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9
20 de octubre de 2014
20 de octubre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Breaking Bad es una serie sobre la crisis de la clase media. Ese grupo social que siempre se ha señalado como la clave de una sociedad estable, y que cada vez es menos capaz de jugar ese papel. ¿Cómo va a hacerlo? En una sociedad en la que un error o una mala decisión te pueden condenar al éxito o a la mediocridad; en la que un accidente como la enfermedad te puede llevar a la ruina porque el bienestar se privatiza; en la que las cartas cada vez están más marcadas; en la que se incide más y más en la importancia de los fines mientras se desprecia el cómo se logran; en la que, en suma, el universo moral y el entramado institucional de la clase media están siendo devorados por la desorganización y la violencia que al principio eran propios de los barrios marginales, pero que van subiendo por la escala social. En esas circunstancias, los valores de la clase media (autonomía, orgullo, éxito, estabilidad…) son cada vez es más difíciles de sostener. De hecho cada día es más cuestión de apariencias.
Pero, ¿qué pasa cuando ante esta situación las clases medias se cabrean? Gente inteligente, creativa, con talento y recursos, a la que le han cambiado las reglas del juego a mitad del partido. Gente que puede decidir que no está de acuerdo con este giro de acontecimientos, que quiere la parte del pastel que le correspondía, gente que se siente estafada. Gente que piensa que no van a cumplir su parte del trato, si los demás tampoco lo hacen. Breaking Bad es una respuesta. Ficticia, extrema, poco probable… Pero no imposible.
Por supuesto, Breaking Bad también es una serie sobre elecciones morales. Sobre cómo vamos justificando nuestras malas acciones. Sobre la lucha interior en todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos muestra la poca elección que tenemos para tantas cosas, o al menos el coste tan dramáticamente alto que tiene decidir lo correcto en nuestra sociedad. En ese sentido, está justo entre Los Soprano y The Wire.
Dije hace poco y mantengo que Walter White es uno de los mejores personajes de la historia, a la altura del mismísimo Tony Soprano. Y la interpretación de Bryan Cranston (un actor tan poco aprovechado hasta ahora) está entre las más grandes de todos los tiempos. Me preocupa sin embargo que nos quedemos con lo cool y nos olvidemos que la serie trata de su bajada a los infiernos. Es lo que lleva sucediendo con la ficción sobre el crimen organizado desde hace mucho. Y dice mucho de nosotros, porque solo podríamos ser Michael Corleone o Tony Soprano naciendo en ciertos ambientes, pero ¿no nos atrae de Walter White que muchos de nosotros podríamos llegar a ser Heisenberg?
Porque tiene pasajes menos creíbles y algún salto lógico, y porque siendo sinceros creo que le sobra una temporada, Breaking Bad está un paso por detrás de las más grandes. Pero sin duda será uno de los nombres que siempre salgan cuando se hable de esta edad de oro de la ficción televisiva que estamos teniendo la suerte de vivir, y con justicia.
Pero, ¿qué pasa cuando ante esta situación las clases medias se cabrean? Gente inteligente, creativa, con talento y recursos, a la que le han cambiado las reglas del juego a mitad del partido. Gente que puede decidir que no está de acuerdo con este giro de acontecimientos, que quiere la parte del pastel que le correspondía, gente que se siente estafada. Gente que piensa que no van a cumplir su parte del trato, si los demás tampoco lo hacen. Breaking Bad es una respuesta. Ficticia, extrema, poco probable… Pero no imposible.
Por supuesto, Breaking Bad también es una serie sobre elecciones morales. Sobre cómo vamos justificando nuestras malas acciones. Sobre la lucha interior en todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos muestra la poca elección que tenemos para tantas cosas, o al menos el coste tan dramáticamente alto que tiene decidir lo correcto en nuestra sociedad. En ese sentido, está justo entre Los Soprano y The Wire.
