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5,6
10.403
6
27 de marzo de 2022
27 de marzo de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paco Plaza, que se dio a conocer de la mano de Jaume Balagueró con la estupenda «[•REC]» (2007), se acompaña aquí de Carlos Vermut, quien sorprendiera a propios y extraños con su segundo largometraje «Magical Girl» (2014) y cuya impronta se aprecia en un barroquismo visual y un componente melodramático de los que hasta la fecha carecía la obra de Plaza, autor normalmente más conciso y apegado a los códigos.
«La abuela» es una correctísima cinta de terror, vuelta de tuerca patria al «psycho-biddy» donde se escuchan sugerentes ecos polanskianos y en la que, por ende, el elemento psicológico domina al sobrenatural durante buena parte del metraje. Es, de hecho, la descripción —minuciosa hasta el engorro de bastantes espectadores— de la decrepitud y la angustiosa convivencia entre la joven modelo y la anciana impedida lo que, a mi juicio, mejor funciona de la historia, un «crescendo» a fuego lento y salpicado de un puñado de sustos no por convencionales menos eficaces. El desenlace, algo abrupto —y nigromántico— para mi gusto, desluce un tanto un conjunto hasta entonces, insisto, impecable.
En cuanto al reparto, breve y poco conocido, ambas antagonistas entregan trabajos dignos de reseña; algo mejor, creo, la veterana Vera Valdez —otrora, curiosamente, musa de Chanel— en un papel exigente, por paradójico que se antoje, habida cuenta de la (aparente) parálisis que aqueja a su personaje. La debutante Almudena Amor empieza algo fría, aunque se va entonando con el paso de los minutos y las barrabasadas que le gasta su nada entrañable abuelita hasta hacernos comulgar sinceramente con la desazón que la embarga.
En suma, recomendable título a cargo de un tándem, el formado por Plaza y Vermut, que promete engalanar un subgénero no muy bien tratado por otros cineastas a los que, sin duda, convendría tomar nota del —dispar pero complementario, a la vista está— «savoir faire» de estos dos.
«La abuela» es una correctísima cinta de terror, vuelta de tuerca patria al «psycho-biddy» donde se escuchan sugerentes ecos polanskianos y en la que, por ende, el elemento psicológico domina al sobrenatural durante buena parte del metraje. Es, de hecho, la descripción —minuciosa hasta el engorro de bastantes espectadores— de la decrepitud y la angustiosa convivencia entre la joven modelo y la anciana impedida lo que, a mi juicio, mejor funciona de la historia, un «crescendo» a fuego lento y salpicado de un puñado de sustos no por convencionales menos eficaces. El desenlace, algo abrupto —y nigromántico— para mi gusto, desluce un tanto un conjunto hasta entonces, insisto, impecable.
En cuanto al reparto, breve y poco conocido, ambas antagonistas entregan trabajos dignos de reseña; algo mejor, creo, la veterana Vera Valdez —otrora, curiosamente, musa de Chanel— en un papel exigente, por paradójico que se antoje, habida cuenta de la (aparente) parálisis que aqueja a su personaje. La debutante Almudena Amor empieza algo fría, aunque se va entonando con el paso de los minutos y las barrabasadas que le gasta su nada entrañable abuelita hasta hacernos comulgar sinceramente con la desazón que la embarga.
En suma, recomendable título a cargo de un tándem, el formado por Plaza y Vermut, que promete engalanar un subgénero no muy bien tratado por otros cineastas a los que, sin duda, convendría tomar nota del —dispar pero complementario, a la vista está— «savoir faire» de estos dos.
2 de enero de 2022
2 de enero de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las historias de viajes en el tiempo me fascinan desde que, cuando niño, pasé una larga convalecencia viendo en bucle —y VHS— la trilogía de «Regreso al futuro». Posteriormente, mi devenir académico y profesional me hicieron un anglófilo a prueba de «Brexits» y «Magalufes». No en vano considero el pub una de las más perfectas creaciones de la civilización occidental.
Habida cuenta de todo lo dicho, y más allá de su cacofónico título —siento aversión por los encabezados verbosos en exceso—, difícilmente podía desagradarme la cinta que nos ocupa. Pese a sus notorias limitaciones presupuestarias, que se reflejan en un reparto en los huesos, escenografía mínima y toscos efectos digitales —los pocos que hay—; “Preguntas frecuentes sobre viajes en el tiempo” hace de la necesidad virtud para, con un guion muy inteligente que juega a las paradojas sin quemarse las pestañas, obsequiar a los aficionados al subgénero con un rato francamente divertido.
