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Críticas ordenadas por utilidad
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7
29 de octubre de 2020
29 de octubre de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen películas de extenso metraje, que por mucho que lo intenten, no son capaces de contar apenas nada. Hay películas que por más y más que intenten impactar no pasan de un mero divertimento. Luego existen las que con un minutaje escueto, consiguen atrapar la alquimia, la magia, y el elixir del equilibrio simbólico; son aquellas que con menos son más. Son esas las que en esta ocasión me interesan: aquellas que no dejan saber por donde empezar.
¿En qué lugar reside la emoción palpitante de un instante? Esa es la pregunta que me llegó a la mente nada más finalizar el nuevo film de los Hermanos Nasser, porque hay ocasiones en el que un cúmulo de situaciones y vivencias tienen como final un único momento. Ese, lleno de gozo, de meta, y felicidad.
Una película no ha de estar llena de momentos perfectos para que un final sea catártico o renovador. ‘Gaza mon Amour’ es un fresco de pequeños momentos, dentro de algo tan grande como la existencia misma. Son esos momentos en los que Issa, nuestro protagonista pescador, sale a faenar con su barco por las noches en la franja de Gaza, expuesto a la rutina pertinaz pero sin renunciar a su objetivo. Ese tipo bonachón que fríe pescado mientras escucha canciones de Julio Iglesias, y se acicala por inercia pensando en Ella. Ese que se enreda en estatuas apolíneas en erección y hace que su corazón comience a bombear a borbotones. El mismo Issa que recorre las calles de la ciudad, con el único de objetivo de prestarle un paraguas en esa mañana lluviosa, y no teme hacer el ridículo con el dobladillo de los pantalones.
Hacer una pequeña historia dentro de parámetros clásicos, no en pocas ocasiones, es una de las cosas más complicadas. Hay que saber medir los tempos, conocer la técnica, mover la cámara, e intuir cuando y de que manera debe entrar la música. Es fundamental acompañar el periplo con una fotografía acorde, desde los momentos más oscuros en la noche, hasta esas ensoñaciones tórridas teñidas de rojo pasión; jugueteando con un guion revoltoso en un mundo que amenaza con derrumbarse en cualquier momento, desconociendo en que momento será el próximo corte de luz o el próximo bombardeo, para finalmente tomar la decisión más importante de tu vida y llegar a ese momento definitivo.
¿Puede una película durar un solo minuto? Sí y no es la respuesta, porque en ocasiones, muy pocas veces, el título crédito más importante de una historia ha de surgir segundos antes de dar por terminada la historia, sin que eso haga desmerecer un pasado lleno de momentos más o menos acertados. Hacer que una sonrisilla cómplice se dibuje en el rostro, y que antes de volver a la luz de la sala de proyección nos dejen contemplar nuestras redes de pesca. Porque Issa pesca, vaya que sí. El riesgo de sobrepasar la franja merece la pena.
¿En qué lugar reside la emoción palpitante de un instante? Esa es la pregunta que me llegó a la mente nada más finalizar el nuevo film de los Hermanos Nasser, porque hay ocasiones en el que un cúmulo de situaciones y vivencias tienen como final un único momento. Ese, lleno de gozo, de meta, y felicidad.
Una película no ha de estar llena de momentos perfectos para que un final sea catártico o renovador. ‘Gaza mon Amour’ es un fresco de pequeños momentos, dentro de algo tan grande como la existencia misma. Son esos momentos en los que Issa, nuestro protagonista pescador, sale a faenar con su barco por las noches en la franja de Gaza, expuesto a la rutina pertinaz pero sin renunciar a su objetivo. Ese tipo bonachón que fríe pescado mientras escucha canciones de Julio Iglesias, y se acicala por inercia pensando en Ella. Ese que se enreda en estatuas apolíneas en erección y hace que su corazón comience a bombear a borbotones. El mismo Issa que recorre las calles de la ciudad, con el único de objetivo de prestarle un paraguas en esa mañana lluviosa, y no teme hacer el ridículo con el dobladillo de los pantalones.
Hacer una pequeña historia dentro de parámetros clásicos, no en pocas ocasiones, es una de las cosas más complicadas. Hay que saber medir los tempos, conocer la técnica, mover la cámara, e intuir cuando y de que manera debe entrar la música. Es fundamental acompañar el periplo con una fotografía acorde, desde los momentos más oscuros en la noche, hasta esas ensoñaciones tórridas teñidas de rojo pasión; jugueteando con un guion revoltoso en un mundo que amenaza con derrumbarse en cualquier momento, desconociendo en que momento será el próximo corte de luz o el próximo bombardeo, para finalmente tomar la decisión más importante de tu vida y llegar a ese momento definitivo.
