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Críticas 60
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
21 de agosto de 2019 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un campo seco de gramíneas y neblina. Una señora se acerca a la cámara con mirada perdida y comienza a bailar arrítmicamente al son de una melodía hortera y melancólica. El principio de Mother es toda una declaración de intenciones de su director, el coreano Bong Joon-ho: no esperes encontrar una película convencional. En Mother, una mujer de avanzada edad y recursos limitados, que practica la medicina alternativa y la acupuntura, se ve en la situación de defender a su hijo con discapacidad intelectual ante la acusación de haber asesinado a una adolescente. El argumento podría requerir un tratamiento delicado, y Bong consigue rodar el sufrimiento y la tenacidad de esta madre con sutileza y elegancia, pero igualmente se propone subvertir lo establecido y jugar con las expectativas del espectador. Si hay que poner etiquetas, Mother es un thriller policial sui generis, con una madre luchadora obligada a investigar por su cuenta ante la incompetencia y el abuso de las autoridades, pero sobre todo es un melodrama descarnado y, finalmente, a un nivel superficial, una comedia negra y bizarra. A lo largo del filme no hay apenas una secuencia en la que no se desafíe la naturalidad mundana del día a día: a cada personaje, diálogo o acción se le ha dado una pequeña vuelta de tuerca para causar en el espectador, a diferentes niveles, cierto estupor; Mother es, básicamente, esperpento filmado. Y nadie rueda el esperpento como Bong Joon-ho, y para muestra la escena del duelo público en The host. Aunque si en algo afecta esta decisión es en la empatía del espectador hacia los personajes, que se ve resentida o, mejor dicho, puesta a prueba en todo momento, pero, ¿seguro que queremos empatizar con ellos? Las escenas se suceden, nos atrapan y nos tiran contra el suelo de morros hasta llegar a un final provocador que toca demasiadas sensibilidades. No había final feliz posible. Pero quizá, si pinchamos con la aguja en el punto correcto sobre el muslo, podamos olvidarlo todo y bailar desquiciados aquella hortera melodía a luz del ocaso.
12 de junio de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rara vez he deseado el mal o he sido malo con alguien. Como diríamos en mi tierra, soy to güena ente. La única vez que he hecho el mal a alguien fue en parvulitos, que me gustaba echarme la arena del parque por la cabeza porque me daba gustirrinín al lavarme el pelo por la noche y, consciente de lo malito que tenía que parecer, armado de mis incipientes dotes actorales, culpaba ante las maestras a otros niños, que acababan resultando castigados. Ya en plena pubertad volví a ser malo, pero involuntariamente: una anécdota trivial que me contó mi hermana sobre un par de profesores durante su fiesta de graduación acabó convirtiéndose en una acusación seria hacia el instituto por parte del padre amargado de un amigo mío que interpretó lo que yo le conté como le salió de los huevos. Y sobre mentiras, rumores, inquinas y puñaladas en el instituto va esta Chicas malas, película chorra reconvertida en título de culto. Siempre he tenido curiosidad por ver a Rachel McAdams a lo pija rubia cabrona (siempre hace de una de las tres cosas o de un combo de dos, pero las tres juntas... ¡eso no lo había visto nunca!). Partiendo de todos los tópicos sexistas que te puedas echar a la cara, el guión de Tina Fey va desmontándolos y ridiculizándolos hasta hacer de la película un alegato feminista nada sutil, tan poco sutil como las tetas de Amanda Seyfried que predicen la lluvia cuando ya está lloviendo. Tiene mala baba y buenos gags, y para ser una de adolescentes americanos en un instituto, acaba la peli y no tienes ganas de cortarte las venas, pero echo de menos algo más de riesgo y me sobran malvaviscos. Eso sí, para echar el rato cumple muy bien. Y me ha hecho acordarme del niño aquel que negaba entre lágrimas de impotencia haberme tirado arena en la cabeza y me ha dado un subidón de adrenalina maligna muy sano. Bendita inocencia.