Dije hace poco y mantengo que Walter White es uno de los mejores personajes de la historia, a la altura del mismísimo Tony Soprano. Y la interpretación de Bryan Cranston (un actor tan poco aprovechado hasta ahora) está entre las más grandes de todos los tiempos. Me preocupa sin embargo que nos quedemos con lo cool y nos olvidemos que la serie trata de su bajada a los infiernos. Es lo que lleva sucediendo con la ficción sobre el crimen organizado desde hace mucho. Y dice mucho de nosotros, porque solo podríamos ser Michael Corleone o Tony Soprano naciendo en ciertos ambientes, pero ¿no nos atrae de Walter White que muchos de nosotros podríamos llegar a ser Heisenberg?
Porque tiene pasajes menos creíbles y algún salto lógico, y porque siendo sinceros creo que le sobra una temporada, Breaking Bad está un paso por detrás de las más grandes. Pero sin duda será uno de los nombres que siempre salgan cuando se hable de esta edad de oro de la ficción televisiva que estamos teniendo la suerte de vivir, y con justicia.
9
19 de agosto de 2014
19 de agosto de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Toma mi amor, toma mi tierra. Llévame a dónde no pueda permanecer en pie.
No me importa, sigo siendo libre. No puedes quitarme el cielo
Llévame a la oscuridad, diles que no volveré
Quema la tierra, hierve el mar. Pero no puedes quitarme el cielo
No puedo estar en otro lugar. Desde que conocí la Serenity
No puedes quitarme el cielo…"
Esta es la historia de unos fans que se negaron a que una cadena de televisión diese por terminada una serie que les había cambiado la vida. Una especie de lucha de clases moderna, por la cual los fans reclaman que ciertos productos están incluso por encima de sus creadores. Y no digamos ya de sus productores.
Esta es la historia de una serie tan especial que supuso un hito para todos los que participaron en ella: actores, escritores, directores… Y de nuevo, esos fans que impidieron que cayese en el olvido. Una legión que aún hoy, doce años después de su cancelación, sigue aumentando. Por ejemplo, conmigo.
Y, por encima de todo, esta es la historia de la nave más hermosa que ha dado la ciencia ficción, y de la tripulación de cuatreros del espacio más adorable que jamás existió. Es imposible no rendirse ante el carisma de Malcolm Reinolds, el encanto de Kylie, la belleza de Inara… Es imposible no emocionarse con sus aventuras, no odiar a esa imperialista Alianza de la que huyen, no sonreír con cada chiste, no vibrar con cada escena de acción, no enternecerse con cada momento romántico, que no te contagien su ansia de libertad. Es imposible que esta serie no te cambie la vida.
Tenía muchas ganas de verla, pero el típico miedo a que tanto hype previo me condicionara y terminara decepcionándome. Nah, lo que es grande de verdad resiste cualquier expectativa anterior.
Y si con todo esto no os he convencido para que os convirtáis en browncoats y améis Firefly, el que tenga una de las mejores canciones de entrada de todos los tiempos debería hacerlo. Si no… Bueno, el problema es vuestro. Quizá os hayan quitado el cielo. A mí no. Nunca podréis quitármelo. Nunca.
No me importa, sigo siendo libre. No puedes quitarme el cielo
Llévame a la oscuridad, diles que no volveré
Quema la tierra, hierve el mar. Pero no puedes quitarme el cielo
No puedo estar en otro lugar. Desde que conocí la Serenity
No puedes quitarme el cielo…"
Esta es la historia de unos fans que se negaron a que una cadena de televisión diese por terminada una serie que les había cambiado la vida. Una especie de lucha de clases moderna, por la cual los fans reclaman que ciertos productos están incluso por encima de sus creadores. Y no digamos ya de sus productores.
Esta es la historia de una serie tan especial que supuso un hito para todos los que participaron en ella: actores, escritores, directores… Y de nuevo, esos fans que impidieron que cayese en el olvido. Una legión que aún hoy, doce años después de su cancelación, sigue aumentando. Por ejemplo, conmigo.