¿Puede una película durar un solo minuto? Sí y no es la respuesta, porque en ocasiones, muy pocas veces, el título crédito más importante de una historia ha de surgir segundos antes de dar por terminada la historia, sin que eso haga desmerecer un pasado lleno de momentos más o menos acertados. Hacer que una sonrisilla cómplice se dibuje en el rostro, y que antes de volver a la luz de la sala de proyección nos dejen contemplar nuestras redes de pesca. Porque Issa pesca, vaya que sí. El riesgo de sobrepasar la franja merece la pena.
Documental

5,0
24
7
15 de julio de 2022
15 de julio de 2022
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Incluso el prólogo y el epílogo tienen más de una bella y certera rima. El ratio del encuadre es distinto, propio de una película de ficción; propio de la película que nunca fue. Los primeros compases de Händel, mientras observo como arde el guion en la chimenea, me erizan por completo los pelos de la piel. Un inicio potente, trágico y melancólico de una opción descartada por imperativo mundial. El hipnótico crepitar de las llamas va destruyendo cada una de las ideas, en una macabra danza ritual de fuego devorador.
Me encuentro con su director, Enrique García-Vázquez (Los Comedores de Loto, 2020), a la hora convenida en los Cines Casablanca de Valladolid. Con una sonrisa en el rostro me estrecha la mano. Viene acompañado por la actriz, realizadora y productora Lucía Lobato; unos minutos más tarde, acelerada, llega a la cita Sofía Corral, sonidista del film. Los tres están nerviosos, no pueden ocultarlo, pese a que la película ha tenido un largo periodo de exhibición. Presentada en la 66 SEMINCI, dentro de la sección “Castilla y León en Largo”, ha recorrido festivales dentro de la República Dominicana y Marruecos; presentándose también en Palencia o, en el recién creado Festival de Cine Descentralizado, Lazos, iniciativa del propio García Vázquez.
El pistoletazo de salida comercial de ‘Buscando La Película (Verano 2020)’ (2021), tiene lugar en la provincia que vio nacer a su director, antes de que llegue su estreno nacional el próximo 29 de julio de 2022. Los tres comparten unas palabras conmigo antes de que se abran las puertas al público; allí, en la sala de cine vacía, me hablan sobre su modesto presupuesto. —Un equipo técnico y artístico de amigos que se conocen y que comparten inquietudes y vivencias—, el realizador hace el inciso; asienten sus compañeras mientras recuerdan la ausencia al estreno de Karu Borge, directora de fotografía del documental. Con gentileza, acceden a una serie fotográfica, tan solo unos minutos antes de comenzar la proyección.
Definir ‘Buscando La Película (Verano 2020)’ como un retrato de la pandemia, sería caer en una vaga y simplista descripción. Es esa película, la que no fue, la que pasados los meses iniciales de confinamiento empuja a nuestros cuatro protagonistas a la carretera. Con el gusto de las road movies, toman sendas que habían quedado vacías, pertrechados con un sencillo equipo del filmación. Es cierto que no había película: únicamente había que salir a su caza y captura. Poco a poco iremos conociendo a un completo y heterogéneo grupo de personas, en los distintos lugares en los que la peculiar diligencia va haciendo sus paradas. Asistimos a declaraciones en carne viva de sentimientos que habían quedado sellados tras las puertas de las casas. No sin precauciones y con una estela existencialista de cicatrices que no curan, los testimonios se desgranan ante la cámara. Escuchamos declaraciones reales y sensibles sobre la fragilidad del mundo y las consecuencias del coronavirus en toda la sociedad; un panorama descorazonador sobre el futuro, con momentos casi proféticos, que provocan un nudo en el estómago. La incertidumbre ha hecho mella en cada uno de nosotros y, cómo en un espejo, nos vemos reflejados en todos ellos: abnegados, pesimistas, pasotas y revisionistas de la Historia. Preguntas que, aún dos años después, tienen una difícil respuesta que apenas comenzamos a dilucidar.
La soledad invade el desierto Viña Rock que tampoco existió aquel fatídico año. La tienda de campaña se planta en lugares que deberían estar llenos. Nuestros amigos bromean en las largas noches, intentando quitar hierro al asunto, planteándose las mismas preguntas que los transeúntes que hemos dejado atrás ¿Volverá la normalidad?, ¿habrá futuro una vez pasado esto?, ¿será igual que antes?... —si tuvieras que vestir toda tu vida de verde o comerte un kilo de cucarachas, ¿qué elegirías?— (esta pertenece a las que quitan hierro a la lista de problemas).
