"Breaking Bad" es una de las series con más pegadas de la historia. Así de sencillo. Vince Gilligan y el resto de creadores del show presentan a Walter White como un tipo cotidiano. Y eso es extremadamente complicado. La gente de la calle no es anodina, simplemente, exige mayor sensibilidad para poder ver sus matices. Y si había alguien que debía coger las riendas de este talentoso e infravalorado profesor de química es Bryan Cranston, un actor que siempre da su toque personal a las interpretaciones que le llegan.

Pero ninguna como este ritual. Un amante esposo y padre ejemplar a quien el cáncer, la lacra de este siglo, provoca que empiece a hartarse de los sinsabores de la vida. De críos maleducados que se ríen de su hijo por una minusvalía, de que su mujer no pueda garantizarse un sustento si él fallece por culpa del maldito sistema sanidad de Estados Unidos, etc. Dardos a lo políticamente correcta, el show logra que entendamos por qué el protagonista cruza el Rubión. No solamente lo comprendemos, vamos con él como si él fuera César y nosotros la X Legión.

Lo acompaña como aprendiz un antiguo estudiante (magistral Aaron Paul), con quien iniciará una inverosímil alianza que nos lleva a un humor oscuro que no veíamos desde que el añorado James Gandolfini conducía el coche de Tony Soprano. De una modesta furgoneta para hacer las primeras "recetas" al Sol cegador del cartel de México.

Pura adicción. Una montaña rusa de la que es mejor decir poco, cuánto menos por sorpresas como la de los Pollos hermanos. ¿Defectos? Todo lo tiene, e incluso la admirada Breaking Bad carga su baraja. La evolución de míster White, amigos y "socios" romperá, en no pocas ocasiones, la verosimilitud con la que brillan las dos primeras temporadas. El resto del viaje iniciático parece un tanto alargada, aunque con toques de genialidad.

Nada importa. Al final, ante la suma de talento detrás de las cámaras y un casting impecable, solamente podemos dar las gracias.

Te levantas un buen día y decides que para hacer cosas buenas... hay que ser muy malo.

Documental realizado sobre Johan Cruyff en uno de los puntos más álgidos de su carrera. Tras ser el emblema del Ajax tricampeón de Europa, el holandés acababa de desembarcar en un Barcelona plagado de carestía de títulos. En apenas unos meses, el dorsal 14 revoluciona el campeonato español y es el principal responsable del título que acaba viajando al Camp Nou.

Esta fuente resultará de gran interés para las personas amantes del fútbol, no solamente los seguidores del Ajax o los blaugranas se verán satisfechos. Sin embargo, a otros niveles, es poco lo que se va a profundizar en el hombre detrás del mito, la personalidad de quien se convirtió en uno de los entrenadores más innovadores y fascinantes de la década de los 90 del siglo XX.

Conste que había material para ello. El propio Johan admite que uno de los secretos que explican por qué él pudo triunfar (aparte de su innegable talento) en este deporte y su hijo no radica en: "Jordi es mejor persona que yo". Hacía alusión a la dureza de sus orígenes en Ámsterdam, la necesidad de revindicarse en cada jugada, ser indiscutiblemente la cabeza del cártel.

Como fuere, hay testimonios en primera persona de autoridades como Gianni Rivera o Pelé que harán las delicias de los puristas.

Una especie de "Fiebre Maldini" antes de tiempo.

Y llegó un momento en que todos debíamos saber de economía o, cuanto menos, aparentar que sí, hablando con aire de suficiencia acerca de primas de riesgo, que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y que la austeridad era el camino de los hombres rectos. Si alguna persona se ha visto en la tentación de caer en ello, debe ver "Inside Job".

Usando una muy buena narración de Matt Damon, Charles Ferguson dirige una operación a corazón abierto a la especulación que llevó a algunas de las compañías más renombradas de Wall Street a jugar con una burbuja que era un castillo de naipes. Una maldita casa avalaba tropecientas inversiones más, se exprimían valores nada seguros y, la cúpula de esas mentes brillantes se mantuvo impertérrita, tras asesorar a ese benefactor de la raza humana llamado George Bush, pasarían a ocupar idénticos puestos de consejeros económicos con Obama.

Lleva razón Carlos Boyero cuando afirma que es un documental que te provoca escalofríos. Lo logra en muy diferentes momentos, generando la angustia de la codicia más estúpida y las entrevistas bien intercaladas para esta disección de nuestro tiempo.

No puedo decir que nos vaya a gustar su contenido. Pero es obligatorio verla. De Iceland a New York.

Está claro que "Una tarde en el circo" no es una película de arte y ensayo, tampoco lo pretende. Sin embargo, Edward Buzzell demuestra ser más que capaz de llevar a buen puerto la tarea de llevar a tres demonios tan graciosos como inmanejables: Groucho, Chico y Harpo.

El film usa como telón de fondo el mundo circense (nada de extraño, recordemos las inclusiones de otros genios como Chaplin o Cantinflas en dicho ámbito), dejando varias escenas para el recuerdo del humor. Por ejemplo, viene a la mente el desquiciado interrogatorio de Groucho y Chico a algunos de los principales sospechosos (incluyendo el forzudo) de un robo.

Todas las piezas que hicieron memorable a esta rama del marxisma se hayan en su momento justo, destacando la siempre arrolladora anarquía de Harpo. Entre otros instantes, a destacar el gag de las tazas de café de Groucho, en uno de los momentos más hiperbólicos de la cinta.

No me juzguen un crítico objetivo porque hace tiempo ya que dejé de juzgar este tipo de filmes por su calidad artística, sino por su capacidad de hacerme reír... y ahí, los hermanos Marx me tienen subyugado.

Genial campo de experimentación del malogrado Roberto Gómez Bolaños, uno de los creadores televisivos más importantes que ha dado nunca el medio. Puesto que "El Chapulín" y "El Chavo del 8" tienen su propio espacio para ser votados, conviene que en esta crítica nos centremos en algunas de las otras creaciones que inmortalizaron a Chespirito y su excepcional elenco.

Desde "Los Chifladitos", pasando por "El doctor Chapatín", este espacio sirvió para desarrollar personajes que atraerían a generaciones de espectadores a la pequeña pantalla. A destacar en especial a "Los caquitos", espacio que fue evolucionando de pequeños sketches (principalmente, con el inolvidable Ramón Valdés y el propio Bolaños) a constituirse como una serie propia, quizás la de registro más adulto (especialmente, gracias a las incorporaciones de Edgar Vivar y Florinda Meza, con los aprovechando, quizás, sus mejores libretos: los de El Botija y el de la Chimoltrufia).

Una lástima la salida de algunos de los intérpretes más queridos (por ejemplo, Carlos Villagrán), en medio de polémicas por una y otra parte; sin embargo, quedarán en el recuerdo aquellos momentos de la década de los 70 donde un elenco espectacular (María Antonieta de las Nieves, Rubén Aguirre, nuestra Angelines Fernández, El Chato Padilla...) casi toco el cielo con la mano, amparados en un humor blanco que la siguen haciendo hoy imprescindible.

Gracias a Chespirito y su equipo por hacer posible un sueño, uno de esos que solamente se pueden tener con esa fuerza en la infancia.