cuerpo y los tres mendigos reunidos a sus pies. Las estrellas convergían en ella. Era la mujer la constelación que el marido jamás había visto.
Para el final, el marido recién comprenderá el padecimiento interno de la mujer cuando ésta se lo retorne con sufrimiento corporal. Mareos, la garganta seca, los problemas de audición, el temblor, la respiración acelerada, las nauseas.
- ¿Ansiedad? –Replica ella– Esto es físico. Es peligroso.
- No, no es peligroso.
La matarás. La incinerarás, como a una de las tantas brujas que ahora, en un canto de reivindicación, suben la colina a tu encuentro.
Es así, el Anticristo y sus infiernos son universales a la naturaleza del ser humano, y los cielos, inherentes a la individualidad del alma humana. De ello es que en nuestro proceso de aprendizaje resulte inútil enseñar a hacer el bien sin antes haber aprendido a repeler el mal.
Quedará ante nosotros uno de los cuadros más hermosos que me haya podido llevar de un filme: la mujer desnuda, recostada sobre la madera, con el alma más deshecha que el cuerpo y los tres mendigos reunidos a sus pies. Las estrellas convergían en ella. Era la mujer la constelación que el marido jamás había visto.
Para el final, el marido recién comprenderá el padecimiento interno de la mujer cuando ésta se lo retorne con sufrimiento corporal. Mareos, la garganta seca, los problemas de audición, el temblor, la respiración acelerada, las nauseas.
- ¿Ansiedad? –Replica ella– Esto es físico. Es peligroso.
- No, no es peligroso.
La matarás. La incinerarás, como a una de las tantas brujas que ahora, en un canto de reivindicación, suben la colina a tu encuentro.
Es así, el Anticristo y sus infiernos son universales a la naturaleza del ser humano, y los cielos, inherentes a la individualidad del alma humana. De ello es que en nuestro proceso de aprendizaje resulte inútil enseñar a hacer el bien sin antes haber aprendido a repeler el mal.

7,8
3.271
8
15 de mayo de 2009
15 de mayo de 2009
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la vez que Mizoguchi y Kurosawa, sus coetáneos más representativos del cine japonés, en épocas de posguerra se decantaban por escudriñar entre la historia, fábulas y cuentos de un imperio entonces ya inexistente, el Imperio del Sol Naciente, con la finalidad de engarzar a su Japón del valor y orgullo atropellados (nunca hasta la raíz) con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, Ozu toma un camino distinto.
La labor de Ozu nunca apuntó a los dramas de época (excepto la primera entrega de su filmografía, en 1927) para reflejar una situación actual. Ozu siempre se valió de lo que verdaderamente se tenía a mano para darle frente a la realidad.
En el ejercicio de la última pieza de su legado, Ozu aborda la decadencia de su país partiendo de un concepto aparentemente insignificante, el sake, que es entendido desde dentro (Japón) como cualquier bebida alcohólica y desde fuera como una bebida alcohólica tradicional a base de arroz. ¿Y en qué momento trasciende este concepto? En el momento de ser ingerido, en el momento en que en nuestro paladar se logra destilar su verdadero sabor, que bien puede alojarse en nuestro organismo como bien puede anegar nuestro espíritu.
Aquel sabor que sientan nuestros personajes en sus espíritus estará determinado por la forma. Si el sake llega caliente a sus manos y en forma de sakazuki, habrán estado bebiendo añoranza y una delicada melancolía. Si el sake llega espumeante a sus manos y en forma de vaso de vidrio, habrán estado bebiendo resignación y una ligera armonía.
La belleza conceptual aquí esbozada, de aparente simplicidad pero que entraña cuantiosa profundidad, irá siendo trazada con maestría por Ozu a lo largo de la película, en todo plano, en toda escenografía, en todo diálogo. Para darle forma a sus trazos es que se cuenta con la particular incidencia del uso del contraste entre la luz y la penumbra, entre las ruinas y la industria, entre las geishas y las emancipadas, entre los kimonos y los ternos, entre el kanji y el inglés. Entre el sake y la cerveza.
La labor de Ozu nunca apuntó a los dramas de época (excepto la primera entrega de su filmografía, en 1927) para reflejar una situación actual. Ozu siempre se valió de lo que verdaderamente se tenía a mano para darle frente a la realidad.
