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Críticas 91
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
17 de marzo de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
House of Cards tiene dos almas. La primera es atractiva, morbosa y definitivamente más comercial. Supone acercarnos al abismo moral del juego político de élite. La carencia de escrúpulos, la manipulación sistemática, la ausencia de cualquier afecto sincero (siempre una debilidad), vivir en un juego de espejos continuo en el que cada decisión y cada comentario pueden impulsar tu carrera o terminar con ella y, en suma, el reguero de dolor, vidas destruidas y corrupción que pavimentan el camino al poder.

Es innegable que este no deja de ser el cebo que vende la serie y es lógico que ocupe un lugar destacado del tiempo en pantalla. El problema es que de este modo la serie se ve obligada a subir continuamente las apuestas para evitar que el espectador pierda interés. No te preocupas por Frank Underwood como personaje, solo quieres ver hasta donde será capaz de llegar, qué nuevas cotas de villanía alcanzará, con qué maquiavélico plan superará el próximo obstáculo que se le presente, cuál será el próximo rival a batir y cuán escaldado saldrá tras cruzar su camino con el malvado protagonista. Es como un videojuego, en el que cada temporada supusiese nuevas misiones y nuevos jefes finales, cada vez más difíciles. Esto redunda, a mi entender, en una pérdida de verosimilitud que hace descender varios enteros la calidad global de la serie. Con cada giro, cada nuevo escenario cargado de problemas, cada enemigo batido, cada peligro evitado, cada escándalo que acaba salpicando a todos menos al protagonista... Cada vez se fuerza más la capacidad del espectador de suspender su incredulidad y se cae más en el atajo narrativo, el recurso facilón y el deux-ex-machina.

Con todo, mi principal problema con House of Cards no es si es más o menos creíble. La principal razón por la que no termino de conectar con ella es que uno acaba saturado de tanta maldad, de tanto cinismo. No soy ningún santurrón, también es para mí un placer perverso ver como Underwood trama sus planes y se sale con la suya. Pero llega un momento en el que te hastía sumergirte en tanta podredumbre, tanta inmoralidad, tanta desesperanza. Acabas harto de escuchar que la democracia es una mentira, que nuestras vidas no son más que juguetes de la ambición de la minoría que realmente cuenta, que somos todos unos imbéciles que bailamos al son que nos marcan. Es muy difícil empatizar con el protagonista, hasta tal punto que te acaba dando lo mismo incluso que termine siendo derrotado y reciba su merecido. Porque sabes que si pierde lo hará a manos de alguien igual de pérfido y corrupto, alguien que -con buenas o malas intenciones de partida- ha tenido que rebajarse a jugar el mismo juego de Underwood, solo que por una vez ha jugado mejor.

¿Y por qué sigo viendo House of Cards entonces? Porque tiene un segundo alma, que ocupa menos tiempo y a la que se le da menos importancia, pero que es muchísimo más rica e interesante que la anterior. Son aquellos momentos en los que se muestra algo complejidad emocional, en los que los personajes ganan matices. Cuando dudan, cuando sufren, cuando muestran remordimientos, cuando recuerdan con nostalgia momentos más felices, cuando se lamentan de no haber tomado otro camino… Cuando muestran, en suma, algo de tridimensionalidad. Esos momentos son tan brillantes y están tan bien contados que hacen que no termines nunca de tirar la toalla.

Es por eso que prefiero a Claire Underwood mucho antes que a su marido, y me hubiese gustado que la serie pivotase más sobre ella que sobre él. Claire, soberbiamente interpretada por una Robin Wright consciente de estar ante el papel de su vida, es un personaje más interesante, duda más, soporta peor el peso de los sacrificios, le duelen más las renuncias, manifiesta sentimientos más auténticos. Eso no significa que no esté tan cegada por la ambición como su marido, o que no sea capaz de actos igual de inmorales. Claire es más interesante que Frank porque es corrupta y cruel a pesar de tener también sentimientos contrarios. Frank nunca duda, o lo hace muy levemente. Claire no es el contrapunto buenista de Frank, simplemente es un personaje más complejo y sugerente.

