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Críticas 78
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
23 de abril de 2013 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es To the Wonder una película para despreciar, tal y como quieren hacernos creer. Tampoco es una película para ver doblada, porque el inglés, el francés, el español y el italiano están presentes en la nueva incursión cinematográfica de Terrence Malick.

Y perdonad que insista con el no despreciar, porque To the Wonder navega a años luz, de las películas de otros que se hacen llamar autores. No es una película completamente hecha de material nuevo. El propio Malick hace mención del uso de metraje de The Tree of Life, en los títulos de credito finales. Y perdonad que insista con la versión original, porque bien vale un desplazamiento para ver esta obra en sus idiomas originales.

To the Wonder es una buena película, que narra los estados del amor, con la sensibilidad y la óptica única del director tejano. No necesita de palabras explicitas para contar lo que sucede. Si The Tree of Life era sobre todo una película profundamente espiritual y trascendental; To The Wonder, nos habla de la perdida terrenal, de las miserias humanas, de las dudas que se presentan en nuestras vidas; y del profundo desamor que se produce en nuestros corazones.

Película de pocas palabras, y circular en su composición, no pretende dar soluciones a su discurso: Tan sólo presentar hechos, de unas vidas que pueden ser la de muchos. Valiéndose de unas parcas interpretaciones, una excelente fotografía, y un score puramente clásico, pasa con buena nota la prueba del visionado. Es tan bonita que le perdono errores de raccord, que quizás estén hechos aposta, ya que muchas veces el montaje parece una sinfonía jazzistica en la que la improvisación es la principal protagonista.

Vale más de lo que se dice por ahí. Emociona, vaya que si emociona. Y todo ello usando el mecanismo de segunda página, que a muchos les resulta molesto o repetitivo. Notable película, cuando parecía que las primeras opiniones se la querían quitar de golpe y porrazo. Buena y quizás más que eso.
3 de noviembre de 2020
11 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mística en el cine es un don que aparece cuando el relato surge de lo más profundo. Es algo que tiene que ver con la fe en uno mismo, y con el equipo técnico y artístico del que te rodeas; hablando y conviviendo con ellos, trazando cada recodo del guion con mimo mientras eres capaz de transmitirlo, creyendo en cada palabra e imagen, mientras te mimetizas con el hilo invisible que une al mundo. Es una huida del terror, con visos de exorcismo, hacia el amor.

‘Baby’ es un cuento de hadas y brujas terminal e iniciático. Es la manera más acertada de acercarse a un tema tan escalofriante como el que cuenta, para quizás, tener alguna opción de sobrevivir y no enloquecer en el intento. Es terminal porque nos habla de finales, de momentos turbios, casas encantadas, niños robados, drogadicción, y madres a la deriva. Es iniciático porque nos narra el impulso interno de querer renacer de las cenizas, sumidos en un síndrome de abstinencia, eclipsado por la imperiosa necesidad de tener una segunda oportunidad, y poder ver de nuevo el sol con una renovada mirada.

De visión pulcra y limpia llena de lirismo, Bajo Ulloa, consigue un perenne preciosismo que cubre incluso los momentos más oscuros del relato. La búsqueda de la belleza plástica se convierte en una constante y en una obsesión, con planos, movimientos de cámara, y secuencias medidas al milímetro; donde no quedan elementos dejados al azar, sin sobrar ni uno de los simbolismos y metáforas que aparecen durante la película. Una especie de claroscuro arrebatador, que se adhiere y amenaza con estrujar el interior del pecho del que mira. Es la Madre Tierra, panóptica, observando; llevando por el filo de la navaja a nuestra protagonista. A veces tentada y engañada, otras veces inspirada y recompensada; hechos y acciones que tienen consecuencias y ecos: una araña que escala un chupete, su red pegajosa. Bailes de ballet en momentos mejores, que conducen por sendas tenebrosas, y a su vez sirven para recuperar esa humanidad olvidada, con independencia de a que o quien nos debamos.

