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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · Villacanicas del Hoyo
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Críticas 88
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
10
18 de julio de 2011
20 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
(viene de "Rendezvous", de Claude Lelouch)

El proyecto de la modernidad, como todo proyecto humano, fue un fracaso. El affaire mecánico duró sólo el tiempo que les llevó a las máquinas conquistar su humanidad y convertirse en la Tercera Naturaleza y última expresión de la existencia sobre la faz terrestre. Y esto no es "La tierra sin humanos", aún, sino la tierra bajo la maquinidad.
En ese lamentable estado de cosas, y de forma paradójica, una máquina supondría un lugar de habitación posible. Habitación de lo humano, pero también de lo cinematográfico. Esa máquina era el cochematógrafo.
Lejos de los orígenes, la obra de Kiarostami es, sin embargo, de un moderno primitivismo: punto de encuentro nodal entre la epifanía y la construcción, así lo define maravillosamente Jean.Luc Nancy en su libro "La evidencia del filme (el cine de Abbas Kiarostami)". En este recorrido por el coche-cinematógrafo a guisa de cronológico decálogo, la figura de Kiarostami se alza como el único autor que ha sistematizado tal idea, recogiendo el legado de Rossellini, Ulmer y Godard, y llevándolo a una excelsa depuración. Pues, antes de su desaparición como autor (pensemos en "Five to Ozu" (03), "Ten" (04), o "Shirin" (08) ) y su reaparición como tal (acaecida en "Copia certificada" (10), bien se podría decir que la obra entera de Kiarostami giraba en torno al acontecimiento "coche", y ello no sólo por razones cinematográficas, sino políticas. Así, uno de los estilemas kiarostámicos típicos, además del uso del plano secuencia y el plano lejano, lo encontramos en sendos planos "vehiculantes" que entrañan los anteriores: aquellas profusas conversaciones en el interior del automóvil con plano fijo sobre el personaje locuaz (en estos momentos, Abbas ocupa siempre la posición del copiloto y el oyente, y es él quien da las reválidas) y su contracampo, consistente en largas tomas lejanas del coche avanzando por las sendas de tierra, con la conversación mantenida en off. En ambos casos, campo/contracampo, la comunicación entre las personas se da en el interior de máquinas automóviles. Y esto no sólo ocurre en "Y la vida continúa" (91), sino asimismo en "El sabor de las cerezas" (97) o "Y el viento nos llevará" (99) (dos de los grandes filmes de Kiarostami). El coche es el dispositivo protocinematográfico, el lugar donde se da la relación. En Abbas nunca aparece la chica, es siempre un hombre sólo el prot-agonista, el que habla primero. En este estadio de la (post/requete)modernidad, la trama se ha deslavazado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero, además, el coche es materialmente el único espacio que posibilita la libre expresión (en el Irán en el que Kiarostami continúa viviendo), por estar fuera del alcance de el Gran Otro Verde e Islámico, por ser un reducto de intimidad, un medio de transporte hacia el otro auténtico al que Abbas se dirige. "El coche que circula a través de las películas de la misma manera que a través de los olivos es dos veces verdad cinemática: una vez en tanto que caja de miradas, otra en tanto que movimiento incesante". (op. cit. pág. 79) En esta visión del cochematógrafo sigue inmutable y perenne la concepción del trabajo bajo (espacios y tiempos) mínimos.

(continúa en "Kinatay", de Brillante Mendoza)
The Text of Light
Documental
Estados Unidos1974
6,6
89
Documental
10
Cuerpo de Texto, textura del cuerpo, opacidad del cuerpo. Sobre el film titular, no Afín.

Primer adorno: El único camino que las obras de arte tienen abierto es el de una imposibilidad progresiva. El arte después del fin del arte.

