Las hojas tapan y tapan lo que de verdad importa. La historia es simple aunque a veces extravagante, y los personajes opacos aunque abiertos, el guión se desequilibra, pero gana fuerza visual. Una primera parte donde prima el sexo y donde no nos envuelve la necesidad de indagar, pero por suerte llega una segunda donde se profundiza y gana en diálogos con ideas, principios, intencionalidades y descripciones visuales. Ahí es donde gana, donde el director imprime sentimiento, donde los personajes se muestran con sus miedos y carencias, sus deseos y necesidades. Crece la interpretación pero aún así no logra convencer del todo, queda coja, ya que no redondea un trabajo que podría haber llegado a ser explícito pero sutil, armónico pero desestructurado.

Como una muñeca rusa, dentro de cada historia se encierra otra, engarzadas al milímetro en un guión con narrativa clásica. Finas ironías, humor inteligente y toques de acidez se entrelazan en un pequeño chascarrillo puesta al servicio del enredo, con un ritmo trepidante y sin faltar las personalidades, que no personajes, empatizables y entrañables. El elenco envidiable, no deja de sorprender.
La estética cuidada, colorista, vistosa, pequeñas perlas de cuento retro, típica del director, que a la vez sumen al espectador en lo que de verdad cuenta, la historia dentro de la historia, el personaje dentro del personaje, como antaño contado con un narrador.

Con una fotografía, ambientación y escenografía envidiables, Ron Howard sabe mantener la tensión, salpicando el guión con choques interpretativos, haciendo que cada personaje lleve su merecido toque de incoherencias. Las contradicciones llenan a los personajes, lo que los hace más cercanos. La fotografía nos transporta y las secuencias, los planos, mantienen la tensión, al igual que el guión que no estira las carreras en su afán de entretener a los fans sino que lo espolvorea de pequeños giros que nos mantienen a la espectativa. Chris y Daniel saben compenetrarse para que cada personaje necesite del otro.

Efervescentemente intensa, solo al final le encuentras intencionalidad. Manieristamente excesiva, la falta de tensión en la primera parte te arrastra hacia una falta de disfrute total. Si de actores se tratasen, Bale engancha a ratos; Adams seduce a la cámara, al espectador, a quien se le cruce; Cooper entretiene y Lawrence se hace tan creíble porque vive su papel, se representa a la perfección... El guión es silente, a veces en exceso, y aunque el montaje lo salva, la falta de chispa no hace vislumbrar su ansiada finalidad. No logra llenar el vaso, no logra enganchar, tiene los ingredientes y los mezcla con sabiduría, pero no resulta como debiera.

El anhelo de una simple bicicleta por una niña puede llegar a guardar mucho más. Como un cuento de niños, al puro estilo valleinclanesco, nos adentramos en la complejidad del mundo de los deseos, de esos deseos que van más allá de lo material, como un prisma que nos muestra todas y cada una de las ideas, visiones y tramas a partir de la más simple y que solo podremos admirar si somos capaces de ir desgranando hoja a hoja todos los pétalos que el guión nos ofrece. Un guión claro, conciso y sin alardes, acallando lo irrelevante, es capaz de enseñarnos, mostrarnos y abrirnos la mente con su claridad meridiana. Austeros son los diálogos, donde los secundarios nos preparan para ver la intencionalidad del trasfondo. A veces lo infinitamente cotidiano nos enseña que tenemos que superarnos para no morirnos en la sinrazón del deseo esfumado... evaporado como la saliva en la arena.