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Críticas ordenadas por utilidad
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Cortometraje

7,0
1.090
9
13 de agosto de 2011
13 de agosto de 2011
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera parte de Entreacto, creada para ser proyectada tras la obertura del ballet Relâche del que Francis Picabia escribió el libreto, anuncia el cautivador y perturbador despropósito de lo que va a ser el resto de la película, proyectada en su estreno durante el intermedio del ballet.
Erik Satie puso la música, una partitura que no cumple una simple función de acompañante. La música y las imágenes se integran en una sola entidad, hay una compenetración total entre el ritmo sonoro y el visual.
No hay historia pero sí un guión, escrito a partir de unas anotaciones de Picabia, que comprende sucesivos fragmentos inconexos unidos entre sí por el leitmotiv de la imagen de una bailarina. La película nos golpea desde distintos ángulos: sorprende, inquieta -por ejemplo con esas cabezasglobos que se deshinchan-, rompe con la normal percepción de lo real mediante superposiciones, fundidos, giros, cambios de perspectiva y encuadres incoherentes, divierte cuando juega, cuando hace malabarismos con las imágenes y además nos intriga y atrapa mientras narra la aventura surrealista de una carroza fúnebre, su ataúd y sus acompañantes con un ritmo musical y visual cada vez más rápido, y en la que no sucede nada, pero corremos junto a los dolientes y la carroza, cada vez más y más de prisa por caminos, carreteras, campos, parques de atracciones, cruzándonos con barcos, aviones, coches, bicicletas llegando a un final que es como la guinda de un pastel, pequeña pero imprescindible y que cierra la película con un guiño que invita a sonreír.
Erik Satie puso la música, una partitura que no cumple una simple función de acompañante. La música y las imágenes se integran en una sola entidad, hay una compenetración total entre el ritmo sonoro y el visual.
No hay historia pero sí un guión, escrito a partir de unas anotaciones de Picabia, que comprende sucesivos fragmentos inconexos unidos entre sí por el leitmotiv de la imagen de una bailarina. La película nos golpea desde distintos ángulos: sorprende, inquieta -por ejemplo con esas cabezasglobos que se deshinchan-, rompe con la normal percepción de lo real mediante superposiciones, fundidos, giros, cambios de perspectiva y encuadres incoherentes, divierte cuando juega, cuando hace malabarismos con las imágenes y además nos intriga y atrapa mientras narra la aventura surrealista de una carroza fúnebre, su ataúd y sus acompañantes con un ritmo musical y visual cada vez más rápido, y en la que no sucede nada, pero corremos junto a los dolientes y la carroza, cada vez más y más de prisa por caminos, carreteras, campos, parques de atracciones, cruzándonos con barcos, aviones, coches, bicicletas llegando a un final que es como la guinda de un pastel, pequeña pero imprescindible y que cierra la película con un guiño que invita a sonreír.
10
31 de julio de 2011
31 de julio de 2011
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas que más llegan a lo profundo de la persona del espectador no son aquellas con imágenes trágicas, desgarradoras, dramáticas hasta el extremo. Éstas golpean fuertemente pero dejan menos poso que aquellas que por su sencillez, su sinceridad exenta de cualquier atisbo de manipulación (manipulación, no visión personal inevitable al elegir unas imágenes o una forma de rodar) se mantienen en un rincón de la mente durante días, apareciendo de vez en cuando no como recuerdo fílmico sino como punzadas sobrecogedoras en nuestra mente y en nuestra sensibilidad. Así me sucede con Noche y niebla.
A Resnais le basta con media hora de imágenes actuales, y en color, de los campos de concentración nazis totalmente solitarios acompañadas de una música sencilla, alejada de las orquestaciones explosivas o los solos de cuerdas dramáticos que suelen ilustrar las tragedias colectivas y sabiamente alternadas con imágenes o fotografías de la época para encogernos asombrados, aunque ya lo supiéramos, aterrados, aunque conociéramos su horror, y mantenernos así, a ratos, cuando menos lo esperamos durante días o semanas. Nada que ver con buenas películas de ficción (tal vez sería más exacto decir películas con argumento), como El pianista, en cuanto a esa capacidad de impresión duradera, ni siquiera con documentales escalofriantes y de visión necesaria, como Shoa, ni tampoco con películas que mezclan de alguna forma documental y ficción como Alemania, año cero.
