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Críticas ordenadas por utilidad
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6
29 de enero de 2014
29 de enero de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para muchos el cine es una mirada. Distante, cálida, reflexiva, atenta, inquietante, documental, contemplativa, gamberra o caprichosa según el lugar donde se coloque la cámara. En este caso, el dúo de realizadores Scott McGehee y David Siegel, con tacto y refinamiento delicado, la mirada que nos proponen es menor, de edad.
Uno de los grandes hallazgos de la novela “What Maisie Knew” de Henry James, publicada en 1897, fue saber retratar el mundo desde esta posición de no más de 85 centímetros del suelo. Tanto la reconocida obra literaria como la película se preocupan en contarnos la vida des de los ojos de una niña de seis años. Y los aplausos, tanto en el texto como en la imagen, van por aquí.
Separación, divorcio, custodia, luchas legales y discusiones a gritos, con portazos incluidos, siempre se dan en la habitación de al lado. Quedan lejos del objeto de estudio: Maisie y su mirada. Y cuando se trata de divorcios y custodias, es de manual, lo más importante es ver a la criatura. Leerla y comprenderla. Escucharla y contemplarla. El film coloca al espectador donde deberían estar los padres. Nos da su mirada.
Los recursos son varios y en su mayoría con acierto. Con escenas cortas, donde la niña ejerce de testigo mudo, se va construyendo el perfil de los personajes que la rodean. Sin voz en off, con la altura de cámara bien medida, y con el permiso de algún plano subjetivo, los realizadores nos trasladan a la mirada infantil de Maisie, interpretada de forma convincente por Onata Aprile, mientras nos cuentan una historia sin grandes escenas pero con pequeños instantes brillantes de fábula 2.0.
Hasta aquí los aplausos y las conquistas del film.
Pero hay que añadir una reflexión prudente al conjunto. Una lectura ya más sosegada del resultado final nos invita a una última reflexión en torno al proyecto fílmico entero. Seamos sinceros. El problema del film es esa forma de cinismo que envuelve este tipo de productos con intenciones pedagógicas. Es decir, que su función principal, la de dar conciencia de responsabilidad a padres poco atentos, ya nos la han dado un sinfín de otros títulos, y al final, lo que resta, el gran hallazgo de Maisie, es poco más que situar la cámara a un metro del suelo. Leyendo una sinopsis cualquiera del film americano uno ya puede formarse una opinión de la película sin necesidad de verla. El cinismo está en dar por importantes problemáticas un tanto superficiales. Seamos honestos, los problemas de una niña de clase alta no son demasiado graves. Tener dos habitaciones gigantes para dormir eso no es un problema, que no sean puntuales a la hora de recogerte en el colegio, tampoco es un drama de tal proporción como para invertir y dedicarle una producción fílmica a tu caso. Sin intención de frivolizar con el dolor ajeno, es preciso señalar esta condición banal de las producciones que llegan en formato pequeño e inocente.
Uno de los grandes hallazgos de la novela “What Maisie Knew” de Henry James, publicada en 1897, fue saber retratar el mundo desde esta posición de no más de 85 centímetros del suelo. Tanto la reconocida obra literaria como la película se preocupan en contarnos la vida des de los ojos de una niña de seis años. Y los aplausos, tanto en el texto como en la imagen, van por aquí.
Separación, divorcio, custodia, luchas legales y discusiones a gritos, con portazos incluidos, siempre se dan en la habitación de al lado. Quedan lejos del objeto de estudio: Maisie y su mirada. Y cuando se trata de divorcios y custodias, es de manual, lo más importante es ver a la criatura. Leerla y comprenderla. Escucharla y contemplarla. El film coloca al espectador donde deberían estar los padres. Nos da su mirada.
Los recursos son varios y en su mayoría con acierto. Con escenas cortas, donde la niña ejerce de testigo mudo, se va construyendo el perfil de los personajes que la rodean. Sin voz en off, con la altura de cámara bien medida, y con el permiso de algún plano subjetivo, los realizadores nos trasladan a la mirada infantil de Maisie, interpretada de forma convincente por Onata Aprile, mientras nos cuentan una historia sin grandes escenas pero con pequeños instantes brillantes de fábula 2.0.
