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Críticas ordenadas por utilidad
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6,8
32.690
9
6 de noviembre de 2011
6 de noviembre de 2011
167 de 200 usuarios han encontrado esta crítica útil
Melancolía es ese estado en el que yaces permanentemente cuando éste te elige como uno de sus compañeros eternos. La tristeza se apodera de ti y su egoísmo es tal que no se conforma con amargarte un momento, siendo su sed tan insaciable que necesita de tu total atención hasta que sus propios límites no escritos lo establezcan. Probablemente esas fronteras invisibles pero reales no encuentren un horizonte dentro de tu alma. Entonces te encontrarás sumido en la más absoluta depresión, que es lo que realmente quiere decir la melancolía con la única diferencia de la belleza que hay entre ambas palabras y, para un humilde servidor, entre la percepción que se puede tener de ambos conceptos. Aunque vengan a significar lo mismo yo encuentro una diferencia muy clara. “Depresión” suena demasiado trágico, amargo, funesto. Da la sensación de que para entrar en esa fase hayas tenido que vivir una serie de desgraciadas circunstancias que te empujen a un farragoso y pesado estado en el que vives sin poder controlar absolutamente nada.
La palabra “Melancolía” paradójicamente es una de las palabras más bellas que conozco. Parece una descripción hecha a medida para aquellas personas que hagan lo que hagan siempre acaban citándose con prolongados momentos de tristeza que en el fondo parecen el cobijo de sus vidas. Por extraño que parezca, esos momentos de tristeza deben ser enormemente disfrutables, pues cuando los abandonas te invade la sensación de que te has traicionado a ti mismo. Te sientes culpable de ser feliz y de nuevo acudes a la melancolía como tu única salvación, pues ella jamás te abandonaría. Y esto es lo que expresa la fabulosa película de Von Trier, quien escribe y dirige esta cinta cargada de magia, sensaciones y momentos completamente fascinantes.
Después de una increíble sucesión de primeras escenas de espectacular calibre artístico y poderío visual al pausado ritmo de Wagner, el argumento nos hace descender desde el cielo hasta la limusina de los recién casados Justine y Michael, que se dirigen hacia una villa palaciega familiar en la que celebrarán su reciente enlace. Una vez allí se desarrollarán las habituales anécdotas de cualquier evento dentro del exquisito marco de su guión, para después hacer que nos adentremos en las más profundas sensaciones de la tristeza vivida por la melancólica Justine. Durante el festejo, el cielo dibuja lo que parece una gran estrella rojiza. En realidad ésta es un planeta llamado Melancolía que se dirige hacia la Tierra con desconocidas previsiones. El cine se transforma entonces en una gran experiencia vivida por el espectador, que deberá dejarse llevar por los místicos lugares cargados de inquietante y apocalíptica atmósfera que se muestran en la cinta, enmarcados todos ellos por su impresionante fotografía mejorada por la tecnología digital, de la que aquí se saca su mejor rendimiento.
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
La palabra “Melancolía” paradójicamente es una de las palabras más bellas que conozco. Parece una descripción hecha a medida para aquellas personas que hagan lo que hagan siempre acaban citándose con prolongados momentos de tristeza que en el fondo parecen el cobijo de sus vidas. Por extraño que parezca, esos momentos de tristeza deben ser enormemente disfrutables, pues cuando los abandonas te invade la sensación de que te has traicionado a ti mismo. Te sientes culpable de ser feliz y de nuevo acudes a la melancolía como tu única salvación, pues ella jamás te abandonaría. Y esto es lo que expresa la fabulosa película de Von Trier, quien escribe y dirige esta cinta cargada de magia, sensaciones y momentos completamente fascinantes.
