You must be a loged user to know your affinity with Fernando Rodríguez
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

7,3
606
8
6 de abril de 2025
6 de abril de 2025
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una profesora entre libros, tensiones y principios
Amal, dirigida por Jawad Rhalib, es de esas películas que no necesitan levantar la voz para generar un impacto profundo. Con una narrativa sobria y actuaciones contenidas, nos adentra en un aula donde la enseñanza se convierte en una forma de resistencia, y donde los libros son más peligrosos que las armas. La película, ambientada en un instituto belga, nos enfrenta a preguntas urgentes sobre la libertad de expresión, el rol del docente y los límites del disenso cultural.
La literatura como herramienta de pensamiento crítico
La protagonista, Amal —interpretada con potencia emocional por Lubna Azabal—, enseña literatura árabe en un instituto con estudiantes de origen migrante. Cuando introduce los poemas de Abu Nuwas, poeta hedonista y provocador, comienzan los conflictos: padres molestos, estudiantes divididos, y un equipo docente que prefiere no incomodar. A través de esta historia, Rhalib plantea la tensión entre laicismo y religión, entre educación crítica y adoctrinamiento, entre enseñar y simplemente transmitir contenidos.
La cámara de Rhalib se mantiene discreta, sin aspavientos, casi documental. La elección es coherente: el drama está en las palabras, en las reacciones, en los silencios incómodos del aula. La película evita caer en lo panfletario y construye, con sensibilidad, un retrato realista de lo que significa enseñar en tiempos de polarización.
Cuando el cine se convierte en espejo
Cuando vi esta película me recordó inevitablemente a La profesora de parvulario, ya que en ambas sentí esa misma lucha solitaria de una docente contra la apatía —o incluso la hostilidad— de su entorno. El deseo de despertar algo en los alumnos, aunque eso suponga incomodar al sistema, es un hilo que une a ambas protagonistas.
También pensé en Parthenope, especialmente por cómo ambas películas retratan a mujeres que se enfrentan a sus propias contradicciones y al peso de sus elecciones. Aunque Amal es mucho más contenida, comparten ese tono melancólico de quienes buscan un lugar en un mundo que no termina de aceptarles.
Por último, Amal me llevó de vuelta a Capturing the Friedmans. Aunque el contexto es muy diferente, ambas películas ponen en tela de juicio la verdad institucional y cómo los prejuicios pueden contaminar el juicio colectivo. Esa sensación de estar en un entorno donde lo justo y lo correcto no siempre coinciden me resultó inquietantemente similar.
Conclusión: una película necesaria en tiempos de intolerancia
Amal es una película que incomoda desde la honestidad. No ofrece respuestas fáciles, ni se posiciona desde una superioridad moral. Su mayor virtud es abrir el debate: ¿puede un profesor enseñar sin censura en un entorno culturalmente sensible? ¿Debe hacerlo? La película invita a reflexionar sobre el poder de la educación como herramienta de transformación social, incluso cuando el precio a pagar es el aislamiento o la crítica.
Valoración final: 8/10
Un retrato sobrio y certero sobre los desafíos de enseñar en una sociedad fracturada por la ideología, la religión y la falta de diálogo. Amal no sólo es pertinente, sino urgente.
Crítica completa en mi blog -> https://criticasdecinehoy.blogspot.com/
Amal, dirigida por Jawad Rhalib, es de esas películas que no necesitan levantar la voz para generar un impacto profundo. Con una narrativa sobria y actuaciones contenidas, nos adentra en un aula donde la enseñanza se convierte en una forma de resistencia, y donde los libros son más peligrosos que las armas. La película, ambientada en un instituto belga, nos enfrenta a preguntas urgentes sobre la libertad de expresión, el rol del docente y los límites del disenso cultural.
La literatura como herramienta de pensamiento crítico
La protagonista, Amal —interpretada con potencia emocional por Lubna Azabal—, enseña literatura árabe en un instituto con estudiantes de origen migrante. Cuando introduce los poemas de Abu Nuwas, poeta hedonista y provocador, comienzan los conflictos: padres molestos, estudiantes divididos, y un equipo docente que prefiere no incomodar. A través de esta historia, Rhalib plantea la tensión entre laicismo y religión, entre educación crítica y adoctrinamiento, entre enseñar y simplemente transmitir contenidos.
La cámara de Rhalib se mantiene discreta, sin aspavientos, casi documental. La elección es coherente: el drama está en las palabras, en las reacciones, en los silencios incómodos del aula. La película evita caer en lo panfletario y construye, con sensibilidad, un retrato realista de lo que significa enseñar en tiempos de polarización.
