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Críticas ordenadas por utilidad
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8
29 de octubre de 2017
29 de octubre de 2017
96 de 143 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ciencia se rinde ante la superstición en la última película del realizador griego Yorgos Lanthimos, un filme que, con la precisión de un bisturí, abre en canal al espectador.
El escritor checo Milan Kundera ya afirmaba que "la cirugía lleva el imperativo básico de la profesión médica hasta límites extremos, en los que lo humano entra en contacto con lo divino".
Además, rememoraba esa "breve pero intensa sensación de sacrilegio" que supone hurgar por primera vez en un cuerpo humano, pues el Creador "no sospechaba que alguien iba a meter la mano dentro del mecanismo que él había inventado, meticulosamente cubierto de piel, sellado y cerrado a los ojos del hombre".
El escritor checo Milan Kundera ya afirmaba que "la cirugía lleva el imperativo básico de la profesión médica hasta límites extremos, en los que lo humano entra en contacto con lo divino".
Además, rememoraba esa "breve pero intensa sensación de sacrilegio" que supone hurgar por primera vez en un cuerpo humano, pues el Creador "no sospechaba que alguien iba a meter la mano dentro del mecanismo que él había inventado, meticulosamente cubierto de piel, sellado y cerrado a los ojos del hombre".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una emoción que Steven (Colin Farrell), un reputado cardiólogo, parece haber perdido tras una vida dedicada a husmear en el interior de la perfecta maquinaria creada por Dios a su imagen y semejanza. En un quirófano, la ciencia entra en conflicto con la fe y, allí donde no gobierna ley humana o divina, las Horas dictan sentencia.
A través de la relación de Steven con su mujer, Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga, se retrata la endogamia médica, aliñanada con apáticas y distantes relaciones sexuales típicas del imaginario de Lanthimos.
Junto a sus dos hijos, Kim y Bob, llevan una vida más cómoda que feliz, en la que se hace hueco Martin (Barry Keoghan), un adolescente sin padre que cuenta con el favor de Steven, y cuyas visitas serán el destello de la calma que precede a la tempestad.
Con la lenta e impertubable furia de la brisa que se torna huracán y con la irónica sobrenaturalidad de los desastres naturales, Martin llega para devastar la vida de Steven, a quien culpa de la muerte de su padre.
En compensación, al igual que los antiguos dioses griegos, exige un sacrifio ante la amenaza de una maldición que provocará un fallo multiorgánico en la familia, a excepción del cirujano, pues, a juicio de Martin, sería "lo más parecido a la justicia".
La superstición se apodera así de un médico al que la ciencia ha dado la espalda e inyecta en él un pensamiento mágico que le hace atribuir un efecto a un suceso sin que exista una relación causa-efecto demostrable entre ambos.
Desesperado por salvar a su familia, Steven se ve obligado a elegir entre satisfacer el sangriento mandato divino de Martin o arriesgarse a lanzar un órdago. El eco de la voz de Kundera recuerda que "un asesinato así solo se adelanta un poco a lo que Dios se hubiese encargado de hacer algo más tarde".
Al fin y al cabo, "se puede suponer que Dios contaba con el asesinato, pero no contaba con la cirugía".
A través de la relación de Steven con su mujer, Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga, se retrata la endogamia médica, aliñanada con apáticas y distantes relaciones sexuales típicas del imaginario de Lanthimos.
Junto a sus dos hijos, Kim y Bob, llevan una vida más cómoda que feliz, en la que se hace hueco Martin (Barry Keoghan), un adolescente sin padre que cuenta con el favor de Steven, y cuyas visitas serán el destello de la calma que precede a la tempestad.
Con la lenta e impertubable furia de la brisa que se torna huracán y con la irónica sobrenaturalidad de los desastres naturales, Martin llega para devastar la vida de Steven, a quien culpa de la muerte de su padre.
En compensación, al igual que los antiguos dioses griegos, exige un sacrifio ante la amenaza de una maldición que provocará un fallo multiorgánico en la familia, a excepción del cirujano, pues, a juicio de Martin, sería "lo más parecido a la justicia".
La superstición se apodera así de un médico al que la ciencia ha dado la espalda e inyecta en él un pensamiento mágico que le hace atribuir un efecto a un suceso sin que exista una relación causa-efecto demostrable entre ambos.
