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9
21 de marzo de 2014
21 de marzo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thomas conduce por la Londres de los años 60 en su Rolls Royce descapotable. Es un fotógrafo de prestigio, arrogante y extravagante, al que nada ni nadie parece importarle. Cansado de la mojigatería de las modelos, intenta desconectar en un parque aislado del tumulto de la ciudad. Allí descubre a una enigmática pareja, a la cual fotografía sin cesar. Al llegar a su estudio y revelar las instantáneas, se queda fascinado ante el posible hallazgo que tiene entre manos. Tan apasionante como el propio cine.
El protagonista de Blow-Up piensa que ha sido testigo de un asesinato y que su cámara ha captado al homicida y al cadáver. Antonioni nos muestra claramente esas fotografías, pero en ellas no podemos comprobar con seguridad si Thomas está en lo cierto. Resultan tan ambiguas como el propio personaje, que se mata por conseguir un trozo de guitarra de los Yardbirds, para después tirarla a la basura. Su interpretación sobre lo ocurrido puede ser tan válida como la de aquellos escépticos que no ven ningún crimen en las imágenes. Cada uno ve lo que quiere ver. Somos unos ilusos, como Thomas en la escena final, capaces de ver esa pelota de tenis. Quizás por eso resulta tan acertado el título de la última película de Jonás Trueba, su particular homenaje al mundo del celuloide.
El poder del lenguaje audiovisual es uno de los mayores valores del cine. Una vez me dijeron que ver películas es una actividad demasiado pasiva. Sin embargo, muchos directores ofrecen cintas donde la implicación del espectador es fundamental. Donde las imágenes no tienen como única función conducirnos por una presentación, un nudo y un desenlace (precisamente en Blow-Up ni siquiera podemos afirmar que exista una historia como tal). El significado de las escenas puede variar de forma considerable, según cómo se muestren, dónde se usen, incluso dependen de nuestras experiencias y formas de ser. ¿Cuántas veces escuchamos una canción y parece que hable de nosotros? Ya sea en la música, en el cine o en la literatura, nuestra percepción lo condiciona todo y termina otorgándole un valor incalculable a la obra. Incluso en actos tan cotidianos como en un partido de fútbol lo podemos observar. Las imágenes ofrecen la repetición de una jugada sobre una posible infracción, pero hasta en los aficionados más imparciales hay disparidad de opiniones. Esta secuencia, en la película Film Socialisme (2010, Jean-Luc Godard) adquiere un significado completamente distinto. Donde se iniciaba un ferviente debate deportivo, ahora otros lo interpretan como una metáfora sobre el adoctrinamiento de la sociedad.
Las interpretaciones no dejan de ser suposiciones subjetivas. Algunas tan personales que hasta da vergüenza publicarlas. Eso no es ni de broma lo que el autor pretendía, dicen algunos al leer ciertas reseñas. Como el hombre que intenta convencer a Thomas de que no ha sido testigo de ningún homicidio. Pero irse por las ramas es mucho menos pretencioso que asegurar con objetividad las intenciones de un director. Quizás a Antonioni y a tantos otros les ocurre lo mismo que al amigo de Thomas, el pintor. Ruedan una serie de imágenes, que a priori no dicen nada mientras las filman. Con el tiempo suelen encontrar detalles que valen, que poco a poco van adquiriendo forma y sentido. Es como encontrar pistas en una novela sobre detectives. Con Blow-Up, al principio era incapaz de desarrollar ideas días después de su visionado. De pronto se te viene a la cabeza una imagen, una pista. ¿Qué me suscita? La película ya va tomando forma, una dirección. Podría haber sido impaciente, verme el comentario de Peter Brunette sobre la película u otros análisis milimétricos, pero sacar conclusiones por ti mismo es impagable. Ésa es la magia del cine: nosotros, los ilusos, nuestros pensamientos, nuestras reflexiones. Seguramente, Blow-Up sería menos que nada sin la interacción del espectador.