Cuando el cine se convierte en espejo
Cuando vi esta película me recordó inevitablemente a La profesora de parvulario, ya que en ambas sentí esa misma lucha solitaria de una docente contra la apatía —o incluso la hostilidad— de su entorno. El deseo de despertar algo en los alumnos, aunque eso suponga incomodar al sistema, es un hilo que une a ambas protagonistas.
También pensé en Parthenope, especialmente por cómo ambas películas retratan a mujeres que se enfrentan a sus propias contradicciones y al peso de sus elecciones. Aunque Amal es mucho más contenida, comparten ese tono melancólico de quienes buscan un lugar en un mundo que no termina de aceptarles.
Por último, Amal me llevó de vuelta a Capturing the Friedmans. Aunque el contexto es muy diferente, ambas películas ponen en tela de juicio la verdad institucional y cómo los prejuicios pueden contaminar el juicio colectivo. Esa sensación de estar en un entorno donde lo justo y lo correcto no siempre coinciden me resultó inquietantemente similar.
Conclusión: una película necesaria en tiempos de intolerancia
Amal es una película que incomoda desde la honestidad. No ofrece respuestas fáciles, ni se posiciona desde una superioridad moral. Su mayor virtud es abrir el debate: ¿puede un profesor enseñar sin censura en un entorno culturalmente sensible? ¿Debe hacerlo? La película invita a reflexionar sobre el poder de la educación como herramienta de transformación social, incluso cuando el precio a pagar es el aislamiento o la crítica.
Valoración final: 8/10
Un retrato sobrio y certero sobre los desafíos de enseñar en una sociedad fracturada por la ideología, la religión y la falta de diálogo. Amal no sólo es pertinente, sino urgente.
Crítica completa en mi blog -> https://criticasdecinehoy.blogspot.com/

7,1
19.738
8
17 de abril de 2025
17 de abril de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
¿Qué ocurre cuando una historia de superación individual se enfrenta a la compleja maquinaria de la burocracia y la marginalidad? El 47, dirigida por Marcel Barrena, propone una respuesta íntima y combativa: la de un joven en situación de calle que lucha por encontrar un lugar donde simplemente existir. La película, ambientada en Cataluña, esquiva los sentimentalismos baratos para entregarnos un relato directo y punzante, a ratos incómodo, pero siempre sincero. Una propuesta que busca poner rostro —y alma— a los invisibles de nuestras ciudades.
Esta crítica va a fondo en las virtudes y limitaciones de El 47, una cinta que conmueve más por lo que calla que por lo que grita, y que demuestra que el cine social todavía puede tener mordiente si se aleja de los tópicos. Si alguna vez te has preguntado quién duerme en los cajeros automáticos o por qué un número puede ser símbolo de identidad y resistencia, esta película tiene mucho que decirte.
Un retrato de la exclusión que evita el panfleto
El 47 brilla especialmente en su retrato de la pobreza urbana y la desconexión social, sin recurrir a la compasión forzada ni a los grandes discursos. El protagonista, interpretado con contención por un debutante carismático, encarna a un joven sin hogar que sobrevive en las calles de una ciudad catalana marcada por el turismo, el ruido y la indiferencia.
Marcel Barrena opta por una cámara que se pega al cuerpo, que observa con respeto pero sin adornos. No hay filtros de Instagram ni planos amanerados aquí: solo el frío del asfalto, la humillación de ser ignorado, y el gesto casi heroico de alguien que simplemente quiere ser escuchado. El título —El 47— alude al número que se le asigna en un albergue temporal, donde los nombres importan menos que los protocolos.
El director, conocido por su sensibilidad en obras anteriores, encuentra en este proyecto un equilibrio interesante entre lo político y lo íntimo, sin caer en el miserabilismo. La película invita a reflexionar sobre cómo miramos (o no miramos) a quienes habitan los márgenes del sistema.
Una dirección contenida y un guion que roza el documental
Uno de los mayores aciertos de El 47 es su apuesta por un guion de apariencia naturalista, que a ratos se siente casi como un documental de observación. Hay pocos diálogos expositivos, y muchas escenas se construyen en torno a los pequeños gestos: compartir un bocadillo, un refugio improvisado en una estación, una mirada entre extraños que no termina de convertirse en solidaridad.
Barrena evita caer en la trampa del espectáculo. No hay grandes giros ni momentos melodramáticos; en su lugar, la película apuesta por la acumulación de pequeños detalles que terminan por construir una imagen devastadora. El ritmo es pausado, a veces demasiado, pero eso también refleja la rutina sin sobresaltos —ni esperanzas— de quien vive fuera del sistema.
La música es escasa pero efectiva, y la dirección de fotografía mantiene una paleta fría y apagada que subraya la despersonalización de los espacios públicos. No estamos ante una ciudad reconocible por sus monumentos, sino por sus sombras y rincones olvidados.