Después de una increíble sucesión de primeras escenas de espectacular calibre artístico y poderío visual al pausado ritmo de Wagner, el argumento nos hace descender desde el cielo hasta la limusina de los recién casados Justine y Michael, que se dirigen hacia una villa palaciega familiar en la que celebrarán su reciente enlace. Una vez allí se desarrollarán las habituales anécdotas de cualquier evento dentro del exquisito marco de su guión, para después hacer que nos adentremos en las más profundas sensaciones de la tristeza vivida por la melancólica Justine. Durante el festejo, el cielo dibuja lo que parece una gran estrella rojiza. En realidad ésta es un planeta llamado Melancolía que se dirige hacia la Tierra con desconocidas previsiones. El cine se transforma entonces en una gran experiencia vivida por el espectador, que deberá dejarse llevar por los místicos lugares cargados de inquietante y apocalíptica atmósfera que se muestran en la cinta, enmarcados todos ellos por su impresionante fotografía mejorada por la tecnología digital, de la que aquí se saca su mejor rendimiento.
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La relación del nombre de ese planeta y su significado auténtico es el hecho sobre el que se sostendrá el peso de la trama. El metraje, dividido en dos partes, analiza en un primer término las apesadumbradas sensaciones que atrapan a su protagonista, interpretada por una buena Kirnsten Dunst y que obtiene el grato apoyo de Skarsgard. Después, lo más relacionado con la ciencia ficción, que es lo referente al acercamiento del planeta Melancolía hacia la Tierra, cobra más protagonismo sin descuidar ni un solo momento todo lo aportado hasta ese instante. En su vertiente dramática explora con éxito los terrenos más sinceros de la realidad representada, mientras que en lo referente a la ciencia ficción fascina dentro de su creíble propuesta de un planeta desconocido que se desplaza con el peligro de chocar contra la Tierra.
La fusión de ambas cosas, amenizada con pizcas de humor que han sido incluidas con muchísima inteligencia, desemboca en una fluida relación argumental que da como fruto una excelente combinación de géneros completamente abierta a la experiencia personal y directa del espectador. Volviendo al reparto, decir que destacan además de los ya citados, Kiefer Sutherland con su perfectamente dibujado personaje (bueno, en realidad todos están muy bien definidos), una espléndida Charlotte Gainsbourg que va mejorando por momentos y John Hurt en una simpática versión. Udo Kier sale poquísimo, pero resulta muy grato verlo por ahí aprovechando al máximo sus chispeantes minutos.
Leí en los resúmenes de FilmAffinity una frase de Kim Newman (un crítico de cine de la revista “Empire“) decir que “a los no convertidos [a Lars Von Trier] no les convencerá”. Con gusto respondería a ese señor que yo, que en el momento de visionar esta obra jamás había visto antes ninguna otra del danés, lo que he hecho no ha sido salir de la sala sin convencerme, sino que además de haber salido plenamente satisfecho la he abandonado buscando en el cielo ese hipnótico planeta llamado Melancolía. Si pudiera ‘convertirme’ al cine de Von Trier con una sola película, lo haría con esta. Pero como soy una persona precavida, lo que haré será dejar las puertas abiertas (de par en par) a este realizador que sin duda ha creado algo de muchísima categoría e inusual originalidad. Una brillante abstracción capaz de sacarte de este mundo en el que vives. Ha conseguido una de esas extraordinarias hazañas en las que el cine atraviesa la pantalla y hace que uno pueda interactuar con el mismo, sintiéndose parte importante de lo que se expone. Como uno de esos maravillosos momentos en los que, temblando el suelo de al sala de cine y estando envuelto por un sonido realmente atronador, quedé totalmente atrapado por la gran capacidad de la película para hacerte disfrutar tanto que puedas expresar firmemente convencido la famosa frase de Victor Hugo: “La melancolía es la felicidad de estar triste”.
La fusión de ambas cosas, amenizada con pizcas de humor que han sido incluidas con muchísima inteligencia, desemboca en una fluida relación argumental que da como fruto una excelente combinación de géneros completamente abierta a la experiencia personal y directa del espectador. Volviendo al reparto, decir que destacan además de los ya citados, Kiefer Sutherland con su perfectamente dibujado personaje (bueno, en realidad todos están muy bien definidos), una espléndida Charlotte Gainsbourg que va mejorando por momentos y John Hurt en una simpática versión. Udo Kier sale poquísimo, pero resulta muy grato verlo por ahí aprovechando al máximo sus chispeantes minutos.