Los tres «nerds» que la protagonizan, así como la presencia de un portal interdimensional en los servicios de un cuarteado pub de barrio, hacen de ella un pariente pobre pero —insisto— muy honrado de las desopilantes «Zombies Party» («Shaun of the Dead», 2004) y, sobre todo, «Bienvenidos al fin del mundo» («The World´s End», 2013). Igual que éstas, suma a un encantador surrealismo de andar por casa la riqueza fonética y morfológica del inglés de las islas para el denuesto y un puñado de escenas rayanas en lo antológico —esa especie de conga al ritmo de «Total Eclipse of the Heart» a tres voces y «a capella» es caviar Beluga—.
Redondea la función una Anna Faris que ha hecho del reírse de sí misma algo más que un arte: un auténtico «dasein», una saludabilísima manera de estar en el mundo. Aquí se mete en la piel de una improbable heraldo del futuro y le aporta su puntito de lustre hollywoodiense a un telefilm por demás digno. En suma, una joyita oculta que vale la pena descubrir de entre el nutrido —e irregular, aunque no tanto como otros— catálogo de HBO.
Habida cuenta de todo lo dicho, y más allá de su cacofónico título —siento aversión por los encabezados verbosos en exceso—, difícilmente podía desagradarme la cinta que nos ocupa. Pese a sus notorias limitaciones presupuestarias, que se reflejan en un reparto en los huesos, escenografía mínima y toscos efectos digitales —los pocos que hay—; “Preguntas frecuentes sobre viajes en el tiempo” hace de la necesidad virtud para, con un guion muy inteligente que juega a las paradojas sin quemarse las pestañas, obsequiar a los aficionados al subgénero con un rato francamente divertido.
Los tres «nerds» que la protagonizan, así como la presencia de un portal interdimensional en los servicios de un cuarteado pub de barrio, hacen de ella un pariente pobre pero —insisto— muy honrado de las desopilantes «Zombies Party» («Shaun of the Dead», 2004) y, sobre todo, «Bienvenidos al fin del mundo» («The World´s End», 2013). Igual que éstas, suma a un encantador surrealismo de andar por casa la riqueza fonética y morfológica del inglés de las islas para el denuesto y un puñado de escenas rayanas en lo antológico —esa especie de conga al ritmo de «Total Eclipse of the Heart» a tres voces y «a capella» es caviar Beluga—.
Redondea la función una Anna Faris que ha hecho del reírse de sí misma algo más que un arte: un auténtico «dasein», una saludabilísima manera de estar en el mundo. Aquí se mete en la piel de una improbable heraldo del futuro y le aporta su puntito de lustre hollywoodiense a un telefilm por demás digno. En suma, una joyita oculta que vale la pena descubrir de entre el nutrido —e irregular, aunque no tanto como otros— catálogo de HBO.

5,6
8.491
4
25 de diciembre de 2021
25 de diciembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo por ahí que “Todas las cosas buenas” —caprichosa, cuando no torpísima traslación del original “All Good Things”— es un notable thriller psicológico al que penalizan puntuales momentos melodramáticos y me asalta la sospecha de que debo de haber visto otra película, porque mi sensación es diametralmente opuesta, la de estar ante un dramón de sobremesa pespunteado de notas de un pretendido suspense que, para más inri, no encierra el mínimo interés.
Me temo que el crítico profesional, igual que el plumilla aficionado o el común de los espectadores —que conste que no estoy estableciendo prelación alguna entre ellos— es susceptible de deslumbramiento, rasgo humano —“demasiado humano”— del que procuran beneficiarse los responsables de este bodrio sin paliativos —sí, digámoslo de una vez—. Así, con un reparto de campanillas y texturas de gran producción, Andrew Jarecki y sus dos guionistas, dos, aspiran a distraernos de la insufrible sucesión de absurdos que vertebra la trama, como si la etiqueta de “basado en hechos reales” constituyera un eximente universal. El batiburrillo indigesto de tragedia shakesperiana, violencia de género, especulación inmobiliaria, corrupción institucional y personalidad disociada se erige en caricatura grotesca de otras tantas películas y series de similar pelaje y bastante más respetuosas para con la inteligencia del público.
Respecto al elenco, supongo que en los planes de los perpetradores de “Todas las cosas buenas” se trataba de la piedra angular del proyecto. Con lo que no debían de contar es que Ryan Gosling compondría el que probablemente sea el peor papel de su carrera, una desganada versión del Noah Calhoun que empapeló las carpetas de toda una generación de adolescentes súbitamente travestida de Norman Bates en una de las piruetas argumentales más bochornosas que han visto estos ojos. A la pobre Kirsten Dunst, que se desvive por mantener su personaje a salvo de tamaña colección de despropósitos, no le queda sino hacer un elocuente mutis por el foro.
