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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5
13 de diciembre de 2014
120 de 154 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fui al preestreno de Musarañas sin saber muy bien qué iba a ver, simplemente atraído por el nombre de Álex de la Iglesia, con el que bien se han encargado de darle publicidad a la película, para luego ver que no era él el director. No obstante, es evidente que su mano está detrás de todo o, al menos, los dos directores que firman la cinta se han encargado de transmitir su espíritu a la perfección.

Musarañas se presenta como un clásico thriller, de esos en los que un personaje perturbado nos lo hace pasar realmente mal con su locura. Y precisamente ese personaje, Montse, interpretado por Macarena Gómez, es el que más brilla en la película. La actriz demuestra que sabe dominar muchos registros, y aunque su interpretación quizás es demasiado exagerada en ocasiones, da la talla y sale airosa del difícil papel que le han propuesto.

También me ha gustado la ambientación de la película, la atmósfera malsana y de locura que consigue reproducir y, por supuestísimo, su delicioso humor negro. Además, el ritmo es muy correcto: realmente entretiene y no deja que sus evidentes defectos la terminen de hundir (sigo en el spoiler).
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spoiler:
Y aquí quería llegar, a lo que no me ha convencido: el guion. Realmente hace aguas por todas partes. Para empezar, la situación de aislamiento a la que se somete a algunos de los personajes parece difícilmente creíble. Puedo creer que una loca haga lo que quiera con un tullido en una cabaña en medio de un bosque, ¿pero en un bloque de pisos con ventanas que dan a la calle? Da la sensación de que en muchos momentos la situación que crea Montse podría venirse abajo simplemente con que alguien gritase por la ventana. Pero eso no ocurre. Por no hablar de la ocultación del cadáver un hombre adulto en una chimenea durante años y años

También resulta extraño que consiga matar a dos mujeres sin que estas opongan resistencia alguna. Vale que, aunque sea poquita cosa, es realmente rabiosa, pero no creo que alguien pueda apuñalar con unas agujas a dos mujeres sin que al menos una de ella logre escapar, o, al menos, llegar al rellano del piso.

Otra cosa que me resulta confusa es la reacción de los personajes, que no siempre parece coherente. La hermana pequeña de Montse pasa de tratarla con suma cautela a provocarla directamente, y no entiendo su rabia cuando Montse le revela parte de la verdad.

Una verdad que, por otra parte, se veía venir de lejos. Y lo digo en serio: no soy de esas personas que se pasa toda la película intentando adivinar qué me prepara el director para luego sentirme más listo que él. Aquí la "sorpresa" es demasiado evidente desde el minuto uno, desde que no se explican las circunstancias en las que murió la madre de las hermanas. Quizás la intención de la película no era sorprender, pero eso hace realmente que pierda fuelle hacia el final.

En resumen, con esta película me he quedado igual que me quedo con algunas de las obras de Álex de la Iglesia: buenas ideas, algunos aspectos realmente geniales, pero un conjunto al que se le ven las costuras y no acaba de cuajar. Quiero que me gusten, quiero ser su mayor fan, pero no puedo. No me dejan.
8 de junio de 2015
30 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver cine es como un juego o, al menos, así siempre me lo planteo yo. Un juego en el que el director establece unas reglas, y tú, como espectador-jugador, decides seguirlas o no. A mí siempre me gusta seguir esas reglas y creo que soy un jugador entusiasta: me esfuerzo en aceptar lo que me están planteando y cuestiono pocas cosas. Sin embargo, hay juegos mejores y peores, y ello se debe, principalmente, a la calidad de dichas reglas: a veces, se cambian a media partida, por lo que el juego se vuelve tramposo, y otras, simplemente son difíciles de entender o no siguen una lógica y una mínima verosimilitud.