Leí en los resúmenes de FilmAffinity una frase de Kim Newman (un crítico de cine de la revista “Empire“) decir que “a los no convertidos [a Lars Von Trier] no les convencerá”. Con gusto respondería a ese señor que yo, que en el momento de visionar esta obra jamás había visto antes ninguna otra del danés, lo que he hecho no ha sido salir de la sala sin convencerme, sino que además de haber salido plenamente satisfecho la he abandonado buscando en el cielo ese hipnótico planeta llamado Melancolía. Si pudiera ‘convertirme’ al cine de Von Trier con una sola película, lo haría con esta. Pero como soy una persona precavida, lo que haré será dejar las puertas abiertas (de par en par) a este realizador que sin duda ha creado algo de muchísima categoría e inusual originalidad. Una brillante abstracción capaz de sacarte de este mundo en el que vives. Ha conseguido una de esas extraordinarias hazañas en las que el cine atraviesa la pantalla y hace que uno pueda interactuar con el mismo, sintiéndose parte importante de lo que se expone. Como uno de esos maravillosos momentos en los que, temblando el suelo de al sala de cine y estando envuelto por un sonido realmente atronador, quedé totalmente atrapado por la gran capacidad de la película para hacerte disfrutar tanto que puedas expresar firmemente convencido la famosa frase de Victor Hugo: “La melancolía es la felicidad de estar triste”.

5,1
19.647
3
26 de marzo de 2012
26 de marzo de 2012
231 de 368 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta crítica va sobre pedir perdón. Sí, perdón por no haberme unido al corro de la patata que tenían montado el resto de los asistentes de la sala, que se reían a carcajada limpia durante el visionado de una película que se dice de terror. Qué daño hace recordar que reírse es gratis, porque aquí con esa excusa tiraban las risotadas hasta por debajo de las butacas. Y no eran de esas risas perplejas ante la estupidez que están presenciando sino de esas que para colmo disfrutan con el espectáculo al que asisten. Les dicen que es un solomillo de primera, el carnicero les pone un par de huesos roídos, y encima se ríen. Y aplauden, como los monitos esos que llevan platillos. Perdón por creer que esta película forma parte de una saga que con su primera entrega consiguió llegar a ser terrorífica y con la segunda -pese a la notoria bajada de nivel y aumento considerable de sus defectos- deleitarnos con algunos momentos magistrales. Perdón por haber leído “precuela” en lugar de “parodia”.
Perdón por haberme puesto las expectativas más bajas de la historia para -tiene narices- no llegar ni a cumplirlas. Perdón por creer que los zombis hacían muecas muy graciosas y daban más pena que miedo. Perdón por haber pensado que el director de la película bien pudiera ser Santiago Segura. Perdón porque no me haga gracia una película de terror, ni una de comedia con un humor tan simple, tan barato, tan inocente. No tengo que disculparme, en cambio, por el hecho de que me hayan gustado las interpretaciones de Diego Martín (“Policías, en el corazón de la calle“, 2003) y Leticia Dolera (“Prime time“, 2008), sin los cuales no quiero imaginarme qué habría sido de esta película. Y tampoco por haber disfrutado con una escena -una de las pocas que me llevo de aquí, junto a otro aislado par- de la guapa actriz ya citada al ritmo del “Gavilán o paloma” de Pablo Abraira, arriesgada elección de un tema que hace muy buen contraste con el momento en el que aparece. Destacan también los meritorios efectos de sonido y, como siempre (esta vez durante mucho menos tiempo, aunque con mejor resultado) las escenas con la cámara al hombro, nerviosas, realistas.
