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7
10 de octubre de 2016
10 de octubre de 2016
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un estreno firmado por Bayona y con el mayúsculo nombre de Sigourney Weaver en su reparto merece, como mínimo, un buen visionado en los cines. El problema viene cuando las expectativas generadas superan el resultado final, que es el caso que, a opinión de un humilde servidor, nos encontramos con Un monstruo viene a verme. Entremos en materia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Bayona se ha caracterizado desde su primer largo con El Orfanato, seguido de Lo Imposible, por su brillantez artística. Así ha vuelto a firmar un resultado espectacular mediante una fuerte relación con el arte a través de sus protagonistas, madre e hijo, que sirven como cierre a su propia trilogía maternal. Una decisióna artística que ha impregnado Un monstruo viene a verme con un tono lírico que, por qué negarlo, me ha enganchado profundamente.
El trabajo actoral me ha dejado con un sabor amargo. Mi querida Sigourney Weaver vuelve a destacar de una forma tan subrepticia que no hace sino confirmarme la admiración que siento ante su sutileza. De Liam Neeson poco más se puede añadir a sus siempre correctas actuaciones, aunque, en este caso, no destacable. McDougall, por su parte, no ha firmado el trabajo de su carrera -especialmente si nos fijamos en su edad y experiencia-, pero sí el primer paso de una dura maratón que está por decidirse. Algo frío sí que me ha dejado una Felicity Jones demasiado cerca de los clichés recurrentes de su enfermedad.
Los problemas vienen cuando las fábulas, técnicamente impecables en su conexión con la cinta, están más pegadas a la diégesis que el propio Monstruo. Entendedme, no quiero atizar a Liam Neeson, sino que el método elegido para su aparición me ha dejado con un sabor a inverosimilitud que se me ha pegado como el ajo de alguna comida típica manchega.
Y el propio Monstruo me lleva a otro cantar: la interpretación libre sobre su razón de ser. Lo lógico, a tenor de la mimetización con el personaje de Lewis McDougall (a partir de ahora, el Hijo), es pensar que el Monstruo surge como esa lucha de confrontación en el interior del niño para superar la pérdida de una madre afectada por el cáncer. Sí, de eso no hay la menor duda. La cuestión es: ¿y si el Monstruo de Bayona quisiera representar no sólo la significación de una lucha individual, sino de una lucha común? Si analizamos algunos planos con mucha intención por parte de Bayona que nos muestran al propio Liam Neeson (de ahora en adelante, Abuelo) con el personaje de Felicity Jones (de ahora en adelante, Madre) de pequeña, amén de las líneas de diálogo iniciales en las que la Madre hubiera deseado que el Hijo hubiera conocido al Abuelo, no hacen sino confirmarme que la propia Madre ha pasado por un trauma similar al que su Hijo está viviendo en el presente de la película. ¿Una prueba más? Su final. Ese infantil autorretrato con el que la Madre adorna su cuaderno de dibujos en el que el Hijo descubre a los protagonistas de las fábulas con las que el Monstruo "lo sanaba", coronado por una última página y un nuevo autorretrato de la Madre de pequeña, pero de un corte artístico similar al de las fábulas, para terminar con el Monstruo sujetando a la Madre en su hombro. No, el monstruo no sólo es el Hijo. Ni siquiera el Abuelo. El Monstruo personifica el trágico proceso de aceptación y liberación que sufre cualquier persona que necesita de un ser querido que se apaga. Y ahí es donde, a juicio de un servidor, debía residir el dramatismo de la película. De ahí debería haber surgido el llanto. De ahí los pañuelos.
Desgraciadamente, la lágrima relativamente fácil -y digo relativamente porque el relato nos deja una construcción sólida y con buen ritmo- de una Madre muriendo ante un Hijo que la necesita ha imperado sobre el culto a una reflexión más profunda a la que, a priori, apuntaba Un monstruo viene a verme.
El trabajo actoral me ha dejado con un sabor amargo. Mi querida Sigourney Weaver vuelve a destacar de una forma tan subrepticia que no hace sino confirmarme la admiración que siento ante su sutileza. De Liam Neeson poco más se puede añadir a sus siempre correctas actuaciones, aunque, en este caso, no destacable. McDougall, por su parte, no ha firmado el trabajo de su carrera -especialmente si nos fijamos en su edad y experiencia-, pero sí el primer paso de una dura maratón que está por decidirse. Algo frío sí que me ha dejado una Felicity Jones demasiado cerca de los clichés recurrentes de su enfermedad.
Los problemas vienen cuando las fábulas, técnicamente impecables en su conexión con la cinta, están más pegadas a la diégesis que el propio Monstruo. Entendedme, no quiero atizar a Liam Neeson, sino que el método elegido para su aparición me ha dejado con un sabor a inverosimilitud que se me ha pegado como el ajo de alguna comida típica manchega.
Y el propio Monstruo me lleva a otro cantar: la interpretación libre sobre su razón de ser. Lo lógico, a tenor de la mimetización con el personaje de Lewis McDougall (a partir de ahora, el Hijo), es pensar que el Monstruo surge como esa lucha de confrontación en el interior del niño para superar la pérdida de una madre afectada por el cáncer. Sí, de eso no hay la menor duda. La cuestión es: ¿y si el Monstruo de Bayona quisiera representar no sólo la significación de una lucha individual, sino de una lucha común? Si analizamos algunos planos con mucha intención por parte de Bayona que nos muestran al propio Liam Neeson (de ahora en adelante, Abuelo) con el personaje de Felicity Jones (de ahora en adelante, Madre) de pequeña, amén de las líneas de diálogo iniciales en las que la Madre hubiera deseado que el Hijo hubiera conocido al Abuelo, no hacen sino confirmarme que la propia Madre ha pasado por un trauma similar al que su Hijo está viviendo en el presente de la película. ¿Una prueba más? Su final. Ese infantil autorretrato con el que la Madre adorna su cuaderno de dibujos en el que el Hijo descubre a los protagonistas de las fábulas con las que el Monstruo "lo sanaba", coronado por una última página y un nuevo autorretrato de la Madre de pequeña, pero de un corte artístico similar al de las fábulas, para terminar con el Monstruo sujetando a la Madre en su hombro. No, el monstruo no sólo es el Hijo. Ni siquiera el Abuelo. El Monstruo personifica el trágico proceso de aceptación y liberación que sufre cualquier persona que necesita de un ser querido que se apaga. Y ahí es donde, a juicio de un servidor, debía residir el dramatismo de la película. De ahí debería haber surgido el llanto. De ahí los pañuelos.
Desgraciadamente, la lágrima relativamente fácil -y digo relativamente porque el relato nos deja una construcción sólida y con buen ritmo- de una Madre muriendo ante un Hijo que la necesita ha imperado sobre el culto a una reflexión más profunda a la que, a priori, apuntaba Un monstruo viene a verme.
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