El protagonista de Blow-Up piensa que ha sido testigo de un asesinato y que su cámara ha captado al homicida y al cadáver. Antonioni nos muestra claramente esas fotografías, pero en ellas no podemos comprobar con seguridad si Thomas está en lo cierto. Resultan tan ambiguas como el propio personaje, que se mata por conseguir un trozo de guitarra de los Yardbirds, para después tirarla a la basura. Su interpretación sobre lo ocurrido puede ser tan válida como la de aquellos escépticos que no ven ningún crimen en las imágenes. Cada uno ve lo que quiere ver. Somos unos ilusos, como Thomas en la escena final, capaces de ver esa pelota de tenis. Quizás por eso resulta tan acertado el título de la última película de Jonás Trueba, su particular homenaje al mundo del celuloide.
El poder del lenguaje audiovisual es uno de los mayores valores del cine. Una vez me dijeron que ver películas es una actividad demasiado pasiva. Sin embargo, muchos directores ofrecen cintas donde la implicación del espectador es fundamental. Donde las imágenes no tienen como única función conducirnos por una presentación, un nudo y un desenlace (precisamente en Blow-Up ni siquiera podemos afirmar que exista una historia como tal). El significado de las escenas puede variar de forma considerable, según cómo se muestren, dónde se usen, incluso dependen de nuestras experiencias y formas de ser. ¿Cuántas veces escuchamos una canción y parece que hable de nosotros? Ya sea en la música, en el cine o en la literatura, nuestra percepción lo condiciona todo y termina otorgándole un valor incalculable a la obra. Incluso en actos tan cotidianos como en un partido de fútbol lo podemos observar. Las imágenes ofrecen la repetición de una jugada sobre una posible infracción, pero hasta en los aficionados más imparciales hay disparidad de opiniones. Esta secuencia, en la película Film Socialisme (2010, Jean-Luc Godard) adquiere un significado completamente distinto. Donde se iniciaba un ferviente debate deportivo, ahora otros lo interpretan como una metáfora sobre el adoctrinamiento de la sociedad.
Las interpretaciones no dejan de ser suposiciones subjetivas. Algunas tan personales que hasta da vergüenza publicarlas. Eso no es ni de broma lo que el autor pretendía, dicen algunos al leer ciertas reseñas. Como el hombre que intenta convencer a Thomas de que no ha sido testigo de ningún homicidio. Pero irse por las ramas es mucho menos pretencioso que asegurar con objetividad las intenciones de un director. Quizás a Antonioni y a tantos otros les ocurre lo mismo que al amigo de Thomas, el pintor. Ruedan una serie de imágenes, que a priori no dicen nada mientras las filman. Con el tiempo suelen encontrar detalles que valen, que poco a poco van adquiriendo forma y sentido. Es como encontrar pistas en una novela sobre detectives. Con Blow-Up, al principio era incapaz de desarrollar ideas días después de su visionado. De pronto se te viene a la cabeza una imagen, una pista. ¿Qué me suscita? La película ya va tomando forma, una dirección. Podría haber sido impaciente, verme el comentario de Peter Brunette sobre la película u otros análisis milimétricos, pero sacar conclusiones por ti mismo es impagable. Ésa es la magia del cine: nosotros, los ilusos, nuestros pensamientos, nuestras reflexiones. Seguramente, Blow-Up sería menos que nada sin la interacción del espectador.

6,9
83.012
6
5 de mayo de 2012
5 de mayo de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un pricipio, me extraña que me guste tanto "Los vengadores" cuando no he aprobado a ninguna de las películas que la preceden. La verdad es que los films de superhéroes no me suelen hacer mucha gracia...
Sin embargo, qué bien lo pasé viendo "Los vengadores" en el cine. Lo cierto es que no deja ser más de lo mismo, con el típico malo maloso (bastante flojito por cierto), pero elevado al cubo. Tanto personaje de Marvel junto deriva en un festival de acción y gags que hacen de la película de Joss Whedon una de las más destacables del género. Ironman, Thor y el Capitán América no consiguieron llamarme la atención por separado, pero la unión hace la fuerza, vaya que si lo hace, pues estamos ante una película muy entretenida y divertida.
