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6,8
84.704
10
30 de enero de 2024
30 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A nivel estético la suavidad de los movimientos de los personajes es bellísima así como todos los detalles, la primera película de Disney y sus animadores, los cuales trabajarían a un altísimo rendimiento incluso más allá de las horas semanales que hoy consideramos razonables. Después de Fantasía (1940) su sindicato reguló esas condiciones, Blancanieves y los siete enanitos es un ejemplo de esas tres películas en las que los animadores trabajaron a destajo.

6,8
44.823
10
27 de enero de 2024
27 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maestría en muchos sentidos, dibujos, fluidez, recursos utilizados para contar la historia... Ya sé que todos conocen esta película, pero es de remarcar que es el segundo largometraje de Disney después de Blancanieves, y ya tiene una solidez como si fuera el décimo. No te pierdas los detalles de los relojes de cuco.

7,8
18.679
8
9 de enero de 2014
9 de enero de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La aspereza de esta película tiene un marcado contraste con blandura, fruto de esas parábolas argumentales que Vintenberg ofrece para volver a elevar la ola de su trama e impactarla cada vez con más ímpetu. El cerrado ecosistema en el que se mueve la historia aporta más si cabe éste efecto, y dota a las verdades de un carácter generalizado confuso en las reacciones de los presentes. En lo técnico, planos espectacularmente originales, barridos como los de una visión en primera persona, y, en definitiva, una excelente ejecución del discurso visual. Una muy buena obra.