Hasta aquí los aplausos y las conquistas del film.
Pero hay que añadir una reflexión prudente al conjunto. Una lectura ya más sosegada del resultado final nos invita a una última reflexión en torno al proyecto fílmico entero. Seamos sinceros. El problema del film es esa forma de cinismo que envuelve este tipo de productos con intenciones pedagógicas. Es decir, que su función principal, la de dar conciencia de responsabilidad a padres poco atentos, ya nos la han dado un sinfín de otros títulos, y al final, lo que resta, el gran hallazgo de Maisie, es poco más que situar la cámara a un metro del suelo. Leyendo una sinopsis cualquiera del film americano uno ya puede formarse una opinión de la película sin necesidad de verla. El cinismo está en dar por importantes problemáticas un tanto superficiales. Seamos honestos, los problemas de una niña de clase alta no son demasiado graves. Tener dos habitaciones gigantes para dormir eso no es un problema, que no sean puntuales a la hora de recogerte en el colegio, tampoco es un drama de tal proporción como para invertir y dedicarle una producción fílmica a tu caso. Sin intención de frivolizar con el dolor ajeno, es preciso señalar esta condición banal de las producciones que llegan en formato pequeño e inocente.

8,2
13.347
7
28 de agosto de 2012
28 de agosto de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Considerar a aquellos de las butacas)
A medida que uno va tragando cine se establece dentro de cada cuál un enfrentamiento entre el yo-pedante y el yo-inteligente. Inevitablemente, toda adquisición de conocimiento conlleva un enriquecimiento del yo-intelectual. Obvio. Ese yo que mira una escena y dice…”eso ya lo han hecho otros y mucho mejor”. En ese momento, aflora, sigilosamente y de lejos, nuestro (secretamente amado) yo-pendante. Aquí, hay quién prefiere machacar al receptor y escupirle aquello de banal que tiene la película y quién prefiere omitir el desafortunado proyecto e intenta olvidar rápidamente aquello que acaba de ver.
Pues bién, Ozu, por suerte, nos cree como seres inteligentes y no hay un solo segundo de la película donde se trate al espectador como “poco entendido” o simplemente, como tonto. A eso, yo lo llamo respetar al público. Cuando se está afinado con la película y con esa inteligencia que emana de la ejecución y resolución de cada escena, es cuando se disfruta más de una película. “Sutileza” le llaman unos, o “lacrimosos travellings” otros. Sea como sea, Ozu elimina la posibilidad de un yo-pedante ya que el tacto y la fuerza de su discurso es de una seriedad espantosa. Es pues, muy difícil desacreditar un film que te trate con tanto respeto.
(Elegir un tema enorme, universalidad)
Ozu nos plantea un drama donde el protagonista es la propia existencia. La vida misma como drama, el paso del tiempo irreversible. La vida entera como decepción. Lo triste y lo espantoso es aquello inevitable. Ozu no tira de tópicos. Al eliminar los estereotipos y los recursos narrativos típicos renuncia al ritmo fílmico pero consigue credibilidad. Verosimilitud. Consigue el retrato (¿de la vida?). Consigue el espejo. (me pregunto, ¿serán por eso los planos frontales? ¿Integración? ¿Incomodidad? ¿Violencia?) En fin.
(Ser un maestro artesano)
Hacer fácil algo tremendamente complicado. Ganas del espectador de ir a casa los yayos y dedicarles unos planos. Pero claro, no será lo mismo.
(Situación)
Ser japonés y hacerlo en el 53.
A medida que uno va tragando cine se establece dentro de cada cuál un enfrentamiento entre el yo-pedante y el yo-inteligente. Inevitablemente, toda adquisición de conocimiento conlleva un enriquecimiento del yo-intelectual. Obvio. Ese yo que mira una escena y dice…”eso ya lo han hecho otros y mucho mejor”. En ese momento, aflora, sigilosamente y de lejos, nuestro (secretamente amado) yo-pendante. Aquí, hay quién prefiere machacar al receptor y escupirle aquello de banal que tiene la película y quién prefiere omitir el desafortunado proyecto e intenta olvidar rápidamente aquello que acaba de ver.
