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6,2
3.965
3
14 de enero de 2017
14 de enero de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fernando Trueba es ese director conocido por su mirada bizca, sus siempre polémicas declaraciones en cuanto a su españolismo, su peso en la SGAE y por su Oscar a mejor película extranjera. Sin embargo, ¿qué hay de su cine? A lo sumo tenemos la estatuilla dorada pero un premio por sí mismo no dice nada. Lo cierto es que Trueba carece de una filmografía atrayente y reconocida a la altura de la fama que ha conseguido, que incluso se ha traducido en cierto respeto a su obra, todo un logro en este país.
Su ópera prima, Ópera prima (...), le permitió entrar en el mundo del cine como muy buen pie. Se trata de un proyecto bastante modesto que consiguió cierto éxito gracias al empujón de críticos de cine amigos de Trueba y de ser un producto de su época, de la movida madrileña, del destape y de la transición. Quizás por eso verla en 2016 resulta decepcionante. Si uno estuviese en el momento oportuno podría entender el encumbre de productos culturales como el que nos ocupa.
Trueba declaró que se trata de una película de personajes. Todo está visto a través del personaje de Matías (Oscar Ladoire), y Matías está visto a través de sus relaciones con su prima Violeta (Paula Molina). Es llamativo ver muchos planos abiertos del escenario (tanto interiores como exteriores), donde Oscar permanece quieto, limitándose a hablar, y el resto del elenco (especialmente Violeta) no paran de moverse por el plano, incluso entrando y saliendo de él. Y como bien dice Trueba, son las reacciones de los personajes, compañeros de trabajo, clientes, hijo, ex-mujer, amante, amigos, enemigos, quienes nos muestran y construyen su personalidad y su historia.
No se puede negar el interés que suscita Trueba con su forma de narrar pero todo se viene abajo por el resultado del personaje principal, Oscar. Encaja perfectamente con el perfil de críticos como Boyero (tan amigo de Trueba) y esa generación de lectores medios de El País. Culturetas, con espíritu progresista, que se creen en la élite intelectual por leer cuatro libros y que tras toda esa capa esconden un machismo y un clasismo bastante deprimente. Oscar es un personaje ridículo y lo peor es que tanto Trueba como Boyero y compañía no parecen reírse de él, sino todo lo contrario, hasta lo alaban.
Por si fuese poco, Oscar es una copia hacendado de Woody Allen, con su excesiva charlatanería que al final nunca dice nada y su aparente conocimiento de la cultura. La interpretración del actor es horrible, como la es también la de su compañera Paula Molina. Cargo contra Trueba de nuevo porque es sobre todo en este personaje femenino donde se evidencia la dejadez en la dirección de actores. En general el filme respira un tufillo a director recién sacado de clase, más cercano a una serie de cortos para presentar al profesor que para construir una opera prima de verdad.
Evidentemete el resto de la filmografía de Trueba no deja esa sensación propia de un novato, pero tampoco me ha encadilado. Una ópera prima puede ser indicativa de cómo ve el cine un director, qué ha venido a hacer aquí, qué temas quiere tratar, a qué aspira. Mala suerte que ya viese meses atrás Belle Epoque, Chico & Rita o El artista y la modelo. Aunque sean películas bastante más salvables que Ópera prima, lo que tengo claro es que ya no vuelvo a pasar por el aro del señor Trueba.
Su ópera prima, Ópera prima (...), le permitió entrar en el mundo del cine como muy buen pie. Se trata de un proyecto bastante modesto que consiguió cierto éxito gracias al empujón de críticos de cine amigos de Trueba y de ser un producto de su época, de la movida madrileña, del destape y de la transición. Quizás por eso verla en 2016 resulta decepcionante. Si uno estuviese en el momento oportuno podría entender el encumbre de productos culturales como el que nos ocupa.
Trueba declaró que se trata de una película de personajes. Todo está visto a través del personaje de Matías (Oscar Ladoire), y Matías está visto a través de sus relaciones con su prima Violeta (Paula Molina). Es llamativo ver muchos planos abiertos del escenario (tanto interiores como exteriores), donde Oscar permanece quieto, limitándose a hablar, y el resto del elenco (especialmente Violeta) no paran de moverse por el plano, incluso entrando y saliendo de él. Y como bien dice Trueba, son las reacciones de los personajes, compañeros de trabajo, clientes, hijo, ex-mujer, amante, amigos, enemigos, quienes nos muestran y construyen su personalidad y su historia.
