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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
15 de marzo de 2017
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una conversación. Dos personas. Y una cena, con André en este caso. Nada más. Es la película-conversación entre dos personas más pura de las que he visto hasta el momento, radicalizando lo visto en La huella (Mankiewicz) o Mi noche con Maud (Rohmer).

110 minutos de diálogo ininterrumpido salvo por el prólogo y el epílogo, únicos momentos donde la acción sale al exterior de la mano de Wallace para exponernos su presentación y transformación. ¿Qué ha ocurrido entre medias? El catalizador del cambio: Mi cena con André. Dicha cena se desarrolla escenario tan despojado de distracciones que permite el desnudo existencial de las personas-personajes para así convertirse en dos seres humanos que confrontan su percepción de la realidad, la vida, el amor, la muerte y el arte a lo largo de un cambiante y nunca previsible dialogo. Wallace y André. ¿Espectador y director? ¿Último hombre y superhombre? ¿Sancho y Quijote? Intentaré realizar una mera caricatura de ellos ya que son personajes complejos y contradictorios y el espacio es el que es:

Wallace nos habla en primera persona, conocemos su vida y su pensamiento en los primeros minutos. Es un hombre moderno, pragmático y positivista. Anteriormente se interesaba por el arte y la música, ahora, a pesar de que se dedica al mundo del teatro, su máxima preocupación es conseguir dinero. Dinero para seguir, para continuar en esa New York que no duerme y que no se detiene. ¿Para qué va a detenerse? Lo único que quiere es disfrutar de los pequeños detalles que le regala la vida y que hacen que esta merezca la pena. Sobrevivir, que no es poco, como él mismo afirma. Es conformista en el buen sentido, es consciente de ello y no aspira a ser partícipe de grandes proyectos que puedan suponer una ruptura de su sosegada existencia. Wallace representa la vida, con sus pequeñas alegrías, miserias, decepciones, objetivos, rutinas y experiencias.

André aparece desde el primer momento como una figura enigmática y fascinante (¿acaso es casual su empleo constante de la palabra "fog"?) . Lo primero que sabemos de él es por terceros que han señalado que ha estado una temporada en Oriente abrazando árboles y que ha llorado con una frase de una película de Bergman ("podría vivir siempre en mi arte pero no en mi vida"). Llega el encuentro con Wallace y las sospechas se confirman: parece estar de vuelta de todo, con mil experiencias bajo el brazo y una curiosa percepción de la realidad. Este Gatsby neoyorquino vuelve a la civilización tras su paso por Oriente con una inquietud fundamental: compartir su experiencia que le ha ayudado a despertar del letargo en el que está sumida la civilización occidental desde la modernidad. Ya no se ve un hombre libre, todos se hayan lobotomizados en la rutina infernal que algunos incautos como Wallace siguen llamando vida. Esta es la razón por la que André ha emprendido el viaje y vuelve para contárnoslo (es espectador también queda extasiado por la abundancia extravagancia de las experiencias de André). Por eso ha realizado esos viajes, ha realizado esas locas performances, se ha atrevido con mil y una aventuras. Navegar es preciso, vivir no es preciso. Quiere volver a ser humano y no una máquina como nos cuenta en una anécdota muy graciosa ( un amigo suyo realizaba todas las acciones como si fuera zurdo para cambiar la manera de sentir y percibir la realidad). André representa la Vida, experimentada en todas sus dimensiones pero vivida realmente aunque duela, sin velos ni nieblas y con el Arte y la Belleza como aliados. Voluntad de desierto y aprender a mirar de nuevo. Nietzsche y Berger. Silencio, destierro y astucia. Joyce. Educación estética del hombre. Schiller.

Perfilados a los dos personajes parece que el campo de batalla parece claro. Wallace está dentro del sistema, contento y satisfecho por permanecer en él y André se erige como el destructor que desea liquidar esos nuevos valores que no nos liberan sino que nos hunden más y más: la vida moderna como monotonía narcótica que te va matando poco a poco y no te deja escapar porque te seduce con las pequeñas comodidades de la vida y su consecuente conformismo. La respuesta de André podría ejemplificarse en el famoso verso de Rilke: Debes cambiar tu vida.

