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Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de febrero de 2023
65 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nivel es el que es, seamos serios. Cualquiera que no sea ciego o que no esté chupando del bote ahora mismo puede atestiguar que las grandes películas de Hollywood están desapareciendo. También los blockbusters medianos. Asolados por cine fecal como el que nos entrega Marvel y demás franquicias rayando ya directamente el fascismo audiovisual de píxel gordo y anémico lenguaje cinematográfico, una película pequeña pero sincera y bien facturada ha de ser celebrada. Ya aunque sólo sea por respeto al medio y a uno mismo.

A M. Night Shyamalan le pasa como a Guti; tiene más talento en su pie izquierdo que la inmensa mayoría de tuercebotas de La Liga, pero sospechamos de él y le dejamos en el banquillo. Para la mayoría del público es ese tío al que puedes sacar ya tarde en el descuento para que encienda la linterna mágica, pare el tiempo, vislumbre un improbable pase al hueco y te dé los tres puntos con un giro final sólo al alcance de leyendas y suicidas. ¿De dónde vienen entonces esas sospechas? Bueno, en el caso de Guti porque se esmeraba más en los reservados del Buddah que en los entrenamientos, pero eso es otro tema. Guti jamás nos haría ver 'Airbender' o 'After Earth'.

Shyamalan - lastrado casi toda su carrera por un establishment que le pedía repetir constantemente su truco de trilero mientras le vendía y etiquetaba falsamente como terror puro, confundiendo y jugando peligrosamente con las expectativas del respetable - parece en 'Knock at the Cabin' sacudirse complejos y también egos para entregarnos UNA PELÍCULA. Esto es: una historia (a fuego muy lento) con una premisa fascinante, unos personajes que nos importan, un sistema de imágenes coherente y una planificación de mucha altura. Ya con la presentación de un magnífico Dave Bautista, jugando con las escalas y las ligeras aberraciones, gigante frente a una indefensa niña, (recordándonos a aquella otra poderosa confrontación que nos regaló James Whale a la orilla del río con el monstruo de Frankenstein), podemos apreciar que esto es cine formalmente poderoso.

¿Es una sorpresa final si el autor cuya principal seña de identidad es la sorpresa final prefiere tirar por otro lado? Pensé mucho en esto cuando salí del cine emocionado por una media hora final absolutamente inédita en el fantástico, por lo menos actual. ¿Existen escenas más sinceras y emotivas en el subgénero apocalíptico? No debería sorprendernos que Shyamalan haya cogido este desvío. Recordemos escenas como aquel íntimo y revelador monólogo de Mel Gibson a su hermano pequeño en el sofá de 'Señales', a vueltas con los misterioso de la casualidad, la fe y el destino. O esa preciosa escena en la que Joaquin Phoenix le declara su amor a Bryce Dallas Howard, sentados en el porche, ambos temerosos ante las tenebrosas noches de 'El Bosque'. Por el desarrollo de esta audaz pieza de cámara, de poquísimas localizaciones aderezadas con precisos flashbacks y un precioso ¿flashforward?, Shyamalan reparte las habituales constantes de su cine, pero mi favorita es la utilización de la imagen diegética dentro de la película: como aquel vídeo del cumpleaños de 'Señales', las cintas de seguridad de la saga 'El Protegido' o esas muertes virales de 'El Incidente' que se enseñaban unos a otros, aquí, en 'Knock at the Cabin', cada vistazo al telediario se convierte en un acontecimiento vital para todos los implicados, con varias imágenes de absoluto pasmo.

De regalo para los que estén muy atentos, Shyamalan hasta se atreve a mostrar a Dios en un plano semisubjetivo (aquí hemos venido a jugar, claro que sí) y deja otra referencia-delicatessen más para aquellos que cazaron la de 'El año pasado en Marienbad' con la gente congelada en esa escena parisina de 'El Incidente'; aquí directamente remite a 'Sacrificio' de Tarkovsky, con la que guarda narrativamente unas cuantas similitudes.