No se puede negar el interés que suscita Trueba con su forma de narrar pero todo se viene abajo por el resultado del personaje principal, Oscar. Encaja perfectamente con el perfil de críticos como Boyero (tan amigo de Trueba) y esa generación de lectores medios de El País. Culturetas, con espíritu progresista, que se creen en la élite intelectual por leer cuatro libros y que tras toda esa capa esconden un machismo y un clasismo bastante deprimente. Oscar es un personaje ridículo y lo peor es que tanto Trueba como Boyero y compañía no parecen reírse de él, sino todo lo contrario, hasta lo alaban.
Por si fuese poco, Oscar es una copia hacendado de Woody Allen, con su excesiva charlatanería que al final nunca dice nada y su aparente conocimiento de la cultura. La interpretración del actor es horrible, como la es también la de su compañera Paula Molina. Cargo contra Trueba de nuevo porque es sobre todo en este personaje femenino donde se evidencia la dejadez en la dirección de actores. En general el filme respira un tufillo a director recién sacado de clase, más cercano a una serie de cortos para presentar al profesor que para construir una opera prima de verdad.
Evidentemete el resto de la filmografía de Trueba no deja esa sensación propia de un novato, pero tampoco me ha encadilado. Una ópera prima puede ser indicativa de cómo ve el cine un director, qué ha venido a hacer aquí, qué temas quiere tratar, a qué aspira. Mala suerte que ya viese meses atrás Belle Epoque, Chico & Rita o El artista y la modelo. Aunque sean películas bastante más salvables que Ópera prima, lo que tengo claro es que ya no vuelvo a pasar por el aro del señor Trueba.

7,5
5.711
8
8 de febrero de 2015
8 de febrero de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los años 40, Roberto Rossellini contrajo matrimonio con la mítica estrella de Hollywood Ingrid Bergman. Este hecho condicionó el cine del director italiano, dando lugar a una nueva etapa prácticamente monopolizada por las actuaciones de su mujer. Rossellini se considera el padre del neorrealismo, el movimiento cinematográfico que comenzó con "Roma, ciudad abierta" (1945), película que forma parte de una trilogía temática. Dicha corriente cultural surgía en contraposición al idealismo del cine norteamericano, que parecía ignorar la tragedia bélica que asolaba a medio mundo. Por ello, la aparición de una actriz representante de ese "star-system" en el mundo de un cineasta de corte realista tuvo un efecto considerable. Rossellini fue vapuleado por la crítica, señalado como un traidor. Un vendido. Opiniones que no dejaban de ser prejuicios absurdos: ninguna de esta serie de películas protagonizadas por Ingrid Bergman tuvo pretensiones comerciales y en general su resultado en taquilla fue mediocre. El escándalo que se produjo en la época no ha impedido que a día de hoy Rossellini sea un director intocable.
"Stromboli" narra las desventuras de Karen (Bergman), una lituana atrapada en un campo de refugiados, que se ve obligada a casarse con un humilde pescador para iniciar una nueva vida tras la guerra. Su casamiento la empuja a una pequeña isla volcánica, habitada por una aldea, donde su marido lleva haciendo vida desde que nació. El ambiente rural y precario genera un profundo rechazo en Karen, acostumbrada a un mundo más civilizado. La discordancia con esa forma de vida se palpa continuamente. La protagonista suele mostrarse desorientada, sus movimientos por los terrenos sinuosos son ortopédicos y observamos planos generales donde los escenarios parecen laberintos. Las diferencias culturales le impiden relacionarse adecuadamente con los vecinos del pueblo (la extranjería de la propia Bergman es idónea). Sus gestos parecen fuera de lugar, su rostro angelical no encaja con ese mundo, hecho aún más pronunciado cuando comparte plano con otro personaje femenino.
Su marido sufre de inmediato las consecuencias de traer a una mujer como Karen. Se convierte en protagonista de todo tipo de cotilleos y falsas acusaciones. El impacto social también afecta en su trabajo, llegando a cobrar menos por culpa de su particular matrimonio. La relación conyugal y sus efectos son un paralelismo de los mismos Rossellini y Bergman. Al igual que el pescador, el cineasta italiano fue duramente criticado, tratándose su romance como si fuese una provocación.
A pesar de la propia Ingrid Bergman y el uso quizás exagerado de la música extradiegética, "Stromboli" no deja de tener rasgos y propósitos cercanos al realismo. Las escenas se ruedan en exteriores, los personajes se mueven dentro de colectivos empobrecidos y marginales (un barrio marginal de una ciudad puede estar tan aislado de la civilización como la isla de Stromboli). Su historia muestra la desesperanza tras la posguerra y las dificultades de conseguir una nueva vida en un continente devastado.