La visión de Noche y niebla hace innecesario ningún juicio de lo que va pasando ante tu mirada porque eso, lo que ves, es lo que hay, y sin más aditivos, llega a tu yo más profundo, no a tu intelecto.
A Resnais le basta con media hora de imágenes actuales, y en color, de los campos de concentración nazis totalmente solitarios acompañadas de una música sencilla, alejada de las orquestaciones explosivas o los solos de cuerdas dramáticos que suelen ilustrar las tragedias colectivas y sabiamente alternadas con imágenes o fotografías de la época para encogernos asombrados, aunque ya lo supiéramos, aterrados, aunque conociéramos su horror, y mantenernos así, a ratos, cuando menos lo esperamos durante días o semanas. Nada que ver con buenas películas de ficción (tal vez sería más exacto decir películas con argumento), como El pianista, en cuanto a esa capacidad de impresión duradera, ni siquiera con documentales escalofriantes y de visión necesaria, como Shoa, ni tampoco con películas que mezclan de alguna forma documental y ficción como Alemania, año cero.
La visión de Noche y niebla hace innecesario ningún juicio de lo que va pasando ante tu mirada porque eso, lo que ves, es lo que hay, y sin más aditivos, llega a tu yo más profundo, no a tu intelecto.

8,4
13.838
9
31 de julio de 2011
31 de julio de 2011
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro presos con largas condenas, a los que se une un quinto recluso, preparan la huída construyendo un túnel. Se han hecho muchas películas sobre el mismo tema, y algunas buenas, pero creo que ninguna con la sencillez y la precisión que ha utilizado Becker en Le trou. Hace días vi Giordano Bruno y, la fuerza que transmitía el personaje en los momentos del juicio y de la ejecución eran mínimos comparados (mal comparados, ya lo sé, es un sacrilegio esta comparación) con la sobriedad que acompañaba a Juana de Arco en la película de Dreyer. Y es que la sencillez, la austeridad, el blanco y negro, las actuaciones contenidas, la expresión a través de la mirada y de unos leves gestos emocionan, en el caso de Juana, y provocan, en el caso de Le trou, la complicidad total del espectador con estos reclusos en los que prima la amistad, la fidelidad y la solidaridad por encima de la posibilidad de una huída exitosa.
Le trou es una espléndida obra cuya sencillez y encuadres precisos mantienen una absorbente tensión en el espectador.
Le trou es una espléndida obra cuya sencillez y encuadres precisos mantienen una absorbente tensión en el espectador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La acción se sitúa en el interior de una pequeña celda y en las instalaciones de una prisión (tras ver la película podemos recorrerla palmo a palmo en nuestra memoria), sin salir al exterior salvo en una corta secuencia en la que dos de los personajes, desde la trampilla que da paso a los túneles del alcantarillado ven con esperanza una calle por la que circula un taxi; está rodada en un blanco y negro sin apenas contrastes, luminoso en ocasiones, sin ningún efecto que distraiga, sólo el sonido de los golpes al taladrar el suelo de la celda, los muros de las galerías, un sonido que queda grabado en la memoria como símbolo de la película, al igual que ese ¡Pauvre Gaspard! del final que es en realidad innecesario porque ya el espectador se lo está diciendo a sí mismo pero que es al mismo tiempo el colofón, el resumen de una historia en la que el compañerismo se enfrenta al penoso engaño que a través del deseo individual se hace a sí mismo el personaje de Gaspard.
Destacan los pequeños pero importantes detalles como la construcción de las herramientas necesarias para preparar la huída por parte del hábil Kéraudy al que no queda más remedio que admirar por su capacidad de inventiva. En esos momentos largos en que los presos cavan y cavan, golpean, retiran cascotes, recorren tres largas galerías de la cárcel y vuelven a golpear y a cavar y buscan la salida a través de los túneles del alcantarillado, no sólo es imposible retirar los ojos y la atención de la pantalla sino que vivimos con ellos la tensión, el esfuerzo, el dolor, nos alcanza el polvo, movemos la cabeza para evitar los cascotes que se desprenden del muro. Una obra maestra.