Desesperado por salvar a su familia, Steven se ve obligado a elegir entre satisfacer el sangriento mandato divino de Martin o arriesgarse a lanzar un órdago. El eco de la voz de Kundera recuerda que "un asesinato así solo se adelanta un poco a lo que Dios se hubiese encargado de hacer algo más tarde".
Al fin y al cabo, "se puede suponer que Dios contaba con el asesinato, pero no contaba con la cirugía".
Mediometraje

6,2
518
7
16 de febrero de 2018
16 de febrero de 2018
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los viajes bien podrían ser días de otra vida. Las rutinas, las calles, las caras o incluso el idioma cambian, nuestra personalidad se desenfoca, pierde el contorno y trasciende nuestros propios límites.
En ese nuevo escenario, uno se ve libre para interpretar a otra persona, alguien que quizá no sea muy distinto de la mejor versión de nosotros mismos. "¿Quién eres?" es una pregunta demasiado amplia como para abarcarla en una sola noche, o en una sola vida, por eso, suele ir seguida de un silencio existencial.
En un acto reflejo, la respuesta se constriñe en un nombre, en un afán humano por acotar estratos de dilemas metafísicos. Los nuevos comienzos no siempre aparecen al principio de la historia, del mismo modo que los créditos no tienen por qué indicar el final.
Decía Úrsula K. Le Guin que "el verdadero viaje es el retorno" y Antoni Gaudí atribuía la originalidad al "retorno al origen; así pues, original es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones”. Pero, para poder volver, primero hay que partir, al igual que es necesario conocer el molde para poder romperlo.
Las vidas no son otra cosa que viajes de búsquedas infinitas.
En ese nuevo escenario, uno se ve libre para interpretar a otra persona, alguien que quizá no sea muy distinto de la mejor versión de nosotros mismos. "¿Quién eres?" es una pregunta demasiado amplia como para abarcarla en una sola noche, o en una sola vida, por eso, suele ir seguida de un silencio existencial.
En un acto reflejo, la respuesta se constriñe en un nombre, en un afán humano por acotar estratos de dilemas metafísicos. Los nuevos comienzos no siempre aparecen al principio de la historia, del mismo modo que los créditos no tienen por qué indicar el final.
Decía Úrsula K. Le Guin que "el verdadero viaje es el retorno" y Antoni Gaudí atribuía la originalidad al "retorno al origen; así pues, original es aquello que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones”. Pero, para poder volver, primero hay que partir, al igual que es necesario conocer el molde para poder romperlo.
Las vidas no son otra cosa que viajes de búsquedas infinitas.

6,3
6.179
5
4 de septiembre de 2021
4 de septiembre de 2021
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si existe una palabra que puede unir a los defensores y detractores de esta película es 'shock', porque Leos Carax regresa con una propuesta lo bastante atrevida como para generar el respeto del espectador, ya salga deleitado o atormentado del cine (sin que una emoción excluya a la otra). Y es que este es el musical más perturbador que se recuerda desde 'Pesadilla antes de Navidad', que, a su lado, parece hasta tierno.
No puedo decir que me haya gustado, en ocasiones se hace eterno y las canciones tampoco me parecen memorables. Eso sí, pasaré una buena temporada pensando en ella.
No puedo decir que me haya gustado, en ocasiones se hace eterno y las canciones tampoco me parecen memorables. Eso sí, pasaré una buena temporada pensando en ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Musical gótico, thriller musical, ópera-rock o antimusical son algunos de los nombres con los que ya se ha bautizado al último retoño de Carax, que dedica esta lúgubre película a su hija Nastya (cameo de ambos incluido) y que gira en torno a una niña de madera que nace de la casi sacrílega y disfuncional relación entre un imponente Adam Driver y una discreta Marion Cotillard, cómico y cantante de ópera, respectivamente.
Hay una buena razón para que este 'industry baby' sea de madera, ya que sus progenitores lo utilizarán como títere de sus objetivos y deseos más oscuros: uno, para lograr el éxito que un día le fue arrebatado y, la otra, para llevar a cabo una macabra venganza. Mientras, igual que le sucedía a Pinocho, Annette solo quiere ser una niña de verdad.
