Demasiado irregular, demasiada ambición, demasiado... en general. No terminas agotado, pero sí consciente de haber asistido a todo un viaje.

En la última hora, me da la impresión de que Chazelle pierde definitivamente la cabeza, y casi es suficiente para tirar por tierra todo el conjunto. Es entonces cuando los para mí evidentes agujeros de guion y la falta de sutileza en las intenciones del director se me indigestan y empañan ciertos momentos de genuino buen cine.

En general, se siente algo vacía, a lo que contribuye tanto exceso: no se siente algo orgánico, sino un éxtasis calculado y orquestado en que sumergir al espectador durante tres horas.

Y es por esto último por lo que diría que, pese a todo, hay que verla. Si la recomiendo es para disfrutar de estos instantes de gozo cinéfilo, que los hay, y para experimentar esta pieza como quien asiste a un espectáculo de fieras en el zoo o en el circo.

No me dejó con ganas de buscar un paquete de Kleenex, sino con la sensación de haber presenciado una historia sentimental contada desde la mesura. Ni se pasa ni se queda corta.

Me flipó el trabajo de DiCaprio, aunque no me acabó de llegar el personaje de Becky. Me pareció algo plano, aunque supongo que tiene que ver con que ella es como ese respiro de «normalidad» dentro de la vida de Gilbert.

Entrañable, en suma y ni más ni menos.

No había visto ninguna película de este director hasta ahora. Quizá por eso no sabía qué expectativas tener, y una parte de mí esperaba que me sorprendiera para bien. No ha sido así.

Por lo que me han contado, los «largos» de Jordan Peele presentan su premisa en la primera mitad y, a partir de ahí, no estás seguro de qué ritmo tomará. Eso, en este caso, contribuye a mi decepción.

Me parece un thriller del montón, con toques de cine de terror e ínfulas de cinta de ciencia-ficción. Los tintes de comedia no suavizan el tono, sino que lo rompen. Su simbolismo es menos inteligente y más evidente de lo que parece. Aunque la película tiene cierta alma, llega un punto en que se hace lenta y algo predecible.

Aun con todo, no es un total despropósito. Está dirigida con buena mano, explica lo justo y necesario (a veces demasiado poco) y, si estás dispuesto a entretenerte, hasta se disfruta.

Tiene oasis, pero también terrenos de los que no sabes cómo saldrá. Empieza prometedora, pero luego me pierde. Está más o menos bien resuelta, siendo significativamente superior en mi opinión la primera mitad que la segunda. Y eso, teniendo en cuenta que la aventura como tal empieza en esa bisagra de hora y media, no es un punto a favor.

No me creo a Paul; de hecho me da rabia. Ni al Barón; pero al menos este está hecho para causar repulsión y eso es lo que provoca en mí. El resto de personajes están correctos, y Óscar Isaac para mí destaca.

El guión se pierde durante demasiado tiempo para volver a ofrecer algo interesante hacia el final. Se me hace necesaria una segunda parte, no porque esta me haya sabido a poco sino como una oportunidad de redención para esta Dune.

Me ha gustado más de lo que buena me parece; en ambos casos, más de lo que pensaba. Y tiene mérito: de una idea que da para un corto Aster consigue sacar de tres a cuatro horas de metraje.
Creí que en cierto momento iba a empezar a resoplar como un poseso. No ha sido así. Llega un punto en que comprendes que «es Ari Aster» y simplemente te dejas llevar por la atmósfera opresiva, los giros y la permanente sensación de angustia por que algo va condenadamente mal. Al principio, incluso me recordó a «Madre» de Aronofsky.
Aquí, rotundamente, no hay interpretación mala. Imposible no empatizar con Joaquín Phoenix durante casi toda la cinta.
Mi mejor y mayor argumento para convencer de verla es que es Ari Aster en estado puro. Quien quiera cine de autor y tenga paciencia para 180 minutos, creo que lo gozará. Quien no, bueno, siempre tendrá la Mariopelícula.