Destacan los pequeños pero importantes detalles como la construcción de las herramientas necesarias para preparar la huída por parte del hábil Kéraudy al que no queda más remedio que admirar por su capacidad de inventiva. En esos momentos largos en que los presos cavan y cavan, golpean, retiran cascotes, recorren tres largas galerías de la cárcel y vuelven a golpear y a cavar y buscan la salida a través de los túneles del alcantarillado, no sólo es imposible retirar los ojos y la atención de la pantalla sino que vivimos con ellos la tensión, el esfuerzo, el dolor, nos alcanza el polvo, movemos la cabeza para evitar los cascotes que se desprenden del muro. Una obra maestra.

6,6
5.141
9
31 de julio de 2011
31 de julio de 2011
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Observarnos a nosotros mismos desde el otro lado de la pantalla, la vida de todos los días. No pasa nada excepcional, ni siquiera hay historia que contar, viajo en el metro (la mejor escena de la película), compro en el super, trabajo, ceno con los amigos, discuto con mi chico, me enfado, me reconcilio…
Soy yo, y soy también cualquiera de esos viajeros del metro que no levantan la vista, que se hacen los sordos ante el grosero acoso de un chulo a una mujer que viaja en el mismo vagón, y en mi recorrido por la ciudad me cruzo con otras personas que rozan mi vida y a las que olvido al instante: una mendiga rumana, un chaval senegalés que la defiende de otro chulito en ciernes… Escenas cortadas bruscamente que, como bofetadas, me arrojan ante el espejo en el que unos personajes ligados entre ellos durante breves instantes, me enfrentan con el aislamiento, la dificultad para comunicarnos, la máscara con la que tantas veces nos presentamos ante los demás, la soledad. Todos son imprescindibles: el fotógrafo de guerra y su dificultad para conjugar los dos mundos tan diferentes en los que vive, la actriz, el padre solitario, los niños sordomudos hilos conductores desde el principio al final de la película; impresionante el ruido de los tambores escoltando las últimas escenas.
Soy yo, y soy también cualquiera de esos viajeros del metro que no levantan la vista, que se hacen los sordos ante el grosero acoso de un chulo a una mujer que viaja en el mismo vagón, y en mi recorrido por la ciudad me cruzo con otras personas que rozan mi vida y a las que olvido al instante: una mendiga rumana, un chaval senegalés que la defiende de otro chulito en ciernes… Escenas cortadas bruscamente que, como bofetadas, me arrojan ante el espejo en el que unos personajes ligados entre ellos durante breves instantes, me enfrentan con el aislamiento, la dificultad para comunicarnos, la máscara con la que tantas veces nos presentamos ante los demás, la soledad. Todos son imprescindibles: el fotógrafo de guerra y su dificultad para conjugar los dos mundos tan diferentes en los que vive, la actriz, el padre solitario, los niños sordomudos hilos conductores desde el principio al final de la película; impresionante el ruido de los tambores escoltando las últimas escenas.

8,0
1.488
9
15 de noviembre de 2015
15 de noviembre de 2015
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia sencilla, planos fijos, cámara a la altura de los ojos de los personajes, diálogos cotidianos; un par de planos, unos árboles, una calle y pasamos a otro capítulo del relato en silencio o acompañados de una música suave y de aire popular, actores austeros en sus gestos y su entonación. Todo así de sencillo, pero Ozu en sus películas muestra la complejidad del ser humano, su problemática común a toda época y lugar y lo hace por medio de una sencillez que aumenta el dramatismo de unas vidas resignadas, adaptadas al medio y a la tradición, "así es la vida" parece decir. Los hombres se preocupan por sus seres cercanos pero no se atreven a romper con su papel aprehendido durante siglos y que en el fondo les deja disminuidos ante las situaciones a las que tendrían que enfrentarse. Las mujeres sufren una presión social que las deja sin fuerza para vivir mínimamente su propia vida, y si lo hacen pagan cara su valentía. "Así es la vida".
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