A esto se debe añadir que ambos personajes proceden del mundo del teatro. Este hecho facilita que se expongan constantemente fricciones, fusiones y entrelazamientos entre el mundo ficticio y el real, entre la imaginación y la resignación, entre el la vida y el arte.

Recomendable: Película sumamente original en su planteamiento formal como radical en las temáticas que aborda. Su propuesta arriesgada sale airosa gracias a la calidad, importancia e imprevisibilidad de las líneas de diálogo.
No recomendable: Ritmo pausado, citas cultas y nula acción pueden disuadir a más de uno. Los actores cumplen pero no destacan especialmente.
14 de noviembre de 2017
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El protagonista organiza un tinglado de mil pares para evadirse unas horillas con su novia buenorra y su amigo retrasado del alma. Y qué hacen en esos gloriosos momentos de libertad libres del yugo opresor de los aburridos y carcas profesores? VIVIR. Que no es poco me dirán.El problema viene cuando todo lo que hacen podrían haberlo hecho perfectamente quedando un sabadete (restaurante,museo, partido de béisbol). Que sí, que es un buen plan, no diré que no. Pero que no es para tanto teniendo en cuenta que la “evasión” de la casa se come la mitad del metraje.

Es decir, ni atracan bancos ni se van a garitos de mala muerte a viajar a las profundidades del alma - y del cuerpo-. Por lo tanto, lo que se pone de manifiesto es que la película se postulaba en su momento como película generacional, abanderada de la rebelión juvenil en la que los chavales comienzan a tomar las riendas de su vida, al menos por unas horas, y a desobedecer las normas escolares y familiares de una genración de adultos que no les comprende.

Y ahí es donde radica el problema. Como símbolo de ruptura con la sociedad ya teníamos a Easy rider (eso sí que eran “viajes”), como rebelión contra el sistema educativo ya teníamos If (eso sí que eran revoluciones estudiantiles), como apología de la pirola ya teníamos Un hombre que duerme (las pellas eternas) y como conflicto con la generación anterior ya teníamos The breackfast club (del mismo director que la que nos ocupa pero con algo más de profundidad).

Por eso, Todo en un día me parece un producto de su tiempo (evidenciado especialmente en las películas ochenteras), que amalgama muchas ideas y las dota de un sentido del humor y un optimismo vital que podríamos denominar ¿peyorativamente? De Juvenil americanada, acercándola más bien con películas de John Landis.

Puntos positivos:

-En lo relativo a las escenas de slapsticks sí que puede prefigurar lo visto posteriormente en Solo en casa, especialmente es el uso de trampas, tanto tecnológicas como analógicas para fingirse enfermo a acabar con la paciencia del decano.

-Representa el espíritu de esa generación, hijos de yuppies que lo tienen todo pero con ansías de libertad para romper con lo establecido.

-Ciertos recursos narrativos son apreciables (ruptura de la cuarta pared, aparición de mensajes en la pantalla, cierto componente autoparódico).


Puntos negativos:

-Pésima actuación de todo el elenco de actores, salvando quizá al iracundo decano.

-Nula gracia de escenas supuestamente humorísticas.

-El tiempo la ha devorado por completo y “canta” por momentos (optimismo desenfrenado, colorismo naif, perversión ideológica, discursos de autoayuda bochornosos)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Punto nefasto:

-¿En qué estaban pensando al introducir al personaje del amigo? ¿Qué es eso? Me lo expliquen. Con una estética cuasi nazi y con el simulacro de cara graduada de Dustin Hoffman el chaval es un lumbreras. Así de claro. Lo explico. El muchacho padece de hipersensibilidad, una estética y otra moral. La primera se revela en el museo ante una de las más importantes pinturas puntillistas de la historia. El zagal se queda petrificado delante del lienzo y la cámara comienza a profundizar en lo espiritual del arte. LA epifanía puntillista ha tenido lugar. La segunda epifanía acaece en el garaje acristalado, En ese momentos el retarded aporrea el Ferrari como si no hubiera mañana. Epifanía moral completada. El Dustin Hoffman nazi y puntillista se acaba de transformas en el auténtico Tyler Durden.
31 de marzo de 2020
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué (no) diríamos de una película si alegáramos que su mayor virtud reside en su propio título? Que la cinta es muy mala o que su título es excelente. Nos encontramos con el segundo caso: "Los valientes andan solos", "Lonely are the brave" "Seuls sont les indomptés". Son todos ellos títulos magníficos, no cabe duda. Remiten a la mitología del personaje individual(ista) "solo ante el peligro": Gary Cooper sabía un poco de esto y Clint Eastwood seguiría la estela. El título, como vemos, espléndido; la película no tanto.