La película, dirigida en solitario por Paco Plaza (Jaume Balagueró se queda en la producción), supuestamente quería meternos en situación y hablarnos del origen de los zombis patrios, pero se queda en una mala comedia negra con pretensiones de terror al por mayor, empañando de sangre y violencia -pero en plan cutre- el convite de una boda que casi gustaba más antes de la invasión de los muertos vivientes. Una película que no se puede tomar en serio y que en su vertiente cómica -al menos a este servidor- no hace ninguna gracia.
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
Perdón por haberme puesto las expectativas más bajas de la historia para -tiene narices- no llegar ni a cumplirlas. Perdón por creer que los zombis hacían muecas muy graciosas y daban más pena que miedo. Perdón por haber pensado que el director de la película bien pudiera ser Santiago Segura. Perdón porque no me haga gracia una película de terror, ni una de comedia con un humor tan simple, tan barato, tan inocente. No tengo que disculparme, en cambio, por el hecho de que me hayan gustado las interpretaciones de Diego Martín (“Policías, en el corazón de la calle“, 2003) y Leticia Dolera (“Prime time“, 2008), sin los cuales no quiero imaginarme qué habría sido de esta película. Y tampoco por haber disfrutado con una escena -una de las pocas que me llevo de aquí, junto a otro aislado par- de la guapa actriz ya citada al ritmo del “Gavilán o paloma” de Pablo Abraira, arriesgada elección de un tema que hace muy buen contraste con el momento en el que aparece. Destacan también los meritorios efectos de sonido y, como siempre (esta vez durante mucho menos tiempo, aunque con mejor resultado) las escenas con la cámara al hombro, nerviosas, realistas.
La película, dirigida en solitario por Paco Plaza (Jaume Balagueró se queda en la producción), supuestamente quería meternos en situación y hablarnos del origen de los zombis patrios, pero se queda en una mala comedia negra con pretensiones de terror al por mayor, empañando de sangre y violencia -pero en plan cutre- el convite de una boda que casi gustaba más antes de la invasión de los muertos vivientes. Una película que no se puede tomar en serio y que en su vertiente cómica -al menos a este servidor- no hace ninguna gracia.
(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La conclusión que el argumento saca del inicio de esta epidemia es tan pobre como tontorrona, recurriendo a los típicos y tópicos viejos cuentos religiosos en los que sólo faltaba pronunciar “vade retro, Satanás”. Más que infiel, es indigna con el espíritu que se consiguió transmitir en las anteriores entregas, que parece parodiar. Y más aún, es completamente innecesaria porque no aporta nada. Los propios creadores de esto riéndose de sí mismos, con escenas que muchas veces consiguen ser esperpénticas, rocambolescas. A lo mejor es que me equivoqué de sala y estaban dando conjuntamente alguna versión alternativa en plan humor (del malo). Para una vez que no me acompaña a un pase de prensa a las diez de la mañana mi orquesta sinfónica de rugido de tripas. Qué mala hora, leche.
Y qué más. Ah, si, que no me hagan caso de nada. Que al final en la sala hubo gente que hasta aplaudió mientras yo salía despavorido. A mí no, a la película.
Y qué más. Ah, si, que no me hagan caso de nada. Que al final en la sala hubo gente que hasta aplaudió mientras yo salía despavorido. A mí no, a la película.

7,3
91.159
8
21 de febrero de 2010
21 de febrero de 2010
90 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante cinco años en la época de 1960, Frank Abagnale Jr. (27 de abril de 1948) puso en jaque al FBI debido a su innato talento para cometer fraudes económicos. Falsificó cheques por un valor total de 2,5 millones de dólares en hasta 26 países. Y todo esto siendo simplemente un adolescente.
Esta trepidante e increíble historia real fue llevada a la gran pantalla en el año 2002 por Steven Spielberg, que consiguió adaptar los hechos de manera dinámica, divertida y muy entretenida, consiguiendo como resultado una película notable con muchas cosas que destacar. Por ejemplo, las logradas interpretaciones con las que se da vida a los personajes principales, siendo éstos dos Frank Abagnale Jr. (Leonardo DiCaprio) y su perseguidor federal, el agente Carl Hanratty (Tom Hanks), cuyo nombre auténtico era Sean O'Riley. También cabe recalcar la cómica forma con la que se dibuja en esta cinta a los agentes de la ley, protagonistas de momentos bastante graciosos.