¿Realismo o resignación? Las ambigüedades de su mensaje
Uno de los aspectos más debatibles de El 47 es su final: abierto, ambiguo, incluso frustrante. ¿Hay una salida para su protagonista? ¿Es la denuncia suficiente cuando no hay propuesta? La película parece decirnos que la visibilidad ya es un acto político, pero también deja la sensación de que falta un paso más: uno que articule esa crítica en una visión más transformadora.
Sin embargo, esa ambigüedad también es parte de su fuerza. En lugar de cerrar con un mensaje reconfortante, Barrena prefiere dejarnos incómodos, incluso culpables. Y quizás esa sea la intención: removernos sin anestesia, sin ofrecernos redención.
Películas relacionadas
Cuando vi El 47 no pude evitar acordarme de Dear Zachary, por la manera en que ambas historias personales se transforman en denuncias sociales a través del cine. También sentí ecos de Adolescencia, ya que ambas exploran el tránsito hacia la adultez sin referentes, sin redes de apoyo. Y por último, me acordé de Historia de pastores, por su sensibilidad hacia los espacios rurales o periféricos, esos lugares que el progreso ha olvidado.
Nota: 8/10
LO MEJOR Y LO PEOR
LO MEJOR:
El enfoque naturalista y sin paternalismo.
La contención emocional del protagonista.
Su capacidad para incomodar desde lo cotidiano.
LO PEOR:
El ritmo irregular.
Algunas secuencias caen en cierta monotonía.
El final puede resultar excesivamente abierto.
¿A quién se la recomiendo?
El 47 es ideal para personas que trabajan en servicios sociales, voluntariado o instituciones públicas. También puede resonar entre espectadores preocupados por la crisis habitacional, la juventud sin oportunidades y los límites del sistema de asistencia social. No es una película cómoda, pero sí necesaria.
¿TE GUSTA EL CINE DE AUTOR? ESTA ES TU WEB DE INFORMACIÓN -> https://criticasdecinehoy.blogspot.com/2025/04/blog-post_17.html
Esta crítica va a fondo en las virtudes y limitaciones de El 47, una cinta que conmueve más por lo que calla que por lo que grita, y que demuestra que el cine social todavía puede tener mordiente si se aleja de los tópicos. Si alguna vez te has preguntado quién duerme en los cajeros automáticos o por qué un número puede ser símbolo de identidad y resistencia, esta película tiene mucho que decirte.
Un retrato de la exclusión que evita el panfleto
El 47 brilla especialmente en su retrato de la pobreza urbana y la desconexión social, sin recurrir a la compasión forzada ni a los grandes discursos. El protagonista, interpretado con contención por un debutante carismático, encarna a un joven sin hogar que sobrevive en las calles de una ciudad catalana marcada por el turismo, el ruido y la indiferencia.
Marcel Barrena opta por una cámara que se pega al cuerpo, que observa con respeto pero sin adornos. No hay filtros de Instagram ni planos amanerados aquí: solo el frío del asfalto, la humillación de ser ignorado, y el gesto casi heroico de alguien que simplemente quiere ser escuchado. El título —El 47— alude al número que se le asigna en un albergue temporal, donde los nombres importan menos que los protocolos.
El director, conocido por su sensibilidad en obras anteriores, encuentra en este proyecto un equilibrio interesante entre lo político y lo íntimo, sin caer en el miserabilismo. La película invita a reflexionar sobre cómo miramos (o no miramos) a quienes habitan los márgenes del sistema.
Una dirección contenida y un guion que roza el documental
Uno de los mayores aciertos de El 47 es su apuesta por un guion de apariencia naturalista, que a ratos se siente casi como un documental de observación. Hay pocos diálogos expositivos, y muchas escenas se construyen en torno a los pequeños gestos: compartir un bocadillo, un refugio improvisado en una estación, una mirada entre extraños que no termina de convertirse en solidaridad.
Barrena evita caer en la trampa del espectáculo. No hay grandes giros ni momentos melodramáticos; en su lugar, la película apuesta por la acumulación de pequeños detalles que terminan por construir una imagen devastadora. El ritmo es pausado, a veces demasiado, pero eso también refleja la rutina sin sobresaltos —ni esperanzas— de quien vive fuera del sistema.
La música es escasa pero efectiva, y la dirección de fotografía mantiene una paleta fría y apagada que subraya la despersonalización de los espacios públicos. No estamos ante una ciudad reconocible por sus monumentos, sino por sus sombras y rincones olvidados.
¿Realismo o resignación? Las ambigüedades de su mensaje
Uno de los aspectos más debatibles de El 47 es su final: abierto, ambiguo, incluso frustrante. ¿Hay una salida para su protagonista? ¿Es la denuncia suficiente cuando no hay propuesta? La película parece decirnos que la visibilidad ya es un acto político, pero también deja la sensación de que falta un paso más: uno que articule esa crítica en una visión más transformadora.