Hay aquí un autor que se preocupa por narrar sabiendo del poder de las imágenes, con un presupuesto ajustado, con unos actores implicados (Bautista es lo mejor que nos ha dado el wrestling desde Roddy Piper poniéndose unas gafas de sol en 'Están vivos'), con apasionado oficio y con la mirada agónica del que se ve a sí mismo como un resucitado del ostracismo, de nuevo en el once titular. Valoremos lo mucho que Shyamalan es capaz de contar con las implicaciones sentimentales que trae el poner (o no) una simple y vieja canción en el coche.
21 de diciembre de 2022
37 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Iñárritu le estaban esperando con los cuchillos afiladísimos, como si hubiese entrado el verano pasado a casa de algunos críticos y hubiese violado a sus mascotas tras defecar en respectivos salones después de una cena obscena en el Taco Bell. Y todo eso en tremendo gran angular. ¿Pretencioso, vanidoso, flipao, arrogante, ombliguista? Por supuesto, ok, eso ya lo sabemos todos. Pero es que, en gran parte, esta cinta a caballo entre la verdad y la mentira, entre la realidad y la ficción, entre el sueño y el recuerdo, entre México y USA... va sobre eso. La cinta está blindada. Es más, la cinta muestra a los propios críticos realizando una suerte de crítica de la propia 'Bardo'. Iñarritu les adelanta, les retrata y... acierta, claro. Esto es como ese amigo al que llevas sin ver dos años y entra al bar diciéndote que está bien gordo, que ha cogido demasiados kilos y que cuando se mira al espejo sólo acierta a decirse a sí mismo 'puto fanegas, vaya lorzas'. Ya no le puedes llamar gordo, ya no le puedes insultar. Tu amigo ha optado por vejarse a sí mismo y se ha blindado. La autoconsciencia de Iñárritu llega a tal nivel que es hasta graciosa, ante todo en la manera en la que se mofa de la crítica mientras cuenta lo que realmente quiere el pinche güey.

'Bardo' tiene sus problemas, ante todo en forma de ciertos desbarres tonales, ideas visuales algo toscas, chistes de pésimo gusto que entran regular... Sin duda. Pero para empezar tiene el descomunal trabajo de fotografía de Darius Khondji, que logra imágenes, texturas e iluminaciones de absoluto pasmo, como el glorioso y lírico arranque (a la vez metáfora de lo que supone la labor de un creador) o el tremendo episodio pseudo apocalíptico en el que el protagonista se enfrenta cara a cara con uno de los traumas históricos de su pueblo. No está precisamente el cine actual sobrado de imágenes de tanta imaginación, calado y brillantez técnica como para dar esto por sentado. ¿Tenemos que aguantar cuatro estrellitas para cualquier festival de plano-contraplano salido de una charcutería con buen marketing y ahora que nos dan algo visceral, vivo y esmeradísimo visualmente nos venimos abajo? Así nos luce el pelo.

Y efectivamente, por si había dudas, hasta el pelo le pone similar al suyo Iñárritu a un magnético Daniel Giménez Cacho (¡cómo estaba ya en 'Zama' de Lucrecia Martel, joder!) porque ya que estamos vamos con todo. Y todo es todo, si esto va de desnudarse sin ningún tipo de pudor, hay que ir ya con todo, como solamente un auténtico flipao lo haría. E Iñárritu es un flipao; es Cristiano Ronaldo haciendo el siuuuu frente al espejo durante 159 minutos. Es Narciso tras tres pajas mirando su propio instagram. Las referencias cinematográficas así lo atestiguan; él quiere jugar con los grandes. El protagonista está esperando un reconocimiento de los suyos e inicia un viaje ('Fresas Salvajes' de Bergman), mientras reflexiona acerca de su arte, sus filias, sus recuerdos, sus fobias ('Ocho y Medio' de Fellini) sintiéndose un exiliado espiritual y artístico que ha tenido que abandonar su tierra mientras todo parece derrumbarse ('Nostalgia' de Tarkovski) y él sigue luchando por equilibrar su laureada y reputada carrera artística con su familia y relaciones, incluso desde el hospital ('All That Jazz' de Fosse). ¿Es 'Bardo' mejor que alguna de éstas? Por el amor de Dios, claro que no. Sin embargo...