En la secuencia, no existe ninguna forma asimilable, ningún discurso. Ya no hay gramática o sintaxis. Los planos se suceden raudos y sucintos, sin orden ni concierto. Plano general y plano detalle están imbricados y ambos son informales: no hay moral de las formas, no hay ya modo de representación, sino sólo una exhibición de atrocidades: sólo la Cosa encima de la mesa*.
¡Pero qué Cosa! La cámara-ojo persigue los cadáveres sin delectación: un pie, una clavícula, un torso desnudo, la sangre. Cuerpo sin órganos primero, órganos sin cuerpo después. Cada ver es, sí, pero ¿qué ver? Los útiles seccionan trozos de carne y dejan el interior al aire: un riñón, un hígado, un cerebro mortecino (el objetivo fílmico de Resnais). Subrepticiamente, la mirada capta el detalle espeluznante, lo monstruoso del primer plano. Ningún objeto, sólo fragmentos, trozos y objetos parciales. Ningún sonido sincrónico altera la imagen: todo para el ojo. La cámara de Brakhage hace bueno el dictum de McLuhan según el cual los dispositivos técnicos son extensiones del Cuerpo: así, la rueda lo es del pie, la cámara del ojo. Y por eso la cámara es Brakhage mismo: la quietud fija y transparente del ojo atónito, el corte como un parpadeo necesario, el acercamiento es un Je veux voir. Nada que contar: sólo ver, el interior de la cosa, el Cuerpo*2.
La extinción como un momento de destrucción creadora. Brakhage, verdadero suicida fílmico, propone aquí su historia del cine después de la muerte: acontecimiento acaecido en 1963 y anunciado por Rossellini, padre de “la verdad en el cine”. Lo que se filma, lo que se ve, es el Cine mismo y sus avatares: sobre la mesa yace fenecto lo que el cine ha dejado ignaro en sus elipsis. Lo ob-sceno: lo que queda fuera de la escena, reprimido y escamoteado a la visión. Los muertos apilados y olvidados (del negro, del western), los cuerpos penetrados, atravesados y mancillados (del negro, del western). Lo que el ojo no llegaba a ver en las historias del cine está ahora supino sobre la mesa: lo irrepresentable está ahora delante de nuestras narices. Es característico de la era posmoderna, del fin de los Grandes Relatos, el dirigir la mirada hacia la cosa misma y no hacia su representación. En ese gesto estriba la posible salvación del cine como el auténtico arte de la transvaloración que defendían Artaud y Clair. En ese gesto, y en el abandono de la narración y la palabra. Aquí, un cine extremo y marginal dibuja las verdaderas potencialidades del cine allende el espectáculo. (cif. Burch) Y dice: todo el cine es un cadáver. Agresión conceptual, no formal.

(continúa en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El acto de ver con los propios ojos. Extinción del cine como industria, vindicación de la revuelta benjaminiana, de la redención de los excluidos: del cine de videntes y no de actores o actuantes. Habitantes de una región central inviolable, estos cineastas proponen una nueva imagen, la imagen-desnuda: “Quien empieza desnudo tiene derecho a la mínima abstracción”, dice algún francés.
Reverso perverso del documental institucional de Wiseman, las de Brakhage son imágenes sin sentido, no narrativas: son exabruptos filmados, son cristales rotos, miembros amputados sin cuerpo original. Son el cine visto de verdad: el futuro de la imagen cinematográfica ha dado la razón a Brakhage. La industria pornográfica produce diez veces más películas que la tradicional (la pornográfica vestida y elíptica): diez veces más cuerpos sobre la mesa, en observación. Si el cine clásico consistía en ver a la muerte trabajando, tras su muerte, lo que proponen las imágenes es la visión de la máquina trabajando. Plano general, plano detalle, sin gramática. Aquí, una imagen vale más que mil palabras. Pero, es que no hay palabras. Sólo un OjO con el que predicar en el desierto.

Último adorno: La actitud adecuada del arte sería cerrar los ojos y apretar los dientes.

______________________________

*Señalaremos, de forma harto curiosa, la siguiente consideración. En un programa emitido hace unas semanas (“21 días en la industria del porno”, en La Cuatro), el productor-director Torbe (autor, entre otras, de “Torbe y sus cerdillas” y “5x5: Por el culo te la hinco”), nos facilitaba una descripción perfecta de la técnica narrativa: “Plano general. Plano detalle. No hay nada más. Diez segundos aquí, diez allí. Ya está.”
*2 Esta tendencia hacia el cine de los cuerpos no se da sólo en el caso de la pornografía o la publicidad. En el cine, desde Peckinpah al menos (pero también en Fuller, en sus primeros planos), aparece un interés por la fisicidad. Interés que se repite en Scorsese, en Cronenberg y, más actualmente, en Claire Denis, por citar algunos ejemplos. Por lo que respecta al interior de los cuerpos, terreno vedado para estos autores, ahí sí que Marc Dorcel o Joe D´Amato les sacan ventaja. Pero, el no va más en el género, son sin duda las cámaras microscópicas que los médicos introducen en el cuerpo de sus pacientes, atravesándolo, haciendo un travelling por su interior.