Me temo que el crítico profesional, igual que el plumilla aficionado o el común de los espectadores —que conste que no estoy estableciendo prelación alguna entre ellos— es susceptible de deslumbramiento, rasgo humano —“demasiado humano”— del que procuran beneficiarse los responsables de este bodrio sin paliativos —sí, digámoslo de una vez—. Así, con un reparto de campanillas y texturas de gran producción, Andrew Jarecki y sus dos guionistas, dos, aspiran a distraernos de la insufrible sucesión de absurdos que vertebra la trama, como si la etiqueta de “basado en hechos reales” constituyera un eximente universal. El batiburrillo indigesto de tragedia shakesperiana, violencia de género, especulación inmobiliaria, corrupción institucional y personalidad disociada se erige en caricatura grotesca de otras tantas películas y series de similar pelaje y bastante más respetuosas para con la inteligencia del público.
Respecto al elenco, supongo que en los planes de los perpetradores de “Todas las cosas buenas” se trataba de la piedra angular del proyecto. Con lo que no debían de contar es que Ryan Gosling compondría el que probablemente sea el peor papel de su carrera, una desganada versión del Noah Calhoun que empapeló las carpetas de toda una generación de adolescentes súbitamente travestida de Norman Bates en una de las piruetas argumentales más bochornosas que han visto estos ojos. A la pobre Kirsten Dunst, que se desvive por mantener su personaje a salvo de tamaña colección de despropósitos, no le queda sino hacer un elocuente mutis por el foro.

7,3
15.916
8
3 de octubre de 2021
3 de octubre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su día, a Boyero “El cielo sobre Berlín” se le antojó “pretenciosa, boba, falsa y sensiblera”. La cuarta ley de Newton establece que “lo que a Boyero no le gusta ha de ser, por fuerza, bueno”, de modo que me zambullo en el film de Wim Wenders con la convicción de que voy a disfrutar. En efecto, me ha encantado. Más, si cabe, habida cuenta de los bodrios con que las inicuas —y ubicuas— plataformas digitales han venido últimamente embruteciéndome el espíritu.
Partiendo de unas premisas cuando menos inhabituales —el deambular de dos ángeles por el Berlín previo a la reunificación— , el reputado cineasta de Düsseldorf, en connivencia con el polémico Nobel Peter Handke, plantea una conmovedora reflexión en torno a la condición humana —mortal e imperfecta, de un valor inapreciable, por ende, frente a la insípida eternidad— y a la tragedia histórica —y, sin embargo, tan próxima aún— de su país, así como del prometedor presente, joven y multicultural, de la RFA.
Dichas meditaciones vienen enunciadas con sobrio lirismo, subrayado por ese blanco y negro, a un tiempo sucio y hermosísimo, que estalla en mil colores hacia su cuarto final. “El cielo sobre Berlín” es una película visualmente muy sugestiva, con ese punto expresionista que siempre aportan las escenas circenses. Hay pasajes sencillamente magistrales, entre los que sobresale el de la biblioteca, con todos esos ángeles de la guarda pendientes de sus protegidos, transidos de amoroso celo más maternofilial que meramente profesional.
Mención aparte merece el trabajo de Bruno Ganz. Su mirada inocente se erige en metáfora de la infinita ternura que alienta en la película. No queda sino recomendar a quien todavía no haya encontrado a su media naranja que se busque a alguien que lo o la mire como su Damiel mira a la trapecista encarnada por Solveig Dommartin.
Partiendo de unas premisas cuando menos inhabituales —el deambular de dos ángeles por el Berlín previo a la reunificación— , el reputado cineasta de Düsseldorf, en connivencia con el polémico Nobel Peter Handke, plantea una conmovedora reflexión en torno a la condición humana —mortal e imperfecta, de un valor inapreciable, por ende, frente a la insípida eternidad— y a la tragedia histórica —y, sin embargo, tan próxima aún— de su país, así como del prometedor presente, joven y multicultural, de la RFA.
Dichas meditaciones vienen enunciadas con sobrio lirismo, subrayado por ese blanco y negro, a un tiempo sucio y hermosísimo, que estalla en mil colores hacia su cuarto final. “El cielo sobre Berlín” es una película visualmente muy sugestiva, con ese punto expresionista que siempre aportan las escenas circenses. Hay pasajes sencillamente magistrales, entre los que sobresale el de la biblioteca, con todos esos ángeles de la guarda pendientes de sus protegidos, transidos de amoroso celo más maternofilial que meramente profesional.
