Esta gran película, injustamente tratada por el tiempo y los críticos sin escrúpulos, es la cumbre de un género de cine. Ignoro de cual.

La película no solo es de un preciosismo bárbaro, con una fotografía digna de Koyaanisqatsi. No solo da al espectador las mejores actuaciones que, seguramente, vaya a ver en mucho tiempo; con un Steven Seagal totalmente creíble en su papel de mejor inmunólogo del mundo y fuerzas especiales que intenta ayudar a la gente trabajando como médico de familia en un pueblecito perdido de la mano de Dios. Solo con los ligeros cambios de su magnífica expresión contenida, uno ya puede advertir la simpatía y relación que mantiene con cada uno de los demás personajes, todos ellos totalmente desarrollados y dotados de personalidades únicas. Se dice, incluso, que Steven Seagal trabajó durante año y medio en distintos centros de investigación y como médico itinerante, amén de realizar un profundo ejercicio de introspección para saber cuales serían sus verdaderas reacciones en una situación tan profunda y verosímil como la de la película.

Este film, además, contó con el apoyo de decenas de biólogos y científicos en general, que asesoraron para lograr una perfecta corrección en todos y cada uno de los procedimientos y explicaciones médicas seguidas en el filme.

Hay quien dice que la industria del Hollywood está cada día más vendida al éxito fácil y se conforma con adaptar historias ya manidas y refritos cargados de efectos especiales. Esta película, con un guión impecable, unas actuaciones comedidas pero profundas y técnicamente impecable, es la prueba de que todas esas acusaciones son falsas. O al menos demuestran que siempre puede uno encontrar flores en el vertedero.