Horns se incluiría en este último grupo: reglas arbitrarias, caprichosas y realmente confusas. ¿De qué va este juego? ¿Quieren hacerme reír, quieren hacerme llorar, quieren mantenerme en vilo? Creo que Alexandre Aja quiere crear en el espectador todas esas cosas, pero en mí solo ha conseguido la primera de ellas.
Horns empieza con fuerza, con mucha fuerza. El protagonista, Ig Perrish, interpretado por Daniel Radcliffe, es un personaje atormentado por el asesinato de su novia (Merrin), del que se convierte en el principal sospechoso. Después de tan nefasto acontecimiento, empieza a sufrir una transformación. ¿Por qué? No lo sabemos, pero en este punto de la película lo cierto es que no importa, y aceptamos el juego.

No es un factor original, ni mucho menos. La metamorfosis es un motivo recurrente en el cine (quizás La mosca de Cronenberg es una de mis películas favoritas de esta temática), pero, para mí, siempre es bienvenido, sobre todo si está bien llevado.

Y precisamente eso es lo que parece en un principio: al personaje de Radcliffe no solo le salen cuernos, sino que empieza a crear efectos extraños en la gente de su alrededor, que parecen dar rienda suelta a sus deseos más oscuros, lo que crea unas situaciones cómicas muy divertidas y acertadas en mi opinión.

Sin embargo, el desarrollo de la trama no está bien logrado ni mucho menos bien resuelto. A la vez que se profundiza en el argumento, vemos cómo el tono de comedia va dando paso a la severidad y la tragedia, y a partir de aquí la película empieza a perder fuelle. La motivación principal del protagonista se desarrolla a la manera de un thriller, durante el que se va revelando qué pasó en realidad por medio de unos flashbacks que, en mi opinión, se alargan demasiado y le restan ritmo e interés a la narración.

Podríamos decir, en resumidas cuentas, que estamos ante una película en ocasiones divertida, con un tono de comedia negra bien conseguido que va degenerando en un dramón azucarado y ñoño, desarrollado a través de una narración propia de un thriller tirando a floja y aburrida.

El director me ha mostrado sus reglas, y yo las he querido aceptar, pero he salido confundido y desorientado en el intento. O son unas reglas sin sentido, o yo soy un mal jugador.

¿Mis razones para concluir esto? En el spoiler…
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Como decíamos, el avance de la trama, a modo de thriller, va minando mi interés por la historia. A medida que Ig va conociendo la verdad, crece tanto su sed de venganza como la longitud de sus cuernos. La confesión definitiva surgirá del único personaje que parecía “puro” (con permiso de Merrin), precisamente el mejor amigo de Ig, Lee, el único que parecía confiar en él (¡quién lo hubiera imaginado!).

¿Y cómo? Pues más que por las dotes detectivescas de nuestro cornudo protagonista, por pura casualidad. De repente, Ig se da cuenta de que su amigo lleva al cuello esa cruz tan especial que pertenecía a Merrin, y al arrancársela, el tipo pierde una especie de protección que lo hacía inmune a los poderes “demoníacos” del protagonista. ¿Por qué? No lo sabemos, y aquí ya empiezo a necesitar explicaciones más claras, y empiezo a rechazar el juego.

El caso es que le confiesa que él la mató (qué pérfido malhechor). A partir de aquí, parece que la película ha alcanzado su punto álgido, y el enfrentamiento se salda con la derrota de Ig. No obstante, como era de esperar, Ig vuelve, y tras reconciliarse con el padre de Merrin, este le da su bendición y le concede la cruz fetiche de su hija, que esta vez le cura las graves heridas del rifirrafe con Lee y le quita los cuernos. ¿Por qué? No lo sabemos.

Quería dedicarle una mención especial a Merrin. Si creíamos que estábamos ante una mujer, no podíamos estar más equivocados: es un auténtico ángel. Más buena que la Madre Teresa de Calcuta, más guapa que Nefertiti, más pura que la Virgen María (o bueno, casi casi…). Todos la idolatran, todos están enamorados de ella; es más, su propia belleza es la que parece desatar la locura en los demás. En definitiva, una película que creo que tiene la voluntad de crear un producto original, de romper esquemas, nos ofrece un personaje que hemos visto miles de veces. Qué cansancio me producen estas mujeres perfectas que no son verdaderas mujeres, sino seres de luz casi divinos. Y qué atroz el crimen cometido contra ella, de una gravedad innombrable, que sacude el cielo y la tierra (y el Infierno).