5,7
709
1
19 de febrero de 2025
19 de febrero de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
La película está hecha a la medida del adolescente repetidor que andaba suelto por los setenta. Espero que estemos de acuerdo en que hay pocas cosas que den más repulsa que un adolescente creyéndose adulto: un adolescente creyéndose adulto y con poder, sin saber nada de la vida y sin que le paren los pies. Es una pena porque estamos ante un filme con una iluminación exquisita, una elección de planos según escena muy certeros, bien ejecutados, superando con creces, prácticamente, todos los aspectos estéticos estándar para su época y posteriores; cuidados al detalle (montaje, ángulos, color...). Pero la historia lo fastidia.
Turbia. Genera incomodidad. No todo vale en nombre del erotismo.
Turbia. Genera incomodidad. No todo vale en nombre del erotismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El título no engaña, efectivamente hay mucha malicia en la película.
Todo el erotismo que contiene queda ensombrecido por la incomodidad que da ver cómo un a priori elegante y tímido adolescente se convierte en un acosador y un niñato que encuentra placer en la tiranía, que campa a sus anchas con el beneplácito de una criada que obra, de forma errática e incoherente, a merced de un guión totalmente al servicio del erotismo. Lo mismo llora de pavor ante su agresor en un horror de escena donde el mequetrefe le acecha y merodea alrededor de su cama de forma intimidante como una alimaña a punto de abalanzarse, que le ríe las gracias cuando acaba literalmente de humillarle por quincuagésima vez tirándole papeles arrugados al suelo para que los recoja.
Para situar el panorama, al principio de la cinta Angela le arreó al hermano mayor una bofetada olímpica, lo que claramente sugiere un carácter compacto y rocoso. Pues, sorpresa, con el patán lo mismo llora de espanto que le pide melosamente que deje de arrojarle papeles arrugados, nunca sabes si ella está o no actuando con autonomía y en pleno ejercicio de su voluntad, que es lo que parece que se busca. Escalofriante. Todo por plasmar una muy pantanosa fantasía adolescente: hacerse el adulto pronto y mal, que le haga caso una mujer y querer controlar más allá de su nariz.
No hay que darle más vueltas, es inverosímil, ni la mujer más sufrida aguantaría más de un día lo más mínimo a un agresor prepuberal al que encima le saca una cuarta y podría tumbar de un pescozón, ni en los años setenta ni en los cincuenta. Más pronto que tarde habría mandado a los tres a freír cristales y habría encontrado otro trabajo fuera de esa casa pestífera.
La escena de la linterna es la perfecta definición de lo que estoy describiendo, Angela pasa literalmente por tres estados de ánimo inexplicables en cuestión de instantes: de estar horrorizada a insultarle y de insultarle a ser artífice de una monta que se veía a leguas y que no se cree nadie, después de media película moldeada para que el impúber tuviera vía despejada para, tristemente, acosarle una y otra vez. Todos los sopapos coléricos que le daba el padre brillaban por su ausencia cuando el imberbe se dirigía a acosar a la criada. Ahí el padre casualmente desaparecía. En el día de más tormenta, en el otro lado de la mesa, como sea, pero en esos momentos nunca estaba. Ahora, para una simple trastada, ahí sí. El padre, por cierto, otro agresor.
Lo más estremecedor y sombrío es que el adolescente parece al principio enamorarse. Coloca una rosa cada día en el bolsillo de su bata, llega a vomitar de disgusto cuando, ebrio, escucha al padre hablar con Angela sobre casarse, etc. Pues nada de enamoramiento, al final sólo se refleja a un energúmeno que pierde toda dignidad y respeto y que arruina todo lo bonito de esa adolescencia. La película cierra con un beso que representa una infame y purulenta historia de «amor» tóxica entre un chaval a medio hacer con megalomanía y una mujer cuya dulzura se ve deliberadamente maltratada y obligada a marchitarse con el tiempo, una mujer cuya belleza es manchada por la fealdad de una mente a la que todavía no se le ha terminado de formar el neocórtex, la mente inmadura de un simple zagal.
No había historia detrás, era sólo un mero vehículo para buscar un efecto, un morbo siniestro que por fortuna hoy está penado: el de la resistencia, esa horrible, egoísta y repulsiva visión de que un no podría significar sí. Lamentable y espeluznante.
No todo tiene cabida bajo el pretexto del erotismo.
Todo el erotismo que contiene queda ensombrecido por la incomodidad que da ver cómo un a priori elegante y tímido adolescente se convierte en un acosador y un niñato que encuentra placer en la tiranía, que campa a sus anchas con el beneplácito de una criada que obra, de forma errática e incoherente, a merced de un guión totalmente al servicio del erotismo. Lo mismo llora de pavor ante su agresor en un horror de escena donde el mequetrefe le acecha y merodea alrededor de su cama de forma intimidante como una alimaña a punto de abalanzarse, que le ríe las gracias cuando acaba literalmente de humillarle por quincuagésima vez tirándole papeles arrugados al suelo para que los recoja.
Para situar el panorama, al principio de la cinta Angela le arreó al hermano mayor una bofetada olímpica, lo que claramente sugiere un carácter compacto y rocoso. Pues, sorpresa, con el patán lo mismo llora de espanto que le pide melosamente que deje de arrojarle papeles arrugados, nunca sabes si ella está o no actuando con autonomía y en pleno ejercicio de su voluntad, que es lo que parece que se busca. Escalofriante. Todo por plasmar una muy pantanosa fantasía adolescente: hacerse el adulto pronto y mal, que le haga caso una mujer y querer controlar más allá de su nariz.
No hay que darle más vueltas, es inverosímil, ni la mujer más sufrida aguantaría más de un día lo más mínimo a un agresor prepuberal al que encima le saca una cuarta y podría tumbar de un pescozón, ni en los años setenta ni en los cincuenta. Más pronto que tarde habría mandado a los tres a freír cristales y habría encontrado otro trabajo fuera de esa casa pestífera.
La escena de la linterna es la perfecta definición de lo que estoy describiendo, Angela pasa literalmente por tres estados de ánimo inexplicables en cuestión de instantes: de estar horrorizada a insultarle y de insultarle a ser artífice de una monta que se veía a leguas y que no se cree nadie, después de media película moldeada para que el impúber tuviera vía despejada para, tristemente, acosarle una y otra vez. Todos los sopapos coléricos que le daba el padre brillaban por su ausencia cuando el imberbe se dirigía a acosar a la criada. Ahí el padre casualmente desaparecía. En el día de más tormenta, en el otro lado de la mesa, como sea, pero en esos momentos nunca estaba. Ahora, para una simple trastada, ahí sí. El padre, por cierto, otro agresor.
Lo más estremecedor y sombrío es que el adolescente parece al principio enamorarse. Coloca una rosa cada día en el bolsillo de su bata, llega a vomitar de disgusto cuando, ebrio, escucha al padre hablar con Angela sobre casarse, etc. Pues nada de enamoramiento, al final sólo se refleja a un energúmeno que pierde toda dignidad y respeto y que arruina todo lo bonito de esa adolescencia. La película cierra con un beso que representa una infame y purulenta historia de «amor» tóxica entre un chaval a medio hacer con megalomanía y una mujer cuya dulzura se ve deliberadamente maltratada y obligada a marchitarse con el tiempo, una mujer cuya belleza es manchada por la fealdad de una mente a la que todavía no se le ha terminado de formar el neocórtex, la mente inmadura de un simple zagal.
No había historia detrás, era sólo un mero vehículo para buscar un efecto, un morbo siniestro que por fortuna hoy está penado: el de la resistencia, esa horrible, egoísta y repulsiva visión de que un no podría significar sí. Lamentable y espeluznante.
No todo tiene cabida bajo el pretexto del erotismo.
Cortometraje

6,0
1.319
6
20 de mayo de 2019
20 de mayo de 2019
Sé el primero en valorar esta crítica
Un pedazo de historia del cine donde ya se puede ver un gran despliegue de atrezzo y vesturario, especialmente en el desfile. La historia era perfecta para poner en marcha todo tipo de efectos cinematográficos que añadieran magia y sorpresa. Con una narrativa muda todavía algo cándida, esta obra resulta entrañable y estimable.
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