Y, por encima de todo, esta es la historia de la nave más hermosa que ha dado la ciencia ficción, y de la tripulación de cuatreros del espacio más adorable que jamás existió. Es imposible no rendirse ante el carisma de Malcolm Reinolds, el encanto de Kylie, la belleza de Inara… Es imposible no emocionarse con sus aventuras, no odiar a esa imperialista Alianza de la que huyen, no sonreír con cada chiste, no vibrar con cada escena de acción, no enternecerse con cada momento romántico, que no te contagien su ansia de libertad. Es imposible que esta serie no te cambie la vida.
Tenía muchas ganas de verla, pero el típico miedo a que tanto hype previo me condicionara y terminara decepcionándome. Nah, lo que es grande de verdad resiste cualquier expectativa anterior.
Y si con todo esto no os he convencido para que os convirtáis en browncoats y améis Firefly, el que tenga una de las mejores canciones de entrada de todos los tiempos debería hacerlo. Si no… Bueno, el problema es vuestro. Quizá os hayan quitado el cielo. A mí no. Nunca podréis quitármelo. Nunca.
10
17 de diciembre de 2015
17 de diciembre de 2015
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Final de los años 70. Durante toda una década los sueños de cambio de los 60 han peleado con el conservadurismo, que ahora contraataca y busca su rearme moral. La Guerra de Vietnam ha hecho añicos el consenso de la sociedad norteamericana. Las corporaciones se lanzan a devorar la economía. Del hippismo solo quedan las drogas y cursos de autoayuda. La crisis del petróleo amenaza el bienestar. Las mujeres y las minorías tratan de hacerse un hueco mientras la tozuda realidad quiere mantenerlos bajo sus botas.
Todo basura. Mentiras. La única realidad, la de ahora y la de siempre, es el azar, la violencia, la entropía y la muerte. Da igual que seas de izquierdas o derechas, un pringao o alguien poderoso: te esfuerzas por hacer planes pero la vida va por un lado totalmente distinto. La única verdad es que alguien pega un tiro a otro alguien y, como en una partida de billar, eso desata una cadena de acontecimientos que te arrastran, que escapan a tu capacidad de controlar tus circunstancias y hasta de entenderlas. La única realidad es la supervivencia, lo que a veces produce comportamientos hermosos y a veces nos obliga a ser crueles y viles. A menudo una cosa lleva a la otra, a menudo son inseparables. El único cambio real es pasar de los Gerharts a Kansas City. De la violencia en familia a la violencia milimétricamente organizada. Lo demás es pura ilusión. Recuerdos de un pasado que nunca existió, sueños que cuando se cumplen nunca son lo que uno esperaba.
Los Coen, esos nunca suficientemente reconocidos genios, llevan insistiendo en ello desde el principio. Por eso su cine es tan ambiguo: a la vez clásico y renovador, pesimista y optimista, realista y absurdo. La primera temporada de Fargo, la serie inspirada en su obra (y, sobra decirlo, en una de sus mejores películas), conseguía trasladar sus obsesiones y estilo a la pequeña pantalla. Adolecía de algún giro de más en la historia que dañaba su credibilidad y de alguna subtrama sobrante que alargó la temporada innecesariamente. Notable, en cualquier caso.
Pero esta segunda temporada... Qué segunda temporada. Corrige todos los defectos de la anterior y potencia sus virtudes al máximo. Qué ritmo, que historia, qué banda sonora. Y qué reparto, resulta difícil destacar a alguien cuando todos están colosales. Aún así permítanme decir que lo de Jean Smart quita el aliento y que Kirsten Dunst hace, de largo, el mejor papel de su carrera.