Sin embargo, esa ambigüedad también es parte de su fuerza. En lugar de cerrar con un mensaje reconfortante, Barrena prefiere dejarnos incómodos, incluso culpables. Y quizás esa sea la intención: removernos sin anestesia, sin ofrecernos redención.
Películas relacionadas
Cuando vi El 47 no pude evitar acordarme de Dear Zachary, por la manera en que ambas historias personales se transforman en denuncias sociales a través del cine. También sentí ecos de Adolescencia, ya que ambas exploran el tránsito hacia la adultez sin referentes, sin redes de apoyo. Y por último, me acordé de Historia de pastores, por su sensibilidad hacia los espacios rurales o periféricos, esos lugares que el progreso ha olvidado.
Nota: 8/10
LO MEJOR Y LO PEOR
LO MEJOR:
El enfoque naturalista y sin paternalismo.
La contención emocional del protagonista.
Su capacidad para incomodar desde lo cotidiano.
LO PEOR:
El ritmo irregular.
Algunas secuencias caen en cierta monotonía.
El final puede resultar excesivamente abierto.
¿A quién se la recomiendo?
El 47 es ideal para personas que trabajan en servicios sociales, voluntariado o instituciones públicas. También puede resonar entre espectadores preocupados por la crisis habitacional, la juventud sin oportunidades y los límites del sistema de asistencia social. No es una película cómoda, pero sí necesaria.
¿TE GUSTA EL CINE DE AUTOR? ESTA ES TU WEB DE INFORMACIÓN -> https://criticasdecinehoy.blogspot.com/2025/04/blog-post_17.html
9
9 de abril de 2025
9 de abril de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
En un mundo saturado de discursos vacíos sobre el cambio climático, “Flow, un mundo que salvar” irrumpe como un torrente emocional y visual que no solo informa: conmueve, remueve y despierta conciencias dormidas. Este impactante documental dirigido por David Martínez Suárez no es solo una llamada de atención; es un grito de auxilio desde los rincones más olvidados del planeta. Desde la sequía extrema en Kenia hasta los efectos devastadores del deshielo en el Ártico, la cinta expone las consecuencias humanas del desastre ecológico con una delicadeza narrativa poco habitual en este género. Si alguna vez un documental mereció ser llamado urgente, es este.
El arte de observar sin juzgar: una cámara que acompaña
A diferencia de muchos documentales de corte activista que caen en el panfleto o el sermón, Flow opta por una mirada más poética y humana. La cámara sigue a cinco personas de distintas partes del mundo, cada una enfrentando su propio conflicto climático. Lo extraordinario es cómo el director logra mantener una distancia justa: ni exhibe ni explota, solo acompaña. Cada plano transmite un respeto por el entorno y por las personas filmadas, recordando al estilo sobrio y elegante de Parténope o la sensibilidad silenciosa de Adolescencia.
La edición, a cargo de Marta Pastor, es otro de los pilares narrativos del documental. Con un ritmo contenido pero constante, consigue que incluso los silencios digan más que las palabras. Hay momentos —como una conversación entre dos niñas en una aldea peruana afectada por la minería— que bastarían por sí solos para justificar toda la existencia del film.
Una banda sonora que respira con el planeta
Uno de los grandes aciertos de Flow es su banda sonora orgánica, compuesta por Raül Refree, quien ya demostró su sensibilidad en proyectos de corte social. Aquí, sus composiciones se funden con los sonidos del entorno: el rumor del viento, el crujido del hielo, la respiración agitada de un niño que camina kilómetros para conseguir agua. No es música para decorar, es música que amplifica el mensaje.
Estos recursos no son banales. Al contrario: sirven para reforzar la conexión emocional del espectador con las historias humanas, evitando el agotamiento emocional que tantos documentales sobre ecología terminan provocando.
Un mensaje potente sin necesidad de subrayar
La grandeza de “Flow” está en su sutileza. No necesita voces en off solemnes ni expertos que pontifican. Las historias, por sí solas, bastan para generar una conciencia transformadora. Es lo que diferencia esta obra de propuestas similares: aquí la emoción no es un medio, es un fin, y eso la emparenta directamente con películas como Dear Zachary o incluso Las tres muertes de Marisa Escobedo, donde el componente emocional se convierte en argumento definitivo.
Cuando vi Flow, me pasó algo que no me ocurría desde que vi Capturing the Friedmans: salí del cine con la sensación de que algo en mí había cambiado. No por los datos, no por las imágenes impactantes, sino por la humanidad con la que se presenta una catástrofe que ya está entre nosotros.
Una experiencia transformadora para todos los públicos
Lo más admirable de Flow es su capacidad para conectar con públicos diversos: no se requiere ser un experto en ecología ni un militante del activismo climático. Esta película habla a todos. Desde jóvenes estudiantes hasta adultos escépticos, Flow logra lo que muy pocas cintas consiguen: que salgas del cine queriendo hacer algo, lo que sea, pero hacer algo.