(continúa en Shara)
10 de septiembre de 2010
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes del advenimiento de la modernidad fílmica, caracterizada por el tránsito de la imagen-movimiento a la imagen-tiempo (o lo que es lo mismo, por el paso de la representación del tiempo fragmentado a la presentación del tiempo en estado puro), era un lugar común y necesario que, al finalizar el relato, se vieran impresas en la pantalla las palabras “The End” (o “Fin” o “Fine”). No nos detendremos en las implicaciones que su desaparición conlleva, al dejar de ofrecer la película como un objeto hermético, matizado y clausurado sobre sí mismo, al abandonar el estatuto de la obra acabada. Este abandono del “The End” no es un olvido mnemotécnico de la noción del fin, asaz afín a la cultura de la narración y la imagen. Al contrario, creemos, y con los ejemplos aducidos intentaremos mostrarlo, la modernidad fílmica no escamotea el Apocalipsis, sino que lo lleva, paradójicamente, a su extinción. En los siguientes momentos, podremos seguir este Acto Fundacional, loco gesto, que anula la noción de fin en la película para proponer una lógica de la (com)unidad entre cine y vida, señera de la lógica de la separación en la que se fundamenta el cine clásico, valga la redundancia, el cine separado de la vida.

El Gesto Ígneo: la forma abstracta y desnuda que caracteriza el tránsito a la modernidad, el paso del Autor al Realizador (director de sí mismo), o del homo sapiens al homo sacer, aparece, como instantes primigenios, en la pantalla en negro o en la pantalla en blanco, como muy bien muestra Deleuze. Vaciado de la imagen que será, desde entonces, una potencia del pensamiento en su estado de gravidez intrafílmica: el cine como herramienta del pensar. Estos gestos se repiten en la obra de Robbe-Grillet, en la de Debord, en la de Antonioni. Desde la pantalla monocromática, en la que no se ve nada representado, germina el margen de indefinición que es un imperativo para la “realización”. Comienzo de la religión mecánica de Bresson, de la expresión del “sexto sentido” (Cif. El filme de Sobrevila de 1929 y su personaje Kamus).

(continúa en spoiler, a modo de índice de lectura)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Los siguientes ejemplos son momentos de un ritual de com-unidad entre el cine y la vida. A razón epocal, los dos últimos son la repetición de los dos primeros. Éstos, del 66 y el 71, representan el instante de la creación. Los otros, del 2008, el de la re-creación o, en términos de ritual, de actualización.

(continúa en Carretera asfaltada en dos direcciones, de Monte Hellman)
26 de abril de 2010
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como en Zabriskie Point y The brown bunny, en 29 Palms aparecen grandes máquinas que acogen al individuo, prótesis de metal con las que se intenta nuevamente poblar y cruzar el desierto Pop. Un desierto atravesado primero ya por urbanizaciones y piscinas y gasolineras y supermercados, y después por la moto de Gallo, por el Hammer en el que se mueve la pareja del film de Dumont por un desierto idílico y terrorífico al tiempo.
Gallo cruza desesperado el mismo desierto que la pareja de amigos de Gerry, tratando de olvidar y desaparecer por la vía acelerativa del movimiento constante: no parar, seguir adelante. La pareja de 29 Palms, que pasea sus neurosis relacionales por un desierto al que quieren fotografiar, en el que follan como en una película de Andrew Blake, alejándose y reencontrándose sin motivo, acabará desapareciendo igualmente: la ruleta de la fortuna hará que a él lo violen sodomizándole, ella obligada a mirar. Su propio desequilibrio, su desierto emocional, dará forma a su última discusión.
Como vemos, el desierto no es lugar para comunidades: ni amistad ni amor son posibles en el espacio virtual que conforma el mundo postmoderno y, poco a poco, requetemoderno.