Sin embargo, 'Bardo' resuena. 'Bardo' consigue trascender en bastantes tramos, sobre todo los delicados dedicados a su familia; la incomunicación con su hijo, los consejos del padre (preciosa escena), la sensibilidad y memoria tristemente desnortadas de la madre... También en los certeros rejones al establishment cultural, a sus manías y egos, a sus nada reflexivas y siempre inmediatas críticas (aunque lo siento, Iñárritu, no llega a empatar con aquella cojonuda escena con Michael Keaton borracho y una flor en la mano de tu 'Birdman'). Y sin duda también en varios destellos de belleza fugaz que asemejan todo esto a una suerte de Sorrentino versión mexicana. Son sólo unas cuantas verdades, desperdigadas, las que ha querido Iñárritu a vueltas, coqueteando con lo chanante y con lo épico, casi mareado pero no del todo, con sus triunfos, sus fracasos, con su cada vez más acusada condición de apátrida, con sus dudas acerca de lo que le devuelve el espejo, siempre en gran angular, deformado y magnificado.

Casco un 7 en Filmaffinity y parto hacia el Taco Bell.
27 de enero de 2023
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le decía el gran Douglas Sirk a Antonio Drove (y lo recogía éste último en uno de los libros de cine más bonitos que hay: 'Tiempo de vivir, tiempo de revivir') que él prefería que el estudio le diese un guion malo antes que uno bueno. Él explicaba que el guion malo agudiza el pulso narrativo y visual del director de cine, que al fin y al cabo es el encargado de contar una historia con imágenes y no tanto con palabras. El guion malo te obliga a esmerarte en todos los elementos que te concede eso que conocemos como puesta en escena y nunca a relajarte confiando plenamente en un texto riquísimo en matices, en complejidades, en frases literarias y en sutilezas. El trabajo del director de cine va por otro lado; se parece más al que aparece aquí, en la pantagruélica y obscena 'Babylon', con un cojonudo Spike Jonze gritándole a un cielo ya herido de muerte por los últimos rayos de sol que, por favor, aguante esa bruja luz mientras unos pobres tipos mal pagados arrastran a tu etílica estrella para que entre en cuadro sin desmayarse. El trabajo del director pasa, esta vez en palabras de Werner Herzog, por conquistar lo inútil.

La dirección de Chazelle aquí está unos cuantos pisos por encima del guion que ha escrito, otro libreto obsesivo a vueltas con el sueño americano, con la lucha del individuo por ver cumplidas sus aspiraciones en un mundo no ya indiferente sino directamente hostil, con el precio que hay que pagar por meterse en esa porfía, y en última instancia... con cómo toda la mugre y el desencanto resultante merecen la pena sólo por el hecho de haber formado parte de la historia de un nuevo arte industrial absolutamente desquiciado y eterno como es el Cine. Cambien en esta última frase lo de Cine por ser un pope de la batería, abrir tu garito de jazz en L.A. o incluso conquistar la Luna si quieren. No es tanto el qué sino el cómo. Sirk lo sabía, y creo que Chazelle también. Porque muchos podríamos escribir en un libreto que queremos empezar la película con una fastuosa y guarrona fiesta para representar el desenfreno de los locos años 20 y la pringosa libertad del cine pre-code-Hays, pero, amigos, no muchos pueden cascarse esa planificación repleta de frenesí animal servido en grúa y dejar al respetable boquiabierto.

