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Críticas 3.351
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de diciembre de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con tan solo tres títulos en su filmografía la directora londinense de origen Ghanes Amma Asante de 48 años ha recibido los mayores honores y premios en su país incluido el de miembro de la Orden del Imperio Británico por sus trabajos. No deja de ser a mi juicio sorprendente y a tenor del visionado de sus dos últimas películas pelín exagerado.

Posee Asante una virtud, un raro don que tanto suma como resta en sus propuestas y es el de ser capaz de realizar un cine social y de denuncia con un envoltorio comercial que no renuncia a los clichés más trillados de género. Siempre con un mimo exquisito por no violentar con imágenes “desagradables” al público por mucho que las situaciones que plantea sean sangrantes.

Podríamos decir que apuesta por llegar a las conciencias del espectador medio mediante un cine amable y de corte “clásico”; aquello de la medicina con un poco de azúcar pasará que cantaba Mary Poppins. Dicha fórmula que a la postre termina por funcionar si uno no es muy exigente corre el riesgo de acabar por banalizar en cierta medida lo que trata de denunciar. Al menos, que no es poco, ejerce una labor didáctica sobre momentos históricos y problemas sociales que es de agradecer.

Aquí nos traslada hasta Bechuanaland, en la actualidad Botswana, país sudafricano, antiguo protectorado británico. Una historia donde Amma vuelve a incidir en el romanticismo y en el racismo como leitmotiv. “Un cuento de hadas”, por momentos dulzón que ilustra y entretiene entreverado y rodeado de intereses políticos, tradiciones tribales, discriminación y prejuicios raciales y de género, en cualquier tipo de sociedades. Tal coctel que en otras manos sería explosivo la directora deja que sea el espectador quien imagine la parte oscura, muy oscura y profunda del asunto mientras que la cinta fluye y flota por la superficie, previsible y sin riesgos.

David Oyelowo, de quien partió inicialmente el proyecto y Rosamund Pike dan cuerpo y vida a este matrimonio interracial entre un príncipe africano y una oficinista londinense que se enfrentó al mundo para sacar adelante su amor y su país en un historia incomprensiblemente casi desconocida hasta la fecha y que nos parece increíble dado las dificultades que tuvieron que superar a finales de los 40. El hijo de Seretse Khama, hoy presidente de la República de Botswana como lo fue su padre, se pasó por el rodaje, sorprendido “de ver a su familia nuevamente”. Mención especial para Jack Davenport que encarna a un odioso Sir Alistair Canning, personaje ficticio que representa la cínica prepotencia colonial e imperial de los hijos de la Gran Bretaña en la peor de sus acepciones.

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12 de octubre de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Amour fou”. Amor loco. Aquel que aún a sabiendas de que nos hará daño no podemos evitarlo y acaba convirtiéndose en una obsesión, cuya pasión irracional merece las cicatrices que deja en el alma a aquellos que lo sobreviven. Si ello además ocurre en la Alemania prusiana rígida, encorsetada y con Goethe sentando las bases del romanticismo más elevado, pues para que queremos más. La olla a presión espiritual tiene que estallar por algún lado.

Semejante material podría dar lugar a un melodrama de armas tomar, pero ese no es afortunadamente el cine de la austriaca Jessica Hausner, que ya nos dejó su notable, personal y multipremiada tarjeta de visita internacional con “Lourdes” (2009). Su cine es reposado, milimétrico en su concepción y en sus intenciones y no apto para todos los paladares. Germano en definitiva, con su especial sentido del humor negro, irónico, subyacente en múltiples capas.

Tomando como base el personaje real del escritor y dramaturgo romántico alemán Heinrich von Kleist (1777-1811), cuyo título más popular fue “La marquesa de O” (1805) y que no gozó del éxito en vida, Hausner construye en esta tragicomedia un “terrario” de personajes decadentes, encerrados y abotargados en sus privilegios que ven con estupor las nuevas ideas de la revolución francesa que cambiaran el mundo. Hauser los constriñe aún mas recurriendo a un nulo movimiento de cámara y a encuadres de confesado carácter pictórico del holandés del XVII Vermeer para mayor goce artístico de los responsables de vestuario, dirección artística y fotografía. Solo la música es capaz de liberar en público sus anhelos espirituales sin contravenir las normas.

La insatisfacción vital y la angustia existencial, perenne en Kleist y descubierta en Henriette, más allá de su enfermedad, les abocan a un final que Hauser maneja con maestría agridulce.

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7 de octubre de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el 93 Lioret ( parisino,61 años) viene consolidando una carrera sin prisa pero sin pausa como guionista y director que sin llamar demasiado la atención siempre “rasca” algún que otro premio propio o foráneo. Solo he visionado uno de sus trabajos, quizás el de mayor repercusión internacional: “Welcome” (2009), absolutamente recomendable.