Mención aparte merece el trabajo de Bruno Ganz. Su mirada inocente se erige en metáfora de la infinita ternura que alienta en la película. No queda sino recomendar a quien todavía no haya encontrado a su media naranja que se busque a alguien que lo o la mire como su Damiel mira a la trapecista encarnada por Solveig Dommartin.
8
19 de julio de 2021
19 de julio de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Posiblemente la película más popular de la historia del cine español, “Bienvenido, Míster Marshall” constituye una parodia feroz en la que Berlanga, secundado por Juan Antonio Bardem y Miguel Mihura como co-guionistas, lanza un torpedo a la línea de flotación de las esencias folclórico-culturales del franquismo triunfante, así como a los delirios geopolíticos del “Vigía de Occidente”.
En efecto, el debut en solitario de Berlanga —dos años antes había dirigido “Esa pareja feliz” (1951) junto al antedicho Bardem— le hace uno de sus proverbiales trajes a la zopenca censura con una gloriosa farsa en la que se da un festín a costa de un cine en el que se perpetuaban algunos de los más traídos tópicos de la España caciquil y cortijera. De hecho, la propia Lolita Sevilla, estrella emergente de ese tipo de producciones, se sintió estafada al caer en la cuenta de que todo era una gran broma austrohúngara. Pero es que Berlanga, Bardem y Mihura tienen leña para dar y regalar, y de su corrosiva lupa no escapa ni el western, deliciosamente caricaturizado en el sueño del alcalde. En cuanto al plano de la bandera americana arrastrada por el agua (sucia) que, al parecer, enervó a Edward G. Robinson hasta el punto de protestar ante los organizadores del Festival de Cannes, por aquí no se pudo ver hasta 1989.
“Bienvenido, Míster Marshall” hace de la necesidad virtud y dedica buena parte de su presupuesto a dotarse de un reparto de campanillas —como siempre en las multitudinarias y alegremente caóticas historias berlanguianas— que presiden al alimón unos Pepe Isbert y Manolo Morán sencillamente antológicos. La celebérrima escena del balcón del ayuntamiento supone un hito cómico todavía hoy no superado. Los acompañan algunos secundarios recurrentes, tales que Manuel Alexandre, Rafael Alonso y, especialmente, Luis Pérez de León, cuyo cura don Cosme diríase salido de una portada de La Traca.
En fin, maravillosa película, rarísima joya en mitad de un páramo artístico del que, contra todo pronóstico y a partir de una fecundísima fusión de texturas neorrealistas y chocarrería patria, emergería una generación de cómicos y cineastas sencillamente irrepetible.
En efecto, el debut en solitario de Berlanga —dos años antes había dirigido “Esa pareja feliz” (1951) junto al antedicho Bardem— le hace uno de sus proverbiales trajes a la zopenca censura con una gloriosa farsa en la que se da un festín a costa de un cine en el que se perpetuaban algunos de los más traídos tópicos de la España caciquil y cortijera. De hecho, la propia Lolita Sevilla, estrella emergente de ese tipo de producciones, se sintió estafada al caer en la cuenta de que todo era una gran broma austrohúngara. Pero es que Berlanga, Bardem y Mihura tienen leña para dar y regalar, y de su corrosiva lupa no escapa ni el western, deliciosamente caricaturizado en el sueño del alcalde. En cuanto al plano de la bandera americana arrastrada por el agua (sucia) que, al parecer, enervó a Edward G. Robinson hasta el punto de protestar ante los organizadores del Festival de Cannes, por aquí no se pudo ver hasta 1989.
“Bienvenido, Míster Marshall” hace de la necesidad virtud y dedica buena parte de su presupuesto a dotarse de un reparto de campanillas —como siempre en las multitudinarias y alegremente caóticas historias berlanguianas— que presiden al alimón unos Pepe Isbert y Manolo Morán sencillamente antológicos. La celebérrima escena del balcón del ayuntamiento supone un hito cómico todavía hoy no superado. Los acompañan algunos secundarios recurrentes, tales que Manuel Alexandre, Rafael Alonso y, especialmente, Luis Pérez de León, cuyo cura don Cosme diríase salido de una portada de La Traca.
En fin, maravillosa película, rarísima joya en mitad de un páramo artístico del que, contra todo pronóstico y a partir de una fecundísima fusión de texturas neorrealistas y chocarrería patria, emergería una generación de cómicos y cineastas sencillamente irrepetible.
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