Algo me dice que si Merrin no fuera tan pelirroja, si no tuviera una piel tan de porcelana, si la cámara no nos ofreciera sus mejores ángulos, si no tuviera esa recta perfección moral, esa fidelidad y sacrifico hacia su amado, si sus pedos no olieran a Chanel n.º 5 (por favor, pero qué digo, dudo mucho que tenga ano siquiera), su violación y asesinato no sería tan grave, su muerte no merecería una venganza tan elevada, que le restaure su honor mancillado… Cansino conservadurismo en la creación de personajes femeninos… Pero, ¡eh, espera! Que se nos ha olvidado que “semos moernos”: una perfecta pérdida de la virginidad, en una perfecta postura de folleteo, en una perfecta casita del árbol, en un perfecto y bucólico bosque, es el maquillaje perfecto. Solo faltaba que unos conejitos y unos pajarillos se pusieran a bailar y cantar alegres mientras contemplan la escena de nuestro protagonista embistiendo a la susodicha (pero, Harry Potter, ¿qué le estás haciendo, canalla?).

No obstante, el summum de mi decepción con esta película empieza con la lectura de la nota secreta de Merrin que habíamos mencionado (ay, pero qué buena que era, qué pena más grande), digna de culebrón de sobremesa. Y termina con una escena final en la que el protagonista, dispuesto a perdonar y convertido en ángel (eso sí, después de cubrir de víboras a una camarera e incitar a su hermano a morir de sobredosis), decide completar su venganza, por lo que adopta una forma de demonio total, aunque un poco amuermado, porque se deja disparar y trinchar antes de embestir a Lee (a este con los cuernos) y provocarle una muerte cruenta, que es malo, muy malo (me cansa también la absoluta y maniquea maldad de este personaje).

Finalmente, Ig muere, gran héroe caído en desgracia, y se queda en una especie de paraíso con su querida Merrin. Pero ¿qué clase de cursilada me acabo de tragar?
27 de octubre de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre que me guío con Filmaffinity me suelo fiar más de los que critican las películas que de la media de votos, porque muchas veces los puntos positivos que enumeran los usuarios suelen pesar más que los defectos de estas. Sin embargo, esta vez, aunque lo entiendo, discrepo profundamente.

La maldición de Chucky es una especie de precuela de las dos últimas películas en la que se pretende recuperar las características de la genial primera entrega de la saga: una película de terror ligera y entretenida protagonizada por un carismático asesino que le da toques de humor, es decir, lo que yo entiendo por slasher. No obstante, creo que la película fracasa en todos sus propósitos.

Para empezar, no entretiene, y esto es uno de sus principales fallos: la convencional estructura de la cinta se desarrolla con suma pereza, con sustos que ni sorprenden ni asustan (es como oír una canción comercial, sabes cuándo va a venir el estribillo y sabes qué nota va a seguir a la siguiente), con momentos tensos que transcurren con cierto sopor (pero qué lento va el muñeco cuando quiere), con muertes nada originales ni elaboradas.

Otra de las grandes decepciones es el propio Chucky. Sus chascarrillos no son tan graciosos e inspirados como en otras entregas, y la tecnología utilizada para darle vida está mal aprovechada y es pobre: se le ve muy extraño cuando camina y el contraste cuando lo interpreta un actor humano hace que se le vea más la costuras, y no me refiero a las de su cara. La recreación del muñeco en la original de 1988 es mucho mejor, dónde va a parar... [continúo en el spoiler].
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Por lo demás, tenemos a una sufrida protagonista que es culpada de todos los crímenes del muñeco y tomada por loca, como viene siendo habitual, que acaba en un manicomio. La cosa podría acabar aquí, pero no, los últimos minutos se aprovechan para darnos un final más de película de terror, con la niña siendo víctima del hechizo de Chucky. Ahora sí que podría acabar, pero... ¡qué va! Directamente nos la conectan con La novia de Chucky, con Tiffany en forma humana degollando al policía... pero, a ver, ¿no había poseído a la niña?