Porque, ¿qué hay tras la fachada de semejante nombre? Un producto final, y lamento decirlo, correcto. Lo siento. Lo sé. Hay dos adjetivos que crucifican y devastan (en) cualquier crítica: necesario y correcto, es decir, aburrido y mediocre. Discúlpenme, pero es así, y uno se debe a sus lectores. Y es que, ante tamaño elenco de actores y semejante guionista, uno espera una excelencia que no encuentra.

De ninguna manera nos sorprende que "Los valientes andan solos" sirviera de inspiración para una (¿película?) como "Rambo". La ausencia de diferentes capas de profundidad, matices psicológicos y finura narrativa es muy notable: la historia es más plana que un disco de hockey. La culpa recae, en este caso, en el director. Este pintor de brocha gorda hace un trabajo funcional, y por lo tanto, anodino. No hallamos la épica de Ford ni el lirismo de Ray por ninguna parte, y lo peor de todo: su falta de estilo se vuelve irritante. Falta imprimir en la dirección toda la fuerza, la garra y la poesía que intenta expresar Kirk Douglas a través de su personaje.

Este actor nunca se limitaba a cumplir. Se comía el personaje, la pantalla, y en ocasiones, la película entera. Y aquí hace todo lo posible para sostener el peso narrativo; no en vano luce palmito en todas las escenas chupando cámara (quizá, por ello, este fuera su filme favorito). De esta forma, Kirk intenta transmitir nobleza y la libertad del Viejo Oeste frente a las maravillas de un progreso marcado por la burocracia y la asimilación de la personalidad. ¿Quién mira a lo lejos sobre la cerrazón y la mezquindad humana? ¿Quién se expande las expectativas de unos hombres cargados con el yugo de convencionalismos y monótonos tedios? Jack Burns, el cowboy solitario, aquel que prefiere a su yegua a camión cargado de retretes, aquel para quien las nubes aún no tienen forma de helicóptero. El crítico Rafael Narbona lo describe así:

"«Jack» es un cowboy alegre y vitalista. «Whiskey» es una yegua algo testaruda, pero de espíritu noble. Ambos saben claramente lo que quieren: espacio, libertad, independencia. Materialmente, son pobres, pero su existencia posee un sentido muy claro. En cambio, el progreso no produce sentido, sino hastío y frustración. Su carrera hacia ninguna parte se parece a los productos ACME, tan espectaculares como inútiles y ridículos".

Porque Jack Burns respira franca y espontánea independencia, y eso le basta y le sobra. ¿Qué digo? Cualquier cowboy que se precie debe hacer mantener su autonomía. Pero, ¿qué estoy diciendo? Es el propio Kirk Douglas quien representa la libertad en sí misma. Es un hombre erguido ante el destino, es "un hombre de pie" (Salvador de Madariaga dixit). Su leyenda se trazó a través senderos de gloria. Nunca fue un ídolo de barro. Siempre fue Espartaco, paladín de la libertad más pura y auténtica.

“Una especie de santo tallado que, pese a estar en la parte más sombría de la iglesia, se hace visible. Así definió André Gide a Emmanuel Bove. Así defino yo a Jack Burns, a este cowboy bravo, solitario y rebelde sin causa. Así defino yo a Kirk Douglas.

En paz descanse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
PD1: Buena fotografía y banda sonora.

PD2: JovencÍsa Gena Rowlands y desaprovechado Matthau.

PD3: Derribando tópicos: ¿"Sin perdón" iniciador de lo que, de forma tan manida, se ha dado en denominar como "western crepuscular"? ¡Ja! En el mismo año 1962 Liberty Valance y Jack Burns ya tenían mucho que decir al respecto.
29 de marzo de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Dos consejos, pues: no se la pierda, y ojo a quién se la recomienda" afirma la crítica del ABC, y no puedo estar más de acuerdo.