House of Cards habría sido una obra maestra si hubiese querido ser sobre todo un retrato realista de los habitantes de la cúspide del sistema político, con sus grandezas y miserias, sus cloacas pero también sus gotitas de humanidad. Porque cuando lo es, cuando es más de Claire, de Jacqueline Sharp y hasta de Doug Stamper o Remy Danton, la serie alcanza cimas muy altas, comparables a lo mejor de esta edad de oro de la televisión. Pero casi siempre es más sobre Frank, sobre Petrov, Raymond Tusk, Seth Grayson y demás desalmados, con los que se disfruta un culebrón, pero no se viaja a las alturas del mejor drama.
12 de julio de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chicos en un instituto de un suburbio estadounidense en 1980. Oh no, ¿otra vez?, ¿otra serie de adolescentes yankees y para colmo con nostalgia incluida? Sí, pero no. "Freaks and Geeks" es como "Ghost World" (el comic, no la peli), como "All the Young Dudes" de Mott the Hopple o "Baba O'Riley" de los Who, como "Rebelde sin Causa" o "Rebeldes" (la novela, no la... bueno, la peli también molaba mucho): toma la adolescencia -la angustia, la búsqueda, la desorientación, sí todo lo que ya sabes- y la eleva a la altura de obra de arte imperecedera. No escribo poseído por el hype: créanme, ese es el nivelón.

Estamos en 1980, un turning point decisivo en la historia de nuestra civilización. El mundo industrial y fordista está llegando a su fin, mientras nuevas tecnologías (los videojuegos, los microondas, las calculadoras...) empiezan a invadir la vida cotidiana. Los 70 han terminado con la derrota de los ideales de los 60, Reagan asoma en el horizonte. Tres generaciones se enfrentan a su manera a esta encrucijada histórica: la generación silenciosa asiste impotente al final de su mundo, esa América de los 50 en la que crecieron y que ya no existe; los baby boomers empiezan a sacudirse los ideales de juventud mientras se aprestan a tomar el poder; la primera oleada de la generación X -la mía, verbigracia- se siente alienada de unos y otros, como carente de sitio. ¿Es casualidad que la serie esté situada en un suburbio ficticio de Detroit? No, claro que no. La ciudad que fue símbolo de la industria usamericana, la que a partir de entonces enfilaría un imparable declive. "Freaks and Geeks" es eso: la pérdida de inocencia de unos adolescentes como metáfora de la pérdida de la inocencia de los Estados Unidos. Y de camino, nos hablan de las grandes temas de la vida: la lucha de clases, la amistad, la autenticidad, la soledad, la identidad, el amor, la muerte, y por supuesto, las difíciles relaciones intergeneracionales.

No sé si soy el único que lo piensa, pero creo que "Freaks and Geeks" tiene una descomunal influencia de "Doctor en Alaska", otra de las series que pavimentaron el camino al momento dulce que afortunadamente vivimos ahora. Como la serie del Doctor Fleishman, "Freaks and Geeks" es profundamente coral, aunque en principio esté focalizada en un par de personajes; tiene el mismo punto postmoderno (bueno) según el cual todo el mundo tiene parte de razón y la verdad absoluta no existe; también se sustenta a medias en el desarrollo de unos personajes maravillosamente construidos y desarrollados, a medias en unos diálogos brillantes, memorables por momentos; comparte el mismo tono realista mágico, donde te parece que han logrado capturar a la perfección la vida cotidiana, pero al tiempo te dan el toque justo de fantasía. Demonios, quizá me esté volviendo loco, pero hasta me da la sensación de que tienen una fotografía muy parecida, como destacando el componente nostálgico, de paraíso perdido.

Para colmo, tiene una de las mejores entradillas de la historia, en la que se presenta perfectamente a cada uno de los personajes principales, ¡y de fondo nada menos que el "Bad Reputation" de Joan Jett que justo es del mismo año en que está ambientada! Da la sensación de que en esta serie está pensado hasta el más mínimo detalle para ambientarte mejor.