Su última propuesta es un drama paternofilial envuelto en aroma de thriller, una reflexión sobre la identidad y la familia que parece no querer molestar a nadie, casi como si los personajes fueran celosos de que el público de la sala se enterase de sus intimidades, de sus miedos, de sus anhelos, de sus incertidumbres, de sus miserias. Lioret rueda sin subrayados ni estridencias, con respeto, sin juzgar a nada ni a nadie.

En tiempos de familias inestables y desestructuradas los lazos de la sangre aún son capaces de forjar nudos que nos amarren a quienes somos y a lo que queremos ser. La mayoría de la veces esos nudos solo se mantienen por interés o se deshacen egoistamente a la menor ocasión. El personaje principal inicia un viaje de París a Quebec en busca de sus raíces, las respuestas que allí encuentre pondrán en valor sus prioridades y a prueba sus sentimientos.

Con acertadas interpretaciones, un ritmo pausado y suave, la narración, previsible por momentos, se nutre de silencios emotivos que acaban por hacernos cómplices y partícipes de este encuentro.

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21 de agosto de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ida Lupino, excelente actriz no llegó a alcanzar la fama de las grandes divas de su época pero dejó su huella en un puñado de films notables entre ellos, algunos como el que nos ocupa, dirigidos por ella misma convirtiéndose así en una de las siempre escasas directoras de la historia del cine y más en esa época. Pudo hacerlo gracias a su propia productora "The Filmakers" que creó junto con su marido el guionista Collier Young que también participó en el guión de este film y que curiosamente fue marido de sus dos protagonistas.

Las mujeres venían dejando su impronta detrás de las cámaras sobre todo como guionistas. Ya a principio del siglo XX en los comienzos del séptimo arte mujeres como Lois Weber o sin ir más lejos la española Helena Cortesina en los años 20, o Dorothy Arzner en los años 30 entre otras propias y foráneas.

Las películas de Lupino con 9 títulos eran de bajo presupuesto o serie B lo que no era óbice para que sacara el mejor partido de ellas y abordara temas poco comunes en el cine comercial de su época, atreviéndose incluso con el noir.

Aquí toca un tema tan delicado como la bigamia, hecho que se plantea desde el mismo comienzo de la cinta para lanzar el mensaje de que cada persona es un mundo y no debemos juzgar a nadie de forma general sin conocer las circunstancias particulares que en cada caso les han llevado a trasgredir la ley. Valiente propuesta sobre el valor de la individualidad en una época donde el saco del McCarthismo se estaba llenando injusta e indiscriminadamente.

La propia Lupino asume el rol protagonista con su habitual solvencia junto con el siempre eficiente Edmond O´Brien del que cuesta creer, dado su tendencia al sobrepeso fuera elegido por una asociación de mujeres jóvenes contemporaneas como uno de los más atractivos del país. La tercera en el triangulo es una Joan Fontaine que si bien se estaba alejando de sus mejores momentos en la década pasada, venía de trabajar el año anterior con Welles en "Otelo" y el éxito comercial "Ivanhoe".

La directora cuenta la historia en menos del metraje habitual de forma eficiente, conocedora del oficio y con un ritmo narrativo notable. Son de esas pequeños y notables trabajos que pasan lejos de los grandes focos y que vale la pena recuperar.
15 de agosto de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada libremente en el sainete de juventud (1825) de Mérimée
fue un encargo italiano a un Renoir recién llegado de su etapa norteamericana , con las imposiciones de ser rodada en inglés para el mercado norteamericano y aprovechar la fama de la Magnani como cabeza de cartel.

El sainete que ya había sido estrenado en época de Mérimée, aunque forma parte de un teatro que escribió solo para lectura, tuvo su estreno también en España con versión de Azaña en 1931 convertido como tantas otras cosas en disputa política por la crítica dependiendo del bando de las dos españas a la que se perteneciera. En la época en que le llegó a Renoir, la Comedie Francaise la había revitalizado con un estreno reciente.

Renoir pasó de su carácter francés y se lo llevó, se supone que por la inclusión de la Magnani, a terreno italiano, a la colorida y farsesca Comedia del Arte que le permitía un mayor juego estético, sobre todo con el color con el que había experimentado en su anterior obra "El rio" (1951), para mayor éxito de su hermano Claude Renoir con la fotografía.

La verdad es que Magnani se salia de los cánones de la famosa Colombina (palomita) criada clásica de la Comedia y se acerca más al tratamiento posterior que del personaje le dio Goldoni. Con todo y sin desmerecer la calidad actoral de Magnani se hace complicado para el espectador verla como el deseo amoroso de sus tres pretendientes (político, militar y torero), cuyos enredos no muy brillantes dentro del género se enmarcan en un guión a cuatro manos que se resiente de ello.

La siempre vistosa Comedia del Arte, el encanto de sus personajes, la ambientación, el tratamiento del color y un arranque divertido cercano al sainete original sustentan el asunto. Añadasele la mano del maestro con la cámara y como maneja los espacios para que la cosa tenga su interés, más allá del homenaje al teatro, al cine y el metalenguaje entre realidad y fantasía.
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