Con todas las adaptaciones fílmicas de Irvine Welsh pasa lo mismo, todas se dedican a presentar un tono presuntamente transgresor enfundado en un envoltorio bastante pretencioso... Obviamente de transgresora esta cinta no tiene nada, uno se pasa las 3 horas o más que dura (si no dura tanto a mí se me hizo así de larga) intentando averiguar qué demonios pasa, entre personajes que aparecen y desaparecen sin mayores explicaciones, trucos baratos de guion —que hace aguas por todas partes, se ve que hay pasajes directamente fusilados de la novela—, y una estética inspirada en el arte de los nuevos artistas británicos como Hirst o McCarthy, con resultados tan vacuos como los suyos.
En resumen, un producto para adolescentes flipados, no apto para mayores de 16 años, y ojo, que no les culpo, que yo también piqué en su día con Trainspotting, qué sonrojo cuando la volví a ver años más tarde...
Lo que me hace dudar de la calidad de adolescentes de los que gustan de esta película es el entusiasmo que muestran algunos por la calidad de su banda sonora. A bote pronto recuerdo que suenan la canción Mr. Vain y Billy Ocean... ¿esto es lo que un adolescente (o cualquiera) entiende por una excelente banda sonora? ¡¿En serio?!

La yuxtaposición del flujo de conciencia contra el trasfondo inconfundiblemente lacaniano de trascendencia onírica desplegada sobre lírica post-nouménica bajo una sutil hermenéutica polícromamente transfronteriza convierte a este Potlatch de la ínclita polidemiurga Marta Grimalt en un hádico tour-de-force que (re)presenta la némesis cuántica de una generación con la impedancia de una (mar)sopa de grafeno a través de un no-plasma en un (eco)sistema integrado de topologías de Hilbert. Absolutamente imprescindible.

Increíble, gigante, inconmensurable. Respeta el espíritu y los elementos de los capítulos anteriores de la saga pero además los potencia por mil. Creo que hay que hacer hincapié en este fenómeno... ¿Una secuela realizada 30 años después de la anterior y que supera a la trilogía original? ¡Sí, se puede! ¡Y con un actor diferente en el papel del protagonista! Cierto es que es inevitable poner la cara de Mel Gibson en Tom Hardy en todas las escenas en las que este aparece, pero esta circunstancia se ve atenuada por el hecho de que Imperator Furiosa es la auténtica protagonista de la película (De hecho si me dijesen que decidieron meter a última hora a Max en el argumento para evitar que la película pareciera un autoplagio, me lo creería).
¡Y todo ello en un contexto feminista! ¿Cómo, una película de acción trepidante e imparable ambientada en un futuro post-apolcalíptico habitado por punks puede ser de corte feminista? Por segunda vez...¡Sí!
Pero es que aunque fuese la película más machista de la historia, el trepidante e infatigable ritmo in crescendo, el diseño impecable, la tremenda orquestación de las escenas de acción, la imaginación inagotable, el sinfónico e impecable resultado final...., hacen de la cinta un producto de consumo estimable, que además contenga unos valores progresistas (más por la originalidad del planteamiento, alejado de las superproducciones hollywoodienses, que por los propios valores en sí), no es más que la guinda del pastel.
Resumiendo, si no eres capaz de disfrutar de esta cinta, siento una profunda compasión por ti, ya que es una de las cosas más deleitables con las que me he topado últimamente.