"Stromboli" narra las desventuras de Karen (Bergman), una lituana atrapada en un campo de refugiados, que se ve obligada a casarse con un humilde pescador para iniciar una nueva vida tras la guerra. Su casamiento la empuja a una pequeña isla volcánica, habitada por una aldea, donde su marido lleva haciendo vida desde que nació. El ambiente rural y precario genera un profundo rechazo en Karen, acostumbrada a un mundo más civilizado. La discordancia con esa forma de vida se palpa continuamente. La protagonista suele mostrarse desorientada, sus movimientos por los terrenos sinuosos son ortopédicos y observamos planos generales donde los escenarios parecen laberintos. Las diferencias culturales le impiden relacionarse adecuadamente con los vecinos del pueblo (la extranjería de la propia Bergman es idónea). Sus gestos parecen fuera de lugar, su rostro angelical no encaja con ese mundo, hecho aún más pronunciado cuando comparte plano con otro personaje femenino.
Su marido sufre de inmediato las consecuencias de traer a una mujer como Karen. Se convierte en protagonista de todo tipo de cotilleos y falsas acusaciones. El impacto social también afecta en su trabajo, llegando a cobrar menos por culpa de su particular matrimonio. La relación conyugal y sus efectos son un paralelismo de los mismos Rossellini y Bergman. Al igual que el pescador, el cineasta italiano fue duramente criticado, tratándose su romance como si fuese una provocación.
A pesar de la propia Ingrid Bergman y el uso quizás exagerado de la música extradiegética, "Stromboli" no deja de tener rasgos y propósitos cercanos al realismo. Las escenas se ruedan en exteriores, los personajes se mueven dentro de colectivos empobrecidos y marginales (un barrio marginal de una ciudad puede estar tan aislado de la civilización como la isla de Stromboli). Su historia muestra la desesperanza tras la posguerra y las dificultades de conseguir una nueva vida en un continente devastado.

6,1
27.037
6
9 de diciembre de 2012
9 de diciembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“J. Edgar” fue una de las grandes decepciones del pasado año 2011. La fórmula estaba ahí: buen director (Clint Eastwood) y buen actor (Leonardo Di Caprio) en un biopic que se estrena a finales de año. ¿Resultado? Ninguna nominación para los Oscar y lo que es peor, un frío recibimiento por parte del público. Digo peor porque cada vez me resultan más irrelevantes las decisiones de la Academia, lo que no quita que sea muy sorprendente ver a una película de estas características con 0 nominaciones.
Los motivos por los cuales “J. Edgar” causó tanta expectación (y en consecuencia, provocaron su caída) son evidentes: con Eastwood y Di Caprio solo puede salir un peliculón ganador de 25 mil Oscar. Entiendo las altas expectativas y la verdad es que, a pesar de que las últimas películas de Clint no fuesen muy brillantes (con “Invictus” y “Más allá de la vida” nos preguntamos si el director ha comenzado una etapa descendente), hay razones de sobra para esperar algo realmente bueno de este último trabajo.
Centrándome ya en la propia película, el biopic retrata los años de John Edgar Hoover como director del FBI, un cargo que mantuvo durante 48 años, hasta el día de su fallecimiento. El filme muestra a Hoover en sus últimas mientras intercala flashbacks para mostrarnos al Edgar de los años 20 y 30, de forma que observamos el desarrollo y crecimiento de la oficina de investigaciones. Hoover fue el principal responsable de las innovaciones de dicha organización: la identificación de personas mediante huellas dactilares, el marcado de billetes, el uso de armas, etc. Avances que se pusieron en práctica durante las épocas en las cuales se centra la historia, la lucha contra los comunistas en los años 20 y el auge de los gangsters en los años 30.
En lo que se refiere a iluminación, fotografía y otros apartados técnicos, luce a un gran nivel. El uso del maquillaje a la hora de envejecer a los actores principales ha sido criticado. La verdad es que el resultado con Di Caprio está bastante bien. El de Armie Hammer sí que chirría bastante. Ambos ofrecen buenas interpretaciones y no creo que Di Caprio haya decepcionado en este papel, si bien es cierto que no se trata ni mucho menos de su actuación definitiva. En “El aviador” me gustó más. Eso sí, quien aún lo quiera encasillar en un ídolo adolescente, allá él. Los secundarios (Watts, Dench) simplemente correctos.