Lo mejor de todo es que el protagonismo está bien repartido entre los diferentes vengadores, cada uno tiene sus momentos. Aunque sin duda, destacan por encima del resto Tony Stark y Hulk.
Si te gustan las películas de Marvel, "Los vengadores" te encantará. Sino, puedes llevarte una sorpresa como yo y salir del cine con una sonrisa de oreja a oreja. ¿El taquillazo del año? Veremos cómo responde el hombre murciélago.
Sin embargo, qué bien lo pasé viendo "Los vengadores" en el cine. Lo cierto es que no deja ser más de lo mismo, con el típico malo maloso (bastante flojito por cierto), pero elevado al cubo. Tanto personaje de Marvel junto deriva en un festival de acción y gags que hacen de la película de Joss Whedon una de las más destacables del género. Ironman, Thor y el Capitán América no consiguieron llamarme la atención por separado, pero la unión hace la fuerza, vaya que si lo hace, pues estamos ante una película muy entretenida y divertida.
Lo mejor de todo es que el protagonismo está bien repartido entre los diferentes vengadores, cada uno tiene sus momentos. Aunque sin duda, destacan por encima del resto Tony Stark y Hulk.
Si te gustan las películas de Marvel, "Los vengadores" te encantará. Sino, puedes llevarte una sorpresa como yo y salir del cine con una sonrisa de oreja a oreja. ¿El taquillazo del año? Veremos cómo responde el hombre murciélago.
16 de abril de 2013
16 de abril de 2013
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos temas pueden presumir de ser tan personales como el amor. Por eso, es una pena que decenas de películas prefabricadas inunden las salas -triunfando, además- ofreciendo una visión ramplona, cansina y monótona de dicho tema. Personajes arquetípicos, actores famosos haciendo de sí mismos presumiendo de lo guapos que son, tramas idénticas, sentimentalismo barato, ñoñerías del todo a 100, etc. Es normal que el género tenga mala fama y que genere muchos prejuicios. Calidad final al margen, es de agradecer ver como ciertas películas nos recuerdan -de forma más frecuente de lo que parece- que el amor es algo más que relatos idealizados made in Hollywood y que este tipo de historias son capaces de transmitirnos de una manera que ningún otro género puede conseguir.
"To The Wonder" nos muestra el amor como una montaña rusa, a través de los altibajos en la relación de Neil (Ben Affleck) y Marina (Olga Kurylenko). Terrence Malick utiliza de nuevo recursos característicos de su cine. Los sentimientos de los personajes se expresan mediante la voz en off, pero son las imágenes las que nos ayudan a comprenderlos. Películas como ésta demuestran que no siempre deberíamos sobrevalorar tanto los diálogos. La belleza visual vuelve a estar presente y los movimientos de cámara son muy similares (algunos prácticamente calcados) a los de "El Árbol de la Vida".
Como ocurre con otras películas de su filmografía, el espectador debe hacer un esfuerzo para entrar en el mundo propuesto por Malick. No vamos a encontrar en "To The Wonder" una historia de amor cerrada, con un nudo resaltado y una conclusión determinante. Si no se conoce la narrativa 'a lo Malick', seguir la trama sin perderse no es tarea fácil.
A pesar de lo comentado y de la introducción, el film también profundiza en otro tema. La cultura religiosa vuelve a estar en el punto de mira. En esta ocasión, se relaciona con el amor y el matrimonio. La religión aparece especialmente de la mano del sacerdote (interpretado por Javier Bardem), personaje al cual se le da demasiada importancia con sus dilemas interiores. Y digo demasiada porque personalmente no me ha convencido esta parte del film, me ha suscitado poco interés y la interpretación justita de Bardem no ayuda.
Por otro lado, Ben Affleck y Olga Kurylenko están sobresalientes en sus roles y resultan esenciales a la hora de transmitir el carrusel de emociones a los que se ven sometidos sus respectivos personajes. Sorprenden ambos, pues Affleck resulta bastante expresivo y convincente -y ojo, es un personaje con muy pocos diálogos- mientras que Kurylenko se aleja de su figura de "sex symbol" para dar una imagen más bella (o ñoña si se quiere).