Difícil lo va a tener la tercera temporada para igualar los méritos de esta. Al parecer volverán al presente, aunque personalmente hubiese preferido que hurgaran aún más en el pasado. Quizá mostrando cómo los Gerharts levantaron su imperio. Sea como fuere, los productores se han ganado nuestra confianza.
¿A la altura de lo mejor que se haya hecho nunca en la televisión? Yo digo sí.
Todo basura. Mentiras. La única realidad, la de ahora y la de siempre, es el azar, la violencia, la entropía y la muerte. Da igual que seas de izquierdas o derechas, un pringao o alguien poderoso: te esfuerzas por hacer planes pero la vida va por un lado totalmente distinto. La única verdad es que alguien pega un tiro a otro alguien y, como en una partida de billar, eso desata una cadena de acontecimientos que te arrastran, que escapan a tu capacidad de controlar tus circunstancias y hasta de entenderlas. La única realidad es la supervivencia, lo que a veces produce comportamientos hermosos y a veces nos obliga a ser crueles y viles. A menudo una cosa lleva a la otra, a menudo son inseparables. El único cambio real es pasar de los Gerharts a Kansas City. De la violencia en familia a la violencia milimétricamente organizada. Lo demás es pura ilusión. Recuerdos de un pasado que nunca existió, sueños que cuando se cumplen nunca son lo que uno esperaba.
Los Coen, esos nunca suficientemente reconocidos genios, llevan insistiendo en ello desde el principio. Por eso su cine es tan ambiguo: a la vez clásico y renovador, pesimista y optimista, realista y absurdo. La primera temporada de Fargo, la serie inspirada en su obra (y, sobra decirlo, en una de sus mejores películas), conseguía trasladar sus obsesiones y estilo a la pequeña pantalla. Adolecía de algún giro de más en la historia que dañaba su credibilidad y de alguna subtrama sobrante que alargó la temporada innecesariamente. Notable, en cualquier caso.
Pero esta segunda temporada... Qué segunda temporada. Corrige todos los defectos de la anterior y potencia sus virtudes al máximo. Qué ritmo, que historia, qué banda sonora. Y qué reparto, resulta difícil destacar a alguien cuando todos están colosales. Aún así permítanme decir que lo de Jean Smart quita el aliento y que Kirsten Dunst hace, de largo, el mejor papel de su carrera.
Difícil lo va a tener la tercera temporada para igualar los méritos de esta. Al parecer volverán al presente, aunque personalmente hubiese preferido que hurgaran aún más en el pasado. Quizá mostrando cómo los Gerharts levantaron su imperio. Sea como fuere, los productores se han ganado nuestra confianza.
¿A la altura de lo mejor que se haya hecho nunca en la televisión? Yo digo sí.

6,8
4.795
8
4 de febrero de 2011
4 de febrero de 2011
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En todo producto artístico hay que valorar siempre el mensaje y la factura, el contenido y el continente, el fondo y la forma. Sólo por lo que supone de recuperación de una realidad olvidada y censurada por nuestra memoria satisfecha de sí misma, esta película debe ser considerada como necesaria y oportuna.
Y en los primeros compases de la peli es en lo que pensé que se iba a quedar. Porque sin ser ni mucho menos mala, no terminaba de tener esos "algo más" que hace pasar de lo correcto a lo excelente.
En mi opinión, según avanza la peli los defectos del principio se van limando. Los personajes y las relaciones entre ellos se van complejizando, ganando aristas (humanidad, al fin y al cabo), la historia progresa en lugar de estancarse en lo planteado en los cinco primeros minutos (cosa por desgracia habitual en cierto cine europeo). No llega a obra maestra, pero es una señora película.
Y aunque se haya destacado ya merece la pena volverlo a hacer: el reparto está colosal.
Necesaria en fondo y forma.
Y en los primeros compases de la peli es en lo que pensé que se iba a quedar. Porque sin ser ni mucho menos mala, no terminaba de tener esos "algo más" que hace pasar de lo correcto a lo excelente.