Con un sentido fresco y revitalizador, Enrique García-Vázquez captura un mosaico realista e intergeneracional, en que lo único que han cambiado son los dígitos temporales; esencialmente el ser humano sigue siendo frágil y meditabundo desde la noche de los tiempos. Las redes sociales convergen un sistema de rápida digestión, en el que salir a la búsqueda real de los demás se está perdiendo; —un poco como acudir al cine—, me comenta el realizador al término de la proyección, en alusión a las útiles pero menos personales plataformas de vídeo. La realista fotografía de Karu Borge, se mimetiza con clips de nuestros días. Sofía Corral, realiza un exhaustivo trabajo como sonidista, recogiendo todos los sonidos posibles que habíamos olvidado, convirtiéndoles en sentimiento; desde la entrañable y sabia voz de Anxo en su cine de Galicia, o el sonido de la sidra escanciada a la orilla del mar.
García Vázquez, da en la diana no rotulando los nombres de las personas que intervienen. Usa la misma vara de medir con ellos, concediendo la sensación de reflejo en el espectador; provocando el encuentro y la catarsis. Sus deseos son los nuestros: esas cosas pequeñas que conceden la felicidad.
Enrique coloca el tarro de cristal con cenizas a su regreso. Vuelve el formato panorámico a inundar el encuadre. Son las cenizas de su desesperación, pasada y futura. Toman un tinte más amable en el presente, a modo de Ave Fénix que vuelve al trabajo no sin un mar de incertidumbres. Enrique, que curiosamente comparte nombre con el fallecido líder de Los Secretos, Enrique Urquijo: —“He muerto y he resucitado, con mis cenizas un árbol he plantado (…)”— que nos cantaba el vocalista madrileño. Se cierra el círculo del film con este bello símil de resurrección en la estantería.
(continúa en spoiler sin desvelar contenido)
Me encuentro con su director, Enrique García-Vázquez (Los Comedores de Loto, 2020), a la hora convenida en los Cines Casablanca de Valladolid. Con una sonrisa en el rostro me estrecha la mano. Viene acompañado por la actriz, realizadora y productora Lucía Lobato; unos minutos más tarde, acelerada, llega a la cita Sofía Corral, sonidista del film. Los tres están nerviosos, no pueden ocultarlo, pese a que la película ha tenido un largo periodo de exhibición. Presentada en la 66 SEMINCI, dentro de la sección “Castilla y León en Largo”, ha recorrido festivales dentro de la República Dominicana y Marruecos; presentándose también en Palencia o, en el recién creado Festival de Cine Descentralizado, Lazos, iniciativa del propio García Vázquez.
El pistoletazo de salida comercial de ‘Buscando La Película (Verano 2020)’ (2021), tiene lugar en la provincia que vio nacer a su director, antes de que llegue su estreno nacional el próximo 29 de julio de 2022. Los tres comparten unas palabras conmigo antes de que se abran las puertas al público; allí, en la sala de cine vacía, me hablan sobre su modesto presupuesto. —Un equipo técnico y artístico de amigos que se conocen y que comparten inquietudes y vivencias—, el realizador hace el inciso; asienten sus compañeras mientras recuerdan la ausencia al estreno de Karu Borge, directora de fotografía del documental. Con gentileza, acceden a una serie fotográfica, tan solo unos minutos antes de comenzar la proyección.
Definir ‘Buscando La Película (Verano 2020)’ como un retrato de la pandemia, sería caer en una vaga y simplista descripción. Es esa película, la que no fue, la que pasados los meses iniciales de confinamiento empuja a nuestros cuatro protagonistas a la carretera. Con el gusto de las road movies, toman sendas que habían quedado vacías, pertrechados con un sencillo equipo del filmación. Es cierto que no había película: únicamente había que salir a su caza y captura. Poco a poco iremos conociendo a un completo y heterogéneo grupo de personas, en los distintos lugares en los que la peculiar diligencia va haciendo sus paradas. Asistimos a declaraciones en carne viva de sentimientos que habían quedado sellados tras las puertas de las casas. No sin precauciones y con una estela existencialista de cicatrices que no curan, los testimonios se desgranan ante la cámara. Escuchamos declaraciones reales y sensibles sobre la fragilidad del mundo y las consecuencias del coronavirus en toda la sociedad; un panorama descorazonador sobre el futuro, con momentos casi proféticos, que provocan un nudo en el estómago. La incertidumbre ha hecho mella en cada uno de nosotros y, cómo en un espejo, nos vemos reflejados en todos ellos: abnegados, pesimistas, pasotas y revisionistas de la Historia. Preguntas que, aún dos años después, tienen una difícil respuesta que apenas comenzamos a dilucidar.