La película se centra en el ascenso en el mundo del fraude del adolescente Frank Abagnale Jr., quien encuentra en su padre (un buen Christopher Walken) un buen apoyo moral que le servirá para recargar energías y continuar con su vibrante aventura. Ya en el instituto deja clara su capacidad camaleónica haciéndose pasar por un profesor, para más tarde terminar siendo un copiloto de la PANAM, médico de urgencias y abogado, todo esto con credenciales y titulaciones tan bien falsificadas como los cheques que tanto beneficio le daban y a los que posteriormente se iría mejorando gracias a los progresos técnicos de los que Abagnale pudo disponer. Realmente cuesta mucho tragarse que una sóla persona, un simple aunque muy inteligente chaval, pudiese conseguir todo lo que se propuso sin más ayuda que la de su propia mente, pero la cinta no ahonda en el asunto y se limita a ofrecernos la vida del protagonista desde un punto de vista de admiración, amenizado siempre por una música que ya desde el inicio de la película hace algo imposible no recordar los créditos principales de las películas de Hitchcock, aunque toda comparación de esta cinta con las obras del realizador inglés no vaya más allá de los aspectos estéticos citados.
Un gran entretenimiento narrado con estilo y frescura, siendo su visionado de muy fácil digestión.
Esta trepidante e increíble historia real fue llevada a la gran pantalla en el año 2002 por Steven Spielberg, que consiguió adaptar los hechos de manera dinámica, divertida y muy entretenida, consiguiendo como resultado una película notable con muchas cosas que destacar. Por ejemplo, las logradas interpretaciones con las que se da vida a los personajes principales, siendo éstos dos Frank Abagnale Jr. (Leonardo DiCaprio) y su perseguidor federal, el agente Carl Hanratty (Tom Hanks), cuyo nombre auténtico era Sean O'Riley. También cabe recalcar la cómica forma con la que se dibuja en esta cinta a los agentes de la ley, protagonistas de momentos bastante graciosos.
La película se centra en el ascenso en el mundo del fraude del adolescente Frank Abagnale Jr., quien encuentra en su padre (un buen Christopher Walken) un buen apoyo moral que le servirá para recargar energías y continuar con su vibrante aventura. Ya en el instituto deja clara su capacidad camaleónica haciéndose pasar por un profesor, para más tarde terminar siendo un copiloto de la PANAM, médico de urgencias y abogado, todo esto con credenciales y titulaciones tan bien falsificadas como los cheques que tanto beneficio le daban y a los que posteriormente se iría mejorando gracias a los progresos técnicos de los que Abagnale pudo disponer. Realmente cuesta mucho tragarse que una sóla persona, un simple aunque muy inteligente chaval, pudiese conseguir todo lo que se propuso sin más ayuda que la de su propia mente, pero la cinta no ahonda en el asunto y se limita a ofrecernos la vida del protagonista desde un punto de vista de admiración, amenizado siempre por una música que ya desde el inicio de la película hace algo imposible no recordar los créditos principales de las películas de Hitchcock, aunque toda comparación de esta cinta con las obras del realizador inglés no vaya más allá de los aspectos estéticos citados.
Un gran entretenimiento narrado con estilo y frescura, siendo su visionado de muy fácil digestión.

6,3
53.270
4
14 de agosto de 2009
14 de agosto de 2009
104 de 147 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin un sólido argumento y acompañada de una pobre fotografía, "Enemigos públicos" es una especie de recopilatorio de escenas que no se sostienen en nada. Antes de ir al cine a ver esta película mi duda era cual de los dos protagonistas principales tendrían mayor protagonismo, si John Dillinger (Johnny Depp) o Melvin Purvis (Christian Bale). Mi sorpresa al ver rodando la cinta fué que la chica de Dillinger es la que goza de un verdadero protagonismo.