Sin diálogos, harto de palabras, se funden las imágenes con sonidos y música. Un diseño de sonido cautivador que potencia y amplifica un estado expresionista. Las calles mojadas y vacías, el llanto de un bebé, el bosque nos habla; cada chasquido, chirrido, y sollozo, cumplen una función fundamental. La partitura de Bingen Mendizábal, adquiere un estado de narrador imprescindible que nos habla sin palabras completando el discurso.

Es el cine llevado a sus orígenes. Son esas vidas que van y vienen. El mal momento que te convierte en alguien abominable, los signos invisibles con estructura de cuento que te redimen. Como una aterradora realidad que amenaza este mundo, con sabios consejeros a lo largo del camino, que siendo prestados de atención te compensan en un futuro. Para llegado el momento, gritar muy fuerte a tu adversario, dejarlo fuera de combate con el sonido de tus entrañas, y partir cabalgando hacia un nuevo día, piel con piel con tu hijo. Olvidando para siempre quien eras, siendo lo único importante, aquello en lo que te has convertido. Renaciendo sin temor, en el nombre del amor.
16 de noviembre de 2019
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cámara se desliza lentamente con un travelling frontal, mientras nos muestra esos rostros de otro tiempo que contienen los gritos de la historia. Llegado cierto momento gira y asciende, para desembocar en un hombre anciano y risueño, que no parece tener prisa en su discurso. Nos habla sin pausa, dirigiéndose a cámara, a modo de confesión no solicitada pero necesaria. Su excusa se retrotrae a aquellos momentos en los que se dedicaba a “pintar paredes”. Un trazo aquí, otro allá, y poco a poco irá confeccionando a su gusto el fresco que cubre varias décadas. Porque las paredes hablan, y en muchos casos están dibujadas con sangre.

Se llama Frank Sheeran, y en algún momento después de combatir en la Segunda Guerra Mundial fue camionero. Supongo que es durante ese tipo de conflictos cuando el ser humano, si se mancha las manos de sangre, pierde cierta sensibilidad y cordura, y un disparo no es mucho más diferente que arreglar la tapa del delco, repartir los cuartos traseros de una ternera, o abrir en familia los regalos de navidad. Lo que no se puede negar es que una historia es siempre una historia, y contarla es en ocasiones un acto de exorcismo. Sobre todo si en tu camino te cruzas con tipos cómo Russel Bufalino o el bueno de Jimmy Hofffa. Y es así, trufado de personajes, cuando yendo adelante y atrás en tu vida, consigues narrar los retazos más importantes de la pintura.

Se dice que en los tiempos del cine clásico, el guion era tan importante, que hasta un director mediocre podía dirigir una película. Aquí nos topamos con un texto maravilloso, y con un director sobresaliente y fuera de época, que ha hecho lo que le ha venido en gana. Que con ojo sabio, y a cuestas con las alforjas del tiempo comprende la globalidad del proceso cinematográfico. En un guion soberano a modo de puzzle, servido por las excelencias del montaje, y sabiendo viajar en los tiempos sin que ello sea un inconveniente. Y por si todo ello no fuera suficiente, desde una frecuencia fundamental, saber saltar entre diferentes estaciones, sin perder el tono primigenio de Frank Sheeran. Que el relato esté al servicio de sus intérpretes, y eso no suponga una barrera para dejar sus improntas; siendo hipnótico en la narración a la par que hechizante. Con la sartén por el mango, y siempre conociendo los tiempos de cocinado. Manejando el tempo con las alquimias del pasado, en tiempos y con herramientas del presente.

Que retrate una época, nos cuente los sucesos de la historia, y nos transporte a un estado de catarsis sin que el metraje le pese. Que unos actores, otrora magníficos, sigan ofreciendo interpretaciones sobrecogedoras, recitando las líneas del armónico fundamental. Cuando entran esas melodías del pasado, y ellos se siguen atreviendo a mirar a los ojos del espectador.