Dicho esto, el guion no es para nada burdo aunque muchas de sus ideas estén pegadísimas a clásicos como 'El Crepúsculo de los Dioses' o 'Cantando bajo la lluvia', aunque haya ciertas tramas que no terminen de estar bien acopladas o aunque emule y dialogue no sólo sin pudor sino orgulloso de ello con una cinta tan reciente y redonda como 'Érase una vez en Hollywood'. 'Babylon' consigue sacudirse sus obviedades, sus lugares comunes y sus peligrosas zancadas en el desarrollo de personajes a base de trompazos, trompetazos, escatológicos gags que parecieran haber sido bendecidos por los Farrelly (sí, esto es un cumplido), un vergel de estrellas y de referencias, y una audaz y a la postre coherente estructura que también la condena un poco: si bien la primera parte celebra la loca libertad y el desenfreno creativo que permitían los códigos del cine mudo y el caos de unos primitivos estudios, la segunda (tras un repetitivo y sensacional chiste de cine dentro de cine, que supera a aquel de 'La Noche Americana') se calma para manifestar todo ese encorsetamiento creativo, organizacional y también moral, bajando aquí Chazelle un poco el pulso visual.

Es igual, aunque a la cinta le sobre media hora y sea claramente una rara avis en cuanto parece directamente el Director's Cut que verías en la edición especial dvd diez años después, el recorrido resulta en su mayor parte fascinante y divertido, logrando transmitir esa vívida impresión de que aquí en L.A. la gloria y la miseria están separadas por una línea finísima. Que el Cielo se puede conquistar con el aleteo de una mariposa y que al Infierno se puede llegar sorteando a un cocodrilo. Que el Cine puede ser un momento de belleza sublime, de arte redentor, pero también puede ser un espectáculo sórdido y barato de prostitución fácil.

Sí, este recorrido febril, espídico y cocainómano de éxito, caída y posterior redención en el show business ya estaba en 'Boogie Nights' (a la que, por cierto, copia a dos manos en varias escenas, en esa necesaria mención al malogrado Roscoe Arbuckle y en ese tenso pulso con los bajos fondos, cambiando petardos por escupitajos). Este retrato de chicos y chicas idealistas a punto de ser aplastados por el peligroso peso del enorme letrero de HOLLYWOOD ya estaba, desvío hacia el terror incluido, en 'Como plaga de langosta', vale. Pero, amigos, la batería de imágenes memorables y el fulgor que Chazelle logra insuflar a su enorme criatura elevan su película hasta alcanzar una preciosa catársis final que será recordada por su sorprendente inocencia y sinceridad.

Un monumental y scottfitzgeraldiano Brad Pitt interpreta a Jack Conrad, una estrella del cine mudo que sufre al intentar adaptarse al nuevo cine sonoro. Con muchas dudas respecto a su nuevo estreno, decide colarse en una sala para ver la reacción del público... De nuevo, amigos, quizá esto no sea un ejemplo de sutileza en la escritura, pero Chazelle sabe que la cámara va a recoger y a amar la magnética mirada herida de Pitt, que sabe cargar sobre sus hombros el orgullo quebrado de aquellos que incluso soñando con el progreso fueron después arrasados por él. Al final de 'Babylon', con la pantalla estallando en un jazzístico juego cromático, pude atisbar una silueta que nos observaba a los poquísimos, poquísimos espectadores que estábamos en la enorme sala prácticamente vacía. Y en ese momento me di cuenta de que los que habíamos comprado la entrada, decadentes amantes del Cine todos nosotros, nos estábamos convirtiendo en Jack Conrad.
17 de enero de 2023 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún puedo videar los litsos de asombro que pusieron mi pe y mi eme cuando, siendo yo apenas un málchico de primero de lo que el Antiguo Ministerio de Educación llamaba Educación Secundaria Obligatoria, les conté que la naito anterior, mi drugo Víctor y yo decidimos cuperar el deuvedé de 'La Naranja Mecánica'. Por Bogo que por supuesto me castigaron y quizá me lo merecía. Yo no soy como Alex y siempre que hacía alguna chepuca, alguna trastada, terminaba confesando, como el protagonista de 'Al Anochecer' de Chabrol, buscando un equilibrio para mi soda culpa. La impresión que me causó videar esta película me pareció algo totalmente prohibido; no podía ser que un director, unos intérpretes y demás obreros del cine hubiesen podido crear esta atrocidad audiovisual sin terminar entre rejas, en la staja. Tardé mucho en volver a ella. ¿Para qué? No era necesario. La recordaba entera; absolutamente todas las escenas. Y sabía que muchos de sus detalles tan especiales permanecerían dentro de mí, en mi mosco: las tijeras que cortan el vestido para mostrar los grudos de una pobre bábuchca, dos helados coloridos que tan insultantemente se parecían a dos penes flácidos, la mirada que sale de los glasos desorbitados de un perturbado Patrick Magee, los gritos agudos de animal desesperado que atronan de la rota de Malcolm McDowell mientras es sometido al novísimo Método Ludovico, la textura del agua estallando en una vereda al caer el ploto de uno de los drugos, un escupitajo resbalando por todo un litso sonriente...