La soledad invade el desierto Viña Rock que tampoco existió aquel fatídico año. La tienda de campaña se planta en lugares que deberían estar llenos. Nuestros amigos bromean en las largas noches, intentando quitar hierro al asunto, planteándose las mismas preguntas que los transeúntes que hemos dejado atrás ¿Volverá la normalidad?, ¿habrá futuro una vez pasado esto?, ¿será igual que antes?... —si tuvieras que vestir toda tu vida de verde o comerte un kilo de cucarachas, ¿qué elegirías?— (esta pertenece a las que quitan hierro a la lista de problemas).
Con un sentido fresco y revitalizador, Enrique García-Vázquez captura un mosaico realista e intergeneracional, en que lo único que han cambiado son los dígitos temporales; esencialmente el ser humano sigue siendo frágil y meditabundo desde la noche de los tiempos. Las redes sociales convergen un sistema de rápida digestión, en el que salir a la búsqueda real de los demás se está perdiendo; —un poco como acudir al cine—, me comenta el realizador al término de la proyección, en alusión a las útiles pero menos personales plataformas de vídeo. La realista fotografía de Karu Borge, se mimetiza con clips de nuestros días. Sofía Corral, realiza un exhaustivo trabajo como sonidista, recogiendo todos los sonidos posibles que habíamos olvidado, convirtiéndoles en sentimiento; desde la entrañable y sabia voz de Anxo en su cine de Galicia, o el sonido de la sidra escanciada a la orilla del mar.
García Vázquez, da en la diana no rotulando los nombres de las personas que intervienen. Usa la misma vara de medir con ellos, concediendo la sensación de reflejo en el espectador; provocando el encuentro y la catarsis. Sus deseos son los nuestros: esas cosas pequeñas que conceden la felicidad.
Enrique coloca el tarro de cristal con cenizas a su regreso. Vuelve el formato panorámico a inundar el encuadre. Son las cenizas de su desesperación, pasada y futura. Toman un tinte más amable en el presente, a modo de Ave Fénix que vuelve al trabajo no sin un mar de incertidumbres. Enrique, que curiosamente comparte nombre con el fallecido líder de Los Secretos, Enrique Urquijo: —“He muerto y he resucitado, con mis cenizas un árbol he plantado (…)”— que nos cantaba el vocalista madrileño. Se cierra el círculo del film con este bello símil de resurrección en la estantería.
(continúa en spoiler sin desvelar contenido)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Enrique García-Vázquez nos habla, esta vez sí, con las luces de la sala ya encendidas. Con la ilusión cómplice de su equipo y público, nos confiesa que se halla metido en un nuevo proyecto, pero que a veces le preocupa como envejecerá su documental ¿Qué es envejecer? Si lo aplicamos a ‘Buscando La Película (Verano 2020’ es ya indeleble, porque alude directamente al pensamiento de cada inquieto espectador que decida acercarse. Es memoria y es expresión artística; y su ausencia de pretensiones la convierten en un pequeño triunfo. Su voz resonará con el paso de los años y no envejecerá, porque todo Arte es inmortal. Es el anticipo de lo que esté por venir. Por muchos guiones plantados.
https://cinemiamor.wordpress.com/2022/07/16/buscar-la-pelicula-esta-es-la-pelicula-buscando-la-pelicula-verano-2020-enrique-garcia-vazquez-2021/
https://cinemiamor.wordpress.com/2022/07/16/buscar-la-pelicula-esta-es-la-pelicula-buscando-la-pelicula-verano-2020-enrique-garcia-vazquez-2021/

7,1
27.013
8
28 de febrero de 2015
28 de febrero de 2015
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ésta es de las que te pillan de improviso, de aquellas que por agenda y demasiado material acumulado, dejas para otra vez. De esas que no puedes quitarte de la cabeza, una vez que ves el cartel, y finalmente te presiona de forma inconsciente para que no quede en el fondo del baúl. Y como un pecador en busca de absolución, acude a la llamada sin saber demasiado bien porqué; saltando al vacio sin conocer si el precipicio tiene o no fondo.
La voz más hipnótica, de las que quedan de la vieja escuela nacional, se encarga de abrir el telón, con prisas y sin dejar que terminen los títulos de crédito de inicio. La Razón y la Pulsión se ven por vez primera las caras, y de manera hermética, el truco de magia contagia su fascinación y obsesión. El conejo sale por primera vez de la chistera, y no parece haber solución posible al enigma. A un lado un libro de matemáticas, al otro un borrador y unas tizas. Elipsis y reinicio, tan sólo habiendo pasado unos minutos desde el comienzo del film. Magical Girl...