Pues bién, Ozu, por suerte, nos cree como seres inteligentes y no hay un solo segundo de la película donde se trate al espectador como “poco entendido” o simplemente, como tonto. A eso, yo lo llamo respetar al público. Cuando se está afinado con la película y con esa inteligencia que emana de la ejecución y resolución de cada escena, es cuando se disfruta más de una película. “Sutileza” le llaman unos, o “lacrimosos travellings” otros. Sea como sea, Ozu elimina la posibilidad de un yo-pedante ya que el tacto y la fuerza de su discurso es de una seriedad espantosa. Es pues, muy difícil desacreditar un film que te trate con tanto respeto.
(Elegir un tema enorme, universalidad)
Ozu nos plantea un drama donde el protagonista es la propia existencia. La vida misma como drama, el paso del tiempo irreversible. La vida entera como decepción. Lo triste y lo espantoso es aquello inevitable. Ozu no tira de tópicos. Al eliminar los estereotipos y los recursos narrativos típicos renuncia al ritmo fílmico pero consigue credibilidad. Verosimilitud. Consigue el retrato (¿de la vida?). Consigue el espejo. (me pregunto, ¿serán por eso los planos frontales? ¿Integración? ¿Incomodidad? ¿Violencia?) En fin.
(Ser un maestro artesano)
Hacer fácil algo tremendamente complicado. Ganas del espectador de ir a casa los yayos y dedicarles unos planos. Pero claro, no será lo mismo.
(Situación)
Ser japonés y hacerlo en el 53.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cuentos de Tokio no son para nada cuentos chinos. (Tenia que decirlo).
3
8 de septiembre de 2014
8 de septiembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se habla mucho de la valentía de Maya, y muy poco de la valentía de los padres que se atrevan a tal momento cinematográfico. Existe una línea muy fina entre ser valiente y ser malcriado, y Maya, baila encima de esa línea en todo momento.
Que “La abeja Maya” es un canto a la amistad, a la confianza, a la belleza, a la libertad y a la valentía eso lo vimos de pequeños en la serie televisiva. Que “La Abeja Maya, la película” se afine con su homónima de la pequeña pantalla, eso ya exigiría entrar en debate.
Articulado con un guión un tanto pobre, el metraje va avanzando a merced de la pequeña traviesa. Sin ninguna profundidad, los arquetípicos personajes van apareciendo justo en el momento preciso. Ni antes, ni después. A destacar, el dúo hormiguero, que siendo una caracterización mimética de los conocidos Trancas y Barrancas, aparecen con cierta fuerza cómica que aligera la experiencia.
La reconstrucción de los escenarios florales y los paisajes vegetales consiguen generar fascinación. Sin duda son lo mejor. Pero sospechad de una película donde lo mejor sea el decorado.
Lo cierto es que existen hallazgos educativos que nadie puede negar; la aceptación de lo desconocido, el compromiso de la amistad, la curiosidad como motor constructor, la enemistad como falta de conocimiento del otro, etc. Grandes valores. Si, pero no valen los 20 millones de dólares que se invirtieron en esta producción. Un guión más elaborado y menos vacío ayudaría a llegar a más público y conquistar más edades.
Que “La abeja Maya” es un canto a la amistad, a la confianza, a la belleza, a la libertad y a la valentía eso lo vimos de pequeños en la serie televisiva. Que “La Abeja Maya, la película” se afine con su homónima de la pequeña pantalla, eso ya exigiría entrar en debate.
Articulado con un guión un tanto pobre, el metraje va avanzando a merced de la pequeña traviesa. Sin ninguna profundidad, los arquetípicos personajes van apareciendo justo en el momento preciso. Ni antes, ni después. A destacar, el dúo hormiguero, que siendo una caracterización mimética de los conocidos Trancas y Barrancas, aparecen con cierta fuerza cómica que aligera la experiencia.