Lo que más me gusta de “J. Edgar” es que se trata de un biopic más honesto que de costumbre. No se limita a mitificar y a mostrar como a un héroe a su protagonista (independientemente de que lo sea o no). De hecho, al final de la película no queda muy claro si Hoover fue un héroe o un villano, porque da la sensación de que Clint no barre hacia ningún lado y además, no duda en contarnos que hechos de su vida se exageraron (sí, la exageración, cosa que no suele faltar en los filmes biográficos).
A pesar de estos buenos detalles, no estamos ni mucho menos ante un biopic brillante. Su guión a veces parece que avanza a trompicones y en ocasiones la película se hace un tanto larga, aunque sin llegar al tedio o a aburrir en exceso. Habría sido interesante profundizar en la relación de Hoover con los diferentes presidentes de los Estados Unidos, además de los conflictos con personalidades famosas (aparece Martin Luther King de pasada y poco más). Y sobretodo, “J. Edgar” no emociona, no es una película que vayas a retener en tu cabeza por mucho tiempo. ¿Mala? En absoluto. ¿Obra notable, a la altura de un buen director? Tampoco.
Los motivos por los cuales “J. Edgar” causó tanta expectación (y en consecuencia, provocaron su caída) son evidentes: con Eastwood y Di Caprio solo puede salir un peliculón ganador de 25 mil Oscar. Entiendo las altas expectativas y la verdad es que, a pesar de que las últimas películas de Clint no fuesen muy brillantes (con “Invictus” y “Más allá de la vida” nos preguntamos si el director ha comenzado una etapa descendente), hay razones de sobra para esperar algo realmente bueno de este último trabajo.
Centrándome ya en la propia película, el biopic retrata los años de John Edgar Hoover como director del FBI, un cargo que mantuvo durante 48 años, hasta el día de su fallecimiento. El filme muestra a Hoover en sus últimas mientras intercala flashbacks para mostrarnos al Edgar de los años 20 y 30, de forma que observamos el desarrollo y crecimiento de la oficina de investigaciones. Hoover fue el principal responsable de las innovaciones de dicha organización: la identificación de personas mediante huellas dactilares, el marcado de billetes, el uso de armas, etc. Avances que se pusieron en práctica durante las épocas en las cuales se centra la historia, la lucha contra los comunistas en los años 20 y el auge de los gangsters en los años 30.
En lo que se refiere a iluminación, fotografía y otros apartados técnicos, luce a un gran nivel. El uso del maquillaje a la hora de envejecer a los actores principales ha sido criticado. La verdad es que el resultado con Di Caprio está bastante bien. El de Armie Hammer sí que chirría bastante. Ambos ofrecen buenas interpretaciones y no creo que Di Caprio haya decepcionado en este papel, si bien es cierto que no se trata ni mucho menos de su actuación definitiva. En “El aviador” me gustó más. Eso sí, quien aún lo quiera encasillar en un ídolo adolescente, allá él. Los secundarios (Watts, Dench) simplemente correctos.
Lo que más me gusta de “J. Edgar” es que se trata de un biopic más honesto que de costumbre. No se limita a mitificar y a mostrar como a un héroe a su protagonista (independientemente de que lo sea o no). De hecho, al final de la película no queda muy claro si Hoover fue un héroe o un villano, porque da la sensación de que Clint no barre hacia ningún lado y además, no duda en contarnos que hechos de su vida se exageraron (sí, la exageración, cosa que no suele faltar en los filmes biográficos).
A pesar de estos buenos detalles, no estamos ni mucho menos ante un biopic brillante. Su guión a veces parece que avanza a trompicones y en ocasiones la película se hace un tanto larga, aunque sin llegar al tedio o a aburrir en exceso. Habría sido interesante profundizar en la relación de Hoover con los diferentes presidentes de los Estados Unidos, además de los conflictos con personalidades famosas (aparece Martin Luther King de pasada y poco más). Y sobretodo, “J. Edgar” no emociona, no es una película que vayas a retener en tu cabeza por mucho tiempo. ¿Mala? En absoluto. ¿Obra notable, a la altura de un buen director? Tampoco.

4,9
19.634
9
28 de junio de 2013
28 de junio de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Con esta generación vamos apañados” dicen de forma irónica los más viejos del lugar mientras se echan las manos a la cabeza. Qué será del futuro si todo depende de esta gente que tiene la cabeza como mero objeto decorativo. Ellos, cubata en mano, desvían sus oídos al pachangueo de la discoteca y su vista a sus ídolos pop.