... o Lucía Pollán totalmente entregada al ritmo de su anime favorito. Un padre y una hija caminando sobre el alambre. Planos medidos a escala, hechos por la razón, pero con un punto dejados a la intuición autoral, y por extensión al espectador. La narración avanza y las piezas hacen su aparición. La fina hebra invisible que une el universo de varios, en favor de un cosmos indeterminado, bello, turbio y cautivador. Géneros llenos de impurezas, en los que resulta imposible saber en que tipo de película nos encontramos ¿Drama?, ¿Noir?, ¿Terror? No resulta fácil conocer los bordes, que delimitan las viñetas que propone Carlos Vermut. Y cuando parecía que llegabamos a alguna parte, elipsis. Magical Girl...
o Barbara Lennie en el personaje más misterioso, que ha tenido el cine en mucho tiempo. Cálido vomito de femme fatale, que entreteje destinos. Salida de las sombras, con una iluminación inédita y diseñada por y para un único personaje; que bebe Sailor Moon, mezclado con tranquilizantes e hipnóticos de laboratorio. Fragmentos de cristal roto y sangre dividiendo el rostro. Caliente, cachonda, perversa, y llena de pulsión; La Niña de Fuego dicen que es, la que bebe sus lágrimas porque muere de sed. Un alma oscura en busca de salvación, que no duda en transitar los lúgubres pasillos de la Habitación del Lagarto Negro. Ángel caído en busca de su Arcángel, en lugares de extraña simetría, buscando la cura a sus cicatrices y siniestro deambulear. Guapa, pérfida, perversa, alma gemela. Elipsis. Magical Girl...
o Bárbara junto a José Sacristán. La pieza que falta y que no se encuentra. Aquel que decide deconstruír lo construído, bajo un pasado de penurias. Amor y sexo prohibido nunca nombrado. Ángel destructor que calma la sed, a contracorriente paternofilial. Que no entiende de vestidos japoneses, de enfermedad ni padres deseperados.
La senda tenebrosa de una espiral obsesiva, plasmada en imagen digital. Repleta de tragedias pintadas en claroscuro, sin mostrar porque no lo tiene, aquello que una vez difícilmente consiguió acariciar.
Manolo Caracol se encarga de contarlo, por si alguien tiene dudas. Elipsis. Magical Girl.
La voz más hipnótica, de las que quedan de la vieja escuela nacional, se encarga de abrir el telón, con prisas y sin dejar que terminen los títulos de crédito de inicio. La Razón y la Pulsión se ven por vez primera las caras, y de manera hermética, el truco de magia contagia su fascinación y obsesión. El conejo sale por primera vez de la chistera, y no parece haber solución posible al enigma. A un lado un libro de matemáticas, al otro un borrador y unas tizas. Elipsis y reinicio, tan sólo habiendo pasado unos minutos desde el comienzo del film. Magical Girl...
... o Lucía Pollán totalmente entregada al ritmo de su anime favorito. Un padre y una hija caminando sobre el alambre. Planos medidos a escala, hechos por la razón, pero con un punto dejados a la intuición autoral, y por extensión al espectador. La narración avanza y las piezas hacen su aparición. La fina hebra invisible que une el universo de varios, en favor de un cosmos indeterminado, bello, turbio y cautivador. Géneros llenos de impurezas, en los que resulta imposible saber en que tipo de película nos encontramos ¿Drama?, ¿Noir?, ¿Terror? No resulta fácil conocer los bordes, que delimitan las viñetas que propone Carlos Vermut. Y cuando parecía que llegabamos a alguna parte, elipsis. Magical Girl...
o Barbara Lennie en el personaje más misterioso, que ha tenido el cine en mucho tiempo. Cálido vomito de femme fatale, que entreteje destinos. Salida de las sombras, con una iluminación inédita y diseñada por y para un único personaje; que bebe Sailor Moon, mezclado con tranquilizantes e hipnóticos de laboratorio. Fragmentos de cristal roto y sangre dividiendo el rostro. Caliente, cachonda, perversa, y llena de pulsión; La Niña de Fuego dicen que es, la que bebe sus lágrimas porque muere de sed. Un alma oscura en busca de salvación, que no duda en transitar los lúgubres pasillos de la Habitación del Lagarto Negro. Ángel caído en busca de su Arcángel, en lugares de extraña simetría, buscando la cura a sus cicatrices y siniestro deambulear. Guapa, pérfida, perversa, alma gemela. Elipsis. Magical Girl...
o Bárbara junto a José Sacristán. La pieza que falta y que no se encuentra. Aquel que decide deconstruír lo construído, bajo un pasado de penurias. Amor y sexo prohibido nunca nombrado. Ángel destructor que calma la sed, a contracorriente paternofilial. Que no entiende de vestidos japoneses, de enfermedad ni padres deseperados.