La reconstrucción de los escenarios florales y los paisajes vegetales consiguen generar fascinación. Sin duda son lo mejor. Pero sospechad de una película donde lo mejor sea el decorado.
Lo cierto es que existen hallazgos educativos que nadie puede negar; la aceptación de lo desconocido, el compromiso de la amistad, la curiosidad como motor constructor, la enemistad como falta de conocimiento del otro, etc. Grandes valores. Si, pero no valen los 20 millones de dólares que se invirtieron en esta producción. Un guión más elaborado y menos vacío ayudaría a llegar a más público y conquistar más edades.
Documental

7,6
3.042
Documental
9
17 de diciembre de 2010
17 de diciembre de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al habla uno que llevaba su chupa con sus parches. El metal fue mi salvación adolescente, fue la puerta de entrada al mundo de los solos, las greñas al viento y los fuegos de artificio. Dicho esto, mi nota dice el resto.
Mi intención es proponer “Anvil 2, los fans”.
Existen al principio de la película dos personajes que me hicieron caer del sofá. Verdaderamente únicos en su especie. Uno barbudo-con-gorra-sin-dientes Mad Dog (cuyo mayor logro en su vida es beber cerveza por la nariz) y el otro bigotillo-cara-redonda Cut Loose (al cual vemos más tarde siendo el jefe de una compañía de televenta vomitiva por teléfono). Estos dos, concretamente el segundo, afirman haber estado en 200 o 300 conciertos de Anvil (son fans des de que nació el grupo). Desde aquí rompo una lanza a su favor. Ellos son realmente los que mantienen a Anvil en la cresta de la ola. Son lo que los peones al ajedrez, su alma. Estos dos tipos son realmente para dedicarles un documental. Sin ellos, puede que Anvil no existiera. Antes de despedirse rezan así “prefiero ser libre y odiado que ser un esclavo del amor…six...six...six”. Brillante.
Si la hacen te juro que llenan cines.
Lo veo..."esta es la historia de dos hombres que siguieron con fervor y fanatismo a su grupo favorito Anvil...durante más de 30 años... ¡Cut and Mad! ¡estos dos locos no se cortan!"
¡Lo veo!
Mi intención es proponer “Anvil 2, los fans”.
Existen al principio de la película dos personajes que me hicieron caer del sofá. Verdaderamente únicos en su especie. Uno barbudo-con-gorra-sin-dientes Mad Dog (cuyo mayor logro en su vida es beber cerveza por la nariz) y el otro bigotillo-cara-redonda Cut Loose (al cual vemos más tarde siendo el jefe de una compañía de televenta vomitiva por teléfono). Estos dos, concretamente el segundo, afirman haber estado en 200 o 300 conciertos de Anvil (son fans des de que nació el grupo). Desde aquí rompo una lanza a su favor. Ellos son realmente los que mantienen a Anvil en la cresta de la ola. Son lo que los peones al ajedrez, su alma. Estos dos tipos son realmente para dedicarles un documental. Sin ellos, puede que Anvil no existiera. Antes de despedirse rezan así “prefiero ser libre y odiado que ser un esclavo del amor…six...six...six”. Brillante.
Si la hacen te juro que llenan cines.
Lo veo..."esta es la historia de dos hombres que siguieron con fervor y fanatismo a su grupo favorito Anvil...durante más de 30 años... ¡Cut and Mad! ¡estos dos locos no se cortan!"
¡Lo veo!
3
8 de septiembre de 2014
8 de septiembre de 2014
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adaptación de la primera parte de la exitosa trilogía literaria escrita por James Dashner. Dirigida por Wes Ball, quién debutó como diseñador de efectos especiales para HBO y que se estrena hoy como director con esta producción destinada a un público principalmente juvenil. Amante de sagas, acné maquillado y chicos guapos.