Por fin la película acaba de verdad, dejándome una sensación de haber perdido hora y media de mi vida... pero, no, espera, que hay más. Y es que nos tienen reservada una sorpresa final con el protagonista de la primera... Y, entonces, esos segundillos de prólogo me alegran el día. Sin duda, lo mejor de la película. Aconsejo encarecidamente que vean el epílogo, lo único bueno que ofrece esta mediocre y fallida película.
10 de febrero de 2016
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy un patriota. Pero no porque me exciten las banderas o los himnos —no me gustan los símbolos, siempre fui un iconoclasta—. Más bien porque pago mis impuestos, me porto bien con la gente de mi alrededor y procuro comprar productos de proximidad o, al menos, hechos en mi país. Y, por supuesto, el cine no iba a ser menos.

Pero ¿qué pasa si te ofrecen una naranja que te aseguran que es de tu tierra, pero que, en realidad, ha sido cultivada en el extranjero? ¿Qué pasa si el agricultor ha viajado a Estados Unidos y, valiéndose de técnicas agrícolas americanas, ha intentado sacar una cosecha para abastecer a 300 millones de potenciales consumidores, solo que con una inversión pensada para 45? ¿Qué pasa si se ha adecuado el producto al que ya circula por allí, intentando imitarlo en lugar de diferenciarlo? ¿Qué pasa si admitimos que allí los hay peores, pero abundan los mucho mejores? Y, por último, ¿qué pasa si las pobres naranjas, que ya no estaban muy buenas, nos han llegado al mercado un poco resecas por el viaje y, encima, etiquetadas en inglés? Pues, en mi humilde opinión, lo que pasa es 'El mal que hacen los hombres'.

Y no puedo decir que la película que nos ofrece Ramon Térmens sea totalmente un bodrio; el problema es que es tan mediocre que ni tan siquiera puede considerarse como tal. He visto bastantes películas; algunas de ellas, las que menos por fortuna, son auténtica basura. No obstante, en ocasiones la basura te impacta lo suficiente como para que te quedes embobado mirándola, recreándote en su asquerosidad; es repulsiva y, a la vez, fascinante. Y, a veces, incluso, algo te hace recordarla y de repente evocas su pestilencia de nuevo; te ha dejado, de alguna manera, una huella nauseabunda en tu espíritu. Ahí está la clave: la mediocridad ni siquiera te produce emociones, ni recuerdos, ni nada; te deja totalmente frío, apático, indiferente, lo que es más grave.

“Hacemos lo que podemos”, decía el director de la película en el preestreno en el que estuve presente. No es del todo cierto. Competís contra lo que no podéis competir. Dejáis de lado la originalidad. Os conformáis con intentar ser como ellos, pero no mejores que ellos. Buscáis el cinco raspado y suspendéis por unas décimas. Queréis seducir a la bestia con ofrendas baratas (actor estadounidense, rodaje incomprensiblemente en inglés [hubiera estado más que justificado que fuera en español], temática y localizaciones familiares para el público americano), y os olvidáis de la gente más cercana a vosotros. Lucháis contra Goliat y no sois David, pero porque no queréis serlo; renunciáis a armaros con la creatividad, la única bala que podéis disparar con vuestra honda. Seguid así. Seguid estrellándoos contra el muro; total, ya estamos aquí todos los demás para recogeros cada vez que os caigáis con nuestros impuestos (y que conste que estoy a favor de que el cine reciba subvenciones, pero creo que se deberían revisar los criterios para concederlas).

En fin, tras esta parrafada, con la que me he quedado muy a gusto, pasemos a hablar de la película en sí. Como decía, 'El mal que hacen los hombres' es mediocre, un 'thriller' muy mediocre para ser exactos. La película se construye en torno a Santiago, un sicario con muy malas pulgas y un corazón tan negro como su bigote. No me desagrada la actuación de Daniel Faraldo, a quien se le nota la pasión y el trabajo que ha depositado en su personaje, Santiago —de hecho, él es también el guionista—, pero, a medida que avanza la cinta, vemos cómo la previsibilidad y convencionalidad de su apuesta acaban ensombreciendo los contados buenos momentos que nos ha ofrecido.