Valoración:
★★★★★
LO MEJOR
El tratamiento visual y emocional de los testimonios.
La banda sonora perfectamente integrada al relato.
La estructura narrativa sin artificios ni condescendencia.
LO PEOR
Puede resultar demasiado emocional para quienes buscan un enfoque más técnico o académico.
Su visión tan humana y personal deja fuera algunos aspectos estructurales del problema climático.
¿A quién va dirigida esta película?
Flow, un mundo que salvar es perfecta para aquellos que creen que el cine puede cambiar el mundo. También es recomendable para docentes, activistas medioambientales, adolescentes sensibles a las causas sociales y para cualquier persona que alguna vez haya sentido que el cambio climático es demasiado lejano o abstracto. Esta película te hará entender que la tragedia ya ha empezado, y es profundamente humana.
Crítica Completa en: https://criticasdecinehoy.blogspot.com/2025/04/flow-un-mundo-que-salvar-critica.html
El arte de observar sin juzgar: una cámara que acompaña
A diferencia de muchos documentales de corte activista que caen en el panfleto o el sermón, Flow opta por una mirada más poética y humana. La cámara sigue a cinco personas de distintas partes del mundo, cada una enfrentando su propio conflicto climático. Lo extraordinario es cómo el director logra mantener una distancia justa: ni exhibe ni explota, solo acompaña. Cada plano transmite un respeto por el entorno y por las personas filmadas, recordando al estilo sobrio y elegante de Parténope o la sensibilidad silenciosa de Adolescencia.
La edición, a cargo de Marta Pastor, es otro de los pilares narrativos del documental. Con un ritmo contenido pero constante, consigue que incluso los silencios digan más que las palabras. Hay momentos —como una conversación entre dos niñas en una aldea peruana afectada por la minería— que bastarían por sí solos para justificar toda la existencia del film.
Una banda sonora que respira con el planeta
Uno de los grandes aciertos de Flow es su banda sonora orgánica, compuesta por Raül Refree, quien ya demostró su sensibilidad en proyectos de corte social. Aquí, sus composiciones se funden con los sonidos del entorno: el rumor del viento, el crujido del hielo, la respiración agitada de un niño que camina kilómetros para conseguir agua. No es música para decorar, es música que amplifica el mensaje.
Estos recursos no son banales. Al contrario: sirven para reforzar la conexión emocional del espectador con las historias humanas, evitando el agotamiento emocional que tantos documentales sobre ecología terminan provocando.
Un mensaje potente sin necesidad de subrayar
La grandeza de “Flow” está en su sutileza. No necesita voces en off solemnes ni expertos que pontifican. Las historias, por sí solas, bastan para generar una conciencia transformadora. Es lo que diferencia esta obra de propuestas similares: aquí la emoción no es un medio, es un fin, y eso la emparenta directamente con películas como Dear Zachary o incluso Las tres muertes de Marisa Escobedo, donde el componente emocional se convierte en argumento definitivo.
Cuando vi Flow, me pasó algo que no me ocurría desde que vi Capturing the Friedmans: salí del cine con la sensación de que algo en mí había cambiado. No por los datos, no por las imágenes impactantes, sino por la humanidad con la que se presenta una catástrofe que ya está entre nosotros.
Una experiencia transformadora para todos los públicos
Lo más admirable de Flow es su capacidad para conectar con públicos diversos: no se requiere ser un experto en ecología ni un militante del activismo climático. Esta película habla a todos. Desde jóvenes estudiantes hasta adultos escépticos, Flow logra lo que muy pocas cintas consiguen: que salgas del cine queriendo hacer algo, lo que sea, pero hacer algo.
Valoración:
★★★★★
LO MEJOR
El tratamiento visual y emocional de los testimonios.
La banda sonora perfectamente integrada al relato.
La estructura narrativa sin artificios ni condescendencia.
LO PEOR
Puede resultar demasiado emocional para quienes buscan un enfoque más técnico o académico.
Su visión tan humana y personal deja fuera algunos aspectos estructurales del problema climático.
¿A quién va dirigida esta película?
Flow, un mundo que salvar es perfecta para aquellos que creen que el cine puede cambiar el mundo. También es recomendable para docentes, activistas medioambientales, adolescentes sensibles a las causas sociales y para cualquier persona que alguna vez haya sentido que el cambio climático es demasiado lejano o abstracto. Esta película te hará entender que la tragedia ya ha empezado, y es profundamente humana.