El guión está excesivamente centrado en los juegos dialécticos de la narrativa del enigma. No sólo calcan la estética, sino que usan las mismas artimañas narrativas que usaba J.J.Abrams en su mítico Perdidos. Aquello que podría darse solo al principio a modo de introducción y gancho, al final nos persigue en casi toda la película. Me explico. El texto está trufado de expresiones al estilo: “¡No, no vayas!”, “Nadie ha regresado nunca de allí”, “Nadie sabe lo que hay”, “Él fue el primero que blablablá”, “Eres la última que blablablá”, “Nunca nos dijeron que blablablá”, “Si haces eso será lo peor de lo peor” y un largo etc. de dos horas. Herramientas narrativas que funcionan muy bien para generar misterio y profundizar en las relaciones entre ellos con pluma melodramática.
Imagino que este debate se daba en la sala de guión. “¿Les damos texto o les damos caña?” y ya que James Dashner, el escritor de la novela consta como co-guionista, ganó el texto. Así pues, de nuevo tenemos a un grupo de figuras de videojuego, que poco o nada nos interesa su existencia, y que se las pasan discutiendo tres cuartas partes del film. Y por lo que sabemos de los videojuegos, lo emocionante es superar pantallas. Subir niveles. Llegar al final. Vamos, correr. Y aquí Thomas no corre mucho. Lo emocionante es como Thomas se relaciona con los demás y va descubriendo su pasado. El laberinto, al final, queda como atrezo lejano. Eso si, un atrezo glorioso.
El diseño de efectos especiales va a cargo del mismo director Wes Ball, experto reconocido, que juega aquí con sus mejores cartas. Y el resultado es fascinante. La construcción del laberinto es majestuosa. Sin duda, el mejor personaje de la serie son esas callejuelas de hormigón vestidas de moho. Las gigantes paredes decoradas con kilométricas enredaderas se mueven al son de graves atmósferas y consiguen impactar lo suficiente como para tener ganas de perderse en el laberinto. Pero luego aparece el melodrama y quien quiere correr es el espectador adulto. Correr con un único objetivo: alejarse de la sala y colocarse lejos, muy lejos, de ese laberinto emocional adolescente.
El guión está excesivamente centrado en los juegos dialécticos de la narrativa del enigma. No sólo calcan la estética, sino que usan las mismas artimañas narrativas que usaba J.J.Abrams en su mítico Perdidos. Aquello que podría darse solo al principio a modo de introducción y gancho, al final nos persigue en casi toda la película. Me explico. El texto está trufado de expresiones al estilo: “¡No, no vayas!”, “Nadie ha regresado nunca de allí”, “Nadie sabe lo que hay”, “Él fue el primero que blablablá”, “Eres la última que blablablá”, “Nunca nos dijeron que blablablá”, “Si haces eso será lo peor de lo peor” y un largo etc. de dos horas. Herramientas narrativas que funcionan muy bien para generar misterio y profundizar en las relaciones entre ellos con pluma melodramática.
Imagino que este debate se daba en la sala de guión. “¿Les damos texto o les damos caña?” y ya que James Dashner, el escritor de la novela consta como co-guionista, ganó el texto. Así pues, de nuevo tenemos a un grupo de figuras de videojuego, que poco o nada nos interesa su existencia, y que se las pasan discutiendo tres cuartas partes del film. Y por lo que sabemos de los videojuegos, lo emocionante es superar pantallas. Subir niveles. Llegar al final. Vamos, correr. Y aquí Thomas no corre mucho. Lo emocionante es como Thomas se relaciona con los demás y va descubriendo su pasado. El laberinto, al final, queda como atrezo lejano. Eso si, un atrezo glorioso.
El diseño de efectos especiales va a cargo del mismo director Wes Ball, experto reconocido, que juega aquí con sus mejores cartas. Y el resultado es fascinante. La construcción del laberinto es majestuosa. Sin duda, el mejor personaje de la serie son esas callejuelas de hormigón vestidas de moho. Las gigantes paredes decoradas con kilométricas enredaderas se mueven al son de graves atmósferas y consiguen impactar lo suficiente como para tener ganas de perderse en el laberinto. Pero luego aparece el melodrama y quien quiere correr es el espectador adulto. Correr con un único objetivo: alejarse de la sala y colocarse lejos, muy lejos, de ese laberinto emocional adolescente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Borges. Nada más. Hablando de laberintos siempre es bueno mencionar al argentino.
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