Exhibida al más puro estilo 'Baby Jane', 'Baby Annette' se niega a que alguien se pregunte qué fue de ella y, silenciosamente, va cortando uno a uno los hilos con los que sus padres la manejan a su antojo. Finalmente, Annette deja de usar su poderosa voz para cantar y empieza a denunciar lo que ocurre a su alrededor, todo ello para evitar convertirse en otro juguete roto.
Hay una buena razón para que este 'industry baby' sea de madera, ya que sus progenitores lo utilizarán como títere de sus objetivos y deseos más oscuros: uno, para lograr el éxito que un día le fue arrebatado y, la otra, para llevar a cabo una macabra venganza. Mientras, igual que le sucedía a Pinocho, Annette solo quiere ser una niña de verdad.
Exhibida al más puro estilo 'Baby Jane', 'Baby Annette' se niega a que alguien se pregunte qué fue de ella y, silenciosamente, va cortando uno a uno los hilos con los que sus padres la manejan a su antojo. Finalmente, Annette deja de usar su poderosa voz para cantar y empieza a denunciar lo que ocurre a su alrededor, todo ello para evitar convertirse en otro juguete roto.
7
6 de noviembre de 2021
6 de noviembre de 2021
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es Navidad y el joven sir Gawain (Dev Patel), sobrino del rey Arturo (Sean Harris), recibe un regalo envenenado. Cuando el rey se disponía a demandar que alguno de sus súbditos le deleitase contándole una noble gesta, sus deseos se ven interrumpidos por la aparición de un caballero verde (Barry Keoghan) fornido como un roble y cubierto de musgo de pies cabez,a que se presenta, hacha en mano, ante los caballeros de la mesa redonda para proponerles un juego: que el más valiente de ellos se preste a asestarle un golpe con la única condición de que, dentro de un año, este mismo revés le será devuelto. Ante la estupefacción generalizada, sir Gawain, consciente de que aún no tenía canciones con las que amenizar la velada a su tío, se apresura a presentarse voluntario. Para su sorpresa, el caballero verde, lejos de oponer resistencia, se ofrece ante Gawain, y este aunque receloso, asesta el golpe de gracia nada menos que empuñando a Excalibur.
El joven e inexperto aspirante a caballero acaba de escribir, casi sin pretenderlo, como si fuese una marioneta en manos del destino, la primera línea de su canción. La maquinaria está en marcha y, como el paso de las estaciones, es imparable: comienza el viaje del héroe. Lo difícil ahora será no perder la cabeza en el intento.
David Lowery retoma en The Green Knight ese universo fantástico que camina de la mano de la realidad y cuyo portal se presenta ante unos pocos afortunados que saben a dónde mirar. Ya lo hizo con A Ghost Story en 2017, en la que decronstruye las leyendas de fantasmas y casas encantadas para presentar un drama tan sobrenatural como filosófico y que, aunque pausado, no aburre.
A algo similar juega en este filme con el romance, las leyendas artúricas de caballerías y la epopeya del héroe. Absténgase los fieles de 'blockbuster' y bienvenidos sean quienes busquen regodearse en el universo mágico de Lowery, que otorga un nuevo ritmo reposado a la aventura del héroe y se recrea en los one-perfect-shot, pero, a pesar de ello, mantiene una acción que atrapa y una atmósfera mágica envolvente este viaje fantástico de autodescubrimiento.
The Green Knight de está plagada del simbolismo religioso imperante en el Edad Media, que regía el código de honor de los caballeros, presentando a Arturo y Ginebra (Kate Dickie) como deidades, envueltos en un halo, inalcanzables, adalides de los valores a los que un joven como Gawain debe aspirar o, al menos, debería. Como contrapunto, el rito pagano de la hechicera Morgana (Sarita Choudhury), hermanastra del rey y madre de Gawain, más próxima a la brujería que a los ritos cristianos, que busca el camino de la grandeza para su hijo y el de la perdición para Arturo.
El joven e inexperto aspirante a caballero acaba de escribir, casi sin pretenderlo, como si fuese una marioneta en manos del destino, la primera línea de su canción. La maquinaria está en marcha y, como el paso de las estaciones, es imparable: comienza el viaje del héroe. Lo difícil ahora será no perder la cabeza en el intento.