Si no sabe quien es John Dillinger no vaya a ver la película por que Mann le hace saltar al campo con el partido ya jugado y sin calentar. Ninguna narración. Calles vacías y ausencia total de detalles interesantes. En una escena alguien parece que va a ser uno de los protagonistas fuertes de la película pero luego no aparece más que como un mero figurante.
Y entre col y col, lechuga: a falta de guión, largas escenas de tiroteos en las que los únicos efectos especiales son los disparos y la rotura de cristales.
Una película pasable que no pasará a la historia del séptimo arte. Pura estrategia para dar el taquillazo gracias a una buena promoción en la que Depp es el mejor reclamo. Y si luego no le gusta la película, oiga, fastídiese: ya tenemos su dinero.
Si de verdad quieren disfrutar con el auténtico Dillinger, vean cualquiera de las clásicas de 1973 o 1945.
Si no sabe quien es John Dillinger no vaya a ver la película por que Mann le hace saltar al campo con el partido ya jugado y sin calentar. Ninguna narración. Calles vacías y ausencia total de detalles interesantes. En una escena alguien parece que va a ser uno de los protagonistas fuertes de la película pero luego no aparece más que como un mero figurante.
Y entre col y col, lechuga: a falta de guión, largas escenas de tiroteos en las que los únicos efectos especiales son los disparos y la rotura de cristales.
Una película pasable que no pasará a la historia del séptimo arte. Pura estrategia para dar el taquillazo gracias a una buena promoción en la que Depp es el mejor reclamo. Y si luego no le gusta la película, oiga, fastídiese: ya tenemos su dinero.
Si de verdad quieren disfrutar con el auténtico Dillinger, vean cualquiera de las clásicas de 1973 o 1945.
5 de septiembre de 2012
5 de septiembre de 2012
80 de 100 usuarios han encontrado esta crítica útil
José Luis Garci ha sido siempre uno de los pocos directores del panorama nacional que han conseguido mostrar a través de su cine una imagen muy especial de un Madrid único, una ciudad tan particular como irrepetible, que combina su carácter cosmopolita con lo campechano y tradicional de sus gentes. Lo hizo en el díptico de “El crack”, lo fotografió con mucho acierto en el “Tiovivo c.1950” y tiró de mucha Historia para hablar de héroes y revoluciones en la notable “Sangre de Mayo”, entre otras cintas que siempre han dejado ver buena parte de la idiosincrasia madrileña. Con “Holmes & Watson: Madrid Days” sus intenciones caminaban por el mismo sendero, pero lamentablemente el resultado del film deja más espacio para las malas sensaciones que para lo que él hubiera pretendido.
Garci rescata a los dos famosos personajes de Sir Arthur Conan Doyle para enviarlos a Madrid para investigar una serie de crímenes que pueden guardar relación con Jack el Destripador. La primera vez que tragué saliva al contemplar lo que estaba viendo en la película (si no contamos una de las primeras escenas pésimamente interpretadas por Leticia Dolera) fue al escuchar cómo los dos protagonistas, encarnados por Gary Piquer y José Luis García Pérez, combinaban su perfecto español natal con un inglés que sólo aparecía por sorpresa y de manera exagerada entre sus frases para pronunciar nombres de personas o lugares. Este hecho desconcertante, que nos muestra a dos personajes británicos hablando un perfecto español que sólo disimulan con alguna perla salteada de inglés (más que nada para que no se nos olvide de dónde son…), nos saca completamente de situación e incluso casi nos dibuja una situación cómica que al menos en el pase de prensa arrancó las risas de muchos de los asistentes.