La senda tenebrosa de una espiral obsesiva, plasmada en imagen digital. Repleta de tragedias pintadas en claroscuro, sin mostrar porque no lo tiene, aquello que una vez difícilmente consiguió acariciar.
Manolo Caracol se encarga de contarlo, por si alguien tiene dudas. Elipsis. Magical Girl.

6,0
636
6
26 de octubre de 2021
26 de octubre de 2021
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una secuencia en esta película en la que Reem (Maisa Abd Elhadi) camina por las calles de Belén junto al muro levantado en Cisjordania. En ese breve instante pasea pensativa, mientras va rozando con la mano el frío muro de hormigón pulido que separa a palestinos e israelíes. Una enorme losa física y vertical que invisibiliza a los soldados, convirtiendo al ejército del gobierno en una institución menos culpable de la separación de pueblos. Es al amparo de este muro, donde a ambos lados, se cobijan los ciudadanos de esta región maldita. Un habitante de Israel no puede cruzar al otro lado sin el Salvoconducto Verde, ni un palestino puede entrar en Israel sin hacer un largo recorrido a lo largo del muro, e ir franqueando puertas, pasillos y controles, donde es registrado y señalado como transeúnte a zona hebrea. Es a la sombra de estos diez metros de vergüenza, donde el entorno se emponzoña con odios e intifadas desde tiempos inmemoriales. Son las agencias y servicios secretos los que se encargan de transformar a las personas corrientes en los verdaderos militares de esta guerra.
Así es como Reem acude a la peluquería de Huda (Manal Awad), y a modo de prólogo, el salón de belleza se convierte en una distendida charla entre propietaria y cliente sobre el poder de las redes sociales, vídeo tutoriales en plataformas; y el gran poder que adquieren sus creadores en la sombra, adquiriendo y recopilando información gratis respecto a sus usuarios. Un café entre amigas y el tono alegre de la peluquería cambia. Se corren las cortinas, y una puerta de la trastienda se abre a un mundo de chantajes y corrupción al servicio de las agencias gubernamentales. Las series de polaroids se transforman en la moneda de cambio para reclutar mediante extorsión a los nuevos espías encargados de pasar información.
Hany Abu-Assad, dirige esta coproducción de Palestina y los Países Bajos, con una fuerte dosis de influencias estadounidenses. Abu-Hassad es el realizador de otros films como ‘Paradise Now’ (2005), ‘Omar’; o en EE UU ‘La Montaña entre Nosotros’, película protagonizada por Idris Elba y Kate Winslet que recibió una desigual acogida por parte de crítica y público. Huda’s Salon se debate entre un sugerido conflicto de Oriente Medio y la autodestrucción que provoca el tráfico de información entre agencias y organizaciones criminales anónimas.
Con un tono misterioso y siniestro la película se mueve en entornos oscuros. La mayoría de los acontecimientos suceden en interiores poco definidos para aumentar la sensación de claustrofobia. Focos y puntos de luz en medio de la noche, se convierten en las armas perfectas para cometer asaltos, crímenes y extorsiones. Situaciones que llevan a un enrarecimiento de las relaciones familiares sembrando desconfianza y malestar, minando la convivencia entre sus integrantes.
Las interpetaciones no sobresalen especialmente, dotando a la narración general de una identidad propia que hubiese necesitado un mayor desarrollo. Música en tono de intriga y algunos golpes de efecto suben la tensión para captar la atención del espectador. Algunas secuencias pobladas de un humor negrísimo hacen un flaco favor a una trama que pide mayor seriedad. Brillan las escenas de interrogatorios en las que la información va cambiando de manos a golpe de guion. La película deja hacia el final un regusto poco satisfactorio, con un cierre algo forzado y confuso que pone de manifiesto un manejo del tiempo descompensado entre los bloques de la estructura.
En un mundo actual que está a la orden del día. Dentro de un conflicto que está lejos de resolverse, y las altas jerarquías se esconden, dejando el trabajo sucio a los ciudadanos. La pelota va pasando de unas manos a otras, forzando a convertirse en aquello que no se quiere. Donde cada nombre importa y restar en número significa la supervivencia. El horror comienza al atravesar las puertas de una peluquería.