David Lowery retoma en The Green Knight ese universo fantástico que camina de la mano de la realidad y cuyo portal se presenta ante unos pocos afortunados que saben a dónde mirar. Ya lo hizo con A Ghost Story en 2017, en la que decronstruye las leyendas de fantasmas y casas encantadas para presentar un drama tan sobrenatural como filosófico y que, aunque pausado, no aburre.
A algo similar juega en este filme con el romance, las leyendas artúricas de caballerías y la epopeya del héroe. Absténgase los fieles de 'blockbuster' y bienvenidos sean quienes busquen regodearse en el universo mágico de Lowery, que otorga un nuevo ritmo reposado a la aventura del héroe y se recrea en los one-perfect-shot, pero, a pesar de ello, mantiene una acción que atrapa y una atmósfera mágica envolvente este viaje fantástico de autodescubrimiento.
The Green Knight de está plagada del simbolismo religioso imperante en el Edad Media, que regía el código de honor de los caballeros, presentando a Arturo y Ginebra (Kate Dickie) como deidades, envueltos en un halo, inalcanzables, adalides de los valores a los que un joven como Gawain debe aspirar o, al menos, debería. Como contrapunto, el rito pagano de la hechicera Morgana (Sarita Choudhury), hermanastra del rey y madre de Gawain, más próxima a la brujería que a los ritos cristianos, que busca el camino de la grandeza para su hijo y el de la perdición para Arturo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Gawain está atrapado entre dos mundos, una dualidad que variará a lo largo del metraje y se nos presenta diferente en forma, pero no en contenido: juventud y vejez, inocencia y experiencia, prisa y paciencia, religión y magia, realeza y plebe, vida y muerte, viaje y regreso, honor y vergüenza, tentación y fidelidad, esperanza y miedo. Se cierne sobre él el síndrome del impostor en un épico coming-of-age medieval que ajusta su canon fantástico en la adaptación de un romance del siglo XIV al XXI. Y como todo el mundo sabe, no hay romance sin dama, en este caso, Essel, a la que da vida una dulce Alicia Vikander, la única que parece advertir lo absurdo de la gesta de Gwain, pues así es como mueren los hombres tontos.
Advertencias que desoye para abandonar Camelot dejando atrás la inocencia, lo banal y la realidad mundana que conocía hasta ahora para adentrarse de lleno en una aventura fantástica en la que hallará baches, pero también trampolines. El viaje se le augura aciago cuando unos ladrones le desvalijan porque no ofreció suficiente recompensa por sus indicaciones. Constante recuerdo de los peligros que aguardan lejos del amparo de los muros del reino, pero también del código del caballero, al que referirán todas las pruebas que debe afrontar. Despojado de su caballo Gringolet, sin resguardo ni comida, sir Gawain sufre a las inclemencias de lo desconocido con la única compañía de un zorro, guardián del umbral entre lo mágico y lo real.
Tiene lugar entonces el más fantástico de sus encuentros con el espíritu de la dama Winifred, protagonista de otra leyenda posterior a la del caballero verde pero que Lowery entronca con la de Gawain, pues ambos comparten un sino similar.
Y es que Gawain, en su búsqueda de la Capilla Verde, donde le aguarda su enemigo, acaba llegando a un castillo habitado por un misterioso caballero (Joel Edgerton), su dama, y una misteriosa anciana, personajes, todos ellos, que resultarán muy familiares y que le someterán a las más difíciles pruebas a las que se habrá enfrentado, pues deberá poner en práctica sus virtudes como caballero en un extraño intercambio de cortesías. Para amenizar la estancia del invitado el dueño del castillo le propone un nuevo juego: le ofrecerá una pieza de caza a sir Gawain y este, a cambio, deberá darle lo que consiga entre los muros de su casa. Trofeos entre los que destaca un cinturón que le ofrece la dama y que le asegura protección para regresar sano y salvo a casa, siempre que este descanse por encima de su cintura. Gawain se valdrá de este amuleto para alimentar su esperanza pero, sin quererlo, también su miedo, ya que un verdadero caballero, como él sabe, debe afrontar su destino con honor, sea cual sea.