En el ejercicio de la última pieza de su legado, Ozu aborda la decadencia de su país partiendo de un concepto aparentemente insignificante, el sake, que es entendido desde dentro (Japón) como cualquier bebida alcohólica y desde fuera como una bebida alcohólica tradicional a base de arroz. ¿Y en qué momento trasciende este concepto? En el momento de ser ingerido, en el momento en que en nuestro paladar se logra destilar su verdadero sabor, que bien puede alojarse en nuestro organismo como bien puede anegar nuestro espíritu.
Aquel sabor que sientan nuestros personajes en sus espíritus estará determinado por la forma. Si el sake llega caliente a sus manos y en forma de sakazuki, habrán estado bebiendo añoranza y una delicada melancolía. Si el sake llega espumeante a sus manos y en forma de vaso de vidrio, habrán estado bebiendo resignación y una ligera armonía.
La belleza conceptual aquí esbozada, de aparente simplicidad pero que entraña cuantiosa profundidad, irá siendo trazada con maestría por Ozu a lo largo de la película, en todo plano, en toda escenografía, en todo diálogo. Para darle forma a sus trazos es que se cuenta con la particular incidencia del uso del contraste entre la luz y la penumbra, entre las ruinas y la industria, entre las geishas y las emancipadas, entre los kimonos y los ternos, entre el kanji y el inglés. Entre el sake y la cerveza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es así, guiados por el sabor del sake, como podemos apreciar algunos pináculos de la película: viendo el reencuentro de Hirayama y un compañero de batalla, en quienes, con copas de por medio, aflora un ánimo vigoroso cantando la marcha de una guerra perdida; viendo al viejo Calabaza pasado de copas, recordándoles a los que otrora fueran sus alumnos que todo hombre muere solo; viendo el retorno de Hirayama a casa, después de unos tragos, al acercarse a su hija para manifestarle el consentimiento a su libertad; viendo en el colofón del filme, después de la boda y bebidas, a Hirayama envuelto en la paz de esa habitación sombría.
Siendo también elípticos como el filme, podríamos atrevernos a completar el título con: El sentido optimista del pesimismo existencial.
(...)
Al terminar pienso mucho en Ozu, pienso que este filme no estaba dirigido sólo para la sociedad o para cualquier espectador, pienso que estaba dirigido para sí mismo.
Al final me imagino mucho a Ozu, me imagino a Ozu atrapado en un blanco y negro desvaneciente, me imagino a Ozu sonriente con el sakazuki sostenido en la mano.
Siendo también elípticos como el filme, podríamos atrevernos a completar el título con: El sentido optimista del pesimismo existencial.
(...)
Al terminar pienso mucho en Ozu, pienso que este filme no estaba dirigido sólo para la sociedad o para cualquier espectador, pienso que estaba dirigido para sí mismo.
Al final me imagino mucho a Ozu, me imagino a Ozu atrapado en un blanco y negro desvaneciente, me imagino a Ozu sonriente con el sakazuki sostenido en la mano.
Documental

6,2
446
9
13 de junio de 2011
13 de junio de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Declarado persona non grata en su ahora inexistente Yugoslavia natal tras la realización de WR: Misterios del organismo, el Braque del cine europeo de los sesenta presenta en esta oportunidad, deliberadamente e incuestionablemente, una de las películas más subversivas de la cinematografía de la época.
Esta sátira política contenida de alta explicitud erótica es revolucionaria en tanto subvierte los cánones narrativos y de montaje tradicionales, que él consideraba una fórmula impuesta opresiva, una prisión para la libertad creativa, una mentira (¿o una no verdad?). Para darle cuerpo a este ejercicio de “antinarración” audiovisual el yugoslavo hace uso del collage, un tanto popular en los sesenta y setentas, imbricando escenas cinematográficas de las más peculiares procedencias, algunas propias y otras tomadas prestadas, sin un hilo conductor narrativo aparente a simple vista. También apreciamos como, entre otros mecanismos más detallados, se vale de la utilización de sonidos dispares respecto a la imagen en muestra. De esta manera logramos ver cómo desfila en pantalla el entrecruzamiento de extractos documentales de la vida y obra del excéntrico Wilhelm Reich, de quien provienen las iniciales del título; fragmentos de filmes propagandísticos de la unión soviética, protagonizados por un heróico Stalin; imágenes reales de un sanatorio psiquiátrico, con terapia electroconvulsiva incluída; un travesti de la Factory de Warhol paseando con un amante por Manhattan ante miradas inquisidoras; una pareja de jóvenes follando al aire libre; multitudinarias movilizaciones en la China comunista; el vocalista de The Fugs (Kill for peace) vestido de soldado de juguete, que cuando no masturbada su rifle deambulaba por calles atacando transeúntes burgueses y rampando por edificios institucionales; el proceso de erección inducida y réplica artesanal de un pene a manos de una hacendosa artista; y la historia ficticia de Milena, jóven comunista admiradora de W.R., que germina una relación con un artista ruso también comunista.