La película no es en absoluto entretenida: no hay acción, los planos se eternizan, la estética es feísta, la trama apenas se desarrolla y las líneas de diálogo bien podrían caber en unas pocas páginas de libreto. ¿Cómo logra Yorgos Lanthimos para que permanezcamos sentados a lo largo de la hora y media que dura la proyección de esta tan poco atrayente (en apariencia) película? Mediante uno de los mejores usos del desasosiego que haya visto en ninguna película. Una difusa y a la vez penetrante turbación se une a nosotros y nos acompañará hasta el final del metraje (¿sólo hasta el final?) susurrándonos: ¿Qué sucede en esa casa de los horrores? ¿Qué hecho fatídico ha podido desencadenar semejante barbarie en un entorno tan civilizado? ¿Cómo es posible un caos tan controlado? Y nos lo preguntamos como los espectadores que somos, pasivos ante la película.

Pero Lanthimos no se conforma con eso, nos quiere activos (inquisidores y anticipadores). Mediante nuestra mirada deformamos su aparente cotidianidad para ver el horror que no perciben y que deberían sentir: insatisfacción en sus sonrisas, perturbación en sus gestos. Holocausto de la personalidad en las caricias y lametones. Permanecemos atentos, escépticos, fascinados, repelidos, y en una meditación viscosa que logra que sigamos contemplando el transcurso del film mientras que vamos reflexionando sobre las ideas que se nos presentan.

Y todo esto rompiendo con la linealidad, fragmentando la acción dejando únicamente al espectador retazos de su día a día, las cápsulas temporales suficientes para que reconstruyamos ese indefinido y probablemente infinito estilo de vida propio de mundos felices pero modificado para la ocasión. Aquí no se censura, no se obliga, ni siquiera se seduce. Aquí se estudia, controla y juega con el poder. Ese es el quid de la película: el poder, su uso, su abuso, su potencia reaccionaria o revolucionaria.

Pero no creo que sea una película de tesis. Tampoco creo que el porqué o el para qué se lo importante. Canino es el presente continuo en el que estamos, un in media res perpetuo. Esta es la situación, ¿ahora qué? Hay una propuesta y a nosotros nos toca realizar la lectura oportuna, más feliz o menos, pero no creo que, a pesar de lo variopintas que puedan resultar algunas, no puedan ser legítimas. Nos ofrece un espacio abierto, de nosotros depende el camino a recorrer. Por eso Canino a pesar de no ser una película especialmente entretenida es tan revisitable. Porque tiene tantas lecturas como espectadores, porque deja poso en el espectador y porque abre líneas de debate de sumo interés.
31 de marzo de 2017
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de grandes contrastes:

-En ocasiones todo parece forzado, muy teatral, hasta caer prácticamente en la autoparodia. En otros momentos la sensación es la de asistir a un trabajado ejercicio de naturalismo e hiperrealismo.

-La realización es casera y de bajo presupuesto, y sin embargo, nos encontramos ante una película muy sólida, con estilo propio y ciertos aspectos de factura técnica muy cuidados (iluminación o ambientación).

-Si bien ciertos actores pueden pecar de una excesiva tendencia a la exageración (el protagonista) otros parecen actorazos de primer nivel (su mejor amigo).

-A la cámara le falta virtuosismo y versatilidad provocando que la narración peque de cierto estatismo. No obstante, hay escenas filmadas con auténtico nervio y tensión.

-Argumentalmente sabemos de antemano lo que va a suceder: el descenso a los infiernos del protagonista parece profetizado hasta por el peor Tiresias. Y a pesar de que nos sepamos de memoria esta tragedia anunciada (los clichés abundan), existen un par de giros en el guión que logran sorprendernos.

-Pese a que pueda adolecer de una estética de videoclip, la sensación que nos transmite es la de que nos encontramos con un película con pretensiones más ambiciosas: cine social y de denuncia.


En conclusión, nos hallamos ante una película negra, jodidamente negra como dirían sus protagonistas. Guetos, pistolas, coches, cárceles y drogas abundan en una narración que posee su punto álgido en su impactante inicio.
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