En mi opinión, según avanza la peli los defectos del principio se van limando. Los personajes y las relaciones entre ellos se van complejizando, ganando aristas (humanidad, al fin y al cabo), la historia progresa en lugar de estancarse en lo planteado en los cinco primeros minutos (cosa por desgracia habitual en cierto cine europeo). No llega a obra maestra, pero es una señora película.
Y aunque se haya destacado ya merece la pena volverlo a hacer: el reparto está colosal.
Necesaria en fondo y forma.
7
10 de diciembre de 2016
10 de diciembre de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Las Chicas Gilmore" fue otra de esas series que, en aquellos años clave a finales de los 90 y principios del siglo XXI, pusieron su granito de arena en la evolución de la ficción televisiva como forma narrativa madura, tan respetable como la literatura o el cine. Vale, no era tan buena como "The Wire", "Doctor en Alaska" o "Seinfeld", pero tampoco estaba tan lejos de "Friends" o "Mujeres Desesperadas", ni era menos buena que las mejores temporadas de "Cómo Conocí a Vuestra Madre". Compartía con estas el carácter innovador de sus diálogos, su batería de metarreferencias a la cultura pop y la frescura y originalidad de su formato. Porque "Las Chicas Gilmore" no terminaba de ser un drama, pero tampoco era una comedia. Tenía ese maravilloso tono de realismo mágico, y al mismo tiempo la forma en la que los personajes hablaban y se comportaban te resultaba mucho más cercana y creíble que la de shows con más renombre. Bajo una apariencia ligera tocaba temas de gran profundidad. Y señores, fue de las primeras que pasaba holgadamente el test de Bechdel. Reconozco que empecé a verla pensando que era un guilty pleasure porque tenía el sambenito de "serie de chicas", pero con el tiempo me di cuenta de que no eran más que prejuicios machirulos: aquella serie era bastante buena, sin más adjetivos que ponerle.
Por desgracia, "Las Chicas Gilmore" fueron víctima del politiqueo empresarial, cuya lógica dictaba que se podría prolongar el fenómeno sin sus creadores originales (si bien estos dieron el visto bueno a aquella barbarie, todo hay que decirlo). Afortunadamente, en 2016 ya tenemos muy asimilado que una serie de televisión es -o puede ser- tan producto artístico como un libro o una película, el resultado de una visión autoral y no un juguete de las cadenas. Pero en 2007, una fecha tan cercana y a la vez tan lejana, la cosa aún no estaba tan clara. Así que "Las Chicas Gilmore" padecieron una última temporada que, sin ser horrorosa, no hacía justicia a la trayectoria de la serie. Merecían un mejor final. Y en 2016, Netflix mediante, lo han tenido.
Este spin-off empieza pareciendo un fan service en toda regla. Simple y llanamente más dosis de aquella droga que tanto te gustó y de la que te jodió un poco desengancharte, aunque estaba claro que no podías seguir tomándola. Todo está como lo recordabas, el toque de los creadores se nota. Casi todos los personajes están donde estaban o donde intuías que podrían estar diez años más tarde, con la excepción de Rory y las obligadas por fallecimiento o por caché excesivo (por cierto, muy bien integradas estas ausencias en la historia, eso es hacer de la necesidad virtud). Una explotación de nuestra nostalgia, pero muy bien hecha, lo que, demonios, no es moco de pavo.
Pero según avanzan los capítulos te das cuenta de lo bien escogida que está la metáfora de las estaciones, la evolución del año, como de la vida, para poder llegar al mismo punto pero habiendo crecido, siendo tú mismo y a la vez otro, más sabio, mejor. Los personajes aprenden y de algún modo cierran los conflictos históricos que constituyeron el núcleo de la serie original, pero que aquella solo dejó en suspenso al terminar. Y lo hacen no con una gran catarsis dramática, sino como suele suceder en la vida real: aprendiendo a tolerar y a tolerarse, comprendiendo que es tan inútil esperar que los otros se ajusten al ideal de lo que nos gustaría que fuesen como martirizarnos nosotros mismos por no lograr ser fieles al ideal de lo que aspiramos a ser, aceptando que lo mejor que podemos ser no es lo que nos gustaría que fuera. Madurando, en fin. Ahí sí, te da la sensación de que se ha cerrado la herida que se abrió cuando empezó la serie, y que puedes dejar marchar a estos personajes*.