El resto del reparto, en cambio, o bien cumplen lo justito, o bien patinan y hasta te llegan a sacar de la película. Cuando digo esto, hablo especialmente de algunos extras o personajes muy secundarios, aunque también de Andrew Tarbet, quien, en ocasiones, me ha parecido muy forzado, como si no hubiera tenido tiempo para ensayar lo suficiente —por cierto, es el único personaje por el que parece que los demás tienen que hablar en inglés (pinche güero cabrón, que ladra en gringo nomás)—. Todo ello en un escenario que logra una ambientación aceptable: consigue transmitir la sensación de estar en medio de ninguna parte, la incomunicación y la aridez del desierto texmex que, no obstante, hemos visto unas mil veces.

Continúo en el 'spoiler'.
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spoiler:
En cuanto al argumento, aparte de unas salidas de tiesto poco perdonables —por ejemplo, soy un asesino entrenado, pero me quedo como un pasmarote mirando cómo decapitan a mi jefe y tío con una motosierra (además, que se toma su tiempo el güey del bigote)—, avanza arrítmica y, en ocasiones, perezosamente, con unos escasísimos momentos en los que nos ofrecen algo de la tensión que puede esperarse de un 'thriller' e, incluso, un moderado entretenimiento y algún simpático toque de humor negro.

La tensión del 'thriller' básicamente radica en el destino incierto de Marina y el enfrentamiento entre Santiago, nuestro protagonista absoluto, y el cártel de Lucho. De alguna manera, la sinopsis nos vendía que Marina iba a ser clave en la historia, que iba a influir maquiavélicamente en los personajes para sobrevivir, lo que conduciría al estallido del conflicto entre ambas partes, pero nada más lejos de la realidad. Santiago parece que se transforme de demonio a ángel de una forma muy abrupta. Es cierto que el asesinato de su pareja (personaje que se cuela no se sabe cómo en un edificio que, según el propio Santiago, estaba cerrado a cal y canto), el de su socio y la insistencia de Lucho en que sea nuestro mostachudo amigo el que haga el trabajo sucio de matar a la niña sean motivos más que suficientes para que a uno le toquen la moral; sin embargo, no se comprende la bondad excesiva de la que hace gala de repente, o la ternura hacia Marina, cuando la única interacción entre ambos en toda la película ha consistido en amenazas (¿tal vez han desviado el papel de salvador que parecía tener Benny en Santiago para tratar de sorprendernos?).

Para ser más claros: se comprende el motivo de la venganza, pero no la bondad repentina del personaje, como si fuera una suerte de don Ramón, muy gruñón (solo que se dedica a matar y descuartizar gente), pero que, en el fondo, es un cacho de pan.

El desenlace se produce con un previsible (y soso) tiroteo. Santiago, curiosamente, se deja balear por un niñato (te vuelves bueno y tonto, todo va en un 'pack'), pero sigue adelante, en una escena que parece transcurrir así: “¡Oh, vaya! Han matado a Santiago... no, espera, está gravemente herido... no, parece ya que está mejor”. Finalmente, cae gravemente herido de verdad, mata al malo y salva a la niña. Esta, por cierto, nos muestra el profundo cariño que profesa hacia el hombre que hace unas horas la amenazaba con cortarla en trocitos y que casi la convierte en varitas de merluza después de dejarla encerrada en la una cámara frigorífica llena de cadáveres (qué malo soy, no tenía otro sitio a mano el hombre).

La guinda, o mejor dicho, el último puyazo nos viene en forma de canción en lengua amerindia tras el suicidio de Santiago, lo que, sin despreciar las dotes artísticas de la cantante, le aporta al conjunto un tono grandilocuente que para nada necesitaba.