El principal problema de la cinta viene cuando tenemos en cuenta a su 'predecesora'. Dadas las similitudes y viendo de lo que es capaz Malick, resulta inevitable hacer comparaciones. "El Árbol de la Vida" es una obra mucho más redonda. Me encanta el estilo del cineasta norteamericano, pero al final es difícil no sentirse saturado. Por momentos, peca de reiterativa. Algunos incluso pensarán que Malick se ha ahogado en su propio estilo.
La sensación es que podría haber dado más de sí y resulta inevitable lamentarse, pues estamos ante una obra menor. Pero a pesar de los defectos, se nota la mano de uno de los grandes cineastas actuales, que vuelve a transmitirnos y a mostrar ideas a través de imágenes. Visualmente, es una delicia. De nuevo, Malick nos ofrece una película única.
"To The Wonder" nos muestra el amor como una montaña rusa, a través de los altibajos en la relación de Neil (Ben Affleck) y Marina (Olga Kurylenko). Terrence Malick utiliza de nuevo recursos característicos de su cine. Los sentimientos de los personajes se expresan mediante la voz en off, pero son las imágenes las que nos ayudan a comprenderlos. Películas como ésta demuestran que no siempre deberíamos sobrevalorar tanto los diálogos. La belleza visual vuelve a estar presente y los movimientos de cámara son muy similares (algunos prácticamente calcados) a los de "El Árbol de la Vida".
Como ocurre con otras películas de su filmografía, el espectador debe hacer un esfuerzo para entrar en el mundo propuesto por Malick. No vamos a encontrar en "To The Wonder" una historia de amor cerrada, con un nudo resaltado y una conclusión determinante. Si no se conoce la narrativa 'a lo Malick', seguir la trama sin perderse no es tarea fácil.
A pesar de lo comentado y de la introducción, el film también profundiza en otro tema. La cultura religiosa vuelve a estar en el punto de mira. En esta ocasión, se relaciona con el amor y el matrimonio. La religión aparece especialmente de la mano del sacerdote (interpretado por Javier Bardem), personaje al cual se le da demasiada importancia con sus dilemas interiores. Y digo demasiada porque personalmente no me ha convencido esta parte del film, me ha suscitado poco interés y la interpretación justita de Bardem no ayuda.
Por otro lado, Ben Affleck y Olga Kurylenko están sobresalientes en sus roles y resultan esenciales a la hora de transmitir el carrusel de emociones a los que se ven sometidos sus respectivos personajes. Sorprenden ambos, pues Affleck resulta bastante expresivo y convincente -y ojo, es un personaje con muy pocos diálogos- mientras que Kurylenko se aleja de su figura de "sex symbol" para dar una imagen más bella (o ñoña si se quiere).
El principal problema de la cinta viene cuando tenemos en cuenta a su 'predecesora'. Dadas las similitudes y viendo de lo que es capaz Malick, resulta inevitable hacer comparaciones. "El Árbol de la Vida" es una obra mucho más redonda. Me encanta el estilo del cineasta norteamericano, pero al final es difícil no sentirse saturado. Por momentos, peca de reiterativa. Algunos incluso pensarán que Malick se ha ahogado en su propio estilo.
La sensación es que podría haber dado más de sí y resulta inevitable lamentarse, pues estamos ante una obra menor. Pero a pesar de los defectos, se nota la mano de uno de los grandes cineastas actuales, que vuelve a transmitirnos y a mostrar ideas a través de imágenes. Visualmente, es una delicia. De nuevo, Malick nos ofrece una película única.

7,9
145.673
7
9 de abril de 2011
9 de abril de 2011
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es exactamente como un globo. Cuando terminé de verla, me recordó mucho a cuando me inflaban un globo para que jugase con él. Es inevitable acordarse de los globos sobretodo cuando éstos aparecen bastante a lo largo del film.
