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8,2
28.202
4
21 de noviembre de 2006
21 de noviembre de 2006
97 de 208 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo siento, señores, pero el yogur llamado Billy Wilder, ha caducado.
- ¿Y si le añadiéramos un poquito de membrillo?
- No way! La película ya contiene ese ingrediente: se trata del presunto actor Horst Buchholz, que nos ofrece un cursillo acelerado de cómo sobreactuar en cada escena.
- ¿Y la elegancia del austriaco en el contar?
- Elegante es Lubitsch.
- ¿Y la agudeza crítica?
- Agudo es Lubitsch.
- ¿Y el humor?
- Gracioso es Lubitsch.
- Acaso no haya comprendido usted la cinta...
- En efecto. No entiendo por qué ha de ser divertido escuchar a una pandilla de caricatos chillones gesticulando sin parar y escupiendo las líneas de diálogo como si tuvieran el baile de san Vito. Tampoco entiendo qué tienen de gracioso esos juegos de palabras bobalicones y esas réplicas supuestamente cáusticas y provocadoras (lo único que provocan son bostezos). En cuanto a repetir una y mil veces las mismas gracias (taconazos, ondulaciones de cadera, discursitos de telecomedia, estridentes tics verbales, etc.), supongo que a los amantes del perro de Pavlov les parecerá desternillante. A mí, no.
- Pero diantre, ¿algo bueno tendrá la película?
- Sí, el papel de Arlene Francis y la persecución en el coche destartalado. Yo soy así de simple.
- O sea, que prefiere usted a Lubitsch.
- ¡Toma, claro!
- ¿Y si le añadiéramos un poquito de membrillo?
- No way! La película ya contiene ese ingrediente: se trata del presunto actor Horst Buchholz, que nos ofrece un cursillo acelerado de cómo sobreactuar en cada escena.
- ¿Y la elegancia del austriaco en el contar?
- Elegante es Lubitsch.
- ¿Y la agudeza crítica?
- Agudo es Lubitsch.
- ¿Y el humor?
- Gracioso es Lubitsch.
- Acaso no haya comprendido usted la cinta...
- En efecto. No entiendo por qué ha de ser divertido escuchar a una pandilla de caricatos chillones gesticulando sin parar y escupiendo las líneas de diálogo como si tuvieran el baile de san Vito. Tampoco entiendo qué tienen de gracioso esos juegos de palabras bobalicones y esas réplicas supuestamente cáusticas y provocadoras (lo único que provocan son bostezos). En cuanto a repetir una y mil veces las mismas gracias (taconazos, ondulaciones de cadera, discursitos de telecomedia, estridentes tics verbales, etc.), supongo que a los amantes del perro de Pavlov les parecerá desternillante. A mí, no.
- Pero diantre, ¿algo bueno tendrá la película?
- Sí, el papel de Arlene Francis y la persecución en el coche destartalado. Yo soy así de simple.
- O sea, que prefiere usted a Lubitsch.
- ¡Toma, claro!

8,6
64.448
6
14 de mayo de 2008
14 de mayo de 2008
21 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
1)
Ajustó, una a una, las piezas de un severo mecanismo. Midió los gestos, las caricias. Un, dos, tres, flexión y ¡hop!, dos, tres, flexión y ¡hop!, dos, tres...
Se complacía en despertar la admiración del delineante.
Supo trazar, con sus rodillas, el ángulo perfecto.
2)
El virtuoso se sentó delante del piano. Abrió en canal su propio tórax. Con pulso firme, fijó el metrónomo en la cavidad desnuda de su lado izquierdo. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.
En su fraseo se sincronizaron todos los relojes.
3)
El chico, La quimera del oro o City Lights fueron la parte sin piel de su poema (*).
En esas cintas, el Hombre de Hojalata sí tenía corazón.
Ajustó, una a una, las piezas de un severo mecanismo. Midió los gestos, las caricias. Un, dos, tres, flexión y ¡hop!, dos, tres, flexión y ¡hop!, dos, tres...
Se complacía en despertar la admiración del delineante.
Supo trazar, con sus rodillas, el ángulo perfecto.
2)
El virtuoso se sentó delante del piano. Abrió en canal su propio tórax. Con pulso firme, fijó el metrónomo en la cavidad desnuda de su lado izquierdo. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.
En su fraseo se sincronizaron todos los relojes.
3)
El chico, La quimera del oro o City Lights fueron la parte sin piel de su poema (*).
En esas cintas, el Hombre de Hojalata sí tenía corazón.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
(*) He tomado prestada la expresión «la parte sin piel del poema» al escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003).
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