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5,7
4.236
7
19 de octubre de 2016
19 de octubre de 2016
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuevo y esperado trabajo de Mateo Gil tras “Blackthorn” y, al igual que esta, imponente factura técnica y reparto internacional, con giro copernicano en cuanto a temática, aunque no por ello novedosa en su trayectoria, ya que remite claramente a su guion de “Abre los ojos” para Amenábar.
El título bastante clarificador de “Proyecto Lázaro” no es el único elemento simbólico en la película, situada cronológicamente en un futuro año 2084 de claras resonancias distópicas y con un doctor West como científico encargado de resucitar y tutelar médicamente al protagonista.
Se trata de un film estimable, aunque mucho me temo, a tenor de su tibia acogida en Sitges, que su recorrido comercial no será nada fácil, enmarcada, quizá, en un limbo que la convierte en demasiado adulta y trascendente para el habitual público juvenil de la sci-fi al uso y en una simple historia de género para el público que busca arte y ensayo de alto voltaje intelectual. Su estreno, programado para el próximo enero, desvelará estas dudas.
El argumento gira en torno al primer hombre resucitado de la Historia, tras ser criogenizado casi 70 años antes por padecer una enfermedad terminal, lo que da pie a interesantes reflexiones sobre asuntos como la esperanza, el miedo, la soledad, la pérdida o el peso de los recuerdos, que propician escenas de gran hermosura y emotividad. En el debe, cabe consignar que la propia estructura narrativa provoca cierta reiteración argumental, debido a un uso no siempre atinado del flashback y a subrayados innecesariamente evidentes.
No nos hallamos, pues, ante una obra redonda ni mucho menos, pero sí ante una más que digna propuesta, inusual en nuestra cinematografía por su ambición, acertadamente protagonizada con camaleónica sobriedad por Tom Hughes y por una notable Oona Chaplin, que aborda con seriedad aspectos éticos y filosóficos de actualidad y que creo no defraudará a quien se acerque a ella con mente abierta y sin esperar pirotecnias gratuitas, aunque probablemente tampoco deje el poso que podría esperarse de un proyecto tan enjundioso en origen.
El título bastante clarificador de “Proyecto Lázaro” no es el único elemento simbólico en la película, situada cronológicamente en un futuro año 2084 de claras resonancias distópicas y con un doctor West como científico encargado de resucitar y tutelar médicamente al protagonista.
Se trata de un film estimable, aunque mucho me temo, a tenor de su tibia acogida en Sitges, que su recorrido comercial no será nada fácil, enmarcada, quizá, en un limbo que la convierte en demasiado adulta y trascendente para el habitual público juvenil de la sci-fi al uso y en una simple historia de género para el público que busca arte y ensayo de alto voltaje intelectual. Su estreno, programado para el próximo enero, desvelará estas dudas.
El argumento gira en torno al primer hombre resucitado de la Historia, tras ser criogenizado casi 70 años antes por padecer una enfermedad terminal, lo que da pie a interesantes reflexiones sobre asuntos como la esperanza, el miedo, la soledad, la pérdida o el peso de los recuerdos, que propician escenas de gran hermosura y emotividad. En el debe, cabe consignar que la propia estructura narrativa provoca cierta reiteración argumental, debido a un uso no siempre atinado del flashback y a subrayados innecesariamente evidentes.
No nos hallamos, pues, ante una obra redonda ni mucho menos, pero sí ante una más que digna propuesta, inusual en nuestra cinematografía por su ambición, acertadamente protagonizada con camaleónica sobriedad por Tom Hughes y por una notable Oona Chaplin, que aborda con seriedad aspectos éticos y filosóficos de actualidad y que creo no defraudará a quien se acerque a ella con mente abierta y sin esperar pirotecnias gratuitas, aunque probablemente tampoco deje el poso que podría esperarse de un proyecto tan enjundioso en origen.
6
19 de octubre de 2016
19 de octubre de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puesta de largo de “The Void” en nuestro país dentro del, permítaseme el tópico, incomparable marco del Festival de Sitges, que cumple ya 49 ediciones haciendo las delicias de los aficionados al cine fantástico y otros géneros afines solo aptos para mentes desprejuiciadas.
La película canadiense pasa el corte muy por los pelos y se va desinflando a medida que avanza el metraje, hasta conseguir que su escasa hora y media de duración se nos antoje excesiva. Y eso que la cosa arranca bien, sin grandes novedades, pero bien: entorno rural relativamente aislado, escenario claustrofóbico y cerrado (en este caso un hospital bajo mínimos asistenciales debido a un incendio) de indisimulados ecos carpenterianos, galería de personajes con conflictos internos y entre sí e introducción del siempre sugerente elemento sobrenatural. Con estos mimbres, el asunto cobra vuelo durante el planteamiento inicial, para decaer vertiginosamente cuando de atar cabos se trata, al disociarse la historia en varios hilos narrativos más o menos convergentes o divergentes según la ocasión, lo que va restando interés en el espectador ante la imposibilidad de llegar a conclusiones medianamente sólidas, adentrándose en el territorio facilón de embrollar cada vez más el asunto y recurrir a la búsqueda de lo epatante a través de bestias y criaturas no demasiado sutiles. La acogida en la platea fue más bien tibia, aunque el siempre vehemente público de Sitges jaleó algunas escenas.