Crítica Completa en: https://criticasdecinehoy.blogspot.com/2025/04/flow-un-mundo-que-salvar-critica.html
9
8 de abril de 2025
8 de abril de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
¿Cómo se puede contar la historia de un rey que apenas duró en el trono siete meses? La vida breve, miniserie original de Movistar, responde con una ambiciosa apuesta de época que reconstruye uno de los episodios más insólitos y olvidados de la monarquía española: el reinado de Luis I, hijo de Felipe V, el monarca más efímero de nuestra historia. Entre conspiraciones palaciegas, crisis sucesorias y enfermedades mortales, esta producción se atreve a sacar del archivo un personaje que ha permanecido en la sombra durante siglos.
A lo largo de sus episodios, la serie combina reconstrucción histórica con dramatización intimista. ¿El resultado? Un intento valiente, aunque irregular, de devolverle humanidad a una figura que ni los libros de historia han sabido recordar.
Una breve histórica poco explorada
La primera virtud de La vida breve es su tema inédito. Luis I no suele aparecer ni como anécdota en los currículos escolares, y sin embargo su breve reinado plantea cuestiones fascinantes: ¿Por qué su padre Felipe V abdicó en él? ¿Qué papel jugó Isabel de Farnesio en su caída? ¿Qué supuso su muerte para la dinastía borbónica? La serie se adentra en estas preguntas con rigor histórico y voluntad divulgativa.
En ese sentido, no pude evitar acordarme de El ministro de propaganda, otra producción que intenta rescatar del olvido figuras políticas clave del siglo XX. Pero mientras aquella optaba por un tono documental y ácido, La vida breve apuesta por el drama clásico, a medio camino entre Carlos, Rey Emperador y Isabel, pero con menos medios.
También me vino a la mente Las tres muertes de Marisa Escobedo, por cómo ambas trabajan desde lo íntimo para explicar lo estructural: en este caso, no es solo la historia del joven Luis I, sino la crónica de una maquinaria de poder que no perdona debilidades.
Un retrato contenido de un monarca débil
El actor que interpreta a Luis I ofrece una interpretación sobria y convincente, aunque sin grandes momentos de lucimiento. Su juventud, inseguridad y fragilidad física están muy bien transmitidas, lo cual permite comprender la tragedia personal que atraviesa el personaje: ser rey sin estar preparado, y morir sin haber gobernado de verdad.
Sin embargo, los personajes secundarios no siempre están a la altura del protagonista. Especialmente flojos resultan algunos miembros del entorno palaciego, que se quedan en caricaturas o arquetipos poco desarrollados. Las tensiones entre Felipe V y su hijo, o entre la reina viuda y la nueva reina, podrían haber dado lugar a escenas mucho más potentes.
Frente a esto, la figura de la reina Luisa Isabel de Orleans aporta algo más de complejidad, con un arco narrativo que gana fuerza en los episodios finales. Me recordó por momentos a los retratos femeninos de Parténope, donde las mujeres atraviesan los márgenes del poder, luchando por no desaparecer.
Producción cuidada con limitaciones visibles
Visualmente, La vida breve ofrece un trabajo de ambientación más que digno, especialmente en lo que respecta a vestuario y diseño de producción. La recreación del siglo XVIII es elegante, aunque sin la opulencia de grandes producciones internacionales. La fotografía es clásica y funcional, sin demasiada ambición estética pero con coherencia formal.
La música, aunque discreta, acompaña sin interferir, y la serie logra mantener el interés del espectador medio, sobre todo por el atractivo de su contexto histórico poco conocido.
Nota: 6/10
LO MEJOR
El rescate de un episodio poco conocido de la historia española.
La interpretación contenida del joven monarca.
Una ambientación que cumple con solvencia.
LO PEOR
Falta de riesgo formal y narrativa algo plana.
Personajes secundarios poco desarrollados.
Ciertos episodios pierden ritmo y tensión dramática.
¿Quién debería ver La vida breve?
Esta miniserie es ideal para aficionados a la historia de España, especialmente para quienes disfrutan con dramas de época centrados en figuras olvidadas. También puede interesar a estudiantes, docentes o curiosos del siglo XVIII que quieran una representación sencilla pero respetuosa de uno de los reinados más enigmáticos de la monarquía borbónica. Si disfrutaste con Isabel, Carlos, Rey Emperador o incluso The Crown, La vida breve puede ser una opción interesante, aunque más modesta.
A lo largo de sus episodios, la serie combina reconstrucción histórica con dramatización intimista. ¿El resultado? Un intento valiente, aunque irregular, de devolverle humanidad a una figura que ni los libros de historia han sabido recordar.
Una breve histórica poco explorada
La primera virtud de La vida breve es su tema inédito. Luis I no suele aparecer ni como anécdota en los currículos escolares, y sin embargo su breve reinado plantea cuestiones fascinantes: ¿Por qué su padre Felipe V abdicó en él? ¿Qué papel jugó Isabel de Farnesio en su caída? ¿Qué supuso su muerte para la dinastía borbónica? La serie se adentra en estas preguntas con rigor histórico y voluntad divulgativa.