En conclusión, la película acaba derrumbada bajo el peso de su mediocridad, con un personaje protagonista que brilla en algunos momentos, pero que acaba desperdiciado por el pobrísimo desarrollo argumental y su mal narrada y nada emotiva conversión de villano a héroe. Una hora y media que no me ha aportado absolutamente nada. Eso sí, le pongo cuatro estrellas por sus escasitos puntos positivos. Y porque, como decía al principio, soy un patriota.
8 de marzo de 2014
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la principal sensación que me ha producido '300: El origen de un imperio'. Sé que las comparaciones son odiosas, pero no he podido quitarme de la cabeza la increíble primera parte de la saga durante todo el visionado.

En esta nueva entrega, creo que, en líneas generales, todo funciona, pero, a la vez, todo es un pálido reflejo de su predecesora: las escenas de acción, la fotografía, los momentos épicos, la narración, el protagonista, los secundarios... Y continúo en el 'spoiler'...
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spoiler:
Decía antes que la película funciona, pero solo como eso, como película. A partir de aquí, todo es decepción tras decepción, de clímax constantemente interrumpido, de "venga, solo un empujoncito más" y caer en el último momento; la escena entre Temístocles y Artemisia ilustra muy bien lo que digo.

La película comienza de manera prometedora contándonos la historia de Jerjes, típico personaje atormentado y convertido en tirano-dios por algo tan humano como el dolor que le ha causado la pérdida de su padre.

Sin embargo, desgraciadamente pasa a un total segundo plano, dejándonos con Artemisia, griega a la que los suyos se lo hicieron pasar canutas y ahora, como venganza y lógicamente, quiere que su antiguo pueblo sufra lo mismo; y Temístocles, aburrido y gris paladín de la libertad y la democracia, sin mujer y familia, no vaya a ser que el público pierda la fe en él tras la obligada tensión sexual con la antagonista y su manera de negociar.

Estos dos personajes se enfrentarán en unos combates marítimos que, no sé si será culpa mía o del montaje, sencillamente no entiendo. La cosa mejora cuando comienza la fiesta cuerpo a cuerpo, con unas escenas de acción aceptables, con la sangre (aunque se nota demasiado el ordenador), mutilaciones y piruetas necesarias.

No obstante, el director falla cuando intenta emular los recursos de la predecesora, sobre todo con la cámara lenta (ese caballo en la batalla en tierra del principio), y las posturas de los guerreros, así como las coreografías, son un tanto sosas y nada creativas.

En momentos épicos la cosa flojea también. Los discursos de Temístocles no resultan tan motivadores y eficaces como los de Leónidas, pero no por culpa del actor, sino de un director que no nos ha unido sentimentalmente a él, como a Leónidas. El espartano lucha por su patria, su familia, la gente que quiere, por sí mismo, por sus ideas; es puro sentimiento, fuerza y valentía; el ateniense es un soldado que lucha por... por... sí, la democracia y la libertad, y esas cosas.

No obstante, tengo que decir que la escena en la que se lanzan como locos a los barcos persas atrapados en el desfiladero es impresionante, lo mejor de la película sin duda. Todo lo contrario al homenaje a caballo al rey Theoden, que no me pareció nada convincente, y hasta un tanto ridículo.

Pues eso, después de algunas peleas, discursos aburridos y poco inspiradores, y escenas de no-acción que carecen de una mínima trama (hasta en la primera tenemos un poquito de mamoneo político), la cinta llega a su fin, y con él, la última decepción. Por un momento, en el combate final, me ilusioné pensando que, en un arrebato de originalidad, Artemisia mataría a Temístocles, o mejor aún, morirían los dos en un 'double knockout'. Sin embargo, el 'prota' consigue pulsar triángulo + equis en el último momento, y la pobre chavala muere derrotada.

Y tras una promesa de que, si salen los números, habrá una tercera parte, comienzan los créditos con una versión sin guitarras eléctricas (¿por quéee?) de 'War Pigs', de mis adorados Black Sabbath, canción antibélica por excelencia, contra esos líderes que llevan a la gente pobre a morir en guerras estúpidas. Muy adecuado.

Conclusión: una pasable película de acción y fantasía, que no se desinfla porque ni siquiera llega a hincharse y que deja un vacío que solo puede llenarse jugando al 'God of War', o, mucho mejor, viendo '300', de Zack Snyder.
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