Algunos dirán que es pura demagogia hablar de la juventud a través de la película que nos ocupa. No les falta razón. Al fin y al cabo, en todas las generaciones ha habido desfases. Pero toda esa vacuidad, es falta de ambiciones más allá del sexo y las drogas, esa ausencia de preocupaciones, quizás sea un asunto más serio de lo que pensamos, sin ánimo claro está de querer censurar la diversión y la fiesta. Cuando se habla de la educación y demás problemas sociales y políticos, muchas veces no se analiza el verdadero dilema: a día de hoy, esos temas no le importan a nadie.
¿Y cuáles son los intereses de la generación MTV? Harmony Korine nos invita a un 'Spring Break' (vacaciones universitarias en primavera muy populares en Estados Unidos) para que lo veamos de primera mano, con un grupo de cuatro chicas como protagonistas. En los hoteles y las playas observaremos fiesta, drogas, sexo y mucho desfase. Ése era el sueño de nuestras protagonistas. Y en su ‘aburrido’ hogar, tenían exactamente lo mismo. Ahora bien, ¿dónde está el argumento? En ningún sitio, simplemente, no hay. Porque Korine se limita a mostrar (sin moralina de por medio) la nada, el vacío que caracteriza los sueños y metas de esos jóvenes. Con esa vacuidad, no había nada que contar. Solo quedan las imágenes y el propio espectador, quien deberá sacar sus propias conclusiones.
El atractivo de Spring Breakers reside en el ‘como’. Korine esboza este retrato a través de las bases de esta generación. Es decir, el film está construido a partir de imágenes videocliperas, montaje epiléptico, repeticiones, cámara lenta y Britney Spears sonando de fondo. La propia película se contagia de ese vacío, contándonos una historia de mafiosos que no le interesa a nadie. Ninguna referencia es gratuita o casual. El reparto, más intencionado no podía ser. La televisión jugó a mostrarnos imágenes angelicales, idealizadas y completamente irreales de sus jóvenes promesas. Korine juega a mostrar el lado completamente opuesto que nos recuerda la cruda realidad: princesas Disney que tratan de crecer de la forma menos madura posible.
Bajo una dirección donde parece reinar la anarquía, nos encontramos con una película magistralmente rodada. Una puesta en escena innovadora que no da lugar a la indiferencia. Un film cuyo hilo conductor reside en las imágenes y el sonido. Los diálogos no importan. La voz en off, los monólogos interiores y el montaje desordenado pero perfectamente hilado recuerda a Terrence Malick. La iluminación, la fotografía y la música ambiental, a Drive. Korine nos lo dice claramente: quien no busque nuevas formas de narrativa y quiera anclarse a convencionalismos, que coja el bus y se vaya a casa.
Más de uno pensará que se trata de un experimento pretencioso de su autor al leer reseñas del film. En absoluto: Spring Breakers no ofrece discursos, no hay moralina forzada, no juzga. Es una visión, pesimista, de lo que hay. Ni más ni menos. Curiosidades e ironías de la vida, cuando las mentes vacías se dispongan a ver Spring Breakers la tacharán de basura por “no contar nada”, por ser vacía.
Algunos dirán que es pura demagogia hablar de la juventud a través de la película que nos ocupa. No les falta razón. Al fin y al cabo, en todas las generaciones ha habido desfases. Pero toda esa vacuidad, es falta de ambiciones más allá del sexo y las drogas, esa ausencia de preocupaciones, quizás sea un asunto más serio de lo que pensamos, sin ánimo claro está de querer censurar la diversión y la fiesta. Cuando se habla de la educación y demás problemas sociales y políticos, muchas veces no se analiza el verdadero dilema: a día de hoy, esos temas no le importan a nadie.
¿Y cuáles son los intereses de la generación MTV? Harmony Korine nos invita a un 'Spring Break' (vacaciones universitarias en primavera muy populares en Estados Unidos) para que lo veamos de primera mano, con un grupo de cuatro chicas como protagonistas. En los hoteles y las playas observaremos fiesta, drogas, sexo y mucho desfase. Ése era el sueño de nuestras protagonistas. Y en su ‘aburrido’ hogar, tenían exactamente lo mismo. Ahora bien, ¿dónde está el argumento? En ningún sitio, simplemente, no hay. Porque Korine se limita a mostrar (sin moralina de por medio) la nada, el vacío que caracteriza los sueños y metas de esos jóvenes. Con esa vacuidad, no había nada que contar. Solo quedan las imágenes y el propio espectador, quien deberá sacar sus propias conclusiones.