Publicado originalmente en: https://cinemiamor.wordpress.com/2021/10/26/66-seminci-la-ratonera-de-oriente-medio-hudas-salon-hany-abu-assad-2021/
Así es como Reem acude a la peluquería de Huda (Manal Awad), y a modo de prólogo, el salón de belleza se convierte en una distendida charla entre propietaria y cliente sobre el poder de las redes sociales, vídeo tutoriales en plataformas; y el gran poder que adquieren sus creadores en la sombra, adquiriendo y recopilando información gratis respecto a sus usuarios. Un café entre amigas y el tono alegre de la peluquería cambia. Se corren las cortinas, y una puerta de la trastienda se abre a un mundo de chantajes y corrupción al servicio de las agencias gubernamentales. Las series de polaroids se transforman en la moneda de cambio para reclutar mediante extorsión a los nuevos espías encargados de pasar información.
Hany Abu-Assad, dirige esta coproducción de Palestina y los Países Bajos, con una fuerte dosis de influencias estadounidenses. Abu-Hassad es el realizador de otros films como ‘Paradise Now’ (2005), ‘Omar’; o en EE UU ‘La Montaña entre Nosotros’, película protagonizada por Idris Elba y Kate Winslet que recibió una desigual acogida por parte de crítica y público. Huda’s Salon se debate entre un sugerido conflicto de Oriente Medio y la autodestrucción que provoca el tráfico de información entre agencias y organizaciones criminales anónimas.
Con un tono misterioso y siniestro la película se mueve en entornos oscuros. La mayoría de los acontecimientos suceden en interiores poco definidos para aumentar la sensación de claustrofobia. Focos y puntos de luz en medio de la noche, se convierten en las armas perfectas para cometer asaltos, crímenes y extorsiones. Situaciones que llevan a un enrarecimiento de las relaciones familiares sembrando desconfianza y malestar, minando la convivencia entre sus integrantes.
Las interpetaciones no sobresalen especialmente, dotando a la narración general de una identidad propia que hubiese necesitado un mayor desarrollo. Música en tono de intriga y algunos golpes de efecto suben la tensión para captar la atención del espectador. Algunas secuencias pobladas de un humor negrísimo hacen un flaco favor a una trama que pide mayor seriedad. Brillan las escenas de interrogatorios en las que la información va cambiando de manos a golpe de guion. La película deja hacia el final un regusto poco satisfactorio, con un cierre algo forzado y confuso que pone de manifiesto un manejo del tiempo descompensado entre los bloques de la estructura.
En un mundo actual que está a la orden del día. Dentro de un conflicto que está lejos de resolverse, y las altas jerarquías se esconden, dejando el trabajo sucio a los ciudadanos. La pelota va pasando de unas manos a otras, forzando a convertirse en aquello que no se quiere. Donde cada nombre importa y restar en número significa la supervivencia. El horror comienza al atravesar las puertas de una peluquería.
Publicado originalmente en: https://cinemiamor.wordpress.com/2021/10/26/66-seminci-la-ratonera-de-oriente-medio-hudas-salon-hany-abu-assad-2021/

5,4
114
7
6 de julio de 2022
6 de julio de 2022
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La pantalla de cine es un lienzo en blanco que funciona como receptáculo de luz. En ella se añaden los elementos que van dando forma a la composición y al encuadre. De la misma manera que un pintor gestiona sus utensilios, el director de cine sabe como manipular los destellos de luz encomendados al proyector; un rito que desde hace algo más de un siglo se viene repitiendo cada vez que se apagan las luces en la sala del cine. Comprobar el comportamiento de la luz tiene algo de ancestral y místico. Amaestrarla, toma un cariz puramente antropológico que esculpe los designios universales del ser humano.
Horacio Alcalá dirige ‘Finlandia’ (2021) con el bagaje de la universalidad. Entre sus imágenes y sonidos se esconden vidas y vivencias, que implosionan como un sólido lamento capaz de alterar el orden de lo establecido, ofreciendo una nueva oportunidad de vida. Un trabajo calificado por su propio realizador como —un proyecto pequeño que se ha extendido durante cuatro años—. Para ello nos invita a un viaje iniciático que tiene su origen en Madrid con destino a la región mexicana de Guajaco. Marta (Andrea Guasch), viaja a la región por orden de la agencia de moda en la que trabaja, con el objetivo de recopilar patrones y modelos que serán reproducidos en el momento de su regreso. Con el robo de la identidad a modo de crítica desde el inicio, allí conocerá el mundo de las muxes, colectivo a medio camino entre lo “humano y la deidad”, que busca su reconocimiento como tercer género en un mundo hostil y machista que las rechaza.