(continúa en El cant dels ocells)
1 de abril de 2010
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El último film de Michael Haneke hasta la fecha, si exceptuamos el remake yanqui de “Funny Games” (07) donde el austriaco demostró su “cuadratura”(:los tiene cuadrados), “Caché”, ganó el premio a la mejor dirección y el Fipresci en el Cannes 05. Palma de Oro en Cannes, Globo de Oro y un previsible Oscar el próximo 7 de marzo son algunos de los laureles que “La cinta blanca” habrá cosechado. Parece, por lo visto, que el autor de aquellos artefactos terroristas como “El video de Benny” (92) o “71 fragmentos de una cronología del azar” (94), ha dejado de provocar controversia para lograr el aplauso unánime. ¿Qué ha ocurrido entre aquel brutal debut de 1989 que era “El séptimo continente” y esta “obra maestra”? ¿Entre el síndrome de astenia que lo reunía con Muratova y Faroki y este que lo hace con Dreyer, con Bergman o Bresson, y con la tradición? ¿Es el nihilista Haneke quien ha cambiado o es el público? Al parecer, puede que se haya curado. El primer síntoma es que acaba de realizar su primera película no contemporánea. La primera vez que el mundo del que nos habla, hic et nunc, no es el de hoy*.
Entre dos fundidos en negro (cintas negras de impureza que abren y cierran el film), “La cinta blanca” cuenta una historia ambientada en 1913 en la Alemania rural. Como todo el mundo sabe, Haneke propone un discurso alegórico sobre la semilla de la violencia de la generación de la sangre y el suelo que construyó el Tercer Reich. En sí, un gesto cuadriculado-hanekiano, una receta contra el olvido. Y un capítulo a añadir en su tratado sobre entomología humana. Capítulo extraño, pues sería el prólogo: y un prólogo, un orto protésico, es siempre falso y mentiroso. Extrañeza que, como decimos, aparece en el oxímoron entre el clasicismo de la historia y las formas ultramodernas de Haneke, en ese distanciamiento que, ahora, contra toda su obra anterior, no es brechtiano, sino narrativo y funcional.
“La cinta blanca” es mentirosa y paradójica, como toda rememoración. Narrada por una voz en off que dice no acordarse exactamente de los hechos pero que conserva hasta los detalles más ínfimos sobre la climatología, el escamoteo enunciativo es constante. Historia de un pueblo cualquiera, quiere ser la historia del Pueblo Alemán, como el “Satantango” de Bela Tarr lo quería de la Humanidad, y entre ellas guardan no pocas similitudes (el pesimismo, la quietud, pero una quietud no oriental, el desesperado cinismo). En tal microcosmos, Haneke monta una deslavazada trama cuasi detectivesca que avanza metronómicamente, “accidente” tras “accidente”.
(sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Haneke muestra cómo la violencia, ésta sí con rostro, es la norma bajo la que sus seres (él es siempre un schopenhaueriano demiurgo) se relacionan. Rostro con máscaras, personas que actúan y hablan: la maldad, el egoísmo, la envidia y la brutalidad se expresan a bofetadas y palizones, o sólo verbalmente (logrando cotas que sólo la enfermedad del público puede explicar que se oigan risas cuando, por ejemplo, el personaje del médico le dice a su amante el asco que le da y que por qué, oh dios protestante suyo, no se muere de una vez). “La cinta blanca” no sólo rinde cuentas con el nazismo, mostrando los juegos perversos de estos prepúberes goebbels, eckmans, heideggers y riefehnstahls, sino también con el marxismo y el freudianismo, haciendo un ejercicio expositivo sobre la lucha de clases y sus consecuencias (triángulo Barón/Médico/Pastor) y asimismo sobre la teoría de la represión y sus mecanismos (los tres Palos y todas sus Astillas). Se repite porque se reprime. Hay que fracasar dos veces para conjurar el mal. Repetición traumática y fracaso repetido: “castigando a los hijos por los pecados de sus padres”. Y castigando a los padres por su fracaso.
¿Cómo lo muestra? Con el dispositivo hanekeano, que es el del realismo construido: plano fijo, respeto baziniano por la duración, o plano secuencia perfectamente orquestado. Con una dirección de actores magistral y unos diálogos de Jean-Calude Carriere hirientes (¿o ya no tanto?) y sádicos en una ambientación perfecta. Con un montaje elíptico, en el que cada corte es una herida, donde Haneke, a cuchilladas, yuxtapone a Schubert con un cerdo, el cantar de los niños con el chillido ya insoportable de un recién nacido, un suicidio con una bella postal: siempre llegando a las escenas en mitad, y yéndonos de repente. Haneke quiere seguir provocando, quiere seguir generando asco, pero sus formas y maneras son tan espléndidas que lo que consigue son aplausos y premios y quintetos de estrellas.
Los hanekeanos recalcitrantes podrán decir que Haneke ya no es lo que era, y añorar la inmediata fragmentación delicuescente de “Código desconocido” (02) o el poderío perverso de “Funny Games” (97) o “La pianista” (01). Otros dirán nostálgicos de ------, y que a la ------ la política de autores. Los segundos, disfrutad de “vuestro Haneke” con cinta blanca. Los primeros, cosas de la política de autores posmoderna, le damos el Haneke® 2009 (Premio Palo a la Mejor Astilla) a Ulrich Seidl y su “Import/Export”.

__________________
* Como tal (film no contemporáneo), habría que considerar igualmente “El tiempo del lobo” (03), una ficción apocalíptica que aparece como un OCNI (C de cinematográfico) en la filmografía de Haneke, y que además carece por completo de interés, precisamente, creemos, por lo que venimos señalando: Haneke es bueno cuando sintomatólogo de la desidia y la desaparición. Es el Primer Fracaso.
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