Tras tres rupturas, cinco Champions del Madrid, la lectura del controvertido libro de Anthony Burgess, varios años cotizados para el también controvertido Sistema de la Seguridad Social y miles de votos en Filmaffinity después... volví a ella. Por supuesto, no me causó el mismo straco ni extrañas pesadillas. No. Pero tras años, quizá no defenestrándola, pero sí dándola por sentado, sí tomando esa postura tan absurda del cinéfilo que quiere destacar y prefiere no formar parte de una lógica celebración prácticamente unánime, tenía que volver a 'La Naranja Mecánica'. Es ella una película que, como 'Pulp Fiction', 'Scarface' o 'El Club de la Lucha', se ha convertido en un lugar absolutamente común, sobre todo en la adolescencia, y seguramente hasta ese tipo nadmeño que te cae mal se ha disfrazado de drugo, todo joroschó con su schlaga en alguna fiesta y te lo has tenido que zampar. Es también una de esas cintas que, como 'Apocalypse Now' o 'El Lobo de Wall Street', se sienten maravillosamente bipolares porque puedes apreciar cómo sus creadores se sienten atraídos (y tú con ellos) por aquello que están criticando; algo por otro lado totalmente lógico en la medida en la que todo cineasta ha de sentirse fascinado por lo que filma, aunque a la postre pretenda repugnar y zarandear al respetable.

Nada, hermanitos, olviden el ruido; 'La Naranja Mecánica' es una muestra absolutamente colosal del poder del cine. Cualquiera que haya leído un poco acerca de Stanley Kubrick (o mejor aún, y os lo recomiendo, cualquiera que tenga en su casa el libro The Stanley Kubrick Archives) y cualquiera que sepa algo del estado actual del arte industrial anteriormente conocido como Cine, sabe que levantar producciones gordas tan detallistas, personales y obsesivas lindando ya con la enfermedad mental es muy poco probable ahora mismo. Así que a celebrarla, oh hermanitos, aunque a veces videándola haya que apretar los scharros. El jodidísimo futuro que con pocas pinceladas (apenas unas pocas, pero poderosas frases contextuales) traza Anthony 'punky' Burgess es elevado a la máxima potencia por el talento visual de Kubrick y su equipo. La combinación de su imposible diseño de producción avant garde, la luz fría y hasta incómoda que en ocasiones parece poder cortarse con una britba, la perturbadora música de la revolucionaria Wendy Carlos, su perfecto casting (entiendo que fichó a McDowell por su papel muy parecido en 'If...'), el dificilísimo tono bufo y satírico que desprende la historia disparando a todo tipo de estamentos, la potente incomodidad resultante de su ultraviolencia y la perfección milimétrica en cuanto a composición de todos sus planos hacen de 'La Naranja Mecánica', disculpen, oh hermanitos, la obviedad... una absoluta obra maestra.

Supongo que volveré a ella cuando yo ya sea un starrio, cuando ya se me hayan caído todas las glorias y luzca calvo y las gasettas del momento alerten de la quiebra total del Sistema de Seguridad Social mientras bandas de peligrosos molodos itean por las calles oscuras haciéndolas suyas. Habiéndola así zambullido en el olvido audiovisual de mi maltrecha quijotera, quizá consiga una impresión que pueda al menos asemejarse, aunque sea con menor intensidad cual fotocopia de una fotocopia, a lo que sentí aquella naito cuando los glasos de Alex se posaron sobre mí. Y en realidad sobre todos vosotros, hermanitos. Celebrémosla todos con un vaso de leche-plus.
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