Habrá que seguir la trayectoria de sus jóvenes directores, Gillespie y Kostanski, enmarcada en una cinematografía tan proclive al género como la canadiense, que nos ha ofrecido maestros como Cameron, Cronenberg o Natali, pero, de momento, “The Void” dista mucho de la excelencia, quedando en un proyecto tan correcto como olvidable.
La película canadiense pasa el corte muy por los pelos y se va desinflando a medida que avanza el metraje, hasta conseguir que su escasa hora y media de duración se nos antoje excesiva. Y eso que la cosa arranca bien, sin grandes novedades, pero bien: entorno rural relativamente aislado, escenario claustrofóbico y cerrado (en este caso un hospital bajo mínimos asistenciales debido a un incendio) de indisimulados ecos carpenterianos, galería de personajes con conflictos internos y entre sí e introducción del siempre sugerente elemento sobrenatural. Con estos mimbres, el asunto cobra vuelo durante el planteamiento inicial, para decaer vertiginosamente cuando de atar cabos se trata, al disociarse la historia en varios hilos narrativos más o menos convergentes o divergentes según la ocasión, lo que va restando interés en el espectador ante la imposibilidad de llegar a conclusiones medianamente sólidas, adentrándose en el territorio facilón de embrollar cada vez más el asunto y recurrir a la búsqueda de lo epatante a través de bestias y criaturas no demasiado sutiles. La acogida en la platea fue más bien tibia, aunque el siempre vehemente público de Sitges jaleó algunas escenas.
Habrá que seguir la trayectoria de sus jóvenes directores, Gillespie y Kostanski, enmarcada en una cinematografía tan proclive al género como la canadiense, que nos ha ofrecido maestros como Cameron, Cronenberg o Natali, pero, de momento, “The Void” dista mucho de la excelencia, quedando en un proyecto tan correcto como olvidable.

5,7
2.171
8
19 de octubre de 2016
19 de octubre de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El segundo largometraje del mexicano Jonás Cuarón, titulado “Desierto”, aunque huérfano en el palmarés del reciente Festival de Sitges, fue de lo mejorcito que se pudo ver en esta última edición.
Se trata de una indisimulada fábula política en forma de thriller psicológico, muy austero en medios, pero con suficientes recursos cinematográficos para conseguir una tensión ambiental en continuo crescendo, bajo una premisa argumental tan aparentemente manida como la del cazador y la presa. El papel de cazador corresponde a Jeffrey Dean Morgan, que interpreta a un redneck racista dispuesto a acabar sin contemplaciones con todo cuanto inmigrante ilegal ose cruzar las sacrosantas fronteras que dan paso al paraíso terrenal USA (con la inseparable compañía de un perro tan sanguinario como él). El papel de presa colectiva recae, por ende, sobre esos humildes mexicanos a la búsqueda de un futuro mejor, personificados en un Gael García Bernal con el que el cazador entabla un desigual tour de force. Pero es esta condición de parábola política (en la que hasta los protagonistas tienen nombres tan simbólicos como Moisés en el caso del migrante y Sam en el caso de su perseguidor) donde la película flaquea ligeramente, al caer en el maniqueísmo, el esquematismo y la unidimensionalidad, por muy pertinente que se nos antoje la soflama, que lo es, máxime con un malnacido como Trump optando a regir los destinos del país más poderoso del mundo. Por eso hubiera sido más eficaz ampliar la paleta de matices y apostar por una mayor sutileza a la hora de colocar la carga de profundidad.
En cambio, el film funciona perfectamente como thriller cercano al terror y perfectamente encuadrable en el subgénero survival, incorporando el desierto de Sonora como un personaje más y dotando a este imponente escenario de múltiples posibilidades para el desarrollo de la acción, con unos condicionantes físicos que refuerzan y pertrechan la trama, facilitando un bagaje dramático que no hubiera sido posible en otra localización menos característica.
La recepción por parte del público de Sitges no fue especialmente fervorosa, salvo en escenas muy puntuales, pero podemos hablar de un más que convincente ejercicio narrativo y de denuncia con profunda vocación de estilo, que anticipa lo que bien podría acabar derivando en una fértil carrera de su joven director y aleja (por si alguien había caído en esa tentación) el indeseado e inmerecido estigma de “hijo de” para un director que se ha ganado sus galones.