Esta sátira política contenida de alta explicitud erótica es revolucionaria en tanto subvierte los cánones narrativos y de montaje tradicionales, que él consideraba una fórmula impuesta opresiva, una prisión para la libertad creativa, una mentira (¿o una no verdad?). Para darle cuerpo a este ejercicio de “antinarración” audiovisual el yugoslavo hace uso del collage, un tanto popular en los sesenta y setentas, imbricando escenas cinematográficas de las más peculiares procedencias, algunas propias y otras tomadas prestadas, sin un hilo conductor narrativo aparente a simple vista. También apreciamos como, entre otros mecanismos más detallados, se vale de la utilización de sonidos dispares respecto a la imagen en muestra. De esta manera logramos ver cómo desfila en pantalla el entrecruzamiento de extractos documentales de la vida y obra del excéntrico Wilhelm Reich, de quien provienen las iniciales del título; fragmentos de filmes propagandísticos de la unión soviética, protagonizados por un heróico Stalin; imágenes reales de un sanatorio psiquiátrico, con terapia electroconvulsiva incluída; un travesti de la Factory de Warhol paseando con un amante por Manhattan ante miradas inquisidoras; una pareja de jóvenes follando al aire libre; multitudinarias movilizaciones en la China comunista; el vocalista de The Fugs (Kill for peace) vestido de soldado de juguete, que cuando no masturbada su rifle deambulaba por calles atacando transeúntes burgueses y rampando por edificios institucionales; el proceso de erección inducida y réplica artesanal de un pene a manos de una hacendosa artista; y la historia ficticia de Milena, jóven comunista admiradora de W.R., que germina una relación con un artista ruso también comunista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Partiendo de la retorcida premisa ya sugerida, Makavejev entabla en pantalla la fricción entre genitales anarquistas y la sexualidad fascista. Entre el orgón y el comunismo. O, lo que viene a ser lo mismo en esta ocasión, la disputa retórica entre Wilhelm Reich y Stalin/Lenin; de ahí la secuencia de yuxtaposición de imágenes de un discurso de Stalin y la culminación de la escultura de un falo en erección. Este mismo diálogo es razón intrínseca del origen de la historia entre Milena, que no concebía la revolución sin el amor libre, y Vladimir Ilych, el inmaculado artista al servicio del pueblo. Razón de la cúspide emotiva del filme en la hermosa escena de los manotazos y reproche de Milena ante la resistencia de Vladimir de rendirse a las más naturales pasiones del individuo, culpando a su compromiso de una “endeble mentira disfrazada de verdad histórica”. Razón del desenlace de la historia, en la que el artista decapita a su amante con su patín fascista, tras eyacular una ingente cantidad de semen en ella, para así ocultar su mundanalidad y salvar la pureza de su idealismo comunista de la contaminación crítica yugoslava.
Esta estrambótica e impensable aleación de material visual hubiese dado como resultado el más disparatado esperpento en manos de cualquier realizador que no sea nuestro yugoslavo subversivo, admirador y admirado por la Nouvelle Vague. Sin embargo, y muy a pesar de la inexistencia de un guión, como se lo propuso para todas sus películas, tras la irreverencia, provocación, humor y ligereza liminar de las imágenes entremezcladas subyace una forma inconsciente, un hilo conductor, un mensaje serio y latente: la oposición y consecuente revolución ante cualquier forma de dogma o autoridad opresiva, sea ésta política, sexual o artística.
Esta estrambótica e impensable aleación de material visual hubiese dado como resultado el más disparatado esperpento en manos de cualquier realizador que no sea nuestro yugoslavo subversivo, admirador y admirado por la Nouvelle Vague. Sin embargo, y muy a pesar de la inexistencia de un guión, como se lo propuso para todas sus películas, tras la irreverencia, provocación, humor y ligereza liminar de las imágenes entremezcladas subyace una forma inconsciente, un hilo conductor, un mensaje serio y latente: la oposición y consecuente revolución ante cualquier forma de dogma o autoridad opresiva, sea ésta política, sexual o artística.
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