En ese sentido, no pude evitar acordarme de El ministro de propaganda, otra producción que intenta rescatar del olvido figuras políticas clave del siglo XX. Pero mientras aquella optaba por un tono documental y ácido, La vida breve apuesta por el drama clásico, a medio camino entre Carlos, Rey Emperador y Isabel, pero con menos medios.
También me vino a la mente Las tres muertes de Marisa Escobedo, por cómo ambas trabajan desde lo íntimo para explicar lo estructural: en este caso, no es solo la historia del joven Luis I, sino la crónica de una maquinaria de poder que no perdona debilidades.
Un retrato contenido de un monarca débil
El actor que interpreta a Luis I ofrece una interpretación sobria y convincente, aunque sin grandes momentos de lucimiento. Su juventud, inseguridad y fragilidad física están muy bien transmitidas, lo cual permite comprender la tragedia personal que atraviesa el personaje: ser rey sin estar preparado, y morir sin haber gobernado de verdad.
Sin embargo, los personajes secundarios no siempre están a la altura del protagonista. Especialmente flojos resultan algunos miembros del entorno palaciego, que se quedan en caricaturas o arquetipos poco desarrollados. Las tensiones entre Felipe V y su hijo, o entre la reina viuda y la nueva reina, podrían haber dado lugar a escenas mucho más potentes.
Frente a esto, la figura de la reina Luisa Isabel de Orleans aporta algo más de complejidad, con un arco narrativo que gana fuerza en los episodios finales. Me recordó por momentos a los retratos femeninos de Parténope, donde las mujeres atraviesan los márgenes del poder, luchando por no desaparecer.
Producción cuidada con limitaciones visibles
Visualmente, La vida breve ofrece un trabajo de ambientación más que digno, especialmente en lo que respecta a vestuario y diseño de producción. La recreación del siglo XVIII es elegante, aunque sin la opulencia de grandes producciones internacionales. La fotografía es clásica y funcional, sin demasiada ambición estética pero con coherencia formal.
La música, aunque discreta, acompaña sin interferir, y la serie logra mantener el interés del espectador medio, sobre todo por el atractivo de su contexto histórico poco conocido.
Nota: 6/10
LO MEJOR
El rescate de un episodio poco conocido de la historia española.
La interpretación contenida del joven monarca.
Una ambientación que cumple con solvencia.
LO PEOR
Falta de riesgo formal y narrativa algo plana.
Personajes secundarios poco desarrollados.
Ciertos episodios pierden ritmo y tensión dramática.
¿Quién debería ver La vida breve?
Esta miniserie es ideal para aficionados a la historia de España, especialmente para quienes disfrutan con dramas de época centrados en figuras olvidadas. También puede interesar a estudiantes, docentes o curiosos del siglo XVIII que quieran una representación sencilla pero respetuosa de uno de los reinados más enigmáticos de la monarquía borbónica. Si disfrutaste con Isabel, Carlos, Rey Emperador o incluso The Crown, La vida breve puede ser una opción interesante, aunque más modesta.
SerieDocumental

7,1
699
Documental
8
5 de abril de 2025
5 de abril de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
Descubre en esta crítica de Lucía en la telaraña cómo una miniserie documental española desentraña el poder oculto, la violencia estructural y la impunidad en las altas esferas del Estado. Una obra absorbente que, con una estética sobria y un tono grave, se adentra en los entresijos de uno de los casos de corrupción, abuso de poder y silencios institucionales más inquietantes de la historia reciente española. Si te interesan las narrativas de denuncia, la justicia social y los documentales que sacuden conciencias.
Lucía en la telaraña, dirigida por Tomás Ocaña, Rafael González Pérez y Sofía Ocaña, reconstruye la historia de Lucía Garrido, una mujer asesinada en 2008 tras denunciar una red de corrupción policial vinculada al narcotráfico, la caza ilegal y la trata de animales exóticos. La miniserie, disponible en Netflix, despliega un mapa complejo de conexiones institucionales que envuelven el caso en una atmósfera de sospecha e impotencia.
La serie va más allá del true crime habitual. Su punto fuerte no es el morbo, sino la acumulación de pruebas documentales, grabaciones reales, entrevistas con agentes y periodistas clave, y una estructura narrativa que se articula como una telaraña (como su propio título anticipa), revelando cómo la verdad puede enredarse entre despachos, protocolos y complicidades silenciosas.
Desde lo técnico, la miniserie destaca por su montaje preciso, un ritmo contenido que evita el efectismo y una dirección sobria que permite que los hechos hablen por sí solos. La música minimalista y los planos fijos prolongados ayudan a crear una atmósfera opresiva, pero nunca sensacionalista. Aquí no hay giros narrativos pensados para enganchar artificialmente; lo que atrapa es la gravedad del contenido.