Alcalá forja una compleja historia que converge de forma polifónica a través de varios personajes, mientras se dan cita el folklore y la idiosincrasia de un recóndito pueblo. La quimérica Finlandia, como lugar utópico de escape, contrasta con este lugar preso de sus tradiciones. Nos muestra sin tapujos la fragilidad de la existencia humana y su imperiosa necesidad de exorcizarse de sus dolores. Modos de vivir que van en contra de las propias creencias, refugiándose, en último término, dentro de la búsquela del amor entre personas sin importar su naturaleza. Es esa Finlandia soñada que se presenta gélida e inalcanzable: un mito, un tótem, el objetivo a alcanzar.
La capacidad de escuchar y escucharse, sin importar que sea con el ronroneo de una caracola o las ondas de un auricular. Dar y darse para conseguir una nueva identidad y tener la oportunidad extraordinaria volver con nuevo perfil. Pájaros de bellos plumajes enjaulados con deseos de liberarse, como un Cadillac Thunderbird, que desconoce si será capaz de alcanzar el otro lado del cañón.
Un film con el hálito de la plasticidad de Vermeer, filmado casi en su totalidad bajo la luz natural. Cada encuadre un óleo; este parece ser el propósito perpetuo de Horacio Alcalá. Imágenes estilizadas con un acabado cromático apabullante, acompañando a la música autóctona, la de partitura, fundida con composiciones clásicas de Mahler. Un largometraje contemplativo en el que los silencios son capaces de expresar tanto o más que sus diálogos. Un lamento de la humanidad a la propia Tierra que, generosa, concede el resplandor de un nuevo despertar. Compleja y misteriosa, con un acabado pulidísimo que seduce al espectador para un futuro visionado, retando a contemplar un fresco totalmente distinto del inicial. Una reivindicación, un grito estremecedor, un profundo lamento: todo esto y más puede ser ‘Finlandia’. Una brecha inalcanzable con capacidad de mutar y cautivar.
https://cinemiamor.wordpress.com/2022/07/07/lamentos-en-la-roca-finlandia-2021-horacio-alcala/
Horacio Alcalá dirige ‘Finlandia’ (2021) con el bagaje de la universalidad. Entre sus imágenes y sonidos se esconden vidas y vivencias, que implosionan como un sólido lamento capaz de alterar el orden de lo establecido, ofreciendo una nueva oportunidad de vida. Un trabajo calificado por su propio realizador como —un proyecto pequeño que se ha extendido durante cuatro años—. Para ello nos invita a un viaje iniciático que tiene su origen en Madrid con destino a la región mexicana de Guajaco. Marta (Andrea Guasch), viaja a la región por orden de la agencia de moda en la que trabaja, con el objetivo de recopilar patrones y modelos que serán reproducidos en el momento de su regreso. Con el robo de la identidad a modo de crítica desde el inicio, allí conocerá el mundo de las muxes, colectivo a medio camino entre lo “humano y la deidad”, que busca su reconocimiento como tercer género en un mundo hostil y machista que las rechaza.
Alcalá forja una compleja historia que converge de forma polifónica a través de varios personajes, mientras se dan cita el folklore y la idiosincrasia de un recóndito pueblo. La quimérica Finlandia, como lugar utópico de escape, contrasta con este lugar preso de sus tradiciones. Nos muestra sin tapujos la fragilidad de la existencia humana y su imperiosa necesidad de exorcizarse de sus dolores. Modos de vivir que van en contra de las propias creencias, refugiándose, en último término, dentro de la búsquela del amor entre personas sin importar su naturaleza. Es esa Finlandia soñada que se presenta gélida e inalcanzable: un mito, un tótem, el objetivo a alcanzar.
La capacidad de escuchar y escucharse, sin importar que sea con el ronroneo de una caracola o las ondas de un auricular. Dar y darse para conseguir una nueva identidad y tener la oportunidad extraordinaria volver con nuevo perfil. Pájaros de bellos plumajes enjaulados con deseos de liberarse, como un Cadillac Thunderbird, que desconoce si será capaz de alcanzar el otro lado del cañón.
Un film con el hálito de la plasticidad de Vermeer, filmado casi en su totalidad bajo la luz natural. Cada encuadre un óleo; este parece ser el propósito perpetuo de Horacio Alcalá. Imágenes estilizadas con un acabado cromático apabullante, acompañando a la música autóctona, la de partitura, fundida con composiciones clásicas de Mahler. Un largometraje contemplativo en el que los silencios son capaces de expresar tanto o más que sus diálogos. Un lamento de la humanidad a la propia Tierra que, generosa, concede el resplandor de un nuevo despertar. Compleja y misteriosa, con un acabado pulidísimo que seduce al espectador para un futuro visionado, retando a contemplar un fresco totalmente distinto del inicial. Una reivindicación, un grito estremecedor, un profundo lamento: todo esto y más puede ser ‘Finlandia’. Una brecha inalcanzable con capacidad de mutar y cautivar.
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