¿Les he dicho ya que es la serie donde debutaron entre otros Jess Franco y Seth Rogen, dos de las personalidades más interesantes del Hollywood actual? Bueno, y Jason Segel (que como otros actores televisivos, parece que lleva haciendo el mismo papel desde joven) y Linda Cardellini y Martin Starr... Seguro que otras críticas ya lo han destacado, pero si eso va a hacer que la veáis, pues lo repito. Porque además todos están so-ber-bios.

Pero, ¿sabéis qué? Para los que nos hemos enamorado de esta serie (yo ya la tengo en mi top ten histórico de favoritas), "Freaks and Geeks" no es el principio de nada. Como con "Firefly" -otra ilustre cancelada antes de tiempo- cada capítulo es una experiencia agridulce: otra maravilla que te deja con una sonrisa, un paso más hacia el triste final. Como en las mejores novelas y películas, te engancha tanto que quieres devorarla, pero eso te acerca más hacia la inevitable despedida de unos personajes que se han convertido en parte de ti mismo. Ya no volverás a verlos, no sabrás qué será de sus vidas. ¿Saben que con las audiencias de hoy se hubiese mantenido holgadamente en antena?, ¿qué habría sucedido, habría seguido creciendo, la habrían dejado a tiempo o habría ido a menos? Nunca lo sabremos, maldita sea. Y tal vez sea mejor así. De esta forma se ha quedado congelada en el tiempo, en su perfección, en su rabiosa juventud. Con unos personajes que serán eternamente jóvenes, eternamente adolescentes. Como retrato perpetuo, redondo y perfecto de la adolescencia. Como las rockstars del club de los 27.

Pero jo, acabo de terminarla y ya les echo de menos. Creo que nunca dejaré de echarles de menos. Supongo que no se puede tener todo. Aceptarlo es parte de hacerse adulto... A veces, solo a veces, para mal.
9 de mayo de 2019 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se anunció que el reboot de Sabrina La Bruja Adolescente que preparaba Netflix iba a tener un tono completamente distinto al de la serie de los 90, hubo gente que montó en cólera y enarboló el habitual argumentario sobre el robo de la infancia y tal pascual. Ya hay que tener mal gusto o mala memoria para decir algo así de una serie que era cutre a rabiar y que la mayoría veíamos a escondidas y en plan placer culpable. Lo que no quita para dudar si una aproximación más seria y gótica podía ser la más apropiada para un personaje que es cómico en origen y esencia. Pero como fan de los tebeos de Archie sé que es un universo de ficción que permite distintos acercamientos e interpretaciones, y ahí está el éxito de "Riverdale" para demostrarlo.

De hecho, "Las Escalofriantes Aventuras de Sabrina" no esconde en ningún momento que "Riverdale", con su tono de culebrón teen mezclado con misterios de baratillo, es su gran modelo. A ello le añade un tono terrorífico que, a priori, encaja muy bien con el personaje. Y bueno, en su primera temporada funcionaba razonablemente, pero en esta segunda ha caído por el mismo precipicio por el que se despeñó la serie de Archie, Betty y Verónica: se ha tomado demasiado en serio a sí misma. Seamos francos, esta era de esas series que se ven con palomitas y chuches, un poco para saciar nuestro oscuro deseo de ascogusto culebronero adolescente. Argumentos de opereta, disparatados, con sus amoríos, su dramatización de la angustia pubescente, sus personajes de manual, su instituto como pequeño universo cerrado y aquí con el punto de más de la magia. Este tipo de series no puedes tomártelas como si de verdad fueran algo remotamente parecido a ficción seria, es cargarte el juguete. Y eso es lo que le ha pasado a esta Sabrina, con este peñazo de trama central pseudobíblica. Y ni siquiera el gato habla, venga ya…
25 de septiembre de 2010 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cierta tendencia de la crítica ha tendido a ver en la narrativa negra (ya sea novela o cine) una progresista crítica a la sociedad contemporánea, por concebirla como intrínsecamente corrupta, despiadada y cegada por la ambición. En mi opinión esto es cierto sólo en parte. Algunos autores sí tienen esa intención (Dashiel Hammett obviamente, John Huston probablemente). Otros simplemente son cínicos incurables. Y un tercer grupo son conservadores de tomo y lomo. Esta peli es una muestra perfecta.