18 de agosto de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los diferentes episodios en los que el demonio tentó a San Antonio en el desierto han sido objeto iconográfico en todas las artes desde la Edad Media. Ahí están las pinturas de El Bosco o Dalí. Y completamente sui generis también ha llegado al cine de la mano de este director estonio de nombre raro que rebautiza al santo como tu cuñado, Toni. The temptation of St. Tony, película inédita en España, es la paranoia de un señor que ni él sabe lo que cuenta ni para qué, pero que tiene el suficiente poder de fascinación como para mantenerte atento todo el metraje. Entre sus fotogramas de curas viejos andando por las paredes y cristos decapitados me vienen flashes al cine de un buen puñado de cineastas europeos, ninguno de ellos estonio: encuentro ramalazos del esperpento de Kusturika, de Von Trier, del Andersson de las dos eses, de Tarkovski, del Bergman de El séptimo sello y cuando estoy pensando que también de Carax, aparece Dénis Lavant, que miedo siempre me da. Quizá encuentro aquí más lo que me desespera de toda esta macedonia de directores que lo que me apasiona de ellos, pero aún así el visionado es siempre interesante. Y al final, con todo este potaje en blanco y negro, acabamos descubriendo a un nuevo autor. El estonio del nombre raro, Veiko Ôunpuu, que ya podría llamarse Antonio. Le seguiremos la pista.
18 de agosto de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Berlín, 1931. Mientras asciende el partido nazi en Alemania, el Kit Kat Club sigue ofreciendo sus espectáculos que invitan al goce despreocupado y a la diversión por diversión. Divina decadencia, como dice Sally. Hay musicales que me gustan mucho, pero con otros simplemente no puedo. Me susurran “Los Miserables” o “Into the Woods” al oído y me estremezco de verdadero pánico. Pero Cabaret es el estilo de musical que me gusta: números musicales no demasiado ostentosos que funcionan en paralelo a la trama principal, pero que dicen mucho de la misma. Así Bob Fosse, para explotar todas las posibilidades del poco espacio que le ofrece el escenario, juega con los movimientos de cámara, los ángulos, el montaje, la iluminación y los caretos de Joel Grey. Y le queda de lujo la jugada. E incluso cuando no estamos en el Kit Kat, la cosa sigue interesando gracias a una magnética y vitalista Liza Minelli y el rollo raro con se trae con el inglés y el alemán (paradójicamente, tratado con mucha, excesiva, sutileza) y los problemas que surgen en una Alemania cada vez más oscura. Pero por el momento siempre podremos escaparnos un rato al Kit Kat Club donde encontraremos a Sally Bowles para alegrarnos la noche. Porque la vida es un cabaré, así que qué coño haces ahí tan solo sentado en tu habitación, ven y escucha la música, cojones, ¡ven al cabaré!
18 de agosto de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las relaciones nacen, crecen, algunas se reproducen y casi todas se mueren. El romance con Annie no fue idílico y tampoco duró eternamente, pero el impacto en la vida de Alvy es innegable. Annie Hall fue la primera película de Allen en la que dejó de lado la parodia absurda para diseccionar por primera vez una de las grandes constantes de su obra: las relaciones de pareja. Y el resultado fue exquisito, en un ingenioso formato que juega a romper la cuarta pared a su antojo y con algunos de los puntazos de humor más inspirados del neoyorquino, se introduce una certerísima reflexión sobre la necesidad del ser humano de querer y ser querido: las relaciones pueden irse al garete tan fácilmente como llegan, y cuando eso sucede, y a todos nos ha sucedido, o te la suda o te entristece o te frustra o te cabrea o te sume en un pozo de mierda o te todo a la vez, pero joder, no nos vamos quedar cual amebas solo por evitar eso, porque todo pasa y, al igual que aquel que no quería encerrar en un manicomio a su hermano que creía ser una gallina, necesitamos los huevos. Huevos de calidad regularucha de gallinas tristes encerradas en jaulas, o huevos de yema amarilla refulgente como el sol de gallinas felices que pastan por los campos, pero huevos en definitiva, y todos te valen para hacer tortilla. Y nadie le hace ascos a una tortilla papas.
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