Cuando te inflan un globo, te viene una ilusión enorme. Lo admiras, lo tocas, en ese momento solo existe el globo para ti. El comienzo de Up es más o menos lo mismo. Las escenas iniciales son toda una delicia y además muy pero que muy emotivas. Tras los primeros 15-20 minutos, te dan ganas de ir a los estudios de Pixar y estrecharle la mano a todos los responsables de Up.
Sigues jugando con el globo. No te hace la misma ilusión, pero te lo sigues pasando bien. En Up, las siguientes escenas no están a la altura de las iniciales, pero sigue siendo una película muy entretenida, simpática y te ríes de vez en cuando.
Al final el globo se desinfla. Está pocho, le golpeas pero ya no se eleva como antes. Ya te aburre y quieres hacer otra cosa. Nuevamente pasa lo mismo con Up. No llega a aburrir del todo, pero ya no es como antes. Sientes que ha perdido fuerza, notas el bajón. Una vez acaba, recuerdas lo bien que te lo pasaste al principio y olvidas el final, al igual que pasa con un globo.
Realmente las escenas finales no son malas en sí, pero Up pone el listón muy alto demasiado pronto. El resultado final es una gran película, entretenida, simpática, emotiva y para toda la familia.
Bastante recomendable.
Cuando te inflan un globo, te viene una ilusión enorme. Lo admiras, lo tocas, en ese momento solo existe el globo para ti. El comienzo de Up es más o menos lo mismo. Las escenas iniciales son toda una delicia y además muy pero que muy emotivas. Tras los primeros 15-20 minutos, te dan ganas de ir a los estudios de Pixar y estrecharle la mano a todos los responsables de Up.
Sigues jugando con el globo. No te hace la misma ilusión, pero te lo sigues pasando bien. En Up, las siguientes escenas no están a la altura de las iniciales, pero sigue siendo una película muy entretenida, simpática y te ríes de vez en cuando.
Al final el globo se desinfla. Está pocho, le golpeas pero ya no se eleva como antes. Ya te aburre y quieres hacer otra cosa. Nuevamente pasa lo mismo con Up. No llega a aburrir del todo, pero ya no es como antes. Sientes que ha perdido fuerza, notas el bajón. Una vez acaba, recuerdas lo bien que te lo pasaste al principio y olvidas el final, al igual que pasa con un globo.
Realmente las escenas finales no son malas en sí, pero Up pone el listón muy alto demasiado pronto. El resultado final es una gran película, entretenida, simpática, emotiva y para toda la familia.
Bastante recomendable.

7,2
4.964
8
27 de febrero de 2014
27 de febrero de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 3 de enero de 1889, Friedrich Nietzsche caminaba por la plaza Carlo Alberto de Turín cuando presenció cómo el conductor de un carro maltrataba violentamente a su hermoso caballo. El animal, exhausto y sobrecargado, se negaba a moverse. Al contemplar la escena, Nietzsche se abrazó al cuello del caballo, se echó a llorar y perdió la conciencia. Así fue llevado hasta su cuarto donde permaneció dos días en silencio, después de los cuales escribió algunas cartas y pronunció sus últimas palabras (“Madre, soy tonto”), para volver al silencio en el que viviría los siguientes diez años, hasta su muerte. Todo el mundo sabe lo que le ocurrió a Nietzsche, pero, ¿qué pasó con el caballo?
Bajo una tormenta apocalíptica, el caballo de Turín es conducido por el cochero hasta una casa situada en medio de la nada. En el plano secuencia que da inicio a la película, no solo el pobre animal termina agotado y cansado, también el espectador a causa de la longevidad de la toma y su monotonía. Un hastío muy similar al de la opera prima de Michael Haneke, El séptimo continente, donde una familia de clase media y adinerada tenía de todo, pero al mismo tiempo estaba encerrada en la vacuidad y la cotidianeidad. Dichos Apocalipsis distan de ser meteoritos estrellándose contra la Tierra o alienígenas exterminando a la raza humana. ¿Espectacularidad? Poca o ninguna. ¿Terror y pesimismo? Difícil encontrar mejores representaciones.
