La segunda parte de "Evilio" tiene incluso crítica social. Venga no me jodas. Que sí, que sí.

Una familia de clase alta se dirige a su casa, y por el camino casi atropellan a un tipo que les suplica ayuda. Los burgueses, que ya sabemos como son, pasan completamente del puto desgraciado, lo que les va a ocasionar algunos problemas.

Aquí Santiago se recrea en dar escarmiento a una familia de pijos (hay varias referencias al hambre en el Tercer Mundo) y ya de paso se recrea, en concreto, con la hija del matrimonio, una chavala de 17 años a la que deja literalmente en bragas.

Estos cortometrajes de sangre, caspa y tetas no dejarían de ser un avance de lo que vendría despues: nuestro amigo "Torrente". Pero cambiando la sangre por bastante más incorrección política.

Homenaje descarado a la cojonuda "El diablo sobre ruedas", ópera prima de Steven Spielberg, pero ambientada en el interior de un gigantesco aparcamiento subterráneo, donde un siniestro (y molón) todoterreno se dedica a putear a un bróker a la salida del curro.

El argumento se va mezclando con la relación personal con su novia y el negociete canallesco que acaba de realizar el amiguete, y mientras va transcurriendo la pelicula te van surgiendo dudas: ¿tendrán algo que ver esas historias paralelas con el tema del conductor psicópata? ¿Sabremos quien estará al volante y el motivo de su comportamiento? ¿tendrá razón de ser esa nota tan baja en filmaffinity?

Hay más guiños a la peli de Spielberg: un Plymouth de color rojo, exactamente igual al que conduce Dennis Weaver, y un tipo caracterizado igual, aparecen en los primeros diez minutos pasando por allí (qué cachondo es el director), el prota se apellida Weaver (encima recochineo) y los bocinazos del todoterreno juraría que están sacados, directamente, de la pelicula original de 1971.

Entretenida, que no es poco.

Actualmente estamos acostumbrados a ver pilotos españoles copando los podios de cualquier cilindrada del Mundial de motociclismo. Tan acostumbrados que ya aburre. Pero en los años 80 la cosa era bastante diferente: todos recordábamos las gestas de Angel Nieto o de Ricardo Tormo, pero eran en cilindradas pequeñas, las otras estaban reservadas a pilotos de otras nacionalidades. Joan Garriga y Sito Pons pusieron los cimientos para que la afición a las cilindradas "grandes" subiera como la espuma. Esto contribuyó no solo a la popularidad de las retransmisiones, con aficiones divididas entre uno y otro, sino al incremento de ventas de motocicletas e incluso a la inauguración de circuitos permanentes y en consecuencia la llegada de una inagotable cantera de pilotos.

El documental nos muestra el éxito y posterior caída al abismo de un grandísimo piloto como fue Joan Garriga, que luchando codo a codo con Sito Pons (y el resto) en aquellas carreras épicas, hicieron de este deporte algo grande. Años después las cosas se torcieron por una serie de circunstancias que tampoco quedan del todo claras, como un desahucio a todas luces fuera de la legalidad.

En estos últimos tiempos, y a través de diferentes entrevistas, habíamos visto a una persona completamente destrozada, mental y físicamente, por las dichosas drogas. Olvidado, arruinado y resentido con el mundo, echándole las culpas a los demás menos a él mismo. En un periódico digital puede leerse que Garriga asegura que Sito Pons no le ayudó en absoluto, cuando en el documental parece evidente que así fue.

"La última vuelta" es muy triste. Seguramente no merece una nota muy elevada debido a su escasa duración y una excesiva concesión al morbo (véase todas las secuencias dedicadas a su antigua casa), pero al fin y al cabo de eso va la película. Queda mucho que contar y mucho que mostrar, tanto al que no tuvo ocasión de disfrutar aquellas carreras, como al que le gustaría recordarlas. Algún día habrá que realizar el documental que Garriga se merece. Pero aparte de dar a conocer un poco la vida de este piloto al que no le sonrió la suerte, nos da un toque de atención y nos hace reflexionar acerca de lo cruel que puede ser la vida.

Descansa en paz, campeón.

Para un "tintinófilo" es inevitable acudir al cine con cierto escepticismo y una extraña sensación, como sabiendo de antemano que te van a decepcionar. Ya con los títulos de crédito (con la misma tipografía que los álbumes) se dibuja en mi cara la primera sonrisa y con la aparición de ese primer personaje inspirado claramente en el propio Hergé (el caricaturista del mercadillo) intuyes que vas a asistir a algo grande.

Spielberg ha hecho algo muy complicado: no es fácil ponerle cara y voces a personajes de cómic, y menos adaptar algo tan mítico como las aventuras de Tintín, y no cagarla, pero hay que reconocer que tanto el ritmo de la película como la realización son impecables. Encima no sólo se atreve a mezclar y modificar a su antojo dos álbumes tan dispares como "El cangrejo de las pinzas de oro" (fundamental para la presentación del personaje de Haddock) y "El secreto del Unicornio", sino que le añade situaciones completamente inéditas para todo aquel que conoce al dedillo dichos álbumes. Y éstos cambios que para algunos pueden romper la fidelidad de las historias, para otros (entre los que me incluyo) hacen que la película sea una agradable sucesión de sorpresas... y mucha, mucha acción.

Que sí, que vale, que es entretenida y pasa volando. Una hora y diez pasa bastante deprisa, eso es verdad. Pero es curioso como a medida que transcurren los minutos se va desinflando, hasta que acabas sintiendo verdadera vergüenza ajena.

Me sorprende un poco que la película esté tan bien valorada por la comunidad de Filmaffinity, a pesar de la rabia que da el protagonista (que le disparen ya, coño!) y de lo tramposa que resulta toda la historia.

(paso al spoiler para analizar el final)