El cine de Zang Yimou saca los colores al espectador occidental y es que sonroja ver el dominio del afecto visual que el director nos propone en Vivir: la ternura se filtra a través de los personajes y entre medias, la ingenuidad y la torpeza de los hombres entablan una trágica dialéctica con el orden social impuesto...

La vida es como ese juego de dados pero de nosotros depende jugar o no jugar, aprender o no aprender,...Eso sí, el hombre en la partida es un dado, la mano que lo empuja y lo remueve por dentro es su gobierno.

La crítica es contundente, Yimou resume el régimen comunista en tragedia y renueva el dicho del Buey desde Mao por " algo mejor". La narración es solvente, los indicios aparecen para dar peso al relato ( la broma del nombre, el cofre de las marionetas,...), la figura de Mao rechina y redunda como la voz de su protagonista cuando canta, el pasado no puede obviarse porque con ello evitamos la sabiduría, el aprendizaje...La familia es un pilar que se golpea pero que nunca se destruye.

Y el color rojo es de volver a sonrojarse pero esta vez es su director el que nos lo propone como ejemplo de fallido ejercicio de una teoría hermosa pero mal interpretada.

No es perfecta igual por un cierto manierismo pero sobresaliente sin lugar a dudas.

La película resulta interesante en la figura de su personaje principal, César, el cual soporta todas las idas y venidas de la ejecución narrativa y en la fantástica banda sonora de Giacchino que ayuda a aquilatar la capacidad dramática de la producción.

En un momento del film suena una canción muy representativa del año en que se estrenó la película original, 1968, ¿.homenaje, casualidad? Sea como sea, brillante elección.

Por lo demás, película resultona, de personajes planos y de entretenimiento aceptable.

Digno serie B figurado a modo clásico por medio de rótulos que dividen el metraje en forma de episodios. Un ritmo trepidante, música enérgica y violencia exacerbada surcan una historia testaruda donde su personaje principal provoca cicatrices profundas y sanguinarias a través de escenas de desinhibida imaginación. Su factura de pastiche western y su quemada fotografía ayudan a establecer esa alegoría de infierno que acaba por enmarcar con solvencia este ejercicio filmico. Recomendable.

Park Chan-Wook desarrolla una historia sordomuda de venganza épica en dónde cada escena resulta ser una punzada de dolor visual que deja al espectador a merced de la desesperación de sus personajes en un descenso imparable hacia ese inexorable destino, culminado por ese decir angustioso de "tenía que hacerlo" (trágicamente sobrecogedor).
La mano de su director en el empleo de la cámara, sugiriendo y sugestionando su narración impulsa sobriamente el relato hasta convencer con esa meta-realidad infausta en que se puede convertir la vida.

Miradas, muchas miradas adornan y conforman la sensibilidad y emoción de cada personaje. Ese recurso, queriendo abordar el interior psicológico de cada uno de ellos, aquilata el discurso cinematográfico y le confiere un valor significativo.

De visión obligada. Gran película.

Dejar el mundo atrás es una gran película por varias razones: porque es una sobria obra teatral sobre personajes; porque es un drama psicológico con un guión excelente; porque es una película de terror real que mantiene a raya el efectismo propio de la ficción; porque contiene instrumentos sólidos como la música o el montaje para completar un equilibrado clímax; o porque tiene estupendas actuaciones con Julia Roberts a la cabeza.
Una apuesta arriesgada que ha resultado ser una excelente jugada cinematográfica. Sin duda, recomendable.