Gary Piquer (“Mal día para pescar“, 2009), español nacido en Glasgow y que estudió Artes Dramáticas en Londres, habla un perfecto inglés, y por ello tengo que preguntar ¿tanto costaba haberle dado todas las líneas de su guión en inglés y ofrecer la película subtitulada?. Tanto a él como a cualquiera de los otros “británicos” que aparecen en escena. De todos modos, lo peor desgraciadamente es que dudo que aún arreglando ese punto, la película hubiera podido salvarse de la quema. Garci intenta ofrecernos a unos personajes tan sofisticados como profundamente cargantes por repipis y forzados, encargados de reproducir una serie de diálogos sin mucha trascendencia que sólo se ocupan de intentar retratar la época en la que la se desarrolla el argumento. El pretendido carácter de intriga de la cinta también se diluye por el camino, mostrándonos a unos Holmes y Watson que no investigan absolutamente nada y cuya única función es la de ir alternando mesas y lugares en los que charlar para, a veces, encontrarse de pura casualidad con alguna pista caída del cielo, y nunca fruto del ingenio al que siempre nos ha acostumbrado Sherlock Holmes. Todo se investiga solo.
De alguna forma, aún con todo lo reprochado desde estas líneas, la película se deja ver e incluso disfrutar por momentos, gracias también en buena parte a un magnífico trabajo en la dirección artística por cuenta del maestro Gil Parrondo (“Patton“, 1970), su ambientación y a varias secuencias que sí logran contemplarse con interés, como aquellas que nos acercan a personajes históricos o nos dejan ver los oscuros entresijos de la alta sociedad. Aunque los citados Gary Piquer y José Luis García Pérez (“Cachorro“, 2004) hayan sido víctimas de la equivocación de Garci, cumplen con su cometido ejecutando unas correctas interpretaciones. Lo mejor que he visto en el plantel han sido los papeles del siempre notable Carlos Hipólito (“Ninette“, 2005), un Enrique Villén (“Barrio“, 1998) que aporta muchísima naturalidad a la cinta, sublime Manuel Tejada (“La comunidad“, 2000) como el Marqués de Simancas y, en la parte de los cameos, a un más que correcto Inocencio Arias, diplomático que colabora por segunda vez con José Luis Garci. Victor Clavijo (“Silencio en la nieve“, 2011) también raya a buen nivel.
Después de ver esta película, creo firmemente que su director ha cometido un grave error queriendo que los protagonistas de su historia fueran, a toda costa, los personajes de Conan Doyle. Todo hubiera encajado muchísimo mejor de haberse arriesgado creando él mismo a dos detectives españoles de la época, con los que además no chirriarían tanto las alusiones jamoneras y folclóricas a los churros, los toros y el cocido, que oído en boca de Holmes y Watson cuesta demasiado digerir. Garci ha sido aquí demasiado valiente, pero su jugada no ha ido a parar a buen puerto y el resultado ha sido una floja e irregular película que se desinfla progresivamente (su tramo final se hace demasiado largo) y que en el fondo se deja ver, pero que no es, ni de lejos, ni uno de los trabajos más destacables del realizador madrileño ni, desde luego, una buena película, aunque sea muy digno el esfuerzo de hacer un trabajo elegante y diferente, que apuesta por un tipo de cine que ya no se hace. Y lo siento, lo siento por Garci y la admiración que tengo por él. Le deseo mucha suerte para la próxima vez y, que al menos entonces, sepa escoger una mejor trama y cree él mismo a sus personajes, sin necesidad de tener que recurrir a los de nadie, y menos de esta manera.
Garci rescata a los dos famosos personajes de Sir Arthur Conan Doyle para enviarlos a Madrid para investigar una serie de crímenes que pueden guardar relación con Jack el Destripador. La primera vez que tragué saliva al contemplar lo que estaba viendo en la película (si no contamos una de las primeras escenas pésimamente interpretadas por Leticia Dolera) fue al escuchar cómo los dos protagonistas, encarnados por Gary Piquer y José Luis García Pérez, combinaban su perfecto español natal con un inglés que sólo aparecía por sorpresa y de manera exagerada entre sus frases para pronunciar nombres de personas o lugares. Este hecho desconcertante, que nos muestra a dos personajes británicos hablando un perfecto español que sólo disimulan con alguna perla salteada de inglés (más que nada para que no se nos olvide de dónde son…), nos saca completamente de situación e incluso casi nos dibuja una situación cómica que al menos en el pase de prensa arrancó las risas de muchos de los asistentes.