El cavallino rampante, vitalidad, energía, es representando como un animal sometido, debilitado y anciano. Ya no quiere moverse, ni comer, ni beber. Su dueño, el cochero, también palidece de la vejez, mientras observa por la ventana el interminable paso del tiempo. La hija se conforma como el símbolo de una juventud al servicio de los mayores, contagiados por su desaliento, tan hastiados como ellos. Un tedio que da lugar a una relación padre-hija lacónica y vacía, donde la comunicación se limita al aviso de “ya está la comida”.
¿Y cómo transmitir el nihilismo, el sentido de una vida cuyas metas no van más allá de avanzar por un desierto interminable y vacío? ¿Cómo representar ese hastío? Béla Tarr opta por únicamente 30 tomas, planos secuencia alargados hasta la extenuación (la película se estira hasta las dos horas y media), mostrando una y otra vez las mismas tareas cotidianas. En blanco y negro, por si la atmósfera no fuese lo suficientemente lúgubre y desoladora. Dejando de lado formalismos, El caballo de Turín puede ser un bonito ladrillo, un plato difícil de digerir. Pero el director húngaro sabe mejor que nadie de la poca relevancia del factor ocioso en un film tan desasosegante como el que nos ocupa.
Llega un momento en el que padre e hija intentan huir, pero pronto vuelven a su casa, a la angustiosa rutina, al hastío. Porque, sencillamente, ya no hay donde ir. Tarr echa por tierra las pocas esperanzas a las que aferrarse y da paso a una escena final donde las llamas y luces se apagan. Todo termina con ese sobrecogedor fundido en negro. Después, no queda nada… Nada.
http://bloggersducinema.blogspot.com.es/2014/02/el-caballo-de-turin-bela-tarr.html
Bajo una tormenta apocalíptica, el caballo de Turín es conducido por el cochero hasta una casa situada en medio de la nada. En el plano secuencia que da inicio a la película, no solo el pobre animal termina agotado y cansado, también el espectador a causa de la longevidad de la toma y su monotonía. Un hastío muy similar al de la opera prima de Michael Haneke, El séptimo continente, donde una familia de clase media y adinerada tenía de todo, pero al mismo tiempo estaba encerrada en la vacuidad y la cotidianeidad. Dichos Apocalipsis distan de ser meteoritos estrellándose contra la Tierra o alienígenas exterminando a la raza humana. ¿Espectacularidad? Poca o ninguna. ¿Terror y pesimismo? Difícil encontrar mejores representaciones.
El cavallino rampante, vitalidad, energía, es representando como un animal sometido, debilitado y anciano. Ya no quiere moverse, ni comer, ni beber. Su dueño, el cochero, también palidece de la vejez, mientras observa por la ventana el interminable paso del tiempo. La hija se conforma como el símbolo de una juventud al servicio de los mayores, contagiados por su desaliento, tan hastiados como ellos. Un tedio que da lugar a una relación padre-hija lacónica y vacía, donde la comunicación se limita al aviso de “ya está la comida”.
¿Y cómo transmitir el nihilismo, el sentido de una vida cuyas metas no van más allá de avanzar por un desierto interminable y vacío? ¿Cómo representar ese hastío? Béla Tarr opta por únicamente 30 tomas, planos secuencia alargados hasta la extenuación (la película se estira hasta las dos horas y media), mostrando una y otra vez las mismas tareas cotidianas. En blanco y negro, por si la atmósfera no fuese lo suficientemente lúgubre y desoladora. Dejando de lado formalismos, El caballo de Turín puede ser un bonito ladrillo, un plato difícil de digerir. Pero el director húngaro sabe mejor que nadie de la poca relevancia del factor ocioso en un film tan desasosegante como el que nos ocupa.
Llega un momento en el que padre e hija intentan huir, pero pronto vuelven a su casa, a la angustiosa rutina, al hastío. Porque, sencillamente, ya no hay donde ir. Tarr echa por tierra las pocas esperanzas a las que aferrarse y da paso a una escena final donde las llamas y luces se apagan. Todo termina con ese sobrecogedor fundido en negro. Después, no queda nada… Nada.
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