La estructura fragmentaria, basada en archivos de audio y vídeo reales, recuerda a la meticulosidad de The Thin Blue Line de Errol Morris pero con una mirada local, centrada en la corrupción dentro del sistema español. En este sentido, también dialoga con el tono de Las tres muertes de Marisela Escobedo en tanto que ambas construyen sus relatos desde el dolor y la búsqueda de justicia de una figura materna, enfrentada a un sistema que parece diseñado para proteger a los culpables.
Lo más potente de Lucía en la telaraña es cómo retrata la impunidad como mecanismo estructural, no como fallo aislado. Los episodios no solo giran en torno a Lucía, sino que sacan a la luz una cultura del miedo, la desprotección a los denunciantes y las estrategias para silenciar a quienes incomodan.
Sin embargo, la miniserie no se libra de ciertos puntos débiles: su duración total, cercana a las 5 horas, puede sentirse algo reiterativa en algunos momentos. Además, aunque su tono ético es incuestionable, el riesgo de caer en una narrativa demasiado unilateral y sin espacio para la duda o el matiz está siempre presente.
Lucía en la telaraña es una miniserie valiente, bien documentada y necesaria. Aunque no alcanza el virtuosismo formal de obras como The Jinx o Wild Wild Country, sí logra algo muy difícil: acusar sin histeria, conmover sin manipular y señalar sin convertirse en panfleto.
Una propuesta imprescindible para quien quiera entender cómo funciona el poder en la sombra y qué precio se paga por enfrentarlo.
⭐ Valoración:
Puntuación: 8/10
LEE LA CRÍTICA COMPLETA EN: https://criticasdecinehoy.blogspot.com/2025/04/lucia-en-la-telarana-critica.html
Lucía en la telaraña, dirigida por Tomás Ocaña, Rafael González Pérez y Sofía Ocaña, reconstruye la historia de Lucía Garrido, una mujer asesinada en 2008 tras denunciar una red de corrupción policial vinculada al narcotráfico, la caza ilegal y la trata de animales exóticos. La miniserie, disponible en Netflix, despliega un mapa complejo de conexiones institucionales que envuelven el caso en una atmósfera de sospecha e impotencia.
La serie va más allá del true crime habitual. Su punto fuerte no es el morbo, sino la acumulación de pruebas documentales, grabaciones reales, entrevistas con agentes y periodistas clave, y una estructura narrativa que se articula como una telaraña (como su propio título anticipa), revelando cómo la verdad puede enredarse entre despachos, protocolos y complicidades silenciosas.
Desde lo técnico, la miniserie destaca por su montaje preciso, un ritmo contenido que evita el efectismo y una dirección sobria que permite que los hechos hablen por sí solos. La música minimalista y los planos fijos prolongados ayudan a crear una atmósfera opresiva, pero nunca sensacionalista. Aquí no hay giros narrativos pensados para enganchar artificialmente; lo que atrapa es la gravedad del contenido.
La estructura fragmentaria, basada en archivos de audio y vídeo reales, recuerda a la meticulosidad de The Thin Blue Line de Errol Morris pero con una mirada local, centrada en la corrupción dentro del sistema español. En este sentido, también dialoga con el tono de Las tres muertes de Marisela Escobedo en tanto que ambas construyen sus relatos desde el dolor y la búsqueda de justicia de una figura materna, enfrentada a un sistema que parece diseñado para proteger a los culpables.
Lo más potente de Lucía en la telaraña es cómo retrata la impunidad como mecanismo estructural, no como fallo aislado. Los episodios no solo giran en torno a Lucía, sino que sacan a la luz una cultura del miedo, la desprotección a los denunciantes y las estrategias para silenciar a quienes incomodan.
Sin embargo, la miniserie no se libra de ciertos puntos débiles: su duración total, cercana a las 5 horas, puede sentirse algo reiterativa en algunos momentos. Además, aunque su tono ético es incuestionable, el riesgo de caer en una narrativa demasiado unilateral y sin espacio para la duda o el matiz está siempre presente.
Lucía en la telaraña es una miniserie valiente, bien documentada y necesaria. Aunque no alcanza el virtuosismo formal de obras como The Jinx o Wild Wild Country, sí logra algo muy difícil: acusar sin histeria, conmover sin manipular y señalar sin convertirse en panfleto.
Una propuesta imprescindible para quien quiera entender cómo funciona el poder en la sombra y qué precio se paga por enfrentarlo.
⭐ Valoración:
Puntuación: 8/10
LEE LA CRÍTICA COMPLETA EN: https://criticasdecinehoy.blogspot.com/2025/04/lucia-en-la-telarana-critica.html
Más sobre Fernando Rodríguez
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here