Gary Piquer (“Mal día para pescar“, 2009), español nacido en Glasgow y que estudió Artes Dramáticas en Londres, habla un perfecto inglés, y por ello tengo que preguntar ¿tanto costaba haberle dado todas las líneas de su guión en inglés y ofrecer la película subtitulada?. Tanto a él como a cualquiera de los otros “británicos” que aparecen en escena. De todos modos, lo peor desgraciadamente es que dudo que aún arreglando ese punto, la película hubiera podido salvarse de la quema. Garci intenta ofrecernos a unos personajes tan sofisticados como profundamente cargantes por repipis y forzados, encargados de reproducir una serie de diálogos sin mucha trascendencia que sólo se ocupan de intentar retratar la época en la que la se desarrolla el argumento. El pretendido carácter de intriga de la cinta también se diluye por el camino, mostrándonos a unos Holmes y Watson que no investigan absolutamente nada y cuya única función es la de ir alternando mesas y lugares en los que charlar para, a veces, encontrarse de pura casualidad con alguna pista caída del cielo, y nunca fruto del ingenio al que siempre nos ha acostumbrado Sherlock Holmes. Todo se investiga solo.
De alguna forma, aún con todo lo reprochado desde estas líneas, la película se deja ver e incluso disfrutar por momentos, gracias también en buena parte a un magnífico trabajo en la dirección artística por cuenta del maestro Gil Parrondo (“Patton“, 1970), su ambientación y a varias secuencias que sí logran contemplarse con interés, como aquellas que nos acercan a personajes históricos o nos dejan ver los oscuros entresijos de la alta sociedad. Aunque los citados Gary Piquer y José Luis García Pérez (“Cachorro“, 2004) hayan sido víctimas de la equivocación de Garci, cumplen con su cometido ejecutando unas correctas interpretaciones. Lo mejor que he visto en el plantel han sido los papeles del siempre notable Carlos Hipólito (“Ninette“, 2005), un Enrique Villén (“Barrio“, 1998) que aporta muchísima naturalidad a la cinta, sublime Manuel Tejada (“La comunidad“, 2000) como el Marqués de Simancas y, en la parte de los cameos, a un más que correcto Inocencio Arias, diplomático que colabora por segunda vez con José Luis Garci. Victor Clavijo (“Silencio en la nieve“, 2011) también raya a buen nivel.
Después de ver esta película, creo firmemente que su director ha cometido un grave error queriendo que los protagonistas de su historia fueran, a toda costa, los personajes de Conan Doyle. Todo hubiera encajado muchísimo mejor de haberse arriesgado creando él mismo a dos detectives españoles de la época, con los que además no chirriarían tanto las alusiones jamoneras y folclóricas a los churros, los toros y el cocido, que oído en boca de Holmes y Watson cuesta demasiado digerir. Garci ha sido aquí demasiado valiente, pero su jugada no ha ido a parar a buen puerto y el resultado ha sido una floja e irregular película que se desinfla progresivamente (su tramo final se hace demasiado largo) y que en el fondo se deja ver, pero que no es, ni de lejos, ni uno de los trabajos más destacables del realizador madrileño ni, desde luego, una buena película, aunque sea muy digno el esfuerzo de hacer un trabajo elegante y diferente, que apuesta por un tipo de cine que ya no se hace. Y lo siento, lo siento por Garci y la admiración que tengo por él. Le deseo mucha suerte para la próxima vez y, que al menos entonces, sepa escoger una mejor trama y cree él mismo a sus personajes, sin necesidad de tener que recurrir a los de nadie, y menos de esta manera.
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