Y Scorsese detrás de la cámara, siendo testigo y haciéndonos partícipes de la épica. Desde La Batalla de Anzio, mientras Frank Conduce a una boda. Desde el sabotaje al taxi y las lavanderías, llegando a las más altas esferas políticas y a las manos que rigen el mundo. Siendo consciente que el tiempo se termina, y que tus vástagos renegarán de ti. Y a tu modo, ni bien ni mal, arrepintiéndote. Solo, mientras la cámara se aleja en travelling, y tímidamente se atreve a mirar a ese anciano que tiene tantas cosas que decir.
19 de mayo de 2011
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo que los viejos cines de barrio solían tener un telón para cubrir y descubrir la pantalla. Con el avance de las grandes superficies y los multicines, este romántico hecho ha ido relegándose a un plano secundario, desteatralizanzo en cierta manera las proyecciones, quitándoles cierto encanto propio de los patios de comedias. Zack Snyder, conocedor de esta pérdida, abre la película con una apertura de telón proyectada, ficcionada, de la que nadie puede librarse. Nos advierte, de forma sutil, de una inminente procesión de personajes con fuerte trasfondo psíquico, en el que anidan la locura y el delirio, pero también la humanidad y la cordura; esa que muchas veces queda eclipsada por un telón.

Resulta hasta cierto punto excitante pensar en la trayectoria del cineasta, porque sus anteriores películas parecían un tanteo para llegar a este personalísimo proyecto. Sin importar los resultados, con vocación de tesis doctoral y saltando a la piscina a riesgo de que esta pudiese estar vacía. Podrían rastrearse las influencias de Snyder para aterrizar en “Sucker Punch”, pero el de Wisconsin sale indemne. Vuela alto y libre sin temer a que se le despeguen las alas y a comparaciones. Tiene un estilo tan genuino, que pararse a comparar sería una quimera sin sentido. El mundo no había tenido a su alcance algo tan rabiosamente original desde hacía varios años.

Muchos preferirán quedarse admirando el caramelo. Mirando su envoltorio multicolor, que pasa de una escala de grises a la gama completa de colores del arco iris. Muchos no querrán abrirlo. Algunos porque preferirán quedarse en la superficie, otros porque no sabrán hacerlo y otros intentarán catarle sin quitar el envoltorio; no saboreando más que aparente locura, putas, mozas recias, loqueros, cocineros obesos o inconexión neuronal orquestada. Otro sector no tendrá problemas en abrir el caramelo. Seres desprejuiciados que no necesitan un manual de instrucciones para ello, que sienten y se dejan llevar, que son capaces de apasionarse antes de razonar la ecuación y válidos para vivir en comunión con los personajes y la historia.

“Sucker Punch” es aún terreno virgen, en el que la cultura pop del siglo XXI se mezcla de forma manierista. Son tantos los palos que toca de manera brillante, que muchos querrán descubrir la formula que hace que todo funcione como un reloj suizo. Muy pocas veces en los últimos diez años he salido de la sala con el estómago encogido y el corazón en un puño. La película camina durante sus 110 minutos por la cuerda floja. Snyder tiene el control absoluto de lo que en manos de otros hubiese sido un producto de consumo carente de alma. Todo funciona en un prodigioso equilibrio de guion, interpretación, banda sonora y dirección.

(sigue en spoiler sin revelar nada)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si uno termina llegando al corazón del caramelo descubrirá que no era macizo, que su vertiginosa montaña rusa se cimienta en una preciosa y precisa historia dramática; tan sólida que consigue que todas sus capas no se muevan un ápice. Una historia convencional que teje a su alrededor diferentes mundos. Cada uno con su encanto, donde los objetos se subliman para poder unir la historia. “Sucker Punch” elogia sin miedo a despeinarse: al cine, al teatro, al videojuego, al cómic, a los cuentos bien contados en los que el fondo se beneficia de la forma.