En fin, está claro que no se puede ver ni disfrutar si no conociste la serie original, pero está muy lejos de ser un concentrado instantáneo de nostalgia. Es, nada más y nada menos, que el final que aquella serie maravillosa tuvo que haber tenido y no tuvo. Bravo y gracias, Amy y Daniel Palladino.
Por desgracia, "Las Chicas Gilmore" fueron víctima del politiqueo empresarial, cuya lógica dictaba que se podría prolongar el fenómeno sin sus creadores originales (si bien estos dieron el visto bueno a aquella barbarie, todo hay que decirlo). Afortunadamente, en 2016 ya tenemos muy asimilado que una serie de televisión es -o puede ser- tan producto artístico como un libro o una película, el resultado de una visión autoral y no un juguete de las cadenas. Pero en 2007, una fecha tan cercana y a la vez tan lejana, la cosa aún no estaba tan clara. Así que "Las Chicas Gilmore" padecieron una última temporada que, sin ser horrorosa, no hacía justicia a la trayectoria de la serie. Merecían un mejor final. Y en 2016, Netflix mediante, lo han tenido.
Este spin-off empieza pareciendo un fan service en toda regla. Simple y llanamente más dosis de aquella droga que tanto te gustó y de la que te jodió un poco desengancharte, aunque estaba claro que no podías seguir tomándola. Todo está como lo recordabas, el toque de los creadores se nota. Casi todos los personajes están donde estaban o donde intuías que podrían estar diez años más tarde, con la excepción de Rory y las obligadas por fallecimiento o por caché excesivo (por cierto, muy bien integradas estas ausencias en la historia, eso es hacer de la necesidad virtud). Una explotación de nuestra nostalgia, pero muy bien hecha, lo que, demonios, no es moco de pavo.
Pero según avanzan los capítulos te das cuenta de lo bien escogida que está la metáfora de las estaciones, la evolución del año, como de la vida, para poder llegar al mismo punto pero habiendo crecido, siendo tú mismo y a la vez otro, más sabio, mejor. Los personajes aprenden y de algún modo cierran los conflictos históricos que constituyeron el núcleo de la serie original, pero que aquella solo dejó en suspenso al terminar. Y lo hacen no con una gran catarsis dramática, sino como suele suceder en la vida real: aprendiendo a tolerar y a tolerarse, comprendiendo que es tan inútil esperar que los otros se ajusten al ideal de lo que nos gustaría que fuesen como martirizarnos nosotros mismos por no lograr ser fieles al ideal de lo que aspiramos a ser, aceptando que lo mejor que podemos ser no es lo que nos gustaría que fuera. Madurando, en fin. Ahí sí, te da la sensación de que se ha cerrado la herida que se abrió cuando empezó la serie, y que puedes dejar marchar a estos personajes*.
En fin, está claro que no se puede ver ni disfrutar si no conociste la serie original, pero está muy lejos de ser un concentrado instantáneo de nostalgia. Es, nada más y nada menos, que el final que aquella serie maravillosa tuvo que haber tenido y no tuvo. Bravo y gracias, Amy y Daniel Palladino.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
*: Salvo, claro, a Rory, cuya historia como sujeto autónomo -y a su vez futura madre- parece al fin empezar ahora que la serie original ha terminado definitivamente. Se intuye un spin off protagonizado por ella en solitario, o al menos ese final invita claramente a ello. Personalmente preferiría dejarlo a la imaginación.
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