Anya Taylor-Joy, a quien también vi en La Bruja, es capaz de transmitir muchas cosas distintas con una economía gestual importante. McAvoy, por el contrario, necesita la gestualidad para comunicar al espectador a quién está viendo. Es un interesantísimo contraste que profundiza la perspectiva de la temática presentada en la pantalla.

Me gusta esta película, con todas las limitaciones de un presupuesto que se adivina mínimo. Me gusta el intento, dificilísimo, de lleva a la pantalla la concepción del terror como lo había entendido Arthur Machen, en el que lo telúrico y lo sagrado son el fondo horrible de la existencia, y en el que los actos contra el orden humano (burgués, en este caso) se pagan con el sacrificio, actos y sacrificio que dan la medida de lo que somos. Lo telúrico, lo sagrado, por supuesto, no nos engañemos, rompen con toda la lógica de lo cotidiano, del sentido común; esto se refleja bien en la película.