Esta será una de las lecciones que aprenda cuando, finalmente, llegue su encuentro con el caballero verde, para cerrar el ciclo de las estaciones, de la aventura y del viaje de autoconocimiento de un joven que florece para dejar atrás la vergüenza y el miedo y abrazar la nobleza, el valor y, finalmente, la fe.
Gawain tendrá que aprender a conocerse y a reconocerse, para bien y para mal en sus propias acciones, pues no solo se embarca en la búsqueda de su valor y sus dotes para dejar de ser un mero aspirante y pasar a ser un caballero (con todo lo que eso conlleva), sino también sus propias limitaciones y flaquezas, su miedo y su lujuria. Y es que no es solo su orgullo el que está en juego: por extensión, también el de toda la corte de Camelot y, en consecuencia, el de su rey, pues por mucho que un hombre se esfuerce en acercarse a la perfección, indefectiblemente asociada a lo divino, no dejará de ser una criatura imperfecta y mortal. Sus ojos brillan, Gawain lo entiende. Por fin se dispone, sin trucos, a aceptar las condiciones del contrato que firmó hace un año tratando de mantener la cabeza en su sitio mientras los cimientos de su mundo sufren el terremoto.
Advertencias que desoye para abandonar Camelot dejando atrás la inocencia, lo banal y la realidad mundana que conocía hasta ahora para adentrarse de lleno en una aventura fantástica en la que hallará baches, pero también trampolines. El viaje se le augura aciago cuando unos ladrones le desvalijan porque no ofreció suficiente recompensa por sus indicaciones. Constante recuerdo de los peligros que aguardan lejos del amparo de los muros del reino, pero también del código del caballero, al que referirán todas las pruebas que debe afrontar. Despojado de su caballo Gringolet, sin resguardo ni comida, sir Gawain sufre a las inclemencias de lo desconocido con la única compañía de un zorro, guardián del umbral entre lo mágico y lo real.
Tiene lugar entonces el más fantástico de sus encuentros con el espíritu de la dama Winifred, protagonista de otra leyenda posterior a la del caballero verde pero que Lowery entronca con la de Gawain, pues ambos comparten un sino similar.
Y es que Gawain, en su búsqueda de la Capilla Verde, donde le aguarda su enemigo, acaba llegando a un castillo habitado por un misterioso caballero (Joel Edgerton), su dama, y una misteriosa anciana, personajes, todos ellos, que resultarán muy familiares y que le someterán a las más difíciles pruebas a las que se habrá enfrentado, pues deberá poner en práctica sus virtudes como caballero en un extraño intercambio de cortesías. Para amenizar la estancia del invitado el dueño del castillo le propone un nuevo juego: le ofrecerá una pieza de caza a sir Gawain y este, a cambio, deberá darle lo que consiga entre los muros de su casa. Trofeos entre los que destaca un cinturón que le ofrece la dama y que le asegura protección para regresar sano y salvo a casa, siempre que este descanse por encima de su cintura. Gawain se valdrá de este amuleto para alimentar su esperanza pero, sin quererlo, también su miedo, ya que un verdadero caballero, como él sabe, debe afrontar su destino con honor, sea cual sea.
Esta será una de las lecciones que aprenda cuando, finalmente, llegue su encuentro con el caballero verde, para cerrar el ciclo de las estaciones, de la aventura y del viaje de autoconocimiento de un joven que florece para dejar atrás la vergüenza y el miedo y abrazar la nobleza, el valor y, finalmente, la fe.
Gawain tendrá que aprender a conocerse y a reconocerse, para bien y para mal en sus propias acciones, pues no solo se embarca en la búsqueda de su valor y sus dotes para dejar de ser un mero aspirante y pasar a ser un caballero (con todo lo que eso conlleva), sino también sus propias limitaciones y flaquezas, su miedo y su lujuria. Y es que no es solo su orgullo el que está en juego: por extensión, también el de toda la corte de Camelot y, en consecuencia, el de su rey, pues por mucho que un hombre se esfuerce en acercarse a la perfección, indefectiblemente asociada a lo divino, no dejará de ser una criatura imperfecta y mortal. Sus ojos brillan, Gawain lo entiende. Por fin se dispone, sin trucos, a aceptar las condiciones del contrato que firmó hace un año tratando de mantener la cabeza en su sitio mientras los cimientos de su mundo sufren el terremoto.
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