Es todo un filón el tema de las invasiones extraterrestres a la tierra, sólo que ya el público parece saturado de tanto efectismo sin sustancia. Los temas catastrofistas, salvo el desastre en sí, ya poco interesan, y más, si el listón lo puso muy alto Cameron con la superproducción de “Titanic”. “El día que la tierra se detuvo” representa el Apocalipsis, el final de los tiempos por causa de las civilizaciones alienígenas que tratan de preservar a la nave tierra de su principal depredador: los humanos. Con éste planteamiento malthusiano transcurren casi dos horas de letargo y aburrimiento con un Keaunu Reeves, terriblemente inexpresivo, que no termina de convencer a nadie. Otra, y que superproducción, sin el atractivo mínimo para entretener, o mejor, para impresionarnos.

El dogma enfrentado a la duda; la fe enfrentada a las contingencias e incertidumbres de los misterios fundamentales de la existencia. El silencio de Dios siempre acechante e incomprensible. La película se inspira en una obra teatral y como tal termina siendo algo parecido. El duelo actoral entre Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman es lo que le da relieve a ésta película sobre el mundo religioso y sus conflictos y contradicciones. Las dudas religiosas son tan legítimas porqué el religioso es un ser humano, y como tal, un pecador. Aunque en “La Duda” hay algo más, y es el escabroso tema, y de gran actualidad, de la seducción de un sacerdote hacia los menores de edad (pedofilia). Asunto que se torna en el eje central del argumento aunque no se llegue a explicitar en su forma más sensacionalista. “La Duda” es una buena película de actores dentro de un universo cerrado, y a veces, hasta opresivo.

No entiendo mucho el gusto masivo de las personas por el glamour de la gente rica y poderosa. La mayoría vive de las imposturas y sobrellevan vidas vacías. Puro empaque exterior y pocas honduras en el interior. No obstante, nosotros simples mortales y escasos del todopoderoso dinero, terminamos por arrodillarnos ante aquello que nos falta y envidiamos. Creo que la fascinación del público por éstas cuatro amigas, unas más tontas que otras, se basa en que combina la fastuosidad del mundo de los ricos con las pequeñas tragedias que todos los seres humanos mortales somos capaces de sufrir. Es decir, la película, nos trasmite el mensaje que los ricos también sufren por amor, por ausencia de hijos, por ausencia de hogar, por la soledad, por la gordura, por las traiciones, por las inconsecuencias, etc. Todo está bien presentado en su conjunto; pero es tal la dispersión en la presentación de cada individualidad, que al final, todo termina un tanto diluido. Una película para pasar el rato; una comedia romántica inusual pero sin la fuerza y el impacto polémico que podría esperarse por el “escandaloso” título que la precede.

Irak se está convirtiendo en otro Vietnam, con la diferencia de que en las dunas del desierto se arrasó con un enemigo frágil. La lidia de los soldados americanos consiste en mantenerse como tropas de ocupación y esto obviamente no lo asumen de manera complaciente muchos irakies y árabes en general. Recientemente Brian de Palma presentó un testimonio igual de crítico que éste de Haggis sobre el infierno irakí; solo que éste último es mucho más creativo y contundente. La propuesta es sencilla: la guerra es algo irracional que termina enloqueciendo tanto a las víctimas como a los verdugos. Tommy Lee Jones, se compenetra en su papel de padre "patriota" en la busqueda de su hijo; sólo que al final el desencanto le corroe. En nombre de la democracia los Estados Unidos imponen al mundo de los débiles la potencia de sus fuerzas militares para preservar los intereses geopolíticos de sus distintos gobiernos. Como política real se pudiera justificar pero eticamente es condenable.

La mentira es el principal recurso de todos los sistemas autoritarios. Una propaganda de Estado. Igual sucede, aunque con otro matiz, en las llamadas "sociedades libres". He aquí un claro ejemplo entre miles.

Sólo que esto es un leitmotiv constante dentro del cine de Hollywood que sabe vender su causa al mundo en forma de espectáculo ejerciendo un lavado cerebral sobre miles de personas que acuden al cine para divertirse e identificarse con sus héroes.

USA como imperio no pierde una! Y si pierde, entonces la empata como ocurre con ésta The Covenant dónde la amistad entre el dominado y el dominador es idílica, una especie de Pocahontas bélico con la adrenalina a millón.

La escena final es wagneriana y muestra los artilugios militares de los Estados Unidos. Sólo que omiten que los toscos Talibanes les terminaron de ganar esa larga guerra.

Películas como éstas son muy queridas por los "patriotas" al estilo Trump y que Biden u cualquier otro Presidente Imperial de USA va a utilizar para apuntalar su hegemonía mundial a pesar de los reveses. El cine como propaganda ya Sergei Eisenstein había mostrado el camino.