El atractivo de Spring Breakers reside en el ‘como’. Korine esboza este retrato a través de las bases de esta generación. Es decir, el film está construido a partir de imágenes videocliperas, montaje epiléptico, repeticiones, cámara lenta y Britney Spears sonando de fondo. La propia película se contagia de ese vacío, contándonos una historia de mafiosos que no le interesa a nadie. Ninguna referencia es gratuita o casual. El reparto, más intencionado no podía ser. La televisión jugó a mostrarnos imágenes angelicales, idealizadas y completamente irreales de sus jóvenes promesas. Korine juega a mostrar el lado completamente opuesto que nos recuerda la cruda realidad: princesas Disney que tratan de crecer de la forma menos madura posible.
Bajo una dirección donde parece reinar la anarquía, nos encontramos con una película magistralmente rodada. Una puesta en escena innovadora que no da lugar a la indiferencia. Un film cuyo hilo conductor reside en las imágenes y el sonido. Los diálogos no importan. La voz en off, los monólogos interiores y el montaje desordenado pero perfectamente hilado recuerda a Terrence Malick. La iluminación, la fotografía y la música ambiental, a Drive. Korine nos lo dice claramente: quien no busque nuevas formas de narrativa y quiera anclarse a convencionalismos, que coja el bus y se vaya a casa.
Más de uno pensará que se trata de un experimento pretencioso de su autor al leer reseñas del film. En absoluto: Spring Breakers no ofrece discursos, no hay moralina forzada, no juzga. Es una visión, pesimista, de lo que hay. Ni más ni menos. Curiosidades e ironías de la vida, cuando las mentes vacías se dispongan a ver Spring Breakers la tacharán de basura por “no contar nada”, por ser vacía.

5,9
52.531
9
16 de abril de 2013
16 de abril de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que hay películas que son para vivirlas y sentirlas en lugar de entenderlas. Al fin y al cabo, el cine no es una mera ciencia, una película no se puede -o no debería- analizarse y explicarse como si de un experimento científico se tratase. Quizás algunos aprendan al leer la lista de simbolismos de un film, o con esos libros de cine que analizan al milímetro cada fotograma. Pero, para mí, estas acciones se cargan la magia del cine y más tratándose de un director tan particular como Terrence Malick.
La principal virtud de "El Árbol de la Vida" es la cantidad de sensaciones y recuerdos que evoca. Las críticas de FilmAffinity dan fe de ello, cada usuario cuenta cosas distintas pero la película sigue siendo la misma. Porque la propuesta de Malick se basa en que participemos, que la poesía visual nos seduzca y nos transmita, que la multitud de sucesos cotidianos, con sus relaciones familiares y sociales, nos hagan rememorar nuestra propia vida. No es ninguna tontería: ser hijo, hija, padre o madre se antoja un requisito indispensable. Que nadie busque aquí teoremas, soluciones, explicaciones y conclusiones.
Malick tampoco ofrece una narrativa convencional. "El Árbol de la Vida" no es prosa. El director realiza un canto a la vida a través de imágenes, no de palabras. La creación del universo, el origen del ser, la evolución, la muerte, todo narrado de forma visual y con una excelente fotografía. El film presume de una inmensa cantidad de planos bellísimos y muy cuidados. Unas imágenes, nada vacías, que nos harán ver que no somos más que pequeñas hojas del gran Árbol de la Vida.
La principal virtud de "El Árbol de la Vida" es la cantidad de sensaciones y recuerdos que evoca. Las críticas de FilmAffinity dan fe de ello, cada usuario cuenta cosas distintas pero la película sigue siendo la misma. Porque la propuesta de Malick se basa en que participemos, que la poesía visual nos seduzca y nos transmita, que la multitud de sucesos cotidianos, con sus relaciones familiares y sociales, nos hagan rememorar nuestra propia vida. No es ninguna tontería: ser hijo, hija, padre o madre se antoja un requisito indispensable. Que nadie busque aquí teoremas, soluciones, explicaciones y conclusiones.
Malick tampoco ofrece una narrativa convencional. "El Árbol de la Vida" no es prosa. El director realiza un canto a la vida a través de imágenes, no de palabras. La creación del universo, el origen del ser, la evolución, la muerte, todo narrado de forma visual y con una excelente fotografía. El film presume de una inmensa cantidad de planos bellísimos y muy cuidados. Unas imágenes, nada vacías, que nos harán ver que no somos más que pequeñas hojas del gran Árbol de la Vida.
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