Se trata de una indisimulada fábula política en forma de thriller psicológico, muy austero en medios, pero con suficientes recursos cinematográficos para conseguir una tensión ambiental en continuo crescendo, bajo una premisa argumental tan aparentemente manida como la del cazador y la presa. El papel de cazador corresponde a Jeffrey Dean Morgan, que interpreta a un redneck racista dispuesto a acabar sin contemplaciones con todo cuanto inmigrante ilegal ose cruzar las sacrosantas fronteras que dan paso al paraíso terrenal USA (con la inseparable compañía de un perro tan sanguinario como él). El papel de presa colectiva recae, por ende, sobre esos humildes mexicanos a la búsqueda de un futuro mejor, personificados en un Gael García Bernal con el que el cazador entabla un desigual tour de force. Pero es esta condición de parábola política (en la que hasta los protagonistas tienen nombres tan simbólicos como Moisés en el caso del migrante y Sam en el caso de su perseguidor) donde la película flaquea ligeramente, al caer en el maniqueísmo, el esquematismo y la unidimensionalidad, por muy pertinente que se nos antoje la soflama, que lo es, máxime con un malnacido como Trump optando a regir los destinos del país más poderoso del mundo. Por eso hubiera sido más eficaz ampliar la paleta de matices y apostar por una mayor sutileza a la hora de colocar la carga de profundidad.
En cambio, el film funciona perfectamente como thriller cercano al terror y perfectamente encuadrable en el subgénero survival, incorporando el desierto de Sonora como un personaje más y dotando a este imponente escenario de múltiples posibilidades para el desarrollo de la acción, con unos condicionantes físicos que refuerzan y pertrechan la trama, facilitando un bagaje dramático que no hubiera sido posible en otra localización menos característica.
La recepción por parte del público de Sitges no fue especialmente fervorosa, salvo en escenas muy puntuales, pero podemos hablar de un más que convincente ejercicio narrativo y de denuncia con profunda vocación de estilo, que anticipa lo que bien podría acabar derivando en una fértil carrera de su joven director y aleja (por si alguien había caído en esa tentación) el indeseado e inmerecido estigma de “hijo de” para un director que se ha ganado sus galones.
20 de junio de 2016
20 de junio de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La peli ya es mucho más conocida que en época de su estreno por la influencia ejercida y reconocida (que tampoco es tanta) sobre el “Malditos bastardos” de Tarantino. La pillé de madrugada y la vi un poco entre cabezadas, pero me pareció bastante correcta. Juega un poco a insertar momentos humorísticos al modo de “Los violentos de Kelly” o a abordar operaciones de comando al modo de “Doce hombres sin piedad”, pero, evidentemente, está a años luz de cualquiera de las dos. Con eso y con todo, el asunto funciona y las escenas bélicas son resultonas, con esas muertes tebeísticas casi coreografiadas, con soldados alemanes pegando brincos antes de fenecer.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Impagable la escena del baño en el río con alemanas desnudas que, cuando ven llegar a un negro, caen en la cuenta de que son americanos y les disparan con sus metralletas (sin vestirse antes, claro está). O esa otra de la huida en moto a modo de homenaje a la de McQueen en “La gran evasión”. La estética es deudora del lenguaje del cómic. Entre los actores destacan Fred Williamson, habitual de estos subproductos e icono blackexplotation y Bo Svenson, también presencia frecuente en cosas de este jaez, además de ser el cura encargado de la frustrada boda de Uma Thurman en “Kill Bill”. Entretenidilla.
9
29 de julio de 2023
29 de julio de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Desafío total” (1990), de Paul Verhoeven, es la enésima vez que la veo, pero no me canso. Me parece cojonuda. El relato de Dick ya es un buen mimbre para construir el cesto, pero Verhoeven le da un tratamiento y un ritmo muy adecuados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El relato de Dick ya es un buen mimbre para construir el cesto, pero Verhoeven le da un tratamiento y un ritmo muy adecuados. Arnold, con ese físico tan abrumador, da muy bien el papel de alguien que es casi medio máquina, medio hombre; los villanos son de tronío, con los grandes Ronny Cox y Michael Ironside en su piel; las mujeres (una rubia y otra morena) buenorras a más no poder (Sharon Stone y Rachel Ticotin) y repartiendo hostias a mansalva; el planeta rojo como un protagonista más; los efectos especiales, para mí, buenísimos; la ciudad donde viven los mutantes, logradísima (ese bar / puticlub y el tiroteo que se monta o los ventiladores que les dan vida); los insertos humorísticos atinados (esos robots taxistas, esa mutante con tres tetas o algunos diálogos); toda la parte de introducciones de memoria y vacaciones virtuales (luego tan explotada); los elementos gore (escasos, pero bien traídos), la magnífica banda sonora… Y, por supuesto, ese líder espiritual de la resistencia, a mitad de camino entre Yoda y Jordi Pujol que ya ha marcado una época. Yo no le encuentro pega. De la mejor ciencia-ficción de las últimas tres décadas.
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