Un elemento imprescindible en la narrativa negra es que el protagonista se ve arrastrado a una situación confusa, compleja y potencialmente mortal sin proponérselo. La peli o el relato se suelen basar en que el protagonista vaya descubriendo qué demonios está sucediendo para terminar tratando de salir del lío en el que le han metido. Con frecuencia es un policía, un criminal o un detective privado. Pero en otras ocasiones es simplemente una persona normal y corriente. Este segundo tipo de pelis me gustan especialmente. Los Coen (esos poco reconocidos redefinidores contemporáneos del género negro) suelen ser maestros en ese arte.

En las pelis de cine negro conservadoras a las que me refería antes el principal mensaje que el director trata de transmitir es: no te metas en problemas, confórmate con lo que tienes, con tu vida normal y corriente, agacha la cabeza o mira cómo puedes acabar. Las pelis negras de Fritz Lang solían ser así. Estoy casi seguro de que "Retorno al Pasado" de Torneur también lo es. Y desde luego "Con las Horas Contadas" también.

"Con las Horas Contadas" es, por lo demás, una peli maravillosa, con ese sabor a clásico bien hecho, a cine bien contado que tan poco abunda hoy día. Ritmo magnífico, actuaciones estupendas, fidelidad a un planteamiento, todos los recursos propios del medio (palabra, gesto, música, vestuario, decorado, cámara...) puestos a disposición de la historia. Por eso, uno la ve y le da igual que el director le esté tratando de convencer de que se quede tranquilito en casa y no se meta en follones.

En este sentido, merece la pena ver justo después de ella "El Hombre que Nunca Estuvo Allí" de los Coen, porque con un planteamiento muy parecido llega a la conclusión opuesta. Una muestra de la variedad que este maravilloso género oferta -más allá de las aparentes similitudes formales de todos sus relatos- a todos aquellos que sepan ver más allá de sus narices.
13 de septiembre de 2010 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuarto documental de la muy recomendable serie "The Blues", coordinada por el gran Martin Scorsese, en el que varios directores de renombre dan su visión personal sobre la herencia de la música del diablo. Y sorprendentemente, dada la discreta carrera de Pearce, mucho mejor que otros que tienen más nombre (véase mi crítica a "The Soul of a Man" de Wenders).

Y es que partiendo de casi la misma idea que el alemán (ilustrar a través de la vida de tres bluesman los avatares que la mejor música del siglo XX ha tenido que atravesar hasta su actual estatus... digamos consagrado), Pearce la desarrolla con más sencillez pero mucho mayor acierto. Porque podemos afirmar que "El Camino a Memphis" es puro cine.

Y es que el planteamiento es el de una película y el director es fiel a él hasta el final. Decide contar la misma historia desde tres puntos de vista diferentes, el del bluesman que ha triunfado (B.B. King), el que sigue trabajando duro en circuitos secundarios y clubes de mala muerte (Bobby Rush) y el que fracasó, se retiró y hoy es injustamente ignorado (Rosco Gordon). Y en ningún momento Pearce trata de hacer trampas. Respeta la perspectiva de cada uno de sus protagonistas. Ha decidido que sean ellos quienes nos cuenten la historia, y no hace artificios con ello, como cuando los malos directores de hoy día dejan que el malo de la peli nos cuente el argumento en lugar de mantenernos en la perspectiva del heroe que no se entera de la vaina hasta el final, que es como deben hacerse las cosas.

En fin, con la excusa de una reunión de viejos talentos en Memphis, los tres protagonistas (insisto: cada uno desde su punto de vista) rememoran la historia del blues del Delta. Uno, lo ve desde la lejanía del éxito actual, con respeto pero sin deseo de volver al pasado. Otro, desde la nostalgia de haber perdido casi todo su mundo, sustituido por cafés turísticos. Un tercero desde el empeño continuo por un triunfo que no llega, pero al que no renuncia. Sus recuerdos nos valen para reconstruir la historia, que es también la historia de la comunidad afroamericana en el siglo XX. Y que cada uno saque sus propias conclusiones.

En conclusión, viendo "Camino a Memphis" he llegado a pensar que Pearce se ha equivocado de carrera, y que quizá hayamos perdido a un excelente documentalista.
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