Tras el tremendo fracaso de Batman y Robin (película para olvidar), el anuncio de una nueva película de Batman hizo temblar a los fans del hombre murciélago, pero la mano de Nolan (cuya obra cumbre era por entonces la magnífica "Memento") hacía que al final del túnel se viera un tenue resplandor.

Y, aunque no fue la película definitiva, sí que supuso un gran cambio de perspectiva con respecto a las entregas anteriores, demasiado marcadas por el estilo Burton (malogrado sin pudor), dándole la dosis de realismo, el ritmo trepidante y los efectos especiales que necesitaba para mantener al espectador sentado en la butaca del cine.

Es esa extraña habilidad que posee Nolan, de dar la dosis justa de acción, y cuando piensas que está a punto de acabar, cuando dices "sólo un poco más", te sorprende con que aún queda la media hora justa para que salgas del cine tremendamente satisfecho.

La buena animación, el ritmo fluido y el humor sencillo, junto a los personajes adorables (Agnes y los Minions) y los guiños extendidos (como el último, a Fiebre del Sábado Noche) se ven deslucidos por un doblaje pésimo que quita gracia a la mayoría de los chistes, en especial, de su protagonista. Una pena.