A la salida, si se ha producido la conexión entre espectador y narración, uno se queda con ganas de aplaudir, con un sentimiento de complicidad que lamentablemente cada vez sucede menos. Con ganas de haber podido ver bailar a Baby Doll, aunque no me cabe duda de lo ha tenido que hacer extraordinariamente bien. Obra Maestra en el principio de esta nueva década. Un tesoro para disfrutar y redisfrutar.
19 de julio de 2022
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una actriz acaba de regresar a Corea viajando desde Estados Unidos. Se despierta en el piso de su hermana y somos testigos de su rutina. La vemos tumbada en el sofá, deambulando por las distintas habitaciones del piso. La cámara toma una posición estática y solo se moverá cuando sea estrictamente necesario, atendiendo a sus necesidades y motivaciones. Es el inicio de un nuevo amanecer y, con planos largos, nuestra protagonista comienza su día , charlando, en una jornada soleada en la que los planes no tardarán en surgir. Ese armario con poca ropa y esa maleta a medio deshacer, negándose a tomar un aposento definitivo.

Planes a lo largo del día: visitar el parque junto a su hermana, ir al encuentro de su sobrino, visitar la casa en la que vivieron cuando eran niñas e ir al encuentro de un cineasta coreano.

De nuevo la cámara parece adoptar la actitud definitiva frente todas las situaciones. Extensos diálogos, evocando el paso del tiempo, durante el desayuno fuera de casa, mientras conocemos pinceladas de la vida en Estados Unidos. El posterior paseo de las dos hermanas por un verde y florido parque, inmortalizando el momento con un selfi, gracias a la fotografía realizada por una pareja; reconocen a la actriz, intercambiando algunas palabras y opiniones antes de continuar el trayecto. El encuentro, por los pelos, con el sobrino en el restaurante en el que trabaja como repartidor; poco tiempo, intercambio de regalos, la celeridad de un encuentro fugaz en un día que parece no tener prisa y, sin embargo, empezamos a intuir que exige una velocidad distinta aunque no aparente. El Sol sigue resplandeciente, invitado de excepción que ilumina la jornada.

El encuentro con la niñez. Esos viejos muros que han cambiado su aspecto y sus nuevos inquilinos. La niña que fue, gracias al abrazo con la niña que es. Diálogos que se alargan mientras va llegando la hora del encuentro con el realizador. El objetivo, tímido, toma distancias, atemorizado por romper el lento tempo creado. La actriz se preocupa por su aspecto: una mancha en el raso de su vestido que no termina de salir; ya sin tiempo para ir a cambiarse. El luminoso día continúa.

Ella sola al encuentro. Restaurante con mesa de damero; escaques blancos y negros para albergar la comida y la bebida. El realizador, obnubilado por la actriz que tanto admira; citas a su trayectoria de juventud en películas pretéritas. Acordes de guitarra intradiegéticos caldean la comida. La cámara, inmóvil, apenas gira; se limita a recoger, vergonzosa, la larga conversación. Una epifanía, un acuerdo. La tormenta se desata, el Sol huye.

El nuevo día. Nuevos códigos y mensajes. El paso del tiempo. Risas. El momento de despertar a su hermana.

Hong Sang-soo, se ocupa en su nuevo trabajo de dirección, guion, fotografía y música. Con poco, aspira a copar mucho a través de excesos. Excesos que con lo nimio, quieren ser grano de arroz y montaña. No es una cuestión de no disfrutar de su tempo largo, extensas conversaciones o parquedad en la planificación, sino de la sensación de que lo pretendidamente oculto y grave es menor de lo que quiere aparentar. Lo transmitido queda meridiano, pero la emoción no termina de llegar plenamente; únicamente algunos instantes brillan con luz propia. Sus eternos menos y más.



https://cinemiamor.wordpress.com/2022/07/19/el-paraiso-puede-estar-frente-a-ti-delante-de-ti